La Guerra de los Dioses (36 page)

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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickmnan

Tags: #Fantástico

BOOK: La Guerra de los Dioses
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¿La había matado el bastón? ¿La había engañado simulando estar sometido, y la había llevado hacia su propia trampa, haciéndola tropezar adrede? ¿O sólo había sido un accidente fortuito? La mano del joven mago se adelantó para coger el báculo, pero se detuvo a mitad de camino, temblorosa.

Usha corrió a su lado y lo cogió por el brazo, apretándoselo. Palin se apoyó en la muchacha, agradecido.

—¡Date prisa, Palin! —Tas se limpió con la punta del copete la sangre que le manchaba los ojos—. ¡Quiero ver lo que pasa fuera!

—Si te impresiona demasiado, yo cogeré el bastón, Majere —dijo Steel con desdén.

Palin apartó a su primo de un empellón. Sin quitar los ojos del cayado, inhaló profundamente, alargó la mano, y sacó el bastón de debajo de los dedos muertos. Una vez recuperado, el joven empezó a incorporarse.

Una figura vestida de negro y encapuchada se encontraba directamente delante de él.

Steel, sobresaltado, desenvainó la espada, pero Palin actuó con rapidez para detenerlo.

—¡Quieto! ¡Es mi tío!

Raistlin observó a Steel sin mucho interés, aparentemente, pero enseguida sus ojos se volvieron hacia Palin.

—Bien hecho, sobrino.

—Tío, ¿cómo...? —empezó el joven mago.

El sordo retumbo de un trueno, que parecía surgir de la tierra, no del cielo, hizo que el suelo de la cámara se agrietara bajo sus pies. En alguna parte, cerca, sonó un gran estrépito.

—No hay tiempo para preguntas —dijo Raistlin. Cogió a Palin por el brazo e hizo señas a Usha y a Tasslehoff para que se acercaran—. Dalamar arregló mi traslado hasta aquí. Nos espera en la Torre de la Alta Hechicería.

—Tú no vas a ninguna parte, Palin —declaró Steel, sombrío—, salvo a ver a lord Ariakan. Tú y tu tío.

—Prometí que hablaría con Ariakan —comentó el joven mago, indeciso—. Quizá deberíamos...

—El momento de hablar ha pasado. La batalla ha dado comienzo. En este instante, lord Ariakan se dirige hacia ella. —La mirada de Raistlin fue hacia Steel—. Tu espada es necesaria en otra parte, hijo de Brightblade. Déjanos marchar en paz.

Steel se daba perfecta cuenta de que aquella afirmación era cierta. Los sonidos de la batalla penetraban hasta aquel nivel profundo de la torre.

El archimago se adelantó, y su negra túnica susurró al arrastrar por el suelo de piedra. Steel lo miró con desconfianza al tiempo que desenvainaba la espada.

—Reconozco esa arma —dijo Raistlin sosegadamente—. Es la de tu padre, ¿verdad? Nunca me gustó mucho Sturm, con su obsesión por el honor de un caballero y la nobleza. Solía hacer un gran alarde de ello, y me lo echaba en cara.

Steel no dijo nada, pero su mano se cerró con más fuerza sobre la empuñadura de la espada, hasta que los nudillos se le quedaron blancos.

Raistlin se acercó más a él.

—Y entonces descubrí algo muy interesante sobre tu padre. Nos había mentido. Sturm Brightblade no era más caballero que yo. Fue investido sólo poco antes de su muerte, y, durante todo aquel tiempo, lució armadura, llevó espada... y todo era una mentira. —El archimago se encogió de hombros—. Y ¿sabes una cosa? Me gustó más después de descubrir aquello.

—Porque suponías que se había rebajado a tu nivel —replicó Steel con voz ronca.

La sonrisa esbozada por Raistlin fue torcida, amarga.

—Eso sería lo que pensarías
tú,
¿verdad, Brightblade? Pero, no, no fue ésa la razón. —El archimago se aproximó más, tanto que Steel pudo percibir el frío del débil cuerpo del hechicero; pudo oír la trabajosa respiración, los pitidos del aire en sus pulmones; pudo sentir el suave tacto del terciopelo negro.

»
Tu padre mintió a todo el mundo salvo a una persona: a sí mismo. En el fondo de su corazón, Sturm
era
un caballero. Tenía más derecho a ese título que muchos de los que lo poseían oficialmente. Sturm Brightblade se regía por unas leyes que nadie le imponía. Vivía conforme a un noble código en el cual no creía nadie más... Hizo un juramento que nadie escuchó, sólo él mismo... y su dios. Nadie le impuso cumplir ese juramento, guardar la Medida. Fue él mismo quien se obligó. Sabía quién era.

»
¿Y tú, Steel Brightblade? —Los dorados ojos con las pupilas en forma de reloj de arena centellearon—. ¿Sabes quién eres?

El semblante de Steel se puso lívido. El joven abrió la boca, pero de sus labios no salió una sola palabra. Una lágrima se deslizó por su mejilla. Agachó la cabeza con tanta rapidez que el largo cabello negro le cayó hacia adelante, cubriéndole la cara.

Con un gesto furioso, envainó la espada en la funda, se dio media vuelta sin mirar a nadie, y corrió escalera arriba, hacia el sonido de la batalla.

29

Todos deben unirse como uno solo

Raistlin estaba de pie junto a una de las ventanas de las estancias altas de la Torre de la Alta Hechicería de Palanthas. El archimago se encontraba, una vez más, en su antiguo estudio, un cuarto que —lo sorprendió y hasta cierto punto le hizo gracia darse cuenta de ello— Dalamar había conservado tal y como estaba cuando su
shalafi
se había marchado. El estudio no había permanecido cerrado al mundo, como había estado el laboratorio, con los artefactos peligrosamente poderosos que guardaba, y sus oscuros e inquietantes secretos.

Algunos objetos, en su mayoría mágicos, habían sido sacados del estudio y quizá trasladados a los aposentos de Dalamar, o tal vez a las aulas, donde los jóvenes aprendices los estudiaban, trabajando para desentrañar sus arcanos misterios. Pero el escritorio de madera, minuciosamente tallado, seguía aquí. Los volúmenes de libros colocados en las estanterías eran viejos amigos; sus encuadernaciones le eran muy familiares a Raistlin, más que los rostros de las personas de su pasado. La alfombra era la misma, aunque considerablemente más desgastada.

Se volvió para mirar a Usha, que estaba sentada en la misma silla en que lady Crysania se había sentado una vez, e intentó evocar el pasado para ver el rostro de la sacerdotisa de Paladine. Sus rasgos aparecían velados por las sombras. El archimago sacudió la cabeza y se volvió de nuevo hacia la ventana.

—¿Qué es ese extraño resplandor que brilla en el norte? —preguntó.

—El océano Turbulento arde en llamas —respondió Dalamar.

—¿Qué? —gritó Palin, sobresaltado, incorporándose de su silla con brusquedad—. ¿Cómo es eso posible?

—¡Quiero verlo! —exclamó Tas, acercándose a la ventana.

El cielo nocturno estaba oscuro por todas partes, excepto en el norte. Allí brillaba con una horrenda tonalidad roja anaranjada.

—¡El mar en llamas! —dijo Palin, sobrecogido.

—Ojalá pudiera verlo —suspiró Tas.

—Todavía puedes tener oportunidad de hacerlo. —Dalamar buscaba entre los volúmenes que ocupaban las estanterías. Hizo una pausa y se volvió para mirarlos—. Se envió a unos miembros del Cónclave para que investigaran. Informaron que una inmensa fisura se había abierto en el fondo del océano, entre Ansalon y las islas de los Dragones. La falla vomita materia incandescente que hace que el agua del océano se evapore. Lo que veis son nubes de vapor que reflejan el pavoroso resplandor.

»
De la fisura surgen dragones de fuego, montados por demonios y una especie de criaturas de sombras. Su número es incalculable. Cada lengua de fuego que lame el borde roto de la falla, estalla y se convierte en uno de esos horribles dragones, hechos de fuego y magia. Las criaturas que los montan están creadas de la bullente oscuridad de Caos. Sus fuerzas están asaltando ahora la Torre del Sumo Sacerdote, y muy pronto atacarán todos los demás puntos estratégicos de Ansalon. Hemos recibido informes de que los enanos de Thorbardin combaten ya con esos demonios en sus cavernas subterráneas.

—¿Y el libro? —preguntó Raistlin, impertérrito.

—¡No lo encuentro! —Dalamar masculló algo en voz baja y reanudó su búsqueda.

—Mi pueblo. —A Usha le temblaban los labios—. ¿Qué les pasará a los míos? Viven... viven cerca de ahí.

—Los tuyos fueron responsables de traer esta destrucción sobre todos —comentó Raistlin con tono cáustico.

Usha se encogió sobre sí misma, temblorosa ante la presencia del mago. Su mirada fue hacia Palin, buscando consuelo, pero el joven la había evitado desde su regreso a la torre. Durante todo ese tiempo, Raistlin los había estado observando atentamente. Era obvio que Usha todavía no le había dicho a Palin la verdad. Mejor así, teniendo en cuenta las pruebas que les aguardaban. Mejor así...

—¿Qué está haciendo el Cónclave? —preguntó Palin a Dalamar.

—Tratando de determinar la estructura y naturaleza de esas criaturas mágicas para que podamos combatirlas —respondió éste—. Por desgracia, esto sólo puede hacerse enfrentándose a ellas directamente. Como jefe del Cónclave, me he ofrecido voluntario para encargarme de ese cometido.

—Una tarea peligrosa —comentó Raistlin, que se volvió a mirar al elfo oscuro que en el pasado había sido su aprendiz—. Y de la que probablemente no regresarás.

—Tampoco es que eso importe mucho, ¿no crees? —respondió Dalamar, encogiéndose de hombros—. Estuviste en la reunión del Cónclave cuando se discutió este asunto. Si nuestras teorías se confirman, no importará en absoluto.

—Iré contigo —ofreció Palin—. No soy de rango alto, pero puedo prestarte cierta ayuda.

—Los dioses necesitan la ayuda de todos nosotros. En especial, nuestra Oscura Majestad. Sin embargo, sigue intentando jugar con dos barajas —rezongó Raistlin—. Espera salir de esto victoriosa.

—Haría bien conformándose con poder salir —dijo Dalamar secamente.

—Entonces, ¿me llevarás contigo? —preguntó Palin, cuya mano se cerró con fuerza sobre el bastón.

—No, joven mago. Y no pongas ese gesto abatido, que no te faltarán ocasiones de morir. Se te va a encargar otra tarea. El jefe de los Túnicas Blancas, Dunbar Mastermate, viene conmigo, y también Jenna, en representación de los Túnicas Rojas. Con suerte, aun en el caso de que nosotros caigamos, las conclusiones que saquemos llegarán al Cónclave a tiempo de hacer uso de lo que hayamos descubierto.

—No llegarán a tiempo para ayudar a los que están en la Torre del Sumo Sacerdote —comentó Raistlin mientras señalaba el horizonte. El ardiente resplandor del cielo se reflejaba en las cumbres de las montañas, haciéndose más y más brillante, convirtiendo la noche en un escalofriante y aterrador día—. Los caballeros ya están siendo atacados.

—Qué mala suerte que Tanis no esté aquí —dijo Tas con tono melancólico—. Siempre fue muy bueno en este tipo de cosas.

—Tanis el Semielfo libra su propia batalla en su plano de existencia —manifestó Raistlin—. Y en sus países también lo hacen los elfos, los enanos, los kenders.

—¿Están atacando Kendermore? —preguntó Tas, sintiendo un nudo en la garganta.

—Todos los lugares de Krynn, maese Burrfoot —repuso Dalamar—. Todos los seres, de todas las tendencias y credos, habrán de dejar a un lado sus otras disputas y unirse para luchar por su supervivencia.

—Quizá lo hagan —intervino Raistlin—. O quizá no. El odio está muy arraigado en Ansalon. Pero la alianza es nuestra única esperanza... aunque las posibilidades de que eso ocurra sean escasas.

—¿Querrías enviarme a mi país, Dalamar? —pidió Tas, que se irguió en toda su corta estatura—. Laurana me enseñó un montón acerca de cómo ser un general. Sé cosas importantes, como por ejemplo que no hay que tocar «retirada» al comienzo de la batalla, porque eso desconcierta mucho a los soldados, aunque sea una melodía preciosa para tocar con una trompeta, y yo sólo estaba probando a ver si sabía. Así que, si me transportas mágicamente de vuelta a Kendermore, te lo agradecería, porque me gustaría hacer cuanto pudiera para ayudar.

—Me temo que Kendermore tendrá que arreglárselas sin su general —repuso Raistlin—. Me parece recordar dónde está guardado ese volumen. —Se acercó a las estanterías de libros para ayudar a Dalamar a buscarlo—. Tus habilidades son necesarias en otra parte.

Tasslehoff se quedó boquiabierto. Hizo esfuerzos para hablar, y, cuando lo consiguió, su voz sonó como un graznido:

—¿Quieres... quieres repetir eso, Raistlin?

—¿Que repita qué? —demandó el archimago, irritado.

—Lo de que... hago falta —dijo el kender, que tuvo que tragar saliva para quitarse el nudo de la garganta—. Fizban solía pensarlo, aunque, claro, sus ideas tendían a ser confusas... Estaba un poco grillado, ya me entiendes. No es mi intención ofenderte —añadió, alzando la vista al cielo—. Él y yo decidimos que, puesto que soy pequeño, podía ayudar en las cosas pequeñas, como rescatar enanos gullys que iban a convertirse en desayuno de un dragón. Las cosas realmente importantes debía dejarlas para la gente importante.

—Son estas personas las que esperan con expectación tu ayuda —dijo Dalamar—. Te enviamos con Palin.

—¿Lo has oído, Palin? ¡Voy contigo! —exclamó Tas, muy excitado.

—Lo he oído, sí —El joven mago parecía mucho menos entusiasmado.

—Aquí está. —Raistlin sacó un libro de la estantería y lo puso sobre el escritorio.

Él y Dalamar se inclinaron sobre el volumen ansiosamente, pasando las páginas con impaciencia.

Tasslehoff empezó a deambular por el estudio, examinando los diversos objetos curiosos que había sobre mesas pequeñas y adornando la repisa de la chimenea. Cogió lo que parecía ser sólo un trozo de madera, pero, al examinarlo con más detenimiento, descubrió innumerables cajones diminutos tallados en él, todos ellos ingeniosamente disimulados para no parecer lo que eran.

La caja iba camino de uno de los saquillos de Tas cuando el kender se quedó parado. Sostuvo la caja en la mano, la contempló anhelante, y acarició la madera suavemente.

Suspirando, se aupó y, con cuidado, volvió a poner la caja en la repisa de la chimenea.

—Voy en una misión importante —dijo seriamente—, y no me conviene llevar demasiado peso.

—Ahora sé que el fin del mundo está próximo —masculló Dalamar.

—Aquí está el párrafo —dijo Raistlin—. Sí, ¿ves? Lo recordaba correctamente.

Dalamar se inclinó sobre el libro, y los dos magos leyeron, pronunciando de vez en cuando en susurros algunas palabras que sonaban raras.

Palin hizo lo posible por escuchar algo; las palabras parecían elfas, pero debían de ser en el antiguo lenguaje elfo, ya que sólo conseguía entender una entre veinte. Viendo absorto a su tío, Palin se acercó a Usha y se quedó de pie, a su lado.

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