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Authors: Álvaro Mutis

Tags: #Relatos, Drama

Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero (68 page)

BOOK: Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero
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»Informé a Nils de mis planes para transportar la piedra de una cantera de roca de una clase muy valiosa por su colorido y consistencia, ubicada en Santa Isabel de Sihuas, sacarla por el puerto de Matarina y venderla en San Francisco y en Oakland, en donde tenía algunos conocidos entre la gente relacionada con la construcción. Lo de los dos barcos en compañía con indonesios despertó casi tanta desconfianza en mi amigo el capitán como el proyecto de la cantera. Ya hablaríamos más tarde de eso, me dijo. Para comenzar puso a mi disposición una litera libre en el camarote que le servía de oficina. El primer trayecto del viaje se alargó más de lo esperado, a causa de una avería que sufrimos en Panamá. Luego, en Buenaventura, las lluvias torrenciales nos obligaron a esperar para recibir una carga de materiales colorantes con destino al Callao, que no podían exponerse a la humedad. Durante el viaje, la acción tonificante del mar y de su rutina salutífera y la compañía de Nils Olrik, que guardaba un arsenal al parecer inagotable de anécdotas y noticias de conocidos comunes, me regresaron el placer de estar vivo y ahuyentaron hasta la última huella de las fiebres que me habían derrumbado en California. Pero también el proyecto de las canteras empezaba a perder forma y presencia y se me confundía, allá muy adentro, con las peores etapas de mi enfermedad. A ello contribuyó, en forma muy importante, el escepticismo con el que Nils veía mi empresa de la cantera.

»Las muchas horas de solaz que me proporcionó ese viaje, en buena parte las dediqué también a volver a la obra de Gabory sobre las guerras de la Vendée cuyo ejemplar me acompaña desde hace tantos años como recuerdo de mi temporada en Amirbar y que suelo releer siempre con provecho. El libro guarda aún las huellas y máculas de su lectura en los socavones a la luz de la Coleman de ingrata memoria o al borde del precipicio visitado por las aves. Relectura gratificarte como pocas por el rigor, la minucia y el ponderado criterio histórico que aplica el autor al estudio de uno de los episodios más complejos, accidentados y recorridos por extrañas corrientes de origen incierto, de una época tan rica en tal clase de manifestaciones. Sólo quisiera volver hoy sobre algo que comenzamos a hablar en el patio de la casa de Northridge y que no recuerdo haber apuntado lo suficiente. Se trata de una curiosa condición del carácter de los Borbones. Su gusto por el ejercicio directo del poder y por el consiguiente juego de la intriga política ha sido rasgo constante hasta nuestros días en esa familia. Su descarnado sentido de la realidad se aúna a la destreza para manejar las ambiciones y debilidades de sus súbditos y saber mantenerse siempre al margen o, mejor, por encima de los accidentes inmediatos que suscitan las intrigas de sus allegados. Enrique IV, Luis XIV, Luis XV y Luis XVIII de Francia son ejemplo clarísimo de esta condición de los herederos del hijo menor de San Luis. Pero lo curioso es que otra parte de la familia ha mostrado rasgos de carácter radicalmente opuestos a los de sus parientes: una torpeza política alarmante, un desconocimiento de los más elementales resortes que mueven la ambición de sus ministros, una ignorancia de lo que las naciones rivales o vecinas intentan tramar contra su país; en resumen, una ceguera suicida que los lleva siempre o al cadalso o a un exilio sin grandeza. Luis XVI y Carlos X en Francia, y Carlos IV y Fernando VII en España, son ejemplos patéticos de tan grave carencia. Pues bien, el Conde D'Artois, que luego subiría al trono como Carlos X, mostró, desde sus tiempos de pretendiente, ser un ejemplo catastrófico de esa incapacidad política. Piense usted que D'Artois tuvo en sus manos el instrumento más recio, digno de confianza y dispuesto al sacrificio que aspirante alguno a la corona tuvo jamás: los chuanes. No supo verlo así y cayó en la beatería más insulsa, después de haber recorrido todas las etapas de una carrera galante muy Antiguo Régimen. A él se debe la pérdida del trono de la rama legítima en Francia y el oprobioso ascenso del usurpador y perjuro Orléans. Me gustaría alguna vez hacer un recorrido retrospectivo para verificar si esta doble y opuesta conducta política se encuentra también en las anteriores ramas de los Capeto: los Valois, los Valois-Angulema y los primeros Capeto. Como sé que a usted también le distraen estos pequeños grandes enigmas de la historia, le dejo esa inquietud con la esperanza de que un día me comunique los resultados de su pesquisa.

»Confío en que no le extrañe esta digresión en medio del relato de mi viaje a la costa peruana, ya que ha transcrito otras mías de índole parecida. Desde los tiempos, hoy remotos, en que comenzó a interesarse por mis andanzas, sabe que el presente no suele proporcionarme sino descalabros absurdos o continuos desplazamientos movidos por las razones menos razonables. Qué puede tener de raro, entonces, que me distraiga hurgando en el pasado parecidos destinos e infortunios semejantes. No me quejo. Por el contrario, pienso que los dioses han sabido adivinar mis secretas preferencias. Usted ya sabe de qué le hablo. Pues bien, cuando por fin llegamos al puerto de Matarina, el panorama que se ofreció a mi vista es el que usted conoce también: la desértica extensión que inicia su pendiente hacia la inmensidad andina, sin más verde que algunos arbustos espinosos que agonizan de sed y unos pocos cactus cubiertos de polvo y a punto también de fenecer; el puerto destartalado con los muelles carcomidos por el salitre, las grúas a riesgo siempre de paralizarse y el sol cayendo sin piedad ni alivio, devorándolo todo con el trabajo de su luz que parece creada para un planeta distinto del nuestro. Sólo uno de los cargueros destinados al transporte de la piedra me esperaba en el muelle. El capitán del otro desertó en el último momento. Tampoco el capitán del que había venido se mostraba muy entusiasmado con la perspectiva de tener sobre sí la responsabilidad del transporte. Hay que reconocer que el escenario no era el más apropiado para levantar los ánimos y menos de alguien que venía del sureste asiático cuya feracidad lujuriante ha dado lugar a tanta literatura, no siempre de la mejor. Nils me convenció de llegar a un acuerdo con el javanés y cancelar la operación. Sus argumentos eran bastante contundentes: la explotación de la cantera estaba sujeta a permisos oficiales que no habían sido aún solicitados por los dueños del sitio. Se suponía iban a ser socios en la empresa y, hasta el momento, no habían dado señales de vida. La compra de la piedra en San Francisco estaba sujeta a un estudio de resistencia de materiales que había resultado positivo, pero sólo para un tipo especial de construcción, por cierto no el más usado en esa zona de California sujeta a continuos movimientos sísmicos que obligaban a rectificar periódicamente los límites permisibles para la edificación. Por último, estaba esa desconfianza del danés hacia las gentes del Asia con su inclinación natural a no cumplir sus responsabilidades. No tuvo Olrik que insistirme en sus razones. Hablé con el indonesio, quien, sin muchos preámbulos, estuvo de acuerdo en abandonar la empresa a cambio de recibir en Concepción una carga de salitre para Holanda que le traspasó Olrik, sin más trámites. Para cumplir con el contrato,hubiera tenido que someter sus bodegas a un tratamiento anticorrosivo y, casualmente, el barco del javanés ya lo tenía. Y así fue como terminé de oficial suplente en el Skive, al lado de mi viejo camarada Nils Olrik, con quien solía entenderme a medias palabras. Bajamos hasta Valdivia y Puerto Montt y allí tomamos carga para Cape Town y Dunbar. Estos años de navegación en el Skive son, tal vez, el período más tranquilo de mi vida de marino. No hubo episodios notables. Los encuentros y desencuentros usuales en puertos de fortuna, los temporales que caen sobre el navío como una maldición de las alturas, las semanas de calma chicha en las regiones tropicales, en donde el calor ronda la cubierta en lentas olas sucesivas que minan hasta la última porción de voluntad que pudiera quedarnos: tales fueron, en ese tiempo, las rutinarias incidencias de una vida sujeta a la caprichosa y vasta red de las rutas del mar.

»Olrik murió a causa de un infarto fulminante que lo sorprendió una noche en mitad del sueño, entrando a Abidjan. Los armadores enviaron un capitán para que se encargase de regresar el barco a Dinamarca y yo tomé otros rumbos. Mi contrato con Nils no era muy regular que digamos, ya que había sido hecho, más que en términos profesionales, en los establecidos por una larga amistad y un mutuo conocimiento de nuestras virtudes y debilidades. No quiero ni puedo demorarme ahora en la narración de todo lo acontecido hasta mi llegada a Mallorca y mi instalación en Pollensa para ocuparme de administrar unos astilleros más hipotéticos que reales, debido a la falta de maquinaria indispensable para prestar el servicio que se les demanda. Estoy enfermo y cansado y he perdido buena parte de mi entusiasmo y devoción por la vida en el mar. No hace mucho, en medio del insomnio que trabaja mis noches, recordé mi convalecencia en Northridge, la hospitalidad amable de don Leopoldo y de su esposa y las largas veladas durante las cuales tuvieron la paciencia de escuchar mis desventuras de minero en las estribaciones de los Andes. Por tal razón, resolví escribirle para contarle el resultado de mi viaje a la costa peruana y darle noticias mías. También quise transcribir para usted y para quienes me oyeron en las noches de San Fernando Valley, un curioso párrafo hallado en un libro que cayó aquí en mis manos, cuando esculcaba entre los que un canónigo, con quien mantengo buena amistad, guarda en el desván de la vicaría. Fue el título lo que me llamó la atención y me regresó a mis tiempos de Amirbar. Por tal motivo le pedí a Mosén Avelí que me lo prestara para darle una ojeada. El libro se titula:
Verídica estoria de las minas que la judería laboró sin provecho en los montes de Axartel
. Está firmado por un tal Shamuel de Córcega, correligionario, sin duda, de los mineros en cuestión. El pie de imprenta indica que fue impreso en Soller por Jordi Capmany en el año de 1767. Se trata de un relato farragoso, escrito por partes iguales en ladino, español macarrónico y mallorquín y cuyo propósito no acaba de entender el lector, ya que lo que allí se narra carece por completo de interés y no desemboca en conclusiones válidas ni concretas. Más parece que hubiera sido escrito para hacer valer títulos de propiedad sobre esas tierras, no muy claros por cierto y sin saberse tampoco en favor de quién. Puede pensarse, por otro lado, en alguna intención de calumniar a la comunidad de conversos, tan numerosa en esos tiempos en la isla. El párrafo que le transcribo tiene estrecha relación con Amirbar, lugar que evoqué para ustedes en las noches del tórrido verano de California. Dice así: "El beneficio de las minas nunca fue cosa dicha ni se supo de veras de qué mineral se trataba. Lo único cierto y comprobado fue que se reunió allí gran copia de poble mosaico con donas e nois y que todos entraban a furgar en los socavones y sólo unos pocos escollidos tenían el privilegio de moler las tierras que el resto llevaba a casas molt tancadas y de las que salía mucho ruido e olores molt estranys. Como es región molt desviada e solitaria, ellos mismos facían sus propias leyes e nadie los guardaba. Fue curioso saber que las autoridades hobieron noticia de que, para que no nacieran más criaturas, que mucho estorbaban en el laboro de las minas e quitaban mucho tiempo, los ancianos resolvieron ordenar que, a partir de ese momento, homes e donas que estuvieran matrimoniados o aquellos que vivían en concubinato, sólo se ayuntasen en forma de sodomía. Así fue y por varios años fueron siempre los mismos en número. El provecho de sus excavaciones fue juntado por cambistas de Alcudia de la mesma religió, hasta que las tierras se dieron en agotar y el molt treballar a nada conducía de valor. Pero lo de las sodomías, que fue tarde conocido a ciencia cierta, llegó fasta el Excmo. Señor Bisbe Don Antoni Rafolls i del Pi, home de grant santidad y recato, quien intervino con sus gentes de armas para poner arreglo al nefando pecado que allá se cometía. Donas e homes apresados y sometits a cuestió confesaron tot y hasta convinieron en que hallaban grant content en las tales sodomías. Las tierras fueron confiscadas y arrasadas las casas y fábrica y los dineros secuestrados a los cambistas y así fue el fin de los traballos en estas minas en las que varias generaciones de gente de la judería habían laborado— con gran esfors de sus vidas y res de profit en sus haciendas. Solitarios quedaron esos lugares y ninguna noticia hobo de que nadie tornase a venir a ellos, tanta era la vergonya y temor por la tropelía allí cometida contra la ley natural que ordenan los llibres que reyes y profetas dejaron escritos e que los chrestianos anomenamos Santa Biblia".

»Pues bien; ya ve usted cómo y por qué conductos tan inesperados regresan a uno, de pronto, ecos del pasado que creíamos abolido. Cuando vea a don Leopoldo y a su esposa cuénteles esto y dígales, por favor, que los recuerdo con tanto afecto como gratitud. Le decía que me encuentro enfermo. Se trata de algo muy: diferente de las fiebres que me derrumbaron en el motel de Yosip en La Brea Boulevard. Pienso que esta vez son los años que empiezan a contar más de lo que uno quisiera y la humedad de Pollensa que retuerce las articulaciones como a los pobres hebreos de Axartel los sicarios del Bisbe Rafolls y del Pi quien, dicho sea de paso, no sé por qué se me ocurre que también debía tener ancestros de las doce tribus.

»Bueno, ya tendrá nuevas de mí si los dioses me conceden licencia. Si salgo de este lugar y de sus astilleros fantasmales, le haré saber mi paradero. Entretanto, reciba un saludo afectuoso de su viejo amigo, Maqroll el Gaviero».

Así terminaba la carta que, después de recorrer medio mundo, había llegado al Hotel Metropol de Bruselas. Hasta hoy nada he vuelto a saber del Gaviero y algo me dice que éstas serán las postreras noticias suyas que reciba. Nunca me había hablado de enfermedades ni de achaques y sus misivas siempre me dejaron la impresión de que le esperaban nuevas empresas en su itinerancia sin tregua. Esta vez no tuve esa idea. Los últimos párrafos de su carta exhalan un aire de punto final, de adiós sin retorno que me llenó de pesadumbre.

APÉNDICE
LAS LECTURAS DEL GAVIERO

N
O se trata, en este caso, de presentar al Gaviero como alguien que haya dedicado una especial atención al mundo de las letras. Nada más ajeno a su carácter y nada que le pareciera más distante y sin objeto que una inclinación parecida. El Gaviero era, eso sí, un lector empedernido. Un incansable devorador de libros durante toda su vida. Éste era su único pasatiempo y no se entregaba a él por razones literarias sino por necesidad de entretener de algún modo el incansable ritmo de sus desplazamientos y la variada suerte de sus navegaciones. No es fácil, por ende, el seguir la pista de cuáles eran sus libros preferidos, aquellos que lo acompañaban dondequiera. Sin embargo, creo que podría mencionar algunos que, en los múltiples encuentros que nos deparó el azar, o los traía consigo, o los citaba con tal frecuencia que era fácil colegir su antigua y fiel frecuentación. Releyendo viejas cartas y fatigando la memoria, he conseguido reunir los más notorios.

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