James Potter y La Maldición del Guardián (83 page)

BOOK: James Potter y La Maldición del Guardián
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—¿Qué sabes tú de eso? —exigió James, luchando contra las lágrimas de frustración y furia.

—Admito que el concepto me resulta extraño —respondió la entidad—, pero he aprendido lo suficiente de los humanos para saber el gran poder que tiene sobre vosotros. Traerías de vuelta a tu abuelo si pudieras, ¿no?

James se mordió el labio, sus emociones rabiaban. En la segunda charca de luz, Arthur se estaba palmeando los bolsillos distraídamente, como si buscara algo.

—Dirección equivocada —murmuraba, riendo un poco nerviosamente—. ¿Dónde he puesto mi paquete de emergencia de Polvos Flu? Molly siempre insiste en que lo lleve. Cacareará durante días sobre el hecho de que finalmente los necesité.

—¡Sí! —barbotó James, las lágrimas inundaban sus ojos—. Quiero a mi abuelo. ¡Pero él se ha ido! ¡No puedes engañarme! ¡No haré lo que me pides ni siquiera si eso significa recuperarle!

—Desinteresado —dijo el Guardián con seriedad, asintiendo con la cabeza—. Un rasgo muy respetable. Lo admiro, de verdad. —Alzó una mano y chasqueó de nuevo los dedos.

Una tercera charca de luz apareció. James se giró para mirar, parpadeando a través de las lágrimas. Una figura pareció tambalearse hacia atrás entrando a la luz. Era alta y delgada, y llevaba túnica oscura; su largo cabello negro estaba enredado y húmedo por el sudor. Recuperó el equilibrio y giró en el punto, con la varita dispuesta. Sus ojos salvajes divisaron a James y el hombre se detuvo, respirando pesadamente, obviamente confuso.

—¿Harry? —llamó, frunciendo el ceño con consternación—. Tú no eres Harry. ¿Quién eres?

James no podía creer lo que veían sus ojos.

—¿Sirius? —jadeó—. ¡Eres Sirius Black!

—Diez puntos para ti —replicó Sirius—. ¿Dónde estoy? ¿Dónde están Remus, Harry y el resto? ¿Dónde está la maldita Bellatrix, ya que estamos? No he acabado con esa bruja.

—¡Sirius! —gritó James, conteniendo un sollozo, completamente perdido—. ¡Se... se acabó! Fuiste as...

—Los muertos no desean saber tales cosas —interrumpió el Guardián, silenciando a James—. Pero seguramente puedes ver quién es. Sirius Black. Y lo que es más importante, el padrino largamente perdido de tu padre.

James asintió, sin oír a penas.

El Guardián siguió.

—Niégate a ti mismo la posibilidad, James. Envía a tu abuelo al reino de la muerte. ¿Pero serás capaz de vivir contigo mismo sabiendo que desperdiciaste la oportunidad de devolver a tu padre al único hombre al que quiso hasta el punto de sufrir por ello cada día de su vida? ¿Podrás volver a mirar a tu padre a los ojos otra vez, sabiendo que le negaste su mayor deseo: recuperar a su padrino?

La mente de James se tambaleaba.

—¡Pero no son reales!

—¿Y qué significa eso, James? —exigió el Guardián—. ¡Míralos! ¡No conocen sus propios destinos! Para ellos, el tiempo no ha pasado en absoluto. ¡Creen que son reales! ¿Quién eres tú para decir otra cosa?

—¡No lo sé! —gritó James, aferrándose la cabeza.

—Es muy simple, James —consoló el Guardián, avanzando hacia James—. Yo soy el Rey de los Gatos. Puedes unirte a mí y ver regresar a todos aquellos a los que has perdido. Tu abuelo, el padrino de tu padre, incluso tus largamente desaparecidos abuelos. No hay inconvenientes, James, solo un pequeño precio. Un precio que ni siquiera te importará pagar, te lo aseguro. ¡Un precio que te alegrarás de pagar!

—¿Cuál es? —preguntó James impotentemente, mirando una y otra vez entre Sirius Black y Arthur Weasley.

—Una cosilla, una bagatela —dijo el Guardián, extendiendo la mano y colocándola sobre el hombro de James—. Un servicio al mundo, en realidad.

—No voy a matar a nadie —dijo James, sacudiendo la cabeza, las lágrimas corrían por su cara.

—Mira —susurró gentilmente el Guardián, dando la vuelta a James—. Mira antes de responder.

Tras James había otra charca de luz. Una última figura estaba de pie dentro de ella, bastante sorprendida de estar allí. Largo cabello blanco colgaba a ambos lados de una cara ojerosa, y los ojos estaban llenos de odio. James pudo ver inmediatamente el parecido familiar. Era Lucius Malfoy.

—¿Qué significa todo esto...? —jadeó Lucius. Buscó su varita, pero al parecer no estaba allí—. ¿Dónde está mi varita? —dijo más allá de James, al Guardián—. ¡Exijo saber donde me has traído, estúpida criatura!

—Este es el hombre —susurró el Guardián sobre el hombro de James—. Sus manos están manchadas con la sangre de docenas de personas. Su plan era que tu hermana y tú murierais en la Cámara de los Secretos. Es el responsable de la muerte de los padres de Petra Morganstern, y por su voluntad ella ha sido maldecida con el alma de Voldemort. Incluso ahora, este miserable despiadado planea asesinatos y muerte. Su corazón es una caja negra de odio. Mátale, James. Libra al mundo de este loco. Está claro que se lo merece. Mátale. Hazlo ya. —Mientras hablaba, el Guardián retrocedía, como dando espacio a James.

James pretendía negarse. En su lengua estaba el no, pero de repente, no podía obligarse a pronunciarlo. El Guardián tenía razón. Lucius Malfoy merecía morir. Era irredimible. James sintió la varita en la mano antes de comprender que la había sacado. Era la de Ralph. La sentía caliente y enorme en su palma. La sentía mortífera.

—¿Qué es esto? —ronroneó Lucius, entrecerrando los ojos—. ¿Envías a un niño a acabar conmigo? Conozco a este. Es tan débil como estúpido era su padre. No lo hará. No tiene lo que hay que tener.

—Se burla de ti —dijo el Guardián sedosamente, ansioso, su voz llegando de nuevo del aire alrededor—. Demuéstrale lo equivocado que está. Mátale.

La mano de James temblaba cuando apuntó la varita. Parecía enorme en su puño. Ella quería matar a Lucius tanto como él. Y entonces, cuando estuviera hecho y Lucius yaciera muerto a los pies de James, recuperaría a su abuelo. Y Sirius Black podría volver a ser el padrino de papá, como siempre debió haber sido. James miró atrás, y vio a Sirius y Arthur observándole. Ambos fruncían el ceño ligeramente, como si no pudieran ver bien qué estaba ocurriendo.

—James —dijo Arthur, con voz preocupada—. Ten cuidado, hijo.

—¿James? —dijo Sirius para sí mismo, mirando a Arthur. Volvió a mirar a James, la comprensión emergiendo en su rostro—. Estamos muertos —dijo simplemente—. Y de algún modo, de algún modo, eres el hijo de Harry, ¿no? ¿Quién está detrás de ti...? ¡Lucius Malfoy! ¡Cuidado, James Potter!

James se dio la vuelta, levantando la mirada a la cara presuntuosa de su Némesis.

—Hazlo —siseó el Guardián—. ¡Mátale!

Lucius gruñó.

—¡No puedes! ¡Eres débil!

—¡No lo soy! —sollozó James. Apretó la garra sobre la varita y la apuntó directamente al corazón del hombre más alto. Y entonces, con repentina dicha, la tranquilidad le bañó. Él no era débil. Podía hacer exactamente lo que tenía que hacer. En su mente, oyó a la vez las voces de Helga Hufflepuff y Merlín: hacer lo correcto siempre es simple, pero nunca fácil.

—Soy un guerrero —susurró James para sí mismo, apretando los dientes—. Y la señal de un verdadero guerrero... es saber cuando no luchar.

Con esto, James bajó la varita. La dejó caer, y dio la espalda a Lucius Malfoy. Lentamente, comenzó a alejarse.

—¡James Sirius Potter! —gritó el Guardián—. ¡No puedes hacerte a un lado! ¡Mátale! ¡Se lo debes al mundo! ¡Te lo debes a ti mismo y a tu padre! ¡No puedes rechazar el poder que te estoy ofreciendo!

James miró con tristeza a su abuelo, con el corazón roto. Arthur sonrió orgullosamente y asintió hacia él.

—El muchacho es fuerte —dijo Sirius, con los ojos negros y brillantes—. Como su padre antes que él.

Lentamente, las charcas de luz se desvanecieron. Arthur y Sirius descendieron a la oscuridad.

James siguió caminando. Estaba casi en el borde de su propio círculo de luz cuando oyó la voz de Lucius Malfoy tras él.

—Si tú no matas para convertirte en el anfitrión del Guardián —dijo, su voz rezumando odio —. ¡Entonces lo haré yo!

James sabía que Lucius había recogido la varita de Ralph. La sintió apuntándole. Se detuvo en el acto, sin darse la vuelta.

—¡Avada Kedavra! —siseó Lucius, la saliva voló desde sus labios debido a la fuerza de su rabia. El rayo de luz verde crepitó a través del aire y golpeó a James directamente en la espalda. James sintió su fuerza, y esta le empujó ligeramente hacia delante. Aún así, no se giró. Estaba de pie precisamente al borde de la luz y de la sombra.

Lucius miró fijamente al chico, con los ojos entrecerrados y una mueca de odio grabada en el rostro. El chico caería ahora; estaba muerto. Lucius esperó, todavía sujetando la ruda varita de punta verde, todavía apuntando a la espalda del chico.

Se oyó un ligero sonido de desgarro. Una larga línea rasgó de repente la tela de la Bolsa Oscura sobre la espalda de James, extendiéndose desde el punto donde la maldición asesina la había golpeado. James sintió movimiento en el interior de la Bolsa. Algo había despertado dentro de ella. Muchas cosas, de hecho, y estaban hambrientas.

—¿Qué clase de truco es este? —dijo Lucius, nervioso, dando un paso atrás. Miraba fijamente el desgarro en la Bolsa Oscura mientras un ruido comenzaba a emanar de ella. James se endureció a sí mismo, cerrando las manos en puños. El ruido se incrementó, convirtiéndose en un ruidoso y agitado zumbido. Y entonces, violentamente, la Bolsa Oscura estalló. Los Borleys manaron del agujero donde la Maldición Asesina la había roto. Habían saboreado la maldición, y querían más. Fluyeron a través del aire hacia Lucius como una nube de murciélagos.

Los ojos de Lucius se desorbitaron ante la visión de la avanzadilla de Borleys. Instintivamente, ondeó la varita hacia ellos, disparando hechizos al azar. Los rayos de luz salían disparados de la varita, y los Borleys entraron en un hambriento frenesí, rabiosos y fortalecidos por la magia. Cayeron sobre Lucius como una nube.

James se giró finalmente, dejando que los restos de la Bolsa Oscura se deslizaran de sus hombros. Cuando miró atrás, Lucius estaba completamente engullido por los Borleys. Se cernían sobre él, devorándole vivo. Él gritaba mientras se lo comían, succionando la magia de él, como vampiros. Parecía estar encogiéndose. Cayó de rodillas, invisible a través de la hirviente y sombría masa. Era horrible, y aún así James no podía obligarse a apartar la mirada. Al fin, el cuerpo de Lucius pareció deshacerse completamente. Se disolvió en una especie de cenizas que se desmoronaron y colapsaron sobre el suelo, su último grito áspero resonando en la oscuridad. En cuestión de segundos, los Borleys desaparecieron, perdidos en el Vacío.

James se adelantó. Lo que quedaba de Lucius Malfoy sobresalía por las mangas y el cuello de su túnica como polvo de ceniza. James se arrodilló, con mucho cuidado, recogiendo dos cosas de las cenizas de la mano de Lucius. Cuando se levantó, se metió en el bolsillo una de ellas: la varita de Ralph. La otra, la sostuvo en su mano, sintiendo su pequeño y oscuro poder.

—Deja eso —ordenó el Guardián, y su voz había cambiado, volviéndose más profunda y menos humana—. No sabes lo que has hecho.

James sacudió la cabeza.

—Sé exactamente lo que he hecho —dijo.

—¡No puedes desafiarme! —rugió el Guardián, y se reveló a sí mismo por primera vez. Ya no parecía humano, sin embargo, sino un enorme remolino de humo y ceniza. Sus ojos zumbaban a través de la nube, furiosos y rojos—. ¡Nadie puede desafiar al Guardián! ¡Suelta la piedra! ¡Tú no puedes contener su poder!

—Eso es cierto —dijo James, que ya no temía al Guardián—, pero conozco a alguien que si puede.

Se giró, sabiendo de algún modo que Merlín estaría cerca. Tal vez el propio James había provocado que estuviera allí. Se acercó al gran mago y extendió la mano. En ella, el anillo centelleaba brillantemente. Dardos de luz lanzaban destellos desde las caras negras de la Piedra Faro.

Merlín sonrió lentamente y sin humor. Con ademán gentil, tomó el anillo y se lo colocó en el dedo, junto a su gemelo.

—¡Y ahora —dijo Merlín, alzando la mano—, como tu Embajador terrenal y portador de la Piedra Faro completa, te lo ordeno! ¡Este no es tu mundo, no deberás ocuparlo! ¡Fuera, Bestia de los Abismos, Guardián del Vacío! ¡Te destierro a la nada que debería ser siempre tu hogar! ¡Parte en este mismo momento, y no regreses nunca!

La nube de humo y ceniza rugió. Hizo ademán de caer sobre Merlín intentando consumirle, pero un enorme y súbito estallido de vívida luz apareció en la oscuridad, desgarrándola. El rugido del Guardián se convirtió en un chillido mientras era empujado hacia arriba, hacia la grieta. Él luchó contra la fuerza, girando y retorciéndose, y por un momento, James pensó que parecía un enorme ciclón invertido. Y entonces, con un destello cegador y un trueno, desapareció, desvaneciéndose de vuelta al Vacío del que había venido.

James parpadeó en el silencio. Tomó un profundo aliento y se dio la vuelta hacia Merlín, exhausto.

—¿Se ha marchado? —preguntó—. ¿Para siempre?

Merlín asintió lentamente.

—La puerta entre los mundos se ha cerrado.

Se había acabado. James volvió a mirar atrás, curioso por ver si quedaba algún rastro de la grieta cegadora en la cual el Guardián se había desvanecido. No había nada excepto negrura y silencio. Y entonces....

Hubo un destello y James se tambaleó; luz y ruido explotaron a su alrededor. Entrecerró los ojos, jadeando en busca de aliento ante el súbito ruido y la ráfaga del aire; estaba de vuelta en la parte trasera de la locomotora del Hogwarts Express otra vez, como si nunca la hubiera abandonado. Los árboles pasaban a toda prisa, como antes, pero cuando James miró sobre el vagón del carbón que había tras él, el aire era brillante y claro.

—¡Los Dementores se han ido! —gritó a Merlín.

—Enviados de vuelta al Vacío junto con su amo —estuvo de acuerdo Merlín, asintiendo con la cabeza.

James sonrió con alivio, y de repente recordó el peligroso destino del tren.

—¡Tenemos que parar el tren! —bramó, abriendo mucho los ojos—. ¡Va a caer por el puente inacabado! ¡Todo el que esté a bordo morirá!

Merlín asintió de nuevo, su cara se volvió sombría. Una vez más, James abrió la puerta del compartimento de la locomotora. En vez de oscuridad, sin embargo, esta vez encontró un estrecho espacio interior, sofocantemente caliente. En la parte delantera del compartimento había un banco de incomprensibles diales y aparatos de medición. Sobre estos, dos amplios ventanales miraban hacia las vías que se aproximaban.

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