James Potter y La Maldición del Guardián (82 page)

BOOK: James Potter y La Maldición del Guardián
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El chicooo… sisearon al unísono, y sus voces eran horribles, zumbando como las alas de un avispón. James Sirius Potter… el chicooo debbbe vennnir…

Merlín no había retrocedido ante el enjambre enfurecido. Ahora, sin embargo, se giró ligeramente, mirando sobre su hombro a James. Su rostro estaba frío, sus ojos chispeaban como diamantes.

―Parecería que estás siendo convocado ―dijo, su voz se oía fácilmente sobre el ruido y viento.

―¡No! ―gritó James―. ¡No quiero tener nada que ver con eso!

―El Guardián cree otra cosa ―replicó Merlín―. Y va a matar a todos los ocupantes de este tren si no acudes a su convocatoria.

James agitó la cabeza rotundamente.

―¡No puedo enfrentarme a esa cosa solo! ―exclamó, aterrado.

―No estarás solo ―respondió Merlín, sonriendo sin humor―. Yo te acompañaré.

James miró al rostro del hechicero. Lo que vio fue absoluta confianza y determinación. Puede que los Dementores intentaran detener a Merlín, pero no tendrían éxito. James asintió lentamente y se puso de pie.

Mientras se acercaba cuidadosamente a la puerta abierta, la nube de Dementores se alejó, dándole espacio. Se movían febrilmente en medio de un hervidero, y su visión hizo temblar a James.

―¡No lo hagas! ―dijo Rose, agarrando la manga de James―. ¡Debe haber otra forma! ¡No tienes que hacerlo, James!

James sacudió la cabeza.

―Creo que si tengo que hacerlo, Rose. Todo irá bien.

―¡No! ―lloró ella―. ¡Eres un tonto! ¡No puedes vencer a algo como eso!

James se encogió de hombros.

―Tengo que intentarlo al menos.

Zane posó la mano sobre el hombro de Rose y Albus se estiró para cogerla de la mano.

―¡No hagas nada estúpido, hermano mayor! ―dijo Albus.

―¡Toma! ―gritó Ralph de repente, empujando hacia adelante. Ofreció su varita a James, con la empuñadura por delante.

James sacudió la cabeza.

―¡No, Ralph, es tuya! ¡No podría!

―¡Cállate, James! ―dijo Ralph, y a James le impresionó ver la ferocidad en los ojos del otro chico―. ¡Merlín tiene razón! ¡Mi varita tiene poderes únicos! ¡Podrías necesitar el impulso extra! ¡De todas formas no vas a quedártela! ¡Te la estoy prestando! ¿Entiendes?

James asintió solemnemente y aceptó la enorme varita de Ralph.

―Te la devolveré cuando regrese ―aceptó.

Ahoraaaaa....
, sisearon los Dementores con horrenda monotonía. James Sirius Potter...

—Mantened las capuchas puestas —masculló James nerviosamente, saliendo al viento y las cenizas cimbreantes. La parte de atrás del vagón de carbón tenía una escalera de hierro. James comenzó a subirla, luchando contra el aullido del aire y las emanaciones de humo de la locomotora. Bajo él, las vías pasaban en un borrón, y el traqueteo de las ruedas era lo bastante alto como para dañar sus oídos. Antes de que Merlín pudiera seguirle, sin embargo, James decidió intentar lo más valiente que se le pudo ocurrir. Sacó la varita de Ralph y apuntó al gran nudillo de hierro que conectaba el vagón del carbón con el resto del tren.


¡Convulsis!
—gritó, intentando el hechizo de destrucción que había visto utilizar a Rowena Ravenclaw con la pintura en los aposentos de Salazar Slytherin. El hechizo golpeó el nudillo y explotó cegadoramente. Cuando las chispas se aclararon, sin embargo, James pudo ver que no había surtido ningún efecto sobre la conexión.

—Buen intento —gritó Merlín, levantando la mirada hacia James—. Pero el Guardián ha previsto tales medidas.

James asintió, descorazonado, y continuó escalando por la escalerilla. Los Dementores se arremolinaban a su alrededor pero mantenían la distancia. James gateó sobre el borde del vagón y cayó dentro, sobre la irregular pila de carbón.

Tras él, oyó la voz de Merlín gritar firmemente:


¡Chrea Patronym!

Hubo un estallido de luz plateada y el enjambre de Dementores se desperdigó, repelido por la fuerza del resplandor. James miró atrás y vio a Merlín trepando sobre la pila de carbón tras él, con el báculo brillando verdosamente en su mano. Delante de Merlín, entre él y James, había un gran chacal fantasmal. La luz plateaba pulsaba desde él, y mostraba sus brillantes dientes en un silencioso chasquido, obligando a los Dementores a retroceder. James se sintió un poco mejor viendo la ferocidad del Patronus, y no le sorprendió la forma que había tomado. Se dio la vuelta y empezó a abrirse paso a lo largo del vagón, luchando sobre los trozos irregulares de carbón negro. Los árboles pasaban deprisa, y James pudo ver que este tramo de vía no le resultaba familiar. No tenía ni idea de cuánto tiempo tenían antes de que el tren se encontrara con el puente a medio construir. El pánico intentó aferrarle, pero James luchó por contenerlo, concentrándose en la tarea que tenía entre manos.

Finalmente, se encontró al otro extremo del vagón y trepó a través de una portilla de hierro abierta. Una pala se sacudía sobre la plataforma que había tras la locomotora, pero no había nadie a la vista. Merlín pasó a través de la puerta después de James, pero su Patronus saltó sobre la parte delantera del vagón del carbón, aterrizando sobre la plataforma, erizado. El ruido de la locomotora era casi demasiado alto para hablar. Merlín señaló con la cabeza hacia la puerta cerrada en la parte de atrás de la locomotora. Estaba pintada de un rojo brillante, justo como el resto de la locomotora. A través de ella, en letras doradas, estaban las palabras "Solo Mecánicos del Hogwarts Express".

James extendió la mano hacia la manija de la puerta y la abrió. Dentro, el compartimento de la maquina era un pozo oscuro. Tomó un profundo aliento, se estabilizó sobre la balanceante y rápida plataforma, y entró en la oscuridad que le esperaba.

El ruido y el viento se desvanecieron al instante. No había ninguna sensación de velocidad o movimiento en absoluto. Ni el espacio dentro de la máquina se sentía caliente o confinado, como James había esperado. Lo sentía enorme, silencioso y extrañamente frío.

—James —dijo una voz reconfortante—, que alegría que hayas venido.

James miró alrededor, pero no pudo ver a nadie. No había señal de Merlín, ni de de nada más ya que estábamos. El espacio parecía completamente oscuro y falto de rasgos sobresalientes excepto por una charca de luz tenue en la que James estaba de pie.

—¿Dónde estoy? —preguntó, reuniendo agallas—. ¿Dónde está Merlín?

—Cerca —dijo la voz crípticamente—. Un tipo interesante, este Merlinus, ¿no crees? Fue el primer humano al que conocí, ya sabes. Su miedo sabe particularmente picante. —La voz suspiró de forma autosatisfecha—. Y en cuanto a dónde estás, esa es una pregunta bastante más difícil de responder. No quería que estuvieras excesivamente preocupado por tus amigos, así que nos he trasladado... lejos. Fuera del tiempo. Fuera de... bueno, de todo, en realidad.

—¿Dónde estás? —exigió James, mirando alrededor.

—Oh, siempre lo olvido —dijo la voz, riendo ligeramente—. A vosotros los humanos no os gusta la sensación de "voz divina salida de ninguna parte", ¿verdad? Estoy justo aquí.

Con la palabra aquí, la voz se localizó. James giró hacia el sonido y vio una figura de pie ante él. Era exactamente la misma figura que había visto en el Espejo Mágico de Merlín, desde la túnica andrajosa sin pies a la capucha oscura y sin rasgos. James retrocedió lejos de él, jadeando.

—Me disculpo de nuevo —dijo la figura, alzando una mano—. Tal vez esto esté un poco mejor.

La figura del Guardián se tocó la capucha y después la echó hacia atrás. James tenía miedo de mirar pero no pudo contenerse. Hizo una mueca ante la forma revelada, y después frunció un poco la frente.

—¿Tú eres el Guardián? —preguntó, adelantándose un paso—. Te pareces un poco... a mi padre. Pero no exactamente.

—Este no es mi verdadero aspecto, por supuesto —dijo la figura como quien no quiere la cosa—. Todavía estoy aprendiendo cosas sobre los humanos, lo admito, pero he llegado a entender el tipo de formas que encontráis aceptables. —El Guardián sonrió apaciguadoramente—. ¿Esperabas algo horrendo, presumo? ¿Mil ojos y una larga cola horquillada? ¿Ese tipo de cosas?

James asintió con la cabeza, y después negó.

—No sé lo que esperaba. No importa, en realidad. ¿Qué quieres?

—Directo al asunto —dijo el Guardián, asintiendo cortante, todavía sonriendo—. Eso es lo que respeto de ti, James Sirius Potter. Nada de sentimentalismos. Te diré lo que quiero. Quiero ayudarte.

James negó con la cabeza.

—No me lo trago. Eres un mentiroso. Quieres que sea tu anfitrión para poder quedarte aquí en la tierra y destruirlo todo. Lo sé todo sobre ti. Solo quieres utilizarme.

—Vaya —dijo el Guardián, frunciendo un poco el ceño—, puesto así, suena realmente mal, ¿no? En la superficie, quiero decir.

—Bueno... —dijo James, un poco inseguro —, sí, así es.

El Guardián asintió, apretando los labios.

—Supongo que eso decide el asunto, entonces. Me dices no, no consigo anfitrión humano. En poco tiempo, perderé mi asidero en este plano terrenal y me veré forzado a volver al Vacío. Tú ganas. —La figura se encogió de hombros, como suavemente decepcionada.

—Sí... —estuvo de acuerdo James tentativamente—, supongo que es algo así.

—En ese caso, ¿te importa si charlamos solo un momento, James? Eso no hará ningún daño, ¿no?

—Er, supongo que no.

—Te gusta la señorita Morganstern, ¿no? —dijo el Guardián, arqueando una ceja hacia James y guiñándole un ojo—. No te culpo. De veras que no. Una chica encantadora. Se suponía que ella y yo íbamos a estar... muy unidos. Tengo que admitir, sin embargo, que tenía mis dudas respecto a ella. Vuestro muerto Voldemort tiene seguidores bastante devotos y ellos insistían en que ella era la adecuada para mí, pero yo sospechaba otra cosa. Y, claro está, tenía razón. Siempre tengo razón, James. No es el orgullo hablando, ya sabes. Es indudablemente la marca de una criatura atemporal. Yo veo la historia como un libro abierto, desde el principio al final. Sé cómo van a pasar las cosas porque, metafóricamente hablando, ya he saltado a las últimas páginas. —El Guardián suspiró indulgentemente—. Déjame preguntarte algo, James: ¿sabes quién soy realmente? —preguntó, inclinando la cabeza a un lado.

—Eres el Guardián —respondió James cuidadosamente—. Eres malvado.

—Sí, sí —dijo la figura, ondeando una mano impacientemente—. Pero aparte de todo eso. Tengo un montón de otros nombres además de ese, ¿sabes? Hay uno con el que me siento particularmente encariñado. Creo que te divertirá.

James sacudió la cabeza, sintiéndose progresivamente suspicaz.

—No sé lo que quieres decir.

—Entonces permíteme iluminarte, James —dijo el Guardián, aproximándose de repente a James y cayendo sobre una rodilla. Le miró atentamente, sus ojos chispeando con malicia—. James, muchacho, ¿recuerdas la historia? ¿La que tu amigo Ralph os regaló en la clase de Literatura Mágica? Sí, ¿verdad?

James asintió con la cabeza, perplejo.

—Claro, pero no veo...

—¡No lo ves porque no miras! —interrumpió el Guardián. Bajó la voz y dijo en un susurro conspirador—. ¡Yo, James, soy el Rey de los Gatos!

James retrocedió mientras el miedo hormigueaba por su espalda.

—Piensa en ello —insistió el Guardián, levantándose de nuevo y siguiéndole—. Yo sentado en la base de los escalones, guardando el umbral entre el mundo de los vivos y el de los muertos. Y, podría añadir, también decidiendo... ¡quién vuelve!

El guardián chasqueó hábilmente los dedos. Una charca de luz apareció y James no pudo evitar mirar. Una figura se ponía de pie en la charca de luz, mirando alrededor con sorpresa y maravilla. James jadeó y su corazón dio un salto.

—Abuelo... —dijo, dando un paso adelante.

—¡James! —dijo Arthur Weasley riendo un poco—. ¿Qué estás haciendo en el Ministerio? ¿Y qué demonios estoy haciendo yo en el suelo? Debo haber tropezado, torpe de mí.

—¡Abuelo! —exclamó James, con intención de correr hacia él, pero el Guardián colocó una mano sobre el hombro de James, deteniéndole.

—No puedes tocarle, James —dijo el Guardián con lástima—. Aún no. Tal vez con el tiempo.

—¿Pero cómo...? —lloró James.

Arthur Weasley inclinó la cabeza y le sonrió burlonamente.

—¿Esto es parte del secreto de tu abuela? —preguntó—. Lo es, ¿verdad? Sé que ha estado planeando algún tipo de fiesta sorpresa. Nunca ha sido capaz de engañarme, aunque yo la dejo creer que sí, querida mía. ¿Dónde están todos los demás?

—Él no puede verme —dijo el Guardián, volviéndose a mirar a Arthur—. Los que pasan a través nunca lo hacen.

—¿Eres... eres real? —tartamudeó James, una frívola excitación fluía de su interior—. ¿Eres realmente tú, abuelo?

—¿Qué clase de pregunta es esa, James? —dijo Arthur, mirando alrededor—. ¿Dónde estamos, por cierto? Esto no es en absoluto el Ministerio. Tengo que admitirlo, estoy un poco perplejo. ¿Escogí la rejilla equivocada en la Red Flu?

—¡No, abuelo! —lloró James—. Estás... tuviste un...

—Shh —dijo el Guardián—. No se lo cuentes.

—¿Por qué haces esto? —exigió de repente James, mirando a la entidad que tenía ante él— ¡Ese no puede ser realmente mi abuelo! ¡Él está muerto!

—La muerte es solo un umbral —replicó el Guardián, encogiéndose de hombros—. Sólo que nunca has sabido que era una puerta de dos direcciones. Amas a tu abuelo, ¿no?

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