Y no me equivoqué. Allí estaban al día siguiente, yendo a mi encuentro. Judith andaba con resolución, lo noté, y Timothy tenía el guante de béisbol en la mano, el que yo le había enviado, y lanzaba y cogía al vuelo una pelota con él. Me levanté para saludarlos. El cuerpo de Judith me resultaba tan familiar… Como el de Timothy, aunque estaba mucho más alto. Lo estrujé contra mi pecho mientras Judith nos observaba. Sería cuestión de perdón por ambas partes. Tal vez teníamos pocas probabilidades, tal vez estaba fuera de nuestro alcance. Pero a lo mejor no era tan impensable. Cosas más extrañas han ocurrido, después de todo, cosas mucho más extrañas.
F I N
Cada libro me hace caer en la cuenta de toda la gente que me ha brindado su ayuda a lo largo del camino, ya sea en forma de tiempo, ideas, ánimos, fe en estado puro o un pedazo de pastel; y cada ayuda ha sido crucial, a su manera, en la lenta preparación de este libro. Quisiera dar las gracias a Jill Cross; a mi agente, Kris Dahl; a Brian Decubellis; a Jim Dillon; a Janet y Don Doughty; a Jeremy Epstein; a Nan Graham; a Kathryn, Sarah, Walker y Julia Harrison; a Larry Jospeh; a Rich y Nancy Harbich-Olsent; a Dan Healy; a Abby Kagan; a Cristopher Kent; a Sarah Knight, al doctor Al Kulik, Jud Lahi, Susan Modow, al doctor Spencer Nadler, a Aodaoin O’Floinn; a Joyce y Rose Ravid; a Tom Schindler; a Lynn Schwartz, y a Scott Wolven.
De qué modo contribuye un editor a dar a luz una novela, es algo íntimo, misterioso y crucial. He tenido la suerte de trabajar con uno de los mejores de todo el mundo editorial, John Glusman. Sus preguntas fueron catalizadoras; sus sugerencias, perfectas; sus reservas, prudentes. Sus aportaciones también están presentes en este libro.
[1]
En inglés,
seagull
significa «gaviota». (
N. de la t.
)
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