Steel buscó entre los cuerpos de los dragones muertos confiando en encontrar a Llamarada para poder rendirle honores antes de partir. Su búsqueda fue precipitada, obligado por la necesidad, y no fue capaz de encontrar el cadáver de la hembra de dragón entre los azules caídos. Llegó a la conclusión de que su cuerpo yacía en algún punto de los bosques, entre las rocas de las montañas Vingaard.
Estaba a punto de montar en la silla de un dragón azul que le era desconocido cuando sonó una furiosa llamada desde lo alto. Con las alas levantando nubes de polvo, Llamarada descendió del cielo y aterrizó justo delante del otro dragón. Mientras avanzaba hacia el extraño, su cuello se arqueó en un gesto de desafío, sus alas se extendieron y su cola restalló.
—¡Éste es
mi
caballero! —siseó Llamarada—. ¡No vuela hacia la batalla con nadie excepto conmigo!
Steel se apresuró a intervenir antes de que estallara la lucha, ya que el azul que iba a montar no tenía intención de ceder. El caballero pidió con amabilidad al dragón macho que se uniera con los otros que volaban sin jinete. El reptil accedió con actitud estirada, dejando claro que estaba ofendido. Llamarada no atacó al extraño una vez que Steel le pidió que se marchara, pero no pudo evitar darle un mordisco en la cola cuando se alejaba.
La hembra de dragón y su jinete se saludaron, jubilosos, los dos muy complacidos de ver que el otro seguía vivo y, aparentemente, ileso.
—Los otros azules dijeron que te marchaste enfurecida —dijo Steel—. ¿Dónde has estado? ¿Adónde fuiste?
Llamarada ladeó la testa; su cresta azul relució con la luz de las antorchas.
—Fui a ver esa grieta de la que todo el mundo hablaba para comprobar por mí misma si era cierto o no. Admito —añadió al tiempo que lanzaba una mirada de soslayo a los dragones plateados— que creía que era un truco. —Agachó la cabeza y su voz se hizo más profunda:— No es ningún truco, Steel. Una espantosa batalla se libra en el Abismo. He estado allí y lo he visto.
—¿Cómo marcha la guerra?
—Nuestra reina huyó. —Sus ojos centellearon—. ¿Lo sabías?
—Sí, lo sabía. —La voz de Steel sonaba suave, severa.
—Algunos de los dioses se marcharon con ella: Hiddukel fue el primero en seguirla. Zivilyn partió argumentando que había visto todos los finales posibles y tenía miedo de influir en el resultado si se quedaba. Gilean está sentado, escribiendo en su libro, el último volumen. Los otros dioses siguen combatiendo, dirigidos por Kiri-Jolith y Sargonnas, pero, al estar en el mismo plano inmortal con Caos, poco pueden hacer contra Él.
—¿Y nosotros podemos? —preguntó Steel.
—Sí, por eso vine a decírtelo, pero —Llamarada echó una rápida ojeada a los caballeros montados— parece que ya lo sabéis.
—En efecto, aunque me alegro de que hayas confirmado esa información.
Steel subió a lomos de Llamarada, levantó el estandarte de los Caballeros de Takhisis, la bandera con el lirio de la muerte y la calavera. Los Caballeros de Solamnia enarbolaron su propio estandarte, decorado con el martín pescador sosteniendo en una garra la rosa y en la otra, la espada. Las banderas colgaban lacias, fláccidamente, en la asfixiante y cargada atmósfera de la noche.
Nadie lanzó vítores. Nadie habló. Cada hombre echó una última y larga mirada al mundo que sabía no volvería a ver jamás. Los Caballeros de Solamnia inclinaron su estandarte en homenaje a la Torre del Sumo Sacerdote. Steel hizo otro tanto en homenaje a los muertos.
Los dragones remontaron el vuelo, llevando a sus jinetes hacia el vacío cielo sin estrellas, sin dioses.
El regalo.
Instrucciones
—¿A qué estamos esperando? —demandó Usha, nerviosa e irritable—. ¿Por qué no vamos a alguna parte y hacemos algo?
—Pronto, muy pronto —rezongó Dougan.
—Estoy de acuerdo —dijo Tasslehoff, que paseaba de un lado para otro, desalentado, arrastrando los pies y levantando nubes de ceniza con las botas—. Las cosas se pusieron muy feas cuando esos pachones pulgosos de sombras intentaron atraparnos. Ojo, no estaba asustado. No era realmente miedo, pero me dio no sé qué verme plantado frente a mí cuando sabía que no estaba allí. Que no era yo, quiero decir. Y después oírme decir esas cosas tan feas a mí mismo, todo ese rollo de que no era nada. Cuando no lo era, ya sabes.
Palin se estremeció.
—No hablemos más de ello —pidió—. Estoy de acuerdo con Usha. Deberíamos estar haciendo
algo.
—Pronto, muy pronto —repitió el enano, pero no se movió.
Dougan estaba sentado en un tocón quemado, abanicándose con el sombrero. Tenía un aspecto solemne y preocupado, y parecía estar en otro sitio. Ladeaba la cabeza, como si escuchara atentamente, y escudriñaba al frente, como si observara intensamente algo. Una vez, gimió y se cubrió la cara con la mano, como si no pudiera soportar lo que estuviera viendo y oyendo.
Los otros tres lo contemplaban con ansiedad, y seguían haciendo preguntas que no recibían respuesta. Por fin, se dieron por vencidos. Usha y Palin se sentaron juntos, agarrados de la mano y hablando en voz baja. Tas, protestando que la ceniza lo hacía toser, empezó a revolver en sus saquillos.
—Ya está —dijo Dougan al tiempo que se incorporaba de un salto tan repentinamente que los sobresaltó a todos—. Están de camino. Debemos ir hacia allí para reunimos con ellos.
—Todavía no —manifestó una voz—. Todavía no.
Raistlin se materializó en el centro del círculo de los siete pinos, cerca del altar destrozado.
—¡Estupendo! —rezongó Dougan, que miraba al archimago no muy complacido—. Es lo único que nos faltaba.
Echó a andar hacia él pisando fuerte, dando patadas a los trozos de árbol con irritación. Raistlin lo observaba con una sonrisa divertida en sus finos labios.
—¡Tío! —exclamó Palin con alegría—. ¿Qué noticias nos traes? ¿Viste a las criaturas que nos atacaron? —Echó a andar hacia Raistlin para reunirse con él.
Usha lo siguió de mala gana.
—¡Eh, esperadme! —gritó Tas, pero en ese momento algo volcó todos sus saquillos, desparramando lo que contenían, y se vio obligado a agacharse y gatear para volver a recogerlo todo.
Palin y Dougan entraron en la pinada. Usha se quedó más atrás, tímidamente, aunque Palin había intentado tirar de ella para que siguiera andando.
—Ve a hablar con tu tío —le había dicho, apartando su mano de la de él—. Esto es importante, y yo sólo estaría estorbando.
Raistlin observaba la escena, y sus dorados ojos se estrecharon en un gesto impaciente, desdeñoso. Palin, desasosegado, con la sensación de que, de algún modo, había traicionado la confianza de su tío, se había alejado de Usha sin decir nada más para dirigirse presuroso hacia la pinada.
Raistlin miró a su sobrino fijamente.
—Estuviste a punto de fracasar. —Su mirada fue hacia el punto donde Palin había estado de pie cuando los seres de sombras atacaron.
—L... lo siento, tío. —Palin enrojeció—. Era... tan horrible y... tan extraño y... —Su voz se apagó, falta de convicción.
—Quizás estabas distraído, sin poder concentrarte. —La fría mirada del archimago fue hacia Usha, y el sonrojo de Palin se acentuó.
—No, tío, no creo que fuera eso. Los... —Sacudió la cabeza y se irguió, mirando directamente a Raistlin a los ojos—. No tengo excusa, tío. De no ser por Usha, me habría vuelto lo que la criatura me dijo que era: nada. Pero no volverá a ocurrir, te lo prometo.
—Se dice que aprendemos más de nuestros errores que de nuestros aciertos. Espero que este proverbio sea cierto en tu caso, sobrino, por el bien de todos nosotros. Se te va a confiar algo de una enorme responsabilidad. Muchas vidas están en juego.
—No te fallaré, tío.
—No te falles a ti mismo. —La mirada de Raistlin fue de nuevo hacia Usha, que buscaba refugio en la sombra de uno de los pinos quemados.
—Basta de tonterías —gruñó Dougan—. A mi modo de ver, el chico se portó bastante bien, archimago, considerando su edad y su inexperiencia. Y si estaba un poquito distraído por su amor hacia la muchachita, también fue el amor de ella el que lo salvó al final. ¿Dónde estarías ahora, Raistlin Majere, si hubieras considerado el amor como una fuerza, no como una debilidad?
—Probablemente sentado en la cocina de mi hermano, haciendo salir monedas de oro de mi nariz para diversión de la chiquillería —replicó el archimago—. Lo di todo por la magia, y nunca me defraudó. Fue amante, esposa e hija...
—Incluso mataste a tu propio hermano por ella —señaló Dougan.
—Sí, es lo que creí haber hecho durante la Prueba —contestó Raistlin tranquilamente—. Como dije antes, aprendemos de nuestros errores. Basta ya de palabrería. El tiempo se nos está acabando... literalmente. Dalamar regresó a la torre. Sus aventuras fueron muchas y peligrosas, y no desperdiciaré el poco tiempo que queda detallándolas. Caos ha sido obligado a manifestarse en este plano de existencia. Ha adoptado forma física, y eso lo hace vulnerable.
—Tan vulnerable como una montaña para un gully con un zapapico —rezongó Dougan.
—No he dicho que fuera fácil derrotarlo. —Raistlin lanzó una mirada despectiva al enano—. Pero en la roca hay una falla.
—Sí, lo sé —suspiró Dougan.
—Entonces ¿sabes lo que hay que hacer?
—Sí, eso también lo sé. —Dougan cambió el peso de un pie a otro, nervioso—. Me ocuparé de ello.
—¿Y nosotros qué hacemos, tío? —preguntó Palin.
—Tú tienes que ir al Abismo, y allí reunirte con Steel Brightblade y un reducido grupo de caballeros que han aceptado el desafío de combatir contra Caos y sus hordas. Los caballeros necesitan un mago, y ése serás tú, sobrino.
—Los caballeros no confían en los magos —dijo Palin—. No me aceptarán.
—Tendrás que convencerlos de lo contrario. No quiero mentirte, sobrino. Ésta es la principal razón por la que se te envía a ti y no a otro mago más poderoso. Eres el único hechicero al que tu primo Steel tomaría siquiera en consideración aceptar.
—Iré, tío, y haré cuanto esté en mi mano —declaró el joven, que añadió tristemente:— Pero no creo que pueda ser de mucha ayuda en la lucha contra Caos con unos cuantos pétalos de rosa y una bola de guano de murciélago.
—Te sorprendería lo que se puede conseguir con esas cosas —comentó Raistlin, que esbozó una breve sonrisa—. Sin embargo, te equiparemos con mejores armas. El Cónclave te envía esto, un regalo.
El archimago extendió las manos y apareció un libro, materializándose en el aire cargado de ceniza. Era un tomo viejo y muy desgastado, y sus páginas estaban tiesas y quebradizas. La encuademación de cuero rojo estaba agrietada, y la inscripción de la portada, originalmente estampada en pan de oro, apenas era perceptible. Sólo quedaba la marca hueca de la impresión, cubierta de polvo y telarañas, que rezaba:
Magius.
Raistlin entregó el libro a Palin.
El joven lo cogió en actitud reverente, temblando. Maravillado, miró de hito en hito el nombre de la portada.
—El libro de hechizos más valorado de la colección del Cónclave —dijo el archimago—. Sólo a los que han alcanzado los rangos más altos se los ha autorizado a leer este libro, aunque nunca se había permitido sacarlo de la Torre de Wayreth. Son contadas las personas que conocen la existencia del libro de hechizos de Magius, el mayor hechicero guerrero que jamás ha existido.
»
Se entrenó con Huma, aunque en secreto, porque, en caso contrario, la antigua orden de los caballeros nunca lo habría permitido. Desafiando todas las reglas, luchó abiertamente al lado de Huma. Sus hechizos eran de combate y para contrarrestar otros conjuros. Te harán falta, pero son complejos, difíciles, y no dispondrás de mucho tiempo para aprenderlos de memoria. Requerirán tu absoluta concentración.
Los ojos de Raistlin fueron hacia Usha, que había salido un poco de detrás del árbol.
Palin, incómodo, siguió la mirada de su tío. Guardó silencio un instante, y luego, tendiendo su mano hacia la muchacha, dijo en voz baja:
—Sé a lo que te refieres, tío. No quiero enfadarte, pero no renunciaré a ella. Sé que es tu hija, y que nunca podremos ser más el uno para el otro de lo que somos ahora. Su amor es una bendición que será mi armadura, mi escudo... incluso en el Abismo.
Usha enlazó su mano con la de Palin, manteniendo agachada la cabeza, y la estrechó con fuerza.
—Espero que lo entiendas, tío —dijo el joven mago, respetuosamente.
En los dorados ojos del archimago hubo un destello.
—Quizá mejor de lo que imaginas, sobrino. Pero vamos, es la hora. Ya tienes el libro de hechizos. Ponte aquí, junto al altar, y serás transportado al Abismo. El Portal está abierto de par en par ahora, puesto que su majestad ya no necesita guardarlo.
Palin abrazó a Usha y la besó en la mejilla. La muchacha se aferró a él un instante, susurrándole unas palabras de amor y despedida, y después lo soltó. Palin caminó hacia el destrozado altar con el Bastón de Mago en una mano y el libro de hechizos de Magius en la otra.
—¿Es Dalamar el que realiza el conjuro? —preguntó Palin de repente al recordar las palabras ominosas de su tío.
—Es posible que Dalamar ni siquiera siga con vida en este momento —respondió Raistlin fríamente—. Es Dunbar Mastermate quien se ocupa ahora de los conjuros. Adiós, sobrino, que los dioses, los que quedan, te acompañen.
Dougan agitó su sombrero.
—¡Hiere a Caos! —gritó el enano—. ¡Es lo único que tienes que hacer, chico! ¡Sólo herirlo!
La magia empezó a funcionar, levantando a Palin en el aire y remontándolo rápidamente, flotando como un ave marina en una galerna.
* * *
Usha, Raistlin y Dougan se quedaron en la pinada, cerca del altar roto.
—Nunca lo volveré a ver. —Los ojos de la muchacha estaban llenos de lágrimas.
—Oh, pues yo creo que sí lo verás, mi querida
hija -
-dijo Raistlin, curvando los labios en una mueca burlona.
—No tienes por qué ser sarcástico —manifestó Usha en voz queda—. Le diré la verdad. Iba a hacerlo en Palanthas. —Sacudió la cabeza—. Pero fui incapaz.
—Probablemente es lo mejor que pudo ocurrir —repuso el archimago fríamente—. Entonces sí que le habría resultado difícil concentrarse.
—Me odiará por mentirle. Ya no querrá tener nada que ver conmigo.
—Lo dudo mucho, pequeña. Palin es como su padre. Posee una gran capacidad para amar... y para perdonar. —Raistlin metió las manos en las mangas de la túnica—. Y ahora he de volver a la torre, al estanque de la Cámara de Visión. Adiós, Usha, que significa «el alba». Esperemos que tu nombre sea profetico. —Levantó la cabeza y habló al aire cargado de ceniza:— Estoy dispuesto, Mastermate. Cuando quieras.