Denny asintió con impaciencia.
—Ya lo sabemos. Tranquilo.
Atrapó el pez del acuario y le atravesó el morro con un arpón.
—Bueno, aquí lo tenemos… —Ha abrió diestramente el pez, que se retorcía—. Íbamos a servir el pescado esta noche —dijo colocando sus pequeños boles para los distintos órganos.
—La gente paga mucho dinero por él —dijo Allison—, os sorprendería.
—H. J. —dijo Gabriel siguiendo con la mirada los movimientos de Ha—. Llevo tres años trabajando para ti, ¿verdad? Te he sido leal y fiel. Sólo te llevo la contraria cuando creo que es mi deber. Creo que deberíamos irnos. Que deberías irte. Tenías un problema que Denny y yo hemos tenido que resolver. Esta gente lo ha visto todo.
H. J. sacudió la cabeza.
—Tenemos otros diez minutos, hay tiempo. Ya hay mucho tráfico por la carretera. Antes voy a comerme mi pescado. —Señaló a Jay—. Y luego voy a ocuparme de ti, cabrón.
Se produjo inmediatamente un silencio. Me fijé en que Jay era el único de todos los presentes que no parecía asustado. El desconcierto y el peligro que se respiraba en el ambiente no tenían efecto en él. Por otra parte, él no sabía lo de Poppy, que yacía envuelto en bolsas, cada vez más rígido, al otro lado de la barra.
Jay me miró.
—¿Te ha sonsacado lo de Sally?
Miré a Allison.
—He cometido un error garrafal —dije—. Se lo he contado a Allison.
—Por otro lado, no la habría conocido —dijo Jay—. Aún no, al menos.
—Supongo que no.
—¿Tu hija? —preguntó Allison con voz apagada. Jay la miró. Vi que seguía reviviendo en su interior los breves minutos que había estado con Sally.
—Sí —respondió—. Mi hija.
Ella quería enfadarse con él, quería odiarlo, pero en lugar de eso se le saltaron las lágrimas, me miró y apartó rápidamente los ojos, tratando de aferrarse a su orgullo.
—¿Por qué no me lo dijiste? —preguntó ella, encarándose a él—. ¿Por qué?
—Pensé que no te gustaría.
—¡No habría importado! —gritó ella—. ¿No lo entiendes, no ves lo mucho que…? —Miró para otro lado, incapaz de pronunciar las palabras.
—¿Qué? —preguntó Jay.
Ella se esforzó por responder, poco acostumbrada a declararse satisfecha y feliz.
—Fue bonito.
Bonito. Una palabra que contaba, después de todo. Ella sacó la servilleta del bolso y se la dio.
—¿Qué es? —preguntó él cogiéndola.
—Poppy ha hecho un dibujo para ti —dije yo—. Le ha pedido a Allison que escribiera la palabra.
Jay miró la servilleta. Se veía pequeña en sus manos, un poco arrugada ya, y la estudió unos momentos con los labios apretados, los ojos entrecerrados. Pareció confundido… y de pronto comprendió. Comprendió todo, estupefacto. Dejó caer la cabeza como si le hubieran dado un garrotazo.
—¿Qué?
Jay volvió a estudiar la servilleta antes de guardársela en el bolsillo delantero. Se volvió hacia mí.
—Sally se ha ido, ¿verdad? ¿Está a salvo?
—Sí —dije—, pero…
—¿Cómo va ese pescado? —preguntó H. J.
—Ya casi está —respondió Ha de pronto, con más energía—, un poco de arroz y algas, para hacer un buen sushi… lo corto así… lo enrollo con el dedo… —Al cabo de un minuto había preparado ocho sushis idénticos. Observé el movimiento del cuchillo alrededor y a través de los boles de los órganos donde estaba el veneno, pero no podía estar seguro de lo que hacía. Ocho sushis eran más de los que acostumbraba a preparar. Por otra parte, recordé que en los órganos del pescado había mucho más veneno que para ocho raciones.
—¿Quién va a comer, por favor? —preguntó Ha.
—Nos los repartiremos —respondió H. J., señalando a sus hombres.
—A mí no me gusta el pescado —murmuró Lamont.
—¿Cuántos por barba entonces? ¿Dos? —preguntó Ha, sacando con cuidado los platos con dibujo de flores y poniendo dos sushis en cada uno.
—Los que sean —dijo Gabriel, cogiendo el primer plato.
—No, no, por favor —dijo Ha—. ¡No he terminado! Pero usted será el primero.
Acercó de nuevo el plato hacia él y pareció apretar ligeramente los extremos de los sushis, darles los últimos retoques, y como un artista de retratos, estudió a Gabriel para calcular, supuse, su edad y su peso, todo de un solo vistazo. Entretanto sumergió el pequeño cuchillo con delicadeza en uno de los boles de los órganos y, pasándolo rápidamente por los dos sushis, lo llevó de nuevo al plato mientras con la otra mano cortaba una zanahoria en forma de flor, con el gesto ostentoso y desorientador de un mago.
—¡Ya está! —dijo—. Aquí tiene.
Gabriel puso el plato delante de él en la barra, pero no pareció interesado.
Mientras tanto. Ha decoró otros dos platos con dos sushis de shao-tzou. Lo vi sumergir cada vez el cuchillo en el bol de los órganos mientras con la otra mano manipulaba las flores de zanahoria y el arroz. De nuevo la confusión y la ostentación en su ademán, los dedos en movimiento. Dejó los cuatro sushis en los pequeños platos y Denny los cogió, ofreció uno a H. J. y se llevó un sushi rápidamente a la boca.
—Está bueno —anunció con la boca llena.
—¿Quién quiere los dos que quedan? —preguntó Ha mirándonos—. Hay dos más. ¿Allison?
—No, gracias. Ha.
—¿Señor Jay? —preguntó Ha.
—Sí. Pero también quiero un puro.
—¿Un puro?
H. J. señaló la pared de puros con su automática dorada.
—Coged el jodido puro, no me importa. Que eche humo mientras yo lo ahúmo para sonsacarle la maldita verdad. ¿Estás preparado para mi interrogatorio, chico? Tengo muchas preguntas, como por qué coño no sabe nadie lo que le pasó a mi tío.
Denny se acercó a la pared de puros, cogió uno, volvió a dejarlo en su sitio, cogió otro y regresó hasta Jay.
—Montecristo —dijo—. Es muy bueno.
—Me refiero —continuó H. J., con un ceño santurrón— a qué clase de hombre era el tal Poppy. Tenía una expresión angustiada, ¡como si lo atormentara algo! ¿Por qué tengo la impresión de que era un pobre mentiroso? ¿Puedes decírmelo? ¿Puede decírmelo alguien?
Nadie pudo. Mientras tanto Ha había terminado el sushi de Jay. Observé su cuchillo. Pareció repetir los mismos movimientos que antes. Él dejó el plato enfrente de Jay.
—Sólo queda uno. Han ido justos —dijo. Sus manos se convirtieron en un borrón mientras cogía la tira de carne y la enrollaba con arroz, cortaba la zanahoria y sumergía un cuchillo en un bol y luego en el otro—. Para usted.
Debí de parecer sorprendido cuando lo dejó frente a mí.
—No se preocupe, señor Wyeth. —Los viejos ojos de Ha desaparecieron divertidos detrás de dos rendijas, pero siguieron clavados en mí—. Sólo disfrute. Ha le está dando un pescado muy bueno esta noche. Usted lo sabe, lo ha visto antes, debe demostrar a los demás que es muy bueno.
Cogí un sushi y lo miré. Ha salió de detrás de la barra y se acercó a H. J. y a Gabriel, que aún no habían probado el pescado.
—Por favor, es muy bueno. Proteínas. Da fuerzas. —Luego se volvió de nuevo hacia mí—. ¿Es bueno? —preguntó.
Vi a Jay dejar su puro al lado de su plato. Noté que Allison me observaba. Me llevé a la boca la ración de pescado y mastiqué.
—Mmm… —dije—, es impresionante.
—Sí.
—¿Estás seguro de que no hay más? —pregunté—. Sería capaz de comerme un camión lleno.
Ha inclinó la cabeza a modo de disculpa.
Denny comió el segundo sushi y Gabriel probó el primero.
Hubo una pausa, un intervalo de un minuto. Agucé el oído y creí oír los primeros pasos del personal en el piso de arriba. Allison consultó su reloj.
—¿Qué pasa? —preguntó H. J.
—El restaurante se está abriendo —dijo ella—. Están llegando los camareros, los segundos chefs, los pinches de cocina, todos.
—¿Puedes cerrarlo?
—No —respondió Allison—. Tendría que llamar a treinta personas.
Oímos poner en marcha un aspirador.
—¿Has cerrado con llave la puerta que hay en lo alto de las escaleras? —preguntó H. J.
Gabriel asintió.
—¿Nadie puede bajar aquí?
—No.
—¿A qué hora se van todos?
—Hacia la una de la madrugada —dijo Allison—. Tenéis mucho tiempo.
—¿Esperáis a mucha gente esta noche? —pregunté a Allison para matar el tiempo. Jay estudiaba su puro.
—Tenemos una reserva para una convención, en dos turnos. De vendedores de seguros o algo así. Estarán toda la noche.
Ha se puso a limpiar. Tuve la sensación de tener mucha saliva en la boca. Miré a Gabriel; se había comido su segundo sushi y H. J. el primero. Jay había levantado el suyo y examinaba la hábil creación.
—Me encuentro mal —anunció Denny—. Como atontado. No puedo mover los ojos.
Trató de aferrarse a la barra pero se cayó pesadamente sobre ella, justo enfrente de mí, y se le resbaló el arma de la mano.
—¿Denny?
Gabriel levantó su pistola mientras observaba cómo Denny sacudía las piernas de forma extraña. Pero había empezado a parpadear rápidamente y a agitar las manos alrededor de la cabeza, como si quisiera atrapar una mosca molesta, y por su entrepierna se extendió una mancha de humedad. Cayó sobre una rodilla y se desplomó hacia un lado.
—¿Qué coño está pasando? —gritó H. J. con la boca llena—. ¿Denny? ¿Gabriel?
Ha permanecía encorvado sobre la barra, la viva imagen del servilismo. Casi alicaído. Quería que me mirara, porque yo me había comido el pescado de buena fe, con toda la buena fe de que era capaz, y necesitaba… me sentía raro y necesitaba saber que no había comido demasiado, que Ha sólo me había servido la cantidad justa, lo justo y nada más. Me sentía extrañamente desconectado de mis pensamientos, y de hecho no tuve miedo de coger la pistola de Denny de su mano.
—¡Eh! —gritó Lamont dándose cuenta. Apuntó con la pistola a Ha, a Jay y a mí.
—Me encuentro mal —dijo H. J., precipitándose hacia la puerta—. Sácame de aquí.
Lamont levantó la pistola hacia mí.
Yo lo apunté y disparé…
… luego sentí una especie de cosquilleo eléctrico en la parte posterior de la garganta. Me pregunté por mis ojos, y levanté una mano para tocarlos, pero me pesaba demasiado. Caí de lado en el reservado y la habitación se dividió en planos torcidos. Tal vez Ha había querido matarnos a todos. Jay tenía su sushi entre los dedos y estaba a punto de llevárselo a la boca.
—El pescado —dije tosiendo, señalándolo.
—¿Qué?
Pero si se comió el sushi o lo escupió, si H. J. había logrado subir las escaleras o si Lamont había recibido un tiro, nunca lo supe, porque me desplomé en la esquina del reservado, con la vista clavada en el salero. Sentía un fuerte picor en el paladar y empecé a notar un hormigueo en los dedos de los pies y de las manos, como si me hubieran dormido. No podía mover o fijar la vista. Tal vez se me habían cerrado los ojos, no lo sabía. Podía haber transcurrido tiempo… entretanto sentí en el pecho mi húmeda respiración, toda mi vida encerrada ahí dentro, como la de todos, y sentí paz ante la idea de la muerte, tal vez hasta buena disposición para morir, como si fuera tan fácil. Pero de pronto vi o me imaginé que veía a Jay inclinarse hacia delante tosiendo, al principio con violencia y luego débilmente. ¿Había comido el pescado? Allison tal vez había corrido hasta él. Me quedé fascinado con el pelo de ella, una peluca de serpientes traslúcidas que se retorcían rítmicamente por encima de su cabeza. Allison se arrodilló en el suelo, y vi cómo Jay hacía ademán de levantarse.
Pero si era un sueño u ocurría en realidad, no lo sé… una cascada de chispas se paralizó contra la superficie de mi cara entumecida hasta que ésta se caramelizó y resquebrajó en nítidas piezas de puzle que se desprendieron y cayeron una por una, y fue entonces cuando creí oír (lo que sonó claramente como) otro disparo, y vi o creí ver la bala avanzando a toda velocidad ante mí, la rotación a cámara lenta del proyectil dejando una elegante estela de humo azul a su paso, y en el preciso momento en que la bala se acercaba a mi cara, una de las piezas del puzle derretidas cayó, y la bala, rotando a la perfección, la perforó, haciéndola añicos como si fuera cristal pero sin hacer ruido, y se incrustó en el hueco de mi mejilla. Por supuesto, eso era imposible. Tuve la sensación de caer dentro de mí mismo, de doblarme hacia abajo, con el corazón desplomándose en los pulmones y los pulmones en los intestinos. Luego me quedé ciego. No era una sensación de oscuridad sino de vacío, como intentar ver el mundo cuando uno está dormido, y noté cómo se retorcía algo alargado en mi oído, debía de ser mi tímpano que reaccionaba a un sonido humano fuerte, y sentí calor, o, más exactamente, humo, volutas de humo o vaho que salían de mi nariz, lo que me resultó familiar pero al mismo tiempo amenazador, y oí un grito que pareció durar una eternidad contra ese mismo tímpano, y sólo después comprendí que era el grito de una mujer, no sabía cuál. Cuando has comido fugu shao-tzou de China, dejas de percibir las cosas corrientes. No distingues a la gente, ni siquiera a ti mismo. Sólo esperas que en alguna parte de ti siga habiendo un hálito de vida, un débil destello en los pulmones, y quizá eres consciente de que has caído en una parálisis muda sobre las frías baldosas blancas y negras del Havana Room, lo que se parecería al primer paso a estar muerto para siempre.
Una húmeda y traqueteante oscuridad, fría y llena de gases de tubos de escape: allí es donde me desperté, con un peso voluminoso y movedizo encima de mí que me hacía daño en la espalda, las piernas y la cabeza, la cara contraída contra una masa de plástico que goteaba. Cuando traté de liberarme de esa opresión, un dolor repentino me recorrió el cuello y remitió poco a poco a medida que volvía a caer agotado. Empujé con más fuerza y esta vez el bulto que tenía encima se movió hacia ambos lados y pude respirar mejor Estaba en lo que, a juzgar por el ruido, era un camión que iba a unos setenta u ochenta kilómetros por hora. La parte superior de mi cabeza pareció aplanarse, abrirse en un cráter y recuperar de golpe su forma original. Vomité, pero no olí ni sentí lo que salió de mí, y ya estaba tan pegajoso de residuos que no noté si el vómito había caído sobre mí o lejos. Me puse rápidamente a gatas y esta vez empecé a oír un grito amortiguado, breve e incomprensible en otro idioma, chino, que llegaba de lo que parecía ser una radio. Siguió un estallido de música, luego un silencio casi absoluto. Aproveché esa oportunidad para gritar con todas mis fuerzas.