La llave del abismo (26 page)

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Authors: José Carlos Somoza

Tags: #Intriga

BOOK: La llave del abismo
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Sobre todo porque intuía que Olive tenía tanto miedo como ella.

—Podemos entrar —dijo Olive al fin.

La habitación a la que pasó era oscura y fría, pero no parecía haber nada malo en ella. Su guardián, entonces, sacó del abrigo el pañuelo y la venda.

De pronto a Yun le resultó imposible seguir soportando el miedo. No quería desobedecer a Olive, pero aquello era superior a sus fuerzas.

—Olive, por favor, no vuelvas a taparme los ojos...

—Es una sorpresa, Yun.

Digámoslo con claridad, señorita...

—Olive... —Empezó a llorar mientras el mundo desplegaba una noche sin luna sobre su mirada—. No me... —Luego las palabras desaparecieron también.

—Sabes contar hasta veinte, ¿verdad? —oyó la voz de Olive en aquella tiniebla—. Ahora comenzarás a contar y yo me esconderé. Cuando termines, me buscarás. Puedes ir por donde quieras, recorrer toda la casa, pero no te quitarás la venda de los ojos ni de la boca... Aunque desees quitártelas, no lo harás. Adiós, Yun. Comienza a contar.

Yun gimió aterrorizada mientras, sin poderlo evitar, su mente, como un reloj imprevisto, le susurraba los segundos.
Uno...
Oyó la puerta cerrarse.
Dos...

• • 7.8 • •

—Te quedan unos quince segundos antes de que tu hija empiece a moverse por la casa, Daniel. Con suerte, seguirá siendo tu hija tras cruzar la primera puerta, pero más allá de la segunda...

—Ese libro —murmuró Daniel apuntando con el dedo hacia las estanterías casi vacías—. Está en ese libro.

—¿En cuál?

—El de los grabados en dorado y las tapas negras.

Ina lo señaló.

—¿Este? —Daniel movió la cabeza afirmativamente. Ina cogió el libro y lo hojeó rápidamente. Luego lo mostró sujetándolo de cara a Daniel, de forma que las figuras de la cubierta resultaran visibles—. ¿Sabes qué es este libro? —Indicó los curiosos símbolos de la portada—. Esto de aquí son letras, palabras en el antiquísimo
kanji,
el idioma japonés escrito... Dicen:
«Ai Gei».
¿Sabes lo que significa
Ai
Gei? Podría traducirse como «amor» y «artesanía»... Este libro es, tan solo, la Sagrada Biblia de Amor Artesanía escrita en antiguo japonés... Una Biblia común y corriente. —Arrojó el libro a la estantería y se cruzó de brazos.

—La clave que buscas está en ella —murmuró Daniel intentando adoptar un tono convincente.

Se dio cuenta de su error cuando Ina cambió de actitud. Aquella mirada, con uno de los párpados ligeramente entornado, le heló la sangre.

—Daniel, estás hablando con una creyente. Con cada parte de mi cuerpo siento tu mentira. ¿Piensas, acaso, que todos y cada uno de los objetos inútiles que hay en esta casa no han sido estudiados a fondo? Mitsuko y sus servidores leales han sido interrogados y
anulados.
La casa es nuestra desde hace tiempo, con todo lo que contiene. A ti te queremos para que nos ofrezcas la revelación, no para que juegues a los enigmas... —Hizo una pausa y su grueso labio superior se alzó mostrando los dientes—. Esclavo ignorante, tu hija ha empezado a moverse a solas por las habitaciones... Dentro de poco abrirá una puerta sin esperar a oír ruidos, y su mente quedará tan vacía y oscura como el espacio entre las estrellas... Tienes una última oportunidad...

Daniel, desesperado, miraba a su alrededor buscando algo que convenciera a Ina. Entre los anaqueles, colgado de la pared, veía un cuadro misterioso: mostraba a unos seres que parecían insectos o cangrejos gigantes, de cuerpo rosáceo y alas membranosas, que caminaban en el aire. Ignoraba qué podían ser aquellas criaturas crustáceas, pero resultaba evidente que flotaban porque había pájaros volando bajo los apéndices inferiores de los seres, semejantes a patas.

—«Pájaros bajo los pies» —dijo, trémulo.

Por un instante la vio titubear.

—Repítelo —exigió ella. Lo hizo, pero cometió el error (o quizá ella podía leer su mente) de desviar la vista hacia el cuadro que le había inspirado. Ina siguió la dirección de su mirada y al descubrir lo que era soltó la risa—. No te rindes, ¿eh?

—Te juro que no lo he inventado... —mintió—. Ha venido a mi cabeza...

—Los segundos pasan...

—¡Ina, créeme, te lo suplico!

Se oía a sí mismo decirlo y sabía que su voz sonaba falsa. Pero ¿cómo podría convencerla si ignoraba la clase de información que ella quería oír?

Entonces, de improviso, se produjo el cambio.

Al principio lo único que percibió fue que ella se quedaba mirándolo como si lo viera por primera vez. Luego, con gestos veloces, Ina se despojó del cinturón, se descolgó la pesada cruz, subió a la pasarela y lo cogió del brazo. Daniel se dejó arrastrar hasta la puerta de la siguiente cámara, donde Ina se detuvo a escuchar. Quiso pedirle que volviera a comunicarse con Olive para salvar a Yun, pero en ese momento Ina abrió la puerta y pasaron a la siguiente habitación, que estaba vacía, y de allí a unas escaleras. Ina escogió el tramo que ascendía y, tras aguardar ante otra puerta, penetraron en una especie de desván de techo bajo formado por listones de madera.

A diferencia de las anteriores, aquella cámara estaba llena de objetos: sillas, cajas apiladas, marcos vacíos, baúles, barras metálicas con o sin sucias cortinas unidas a ellas... El suelo era un mosaico de baldosas que imitaban figuras.

Figuras de pájaros.

Daniel quedó asombrado por la coincidencia, ya que su frase había sido una mera improvisación. De cualquier forma, pensó que aquel azar le favorecía.

Ina lo empujó sobre las baldosas.

—Busca.

—Ina... Dile a Olive que...

—Busca, Kean.

Comprendió que Ina ya no estaba dispuesta a pensar más en él. Se había colocado otras calzas, blancas, de rombos amplios, que cubrían del todo sus torneadas, fuertes piernas. Luego se sentó sobre un taburete alto y apoyó los pies en el borde del asiento.

—Busca, Kean —repitió.

Daniel gateó intentando encontrar algo que pudiese satisfacerla. El problema, en aquel lugar, era justo el opuesto a los anteriores: había
demasiadas
cosas, y todas parecían importantes, o al menos enigmáticas. De pronto la sorpresa lo paralizó.

Entre un marco y un haz de barras de acero sobresalía una nariz. Era un rostro de color oscuro. Daniel apartó las barras con cuidado. La escultura estaba elaborada en algún tipo de metal o piedra, y consistía en el busto de un hombre, incluyendo sus manos entrelazadas. Lo reconoció enseguida. Kushiro esbozaba la misma extraña sonrisa que en la imagen que le había mostrado Darby. En la base de la pieza, bajo las manos, había grabadas unas palabras:

Empecé a sospechar.

Ahora temo saber.

Debajo: «Sagrada Biblia, Cuarto Capítulo, II, 29».

—Era su lema —comentó Ina—. Aborrecía unir conceptos, como buen japonés... Siempre tenía miedo de llegar a saberlo todo, por eso decidió legar a la posteridad su hallazgo... De igual forma, su hija no quiso buscar la
Llave. —
Sus labios se torcieron—. Puedo aprender filosofía japonesa, incluso puedo comprenderla, pero jamás llegaré a
compartirla.
Es preciso saberlo todo, porque solo sabiéndolo todo tenemos alguna posibilidad de enfrentarnos a Dios. Pero dar los primeros y fundamentales pasos para luego retroceder... ¿No es absurdo? ¿Sabes qué pienso? Que no debió ser Kushiro quien encontrara la
Llave.
Quizá... Quizá no debiste ser

quien recibiera la revelación... ¿Por qué no la recibí yo, por ejemplo? ¿Por qué escoger a una criatura tan mediocre y estúpida como tú, un esclavo, un no creyente...?

—Creo que puedo responderte a eso —dijo Daniel, desafiante—. Tú también eres mediocre y estúpida si no te has dado cuenta...

—¿De qué?

—De que te han engañado, Ina.

—¿Qué quieres decir?

—Mírate. Te han dejado sola. ¿Por qué no está contigo ese Amo del que tanto hablas? ¿Por qué no está la Verdad? ¿Por qué tan interesados todos en traerme hasta aquí para luego dejarme a solas contigo? Voy a decírtelo: porque no confían en que yo vaya a revelar nada... —Ina se incorporó lentamente. Su actitud al acercarse a Daniel era de amenaza, pero este siguió hablando en tono desafiante desde el suelo—. Te han dejado las sobras del banquete... Para ellos, tú también eres una esclava. Y voy a decirte algo más: tu Amo y la Verdad no quieren la
Llave
para destruir a Dios, sino para
salvarlo.
Lo que pretenden es destruir la
Llave,
Ina...

—Mientes... —Ina se plantó frente al cuerpo arrodillado de Daniel. Su rostro parecía un estanque en el que alguien hubiese arrojado una piedra: emociones opuestas iban y venían. Cerraba los puños hasta emblanquecer los nudillos. Sin embargo, aunque Daniel temía que volviera a golpearlo, no quiso detenerse.

—¿Qué te dijeron para convencerte? ¿Acaso que deseaban vengar a las mujeres por lo que Dios les había hecho? —Daniel sonrió—. Te han estado utilizando... Sin tu ayuda no hubiesen podido secuestrar a Mitsuko... Y cuando obtengan lo que quieren, nos destruirán a todos... incluyéndote a ti y a Olive.

—¡Es mentira! —gritó Ina, y desvió la vista un instante.

Era el momento que Daniel esperaba. Había extendido la mano derecha por el suelo hasta dar con el objeto, y en ese instante reunió fuerzas, lo levantó y azotó el aire con él. Acertó en el hombro izquierdo de Ina. La chica retrocedió y cayó de lado. Al hacerlo aplastó varios marcos, que se fragmentaron.

Daniel se puso en pie y alzó de nuevo la barra metálica. El mismo pánico que le provocaba lo que había iniciado le daba fuerzas para intentar concluirlo.

—No puedes matar a una creyente... —dijo Ina, que ni siquiera hizo amago de esquivarlo.

Tras el nuevo golpe saltaron astillas y sangre. Algo pareció destrozarse en la cabeza de Ina, pero a Daniel le dio la extraña impresión de que quizá era algo que ya estaba roto desde mucho tiempo atrás.

La barra solo encontró objetos inanimados cuando golpeó por tercera vez, como si Ina se hubiese convertido, por fin, en la materia que la formaba: madera, cristal, piedra. Al pronto Daniel creyó que la muchacha había logrado desaparecer. Entonces oyó su voz a la espalda, y supo que se había movido con increíble rapidez:

—No puedes
matarme...

Daniel hizo girar su improvisada arma, pero en esa ocasión la barra no llegó a su destino: la mano izquierda de Ina la detuvo en el aire mientras la derecha aferraba la garganta de Daniel, empujándolo hacia una de las esquinas del desván.

—Soy un gato en esta habitación —dijo ella con voz ronca, el rostro convertido en una masa de sangre—. Cazo. Y devoro.

La respiración desapareció del cuello de Daniel.

• •
7.9
• •

Moviéndose como si las paredes a su alrededor fueran cuchillas, Anjali Sen cruzó la ventana y pisó por fin el suelo de la casa. Había entrado: lo más difícil ya estaba hecho.

Vio dos puertas de salida. Abrió la de la izquierda solo cuando estuvo segura de escuchar una leve crepitación, la que podría producir la garra de un animal pequeño. Un pasillo corto daba a unas escaleras y se prolongaba con otra habitación. Ocho cuartos en total, ocho «cámaras», como las ocho partes del Séptimo. Conocía bien la estructura del recinto. Confiaba en encontrar a la niña cuanto antes, y confiaba en que los creyentes que la custodiaban no resultaran peligrosos. Luego buscaría a Daniel Kean.

Llegó al pie de las escaleras y percibió que debía bajarlas. Alcanzó un pequeño vestíbulo y una puerta cerrada de marco de cristal. Esperó hasta escuchar un débil ruido y sujetó el picaporte.

La habitación era grande, de paredes con arabescos amarillos, y estaba vacía. En la pared del fondo había otra puerta. Anjali se dirigió a ella, aguardó, oyó un suave susurro y abrió.

La nueva cámara era de un azul puro, sin matices. El único mobiliario consistía en una especie de podio formado por cubos azules. Al fondo había otra puerta, y frente a ella, a punto de aferrar el pomo, se hallaba la niña, vendada y amordazada.

—¡No! —gritó Anjali.

Cruzó la habitación con rapidez y sujetó a la pequeña de los brazos, deseando que no fuera demasiado tarde. La niña había empezado a llorar. Anjali se disponía a quitarle la venda cuando oyó que la puerta tras ella se abría.

—Así que tenemos visita, ¿eh, Yun? —Olive hablaba con mucha rapidez, como si hubiese ensayado las frases—. Supe que habían logrado
entrar...
Mira quién es... Imagino que se cree muy importante por haber entrado...

Olive había trepado hasta sentarse en el podio azul y dejaba que las recias botas que calzaba colgaran por fuera. A Anjali le dio la impresión de que Olive quería utilizar la altura como ventaja en algún ritual. Le vio forcejear con un cinturón atado a su vientre, bajo el abrigo. Intentaba quitárselo con una sola mano. La otra sostenía la pistola de ráfagas apuntando hacia Anjali.

Nada más verlo, la creyente supo dos cosas: que Olive estaba mucho más nervioso que ella y que no resultaba un adversario de su nivel. Ella lo superaba, incluso desarmada y desnuda. Situó a Yun a su espalda y se encaró con Olive.

—¿Qué le habéis hecho a la niña?

Olive había dejado de apuntarle con la pistola y usaba ambas manos para terminar de desabrocharse el cinturón.

—No lo sé... —dijo en un tono que sonaba muy sincero—. Ha caminado por la casa, ¿verdad, Yun? Ha dado un paseo, un pequeño paseo...

—¿La habéis obligado a caminar
a solas? —
dijo Anjali, incrédula—. ¿Qué clase de bestias inhumanas sois?

Olive parecía indeciso. Tiraba de su cinturón y sostenía la pistola sin llegar a utilizar ninguno de los dos. Anjali sabía que quería usar el cinturón para provocar algún tipo de ataque, quizá ondas sonoras.

—No fue idea mía —dijo Olive—, sino de Ina... Pero lo importante..., lo verdaderamente importante, zorra, es lo que...
tú vas a hacerme a mí. —
Se detuvo y sonrió con amplitud. Su sonrisa, al arrugar su blanco y redondo rostro y achicar sus ojos, le otorgó una expresión necia—. No quería decir eso... Iba a decir: «Lo que voy a hacerte». ¿Por qué he dicho eso...?

Anjali Sen la oscura lo miraba en silencio con ojos centelleantes.

El terror deformaba ahora los rasgos del joven creyente.

—No... No te dejaré... —Alzó el arma hacia su cabeza.

—No hagas idioteces —dijo Anjali—. No vas a matarte. —Olive apartó el cañón de su frente—. Suelta la pistola y baja —ordenó con sequedad.

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