Read La Trascendencia Dorada Online

Authors: John C. Wright

Tags: #Ciencia-Ficción

La Trascendencia Dorada (4 page)

BOOK: La Trascendencia Dorada
2.03Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

No había más instrucciones ni detalles acerca del plan.

Pero no era preciso. Faetón era ingeniero; conocía las herramientas que se podían modelar para un propósito. Estudió las especificaciones del último grupo, los remotos médicos, y vio las modificaciones que les habían hecho, incluyendo combinaciones especiales para permitirles establecer conexiones de transmisión entre los neurocircuitos neptunianos y los circuitos del lector noético.

La siniestra y eficiente destructividad de los pequeños remotos militares tendría que haberlo horrorizado. En cambio, por algún motivo admiró la seca simplicidad del diseño.

Así que respondió a sus maniquíes con cierto deleite.

—Vale, amigos —dijo—. Abrid la comunicación. Que comience el espectáculo.

El canal de identificación se abrió: la encriptación de radio ostentaba el código heráldico de la Duma neptuniana, pero también de los Gris Plata.

El canal visual se abrió: a su izquierda se encendió un espejo con una llamada entrante, mostrando la imagen de un alto y oscuro guerrero con armadura de hoplita griego, un escudo redondo en la mano izquierda, dos lanzas de fresno en la derecha.

Por un momento Faetón tuvo la esperanza de que fuera Diomedes. Pero un subtexto de la imagen lo presentó como Neoptolemo, quien sólo había heredado el derecho a los iconos e imágenes que antes usaba Diomedes.

—Behemot de la naturaleza —dijo Neoptolemo—. ¡Paradigma de aquello que esta Ecumene Dorada, en el cénit de su genio, puede producir.
Fénix Exultante.
Con impaciencia aguardamos tu bienvenida. Abre tus puertas y escotillas. Tenemos material y mano de obra, litros de enjambres mentales, dispositivos lógicos, físicos, botánicos, cefálicos, aritméticos y geométricos, todo esperando para fusionarse contigo. ¡Éste es un buen día para todos los neptunianos! ¡La Duma ya consume partes de sí misma, y guarda los pensamientos de tu elevado triunfo, y el mío, en partes selectas de su memoria a largo plazo! ¡Vamos, Faetón! ¡Recíbeme como cuadra al estilo Gris Plata! No intercambiaremos material cerebral por los poros, sino que formaré una mano, según la antigua moda, y estrecharé la tuya, y alzaré y bajaré tu
brazo,
para mostrar que no portamos armas, una vez que hayamos convenido un eje arriba-abajo. Sugiero que, si estamos en aceleración, la dirección del movimiento siempre se considere «arriba».

Faetón oscilaba entre la diversión y el horror, la admiración y el temor. Diversión, porque este discurso extravagante le recordaba el seco e irónico humor de Diomedes. Pero ése era el Diomedes anterior a sus nupcias mentales con Jenofonte, antes de que se fusionara para crear a esta criatura, Neoptolemo.

Y el horror era que Diomedes no podía haber sabido con qué clase de mente se unía. Jenofonte, agente o títere de los silentes, debía de tener trampas modificadoras y gusanos de pensamiento preparados para capturar a Diomedes, una boda mental transformada en violación brutal, con lectores noéticos sintonizados para despojar a Diomedes de cualquier información ventajosa, preparados para transformar su personalidad, imaginación y memoria en herramientas y armas útiles para el enemigo.

¿Alguna parte, algún fantasma de Diomedes, viviría aún dentro del espantoso laberinto de ese cerebro alienígena, quizá consciente de lo que hacía su cuerpo, consciente de los viles propósitos que sus pensamientos y recuerdos ahora defendían?

—¿Por qué no respondes? —preguntó Neoptolemo—. ¿Por qué no flexionas los músculos de las mejillas para separar la carne de la dentadura, apenas lo suficiente para mostrar los dientes, pero no tanto como para causar alarma? Sé que una contorsión facial de este tipo es el modo de indicar amistad, y bienvenida.

El intento enemigo de adueñarse de la armadura de Faetón no tenía sentido a menos que tomaran posesión de la nave. Y Neoptolemo era la entidad que tenía el título de propiedad. Lógicamente, pues, Neoptolemo, y antes Diomedes, habían sido absorbidos por el enemigo.

—¡Habla! —insistió Neoptolemo—. ¡Tus fervientes admiradores y leales tripulantes se hiperventilan de placer ante la idea de volar a las estrellas! Hemos reunido parciales y personalidades plenas de cada parte de la Composición Tritónica neptuniana. Estamos acopiando los materiales. Abre la mente de tu nave para que podamos insertar rutinas especiales, útiles para nuestros propósitos, en tu núcleo secreto. Luego, en cuanto todas las cosas estén a bordo, ¿qué obstáculo osará entorpecernos el paso? Treparemos hasta alejarnos de la luz y la gravedad del ardiente Sol, siempre arriba pues la dirección del movimiento, como he dicho, es arriba). ¡Sí! Subiremos para internarnos en la oscuridad de la noche sin fin, y allí, lejos de todo ojo que pueda vernos, lejos de toda mano que pueda detenernos, nuestros singulares deseos serán satisfechos.

Faetón titubeó. ¿De veras planeaba permitir que lo abordaran sus enemigos? ¿Debía librar esta guerra a solas, armado sólo con aquello que le habían dado las tarjetas verde oliva del cofre de memoria?

Pero tenía que estar solo. ¿Quién más tenía un cuerpo que se pudiera adaptar a esa intolerable presión gravitatoria?

Si este plan hipotético requería que Faetón fingiera inocencia, permitiera que Neoptolemo subiera a bordo, cualquier titubeo alertaría a Nada Sofotec, y quizá lo instara a esconderse para siempre. Tenía que decidir de inmediato.

Faetón recordaba que Atkins había matado tanto al monstruo equino como a Scaramouche en ataques rápidos y decisivos, en circunstancias que sugerían que Nada Sofotec no podía haber recibido la noticia de la muerte de sus agentes. A lo sumo. Nada sospecharía porque hacía tiempo que Scaramouche no enviaba mensajes.

Pero si el propósito de Nada era adueñarse de la
Fénix Exultante
antes de que saliera del sistema solar, este momento era la última oportunidad para el sofotec maligno. Por suspicaz que fuera el enemigo, Nada tenía que meter a su agente Neoptolemo a bordo, y pronto.

Faetón, actuando a solas, y con ciega fe en que podría vencer al agente enviado por un sofotec enemigo de inconcebible inteligencia, último vestigio de una civilización muerta tiempo atrás, un agente quizá armado con poderes y ciencias desconocidas para la Ecumene Dorada, ¿debía permitir que ese agente lo abordara?

Parecía que era su deber. Mejor acatar las órdenes, y cumplir con un deber que no entendía, antes que fallar en su misión.

Dirigió un pensamiento al espejo.

—Bienvenidos a bordo, propietarios y tripulantes. Me alegra servir como piloto y navegante de esta nave. Exploraremos el universo, crearemos mundos que sean apropiados para nosotros, y haremos todo aquello que hemos osado soñar. Bienvenido, Neoptolemo de Gris Plata. Bienvenidos, todos.

Las escotillas y dársenas del flanco de la
Fénix Exultante
se abrieron lenta y majestuosamente.

Los enemigos subieron, unos deprisa y otros despacio.

Las antenas y puertos mentales de la proa de la
Fénix Exultante
se abrieron al tráfico de radio. Faetón rastreó las invasiones de software enemigo, y vio que la pantalla empezaba a registrar la inoculación de veneno en la mente impoluta de la nave. Esto fue cuestión de segundos.

Las cámaras de proa admitieron a los neptunianos cuyo «cuerpo» era apto para el espacio (había docenas de ellos). En su reluciente y flexible envoltorio gris azulado, estas masas de neurotecnología surcaron el vacío, se deslizaron por el casco hacia las cámaras estancas. Faetón consultó los diagramas de la nave y envió un mensaje para reunir los ascensores de alta velocidad en las viviendas, y encerrarlos allí sin energía. Los neptunianos que entraban por las cámaras de proa debían viajar kilómetros para llegar a las viviendas, o cualquier sistema de la nave donde pudieran causar daño.

En las docenas de dársenas del centro de la nave estaban entrando naves más pequeñas, remolques espaciales y casas volantes. Allí las dársenas tenían medio kilómetro de anchura y cinco kilómetros de longitud. Afortunadamente, los remolques que llegaban allí estaban me2x;lados con el material biológico entrante, cilindros de atmósfera neptuniana bajo presión, y hectáreas de cristal selvático neptuniano albergado en invernáculos. Faetón desactivó la mitad de sus robots obreros y estibadores, y redujo el presupuesto de inteligencia disponible para la superbodega Luego ordenó a la superbodega que pidiera a todas las personas y materiales entrantes que se sometieran a un examen de virus, naves de broma, explosivos y afrodisíacos autorreplicantes. Siendo neptunianos, no considerarían que estas precauciones fueran exóticas ni ofensivas. En todo caso, pensarían que Faetón tomaba menos precauciones de las necesarias.

Un estimador de su armadura le permitió calcular la confusión o fricción media causada por estas ineficiencias. Pasarían largos minutos antes de que todo lo que entraba por el centro de la nave estuviera cargado o almacenado.

Pero la situación era diferente en las cuatro gigantescas dársenas de cargamento y combustible de popa. Estos espacios eran tan grandes que no había abarrotamiento ni oportunidad para provocar confusión. Aun las supernaves de los colonos neptunianos, de un kilómetro de longitud, entrarían con facilidad en los vastos espacios de popa.

Y Neoptolemo estaba en una de esas naves. El análisis del tráfico de señales mostraba que allí estaban los centros de comunicaciones y, presuntamente, el cerebro de la operación.

Las comunicaciones se silenciaron cuando todas las naves se acercaron tanto que el casco de la
Fénix Exultante
bloqueó la línea de visión de nave a nave. Todas las unidades de la dotación neptuniana quedaron aisladas unas de otras.

Faetón observó que la supernave principal se desplazaba de una dársena externa de proa a una interna. Los cerrojos de las puertas no se podían programar para negar a Neoptolemo acceso a ninguna parte, pues él era el propietario legal de la
Fénix Exultante.

Pero como los demás oficiales y tripulantes no eran propietarios, estaban retenidos en diversas dársenas y cubiertas, sin poder avanzar más. La larga nave de Neoptolemo, a solas, se internó en el vasto abismo de la dársena interior.

Esta supernave se abrió como una flor, desmantelándose en un confuso torrente de contorsiones nanotécnicas, rodeado por vapor residual. Glóbulos y brazos de nanomateria se adhirieron a las paredes internas y comenzaron a construir las casas, laboratorios, guarderías y cámaras de conglomeración para los neptunianos que residirían allí. Columnas griegas y frontones y techos de estilo georgiano nacieron del mamparo, todo orientado a lo largo del eje principal de la
Fénix Exultante
(pues la dirección del movimiento era el «arriba»).

Faetón examinó con interés esa arquitectura tan poco neptuniana. En el centro de la ciudad, una columna monumental sostenía una Victoria alada con una corona de laurel, el emblema Gris Plata.

De los hirvientes palacios y peristilos recién construidos, más allá de las columnas humeantes, los vaporosos jardines ingleses, los relucientes obeliscos egipcios y los ardientes arcos de triunfo franceses, salió una procesión de piqueros que conducían el carruaje de la reina Victoria.

Los hombres y caballos de la procesión, cuya forma externa era humana, estaban construidos de blindaje polimérico neptuniano, y relucían como estatuas de cristal azul; hebras y glóbulos de neurocircuitos y compleja materia cerebral eran visibles bajo la piel traslúcida. La imagen de la reina Victoria era más realista, pues sólo el rostro y las manos brillaban con la sustancia corporal neptuniana, color azul hielo. El vestido negro y la alta corona eran reales. Lamentablemente, un cuerpo humano era demasiado pequeño para sostener la masa que componía a un eremita neptuniano, así que el cuerpo de la reina era del tamaño del Coloso dé Rodas, su enorme cabeza sobresalía de las columnas que bordeaban los caminos, y la corona rozaba los arcos de triunfo bajo los cuales pasaba la procesión.

Con su código de propietario, Neoptolemo abrió las grandes puertas que conducían de la dársena interior al área de combustible. El espacio de aislamiento que rodeaba el eje del impulsor se extendía setenta kilómetros o más. Cuando los motores no estaban encendidos, este espacio estaba exento de toda obstrucción o radiación peligrosa. Neoptolemo demostraba astucia al entrar por ese conducto: era el modo más rápido de llegar a los habitáculos desde la popa.

Sólo se necesitaba una orden a las máquinas que controlaban el motor principal, pensó Faetón. Una centésima de segundo de activación barrería esa zona con radiación. No quedarían partículas subatómicas complejas.

Pero Faetón no impartió esa orden. Mientras sus demás hombres estaban demorados, aislados y rezagados. Faetón permitió que Neoptolemo se acercara cada vez más.

Parecía que la procesión, los caballos, los jinetes, el carruaje y todo lo demás formaban parte de un organismo maestro que tenía incorporados los mismos motores y toberas que Faetón había visto usar al delegado neptuniano en el bosquecillo de árboles saturninos; pues la procesión, tras entrar en los anchos pozos de aislamiento que rodeaban el impulsor principal, comenzó a descender hacia la proa de la nave. Hombres y caballos fueron medio derretidos por la tensión de la desaceleración, y trozos de sustancia corporal neptuniana comenzaron a caer por el camino.

Las gigantescas células de combustible, como un vasto despliegue geométrico de bolas de nieve, se erguían alrededor de ellos a lo largo de cien kilómetros. Los habitáculos y el cerebro de la nave, aunque eran tan grandes como una colonia espacial de buen tamaño, más grandes que la mayoría de las naves, parecían absurdamente pequeños en comparación, a semejanza del cerebro de tamaño de bellota de la versión original, prehistórica, del dinosaurio.

Neoptolemo se acercaba.

Faetón activó las tarjetas verde oliva que había hallado en el cofre de memoria. Los tres grupos de remotos le enviaron información al cerebro.

La nave sufría un ataque. El ataque se había iniciado varios minutos atrás.

La primera agresión había consistido en contaminación mental. Con la primera transferencia de comunicaciones, se habían introducido virus en la mente de la nave; esos virus habían modificado cada grabador y célula visual de los que la mente de la nave era consciente, bloqueando a Faetón todo conocimiento del ataque.

Pero la mente de la nave no sabía nada sobre los remotos militares que monitorizaban sus actos y eliminaban de ella toda prueba y consciencia de la existencia de los enjambres.

BOOK: La Trascendencia Dorada
2.03Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

From the Queen by Carolyn Hart
The Low Notes by Roth, Kate
The Trouble with Faking by Rachel Morgan
Assassin by Ted Bell
The Med by David Poyer
(Not That You Asked) by Steve Almond
Levels: The Host by Peter Emshwiller
Chains and Canes by Katie Porter