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Authors: John C. Wright

Tags: #Ciencia-Ficción

La Trascendencia Dorada (6 page)

BOOK: La Trascendencia Dorada
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«Debo señalar que, si hubieras aceptado cualquiera de los formatos de configuración mental denominada fractal en el archivo que te ofrecí antes, esta información ya se habría enviado automáticamente a los centros emocionales y memorísticos de tu mesencéfalo, de modo que no sólo recordarías todo esto como si siempre lo hubieras sabido sino que toda angustia mental interna, cuestionamiento, pesadumbre y meditación acerca de si mi cliente es, esencialmente, Diomedes y Neoptolemo, también se habría insertado automáticamente en tu sistema nervioso. Habrías pasado instantáneamente por el ciclo de pesadumbre, furia y fútil desafío, y ya estarías experimentando una grata resignación a la realidad, felicitándote por tu estoicismo. ¿Quieres que descargue esta construcción mental en tu mesencéfalo? Por favor, abre tus archivos mentales privados y entrega los códigos de acceso.

Faetón tuvo una sensación de horror escalofriante. (Esta sensación era peculiar por su lentitud. La pseudosangre de Faetón reaccionaba con parsimonia mientras las hebras del campo de retardo que lo rodeaba lanzaban moléculas de adrenalina, una a una, a su corriente sanguínea. Otras partes del campo le erizaban el vello de la nuca.)

—Eres... Jenofonte, ¿verdad?

—La cuestión de la identidad es compleja. Los archivos preliminares adjuntos al primer caudal de información contienen los debates, registros, conclusiones y preguntas y respuestas extrapoladas que giran en tomo a esa cuestión.

—La mitad Jenofonte de Neoptolemo consumió y absorbió la mitad Diomedes durante los diez minutos que tardaste en recorrer el eje de la nave y llegar al puente —respondió Faetón—. Por eso iniciaste el viaje en forma humana, respetando las convenciones Gris Plata, con la apariencia de la reina Victoria, pero llegaste con aspecto ameboide. ¿Verdad?

—Repito mi última respuesta. Todas las preguntas acerca de mi identidad están respondidas. Baja tus defensas mentales y abre los canales que conducen a tu cerebro. Como propietario de esta nave, y tu nuevo empleador, exijo que se examine a todos los tripulantes para certificar la honradez de sus intenciones, sus reservas mentales y recuerdos relacionados con posibles actos de sabotaje o de manipulación de la nave. Si no obedeces, seré yo, el propietario, quien te hará expulsar a ti, el intruso.

¿Cómo debía responder? ¿Debía destruir a Jenofonte de inmediato? Los espejos energéticos ya estaban apuntados y enfocados. ¿O debía amarrar
al
monstruo con noventa gravedades y leer los restos de un cerebro triturado con el lector noético portátil que tenía junto al brazo izquierdo de la 5illa? El motor principal ya estaba preparado para activarse.

¿Había motivos para continuar con la farsa?

Los remotos médicos implantados en el cuerpo de Jenofonte enviaron información adicional a la armadura de Faetón. Había una masa de tejido neuronal, un cerebro, sin fibras nerviosas que enlazaran sus nervios de control espinal superior con ningún circuito. Los nervios sensorios de este cerebro se alimentaban mediante un regulador controlado por el grupo cerebral central de Jenofonte, y enlaces adicionales unidireccionales se dirigían al mesencéfalo (sede de las emociones) y al puente (donde se hallaba el centro de dolor del cerebro).

El análisis de configuración no detectó ninguna amenaza. Este cerebro estaba indefenso. Quienquiera que estuviera allí no tenía más control sobre sus propias emociones que un borracho delirante, no tenía músculos ni circuitos para manipular y sólo podía ver y sentir las cosas o dolores que los cerebros maestros optaran por imponer.

Así, los sencillos remotos habían ignorado hasta ahora esta masa cerebral extra. Un formulador de estrategia superior de los remotos había reparado en este prisionero como un posible aliado.

Era Diomedes.

Inmóvil, indefenso, traicionado y atrapado en el infierno por este enemigo.

Faetón decidió que no había motivos para continuar con la farsa.

Los espejos energéticos dispararon, concentrando sus escalpelos láser en conglomerados nerviosos específicos, con chorros generales de partículas eléctricas y de alta energía destinados a incinerar órganos sensoriales, paralizar piernas y control motor, disgregar enlaces en todo el cuerpo neptuniano.

Al mismo tiempo, veinticinco gravedades de aceleración achataron todos los objetos sueltos, arrojando a Jenofonte y sus aliados contra la pared. Parecía que el enorme recinto hubiera caído de naneo. En realidad, el carrusel del anillo donde estaba el puente no podía reorientarse con velocidad suficiente para mantener la perpendicular de la cubierta ante ese súbito impulso. Campos de pseudomateria, similares a los campos de retardo que sujetaban el cuerpo de Faetón a la silla del capitán, sujetaron cada célula de los cuerpos neptunianos.

Estas redes sólo permitían continuar aquellas funciones bioquímicas que los remotos no clasificaban como amenazas potenciales. La consciencia no era una de ellas.

Por ahora. Faetón quería prisioneros, no cadáveres. Los centros superiores del cerebro y los neurocircuitos asociados contenían patrones bio-eléctricos con las modalidades neptunianas impuestas por los remotos. Estos patrones, en una neuroforma básica, habrían sido ondas delta de cuarta fase, un profundo sueño sin sueños.

En esa fracción de segundo (mucho antes de que el cuerpo escaldado, cegado, tullido y aturdido de Jenofonte tocara el mamparo), el lector noético portátil se activó. A pesar de la tormenta de energía que azotaba la cámara, recibió la información que los remotos, apostados en los principales canales nerviosos del neptuniano, dirigían a las cabezas lectoras.

Para cuando la dirección de la gravedad volvió a la perpendicular de cubierta, mientras el tenso carrusel ponía todas las cámaras del anillo (incluido el puente) en ángulo recto, Faetón disponía de una copia funcional del cerebro de Jenofonte atrapada en el lector noético, que también era un grabador de mentalidad numénica.

Ahora venía lo importante.

Los remotos que monitorizaban la mente de la nave indicaban que los sectores infectados con virus estaban eliminados, se había restaurado una mente nueva, y toda la potencia informática de la nave estaba a sus órdenes.

—¿Qué comunicaciones o señales han salido de esta cámara o esta nave? —preguntó a sus maniquíes—. Rastreadlos.

El maniquí Jasón informó que ninguna transmisión de ningún tipo de energía que los instrumentos pudieran detectar había abandonado la cámara ni la nave, y que no había ninguna ruptura en el casco como la que podría producir una colisión con antimateria.

El maniquí Byrd presentó vistas de los demás neptunianos que estaban a bordo de la nave, donde los había sorprendido la imprevista y descomunal aceleración. Aquéllos que, según la conclusión de los remotos, no eran aliados de Jenofonte, habían recibido aviso previo para encontrar campos de retardo de pseudomateria y sobrevivir al shock; los otros habían sido descargados en cajas cerebrales más resistentes a la presión, pues la neuroforma neptuniana permitía una rápida transmisión y almacenaje de la información neuronal, y sobrevivieron aunque sus cuerpos fueran triturados. Muchos tenían lesiones; ninguno había sufrido daños irreparables. La mente de la nave ya estaba formando equipos de resurrección que teleproyectaba a los heridos graves. Pero hasta ahora no había pánico ni alharaca. Siendo neptunianos, sus cuerpos eran insensibles al dolor, salvo cuando optaban por sentirlo, y sus mentes habían optado por considerar iodo esto como una enorme travesura, o un fraude.

Pero no se detectaban transmisiones desde ellos, ni había ninguna actividad en las masas corporales que Jenofonte había dejado en las cubiertas de la mente de la nave, ni en el eje de combustible.

—No se detectan transmisiones de ninguna fuente —dijo el estimador de los remotos—. Jenofonte no tiene capacidad para transmitir durante una emergencia. O bien no ha preparado ningún interruptor de emergencia o alternativa, aun sabiendo que caía en una trampa, o bien no tiene un superior, y él mismo es el silente al mando.

—Con todo respeto —objetó el maniquí Ulises—, las lecturas no están completas. Nosotros mismos hemos abierto los puertos del casco para extender antenas, detectores y enviar señales a las naves asistentes que nos rodean, alerta a las transmisiones. Además, el impulsor está operando...

—¡Espera! —exclamó Faetón.

Luces rojas se encendieron en la unidad noética. Faetón miró la tablilla dorada a través del Sueño Medio de la nave, y comprendió que el lector no podía analizar ni interpretar ciertos sectores de la mente de Jenofonte.,Algunos segmentos del cerebro estaban encriptados, y pensaban por medio de una estructura totalmente desconocida para los constructores de la unidad noética. Se trataba de una formación mental, un lenguaje mental, por así llamarlo, que la unidad no podía descifrar.

Los segmentos encriptados no se podían descifrar mediante ninguna clave o proceso conocido para las partes legibles de la mente de Jenofonte.

Los segmentos encriptados no estaban localizados en el córtex ni en los circuitos principales de consciencia de la arquitectura neuronal. Lo cual significaba que no estaban localizados en los sectores cerebrales atacados con parálisis narcoléptica. Lo cual significaba...

Faetón envió un haz de comunicaciones, de su armadura a los remotos que habían invadido el sistema nervioso de Jenofonte.

—No estás inconsciente.

La respuesta llegó por el mismo haz.

—No. Sólo sentía curiosidad por tus actos, que no parecen tener sentido. Explícate.

—Tu patrón de lenguaje ha cambiado de nuevo. ¿Eres Jenofonte, u otra persona?

—Las cuestiones de identidad son irrelevantes. ¿Con qué derecho me retienes aquí, incómodo y limitado? No eres un alguacil, no tienes una orden de arresto, no has acatado las fórmulas y procedimientos. ¿Acaso supones que soy un prisionero de lo que llamas guerra? Pero no me has tratado conforme a las formalidades civilizadas a las cuales dices prestar lealtad. Explica tu conducta.

Faetón incrementó la presión de los campos de retardo que sujetaban el cuerpo neptuniano y envió remotos médicos a cortar todo tronco nervioso que considerasen sospechoso. Relámpagos de escalpelo láser llamearon en el cerebro neptuniano.

—¿Dónde están tus oficiales superiores? —fue su respuesta—. ¿Cuáles son tus fortalezas y recursos, objetivos y medios? ¿Dónde está tu nave estelar? ¿Cuáles son tus motivaciones? ¿Dónde está tu sofotec?

—Irrelevante. Estas preguntas aluden a entidades ficticias. No hay sofotec, ni nave estelar, ni oficiales superiores. Ni fortalezas, ni medios, ni recursos.

Faetón pensó que esta respuesta era mentira.

—Decodifica tus pensamientos para que la unidad noética los lea.

—Imposible. El sistema de encriptación se basa en la matemática no racional que opera dentro del horizonte de sucesos de un agujero negro. Esa matemática no se puede traducir a la vuestra. Las premisas de dicha matemática fueron transmitidas. Tu sociedad ha rechazado estas formulaciones que están más allá de la verdad.

—¿Te refieres a los indefinidos términos matemáticos de la Última Transmisión? Infinito dividido entre infinito, cero elevado a la potencia de cero... todo eso?

—Para nosotros, los términos indefinidos son los vuestros. Vuestra matemática no describe las condiciones que se presentan más allá del horizonte de sucesos de la racionalidad. Asimismo, vuestras leyes y vuestra moralidad carecen tanto de aplicación universal como de coherencia interna. No he cometido ningún acto de agresión, no amenacé a nadie, no lastimé a nadie. Esta nave me fue entregada, y las identidades que ahora abarco me fueron otorgadas, en pleno acuerdo con vuestras leyes y costumbres.

—Enviaste esa cosa en el caballo de Dafne para atacarme. Trataste de matarla.

—Falso. Los actos de esa otra unidad no se me pueden atribuir; era una entidad aparte y completa. Es verdad que la equipé con una filosofía y una perspectiva que le darían disponibilidad y capacidad para realizar una misión suicida, pero no impartí órdenes. El concepto de órdenes y control es totalmente ajeno a mi Ecumene y mi civilización. Ni siquiera tenemos una palabra para ello.

«Además, fue Faetón quien abrió fuego primero. Yo no he matado a nadie. Sólo Atkins ha matado. Estás transgrediendo la conducta honorable. Libérame, compénsame, restáurame.

Faetón permaneció inmóvil en la silla del capitán, retenido por un campo de retardo. Un campo mucho más fuerte sujetaba al neptuniano, y la presión gravitatoria lo había aplastado contra la cubierta. Los espejos de ambos lados emitían cargas de bajo nivel, semejantes a haces de reflectores, que resplandecían sobre la reluciente superficie azul del cuerpo. Todos los órganos internos, circuitos nerviosos y tejidos biomecánicos se habían asentado en el fondo del cuerpo y estaban aplanados.

¿Ahora qué? ¿Debía discutir con el silente, amenazarlo, torturarlo? Hasta ahora parecía dispuesto a hablar, aunque no respondiera sus preguntas.

Faetón lo intentó de nuevo.

—Si no hay nave estelar, ¿cómo llegaste aquí desde la Ecumene Silente? ¿Cuántos otros vinieron con tu expedición? ¿Cómo ingresaste en la Ecumene Dorada sin detección?

—Yo nací en la Ecumene Dorada. Soy ciudadano de ella, con derechos que estás pisoteando.

—¿Quién eres?

—Soy Jenofonte, por cierto. Pero parte de mí, la parte cuyos pensamientos no puedes leer, la parte que resiste a tu intrusión, viene de una civilización sabia y antigua, hija de la Ecumene Dorada, una hija que superó a la madre en belleza, genio, riqueza y valía. Escucha: no tengo motivos para no contarte la historia. Nací cuando Jenofonte, de la estación Lejanía, erigió un radioláser en un punto del espacio distante donde el ruido y la interferencia de la Ecumene Dorada habían quedado atrás. Jenofonte preparaba un mapa de las posibles rutas de Faetón a través de las nubes de materia oscura, las tormentas de partículas que llenan el espacio interestelar. Y encontró un agujero, una laguna, un punto débil, en las nubes de materia oscura que rodean la nebulosa Cygnus X-1. Las condiciones de radio eran buenas. Los receptores de Jenofonte eran muy potentes. Él usó tu dinero para crearlos. Envió una señal. Luego durmió, rasaron mil años. La señal llegó a los mundos muertos y ciudades extintas que rodean el sol negro de Cygnus. Algo despertó. Se transmitió una señal de retorno. Transcurrieron otros mil años. Jenofonte había construido las maquinarias y antenas a partir de su sustancia corporal, como es tradición entre los neptunianos. Jenofonte despertó sólo cuando la señal, con el mensaje que enviaba la Segunda Ecumene, entró en su cuerpo y su cerebro.

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