La vidente (40 page)

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Authors: Lars Kepler

Tags: #Intriga

BOOK: La vidente
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Mikael Båge tiene las mejillas rojas, toma asiento y se afloja un poco la corbata antes de volver a mirar a Saga.

La puerta se abre y aparece Sven Wiklund. El hombre los saluda, se detiene delante de Saga, duda de si decir algo o no y finalmente se limita a asentir con la cabeza. Deja una jarra de agua y tres vasos sobre la mesa y luego se sienta.

—Saga Bauer, comisaria de la policía secreta —empieza Mikael Båge y sonríe descontrolado—. Será mejor dejarlo dicho de una vez por todas —dice el fiscal jefe mirándola—: pareces una auténtica princesa de John Bauer.

Espera unos segundos y luego sirve agua en los tres vasos.

—Te hemos llamado para tomarte declaración —continúa el fiscal y repiquetea los dedos sobre una carpeta—. Dado que estabas presente en la operación que nos concierne.

—¿Qué queréis saber? —pregunta ella en tono serio.

—La denuncia contra Joona Linna por… haber avisado a…

—Göran Stone es un imbécil —lo interrumpe Saga.

—No hace falta que nos enfademos —intenta tranquilizarla Mikael Båge.

Saga recuerda muy bien el día en que ella y Joona entraron en los locales de aquel grupo secreto de militantes de extrema izquierda. Daniel Marklund, el experto de la Brigada en incursiones informáticas y escuchas telefónicas, les había dado información que les resultó decisiva para salvarle la vida a Penélope Fernández.

—O sea que no consideras que la incursión de la policía secreta fuera un fracaso.

—Sí, pero fui yo quien avisó a la Brigada.

—La denuncia recae sobre…

—Joona es el mejor policía del país.

—Tu lealtad me resulta conmovedora, pero vamos a dictar un auto de procesamiento contra…

—Os podéis ir a la mierda —dice Saga.

Se levanta volcando la mesa. La jarra y los vasos salen volando y el suelo queda lleno de agua y cristales rotos. Saga le arrebata la carpeta de las manos a Mikael Båge, vuelca todo el contenido, pisa los documentos, sale del despacho y cierra la puerta con tanta fuerza que la ventana se abre de golpe.

Saga Bauer parece una verdadera princesa sacada de un cuento de hadas, pero se siente como la comisaria de la policía secreta que es en realidad. Una de las mejores tiradoras del cuerpo fuera de las fuerzas especiales y boxeadora de élite.

134

Saga todavía jura entre dientes cuando sale al puente de Kungsbron. Hace un esfuerzo por caminar más despacio mientras lucha contra su organismo para tranquilizarse. Su teléfono empieza a sonar en el abrigo. Se detiene, mira la pantalla y contesta en cuanto ve que se trata de su jefe de la policía secreta.

—Hemos recibido una solicitud de la policía judicial —dice Verner con su voz grave—. He tanteado el terreno con Jimmy y Jan Pettersson, pero ninguno puede cogerlo… No sé si Göran Stone es la persona más adecuada, pero…

—¿De qué se trata? —pregunta Saga.

—Un interrogatorio a una menor de edad… es psíquicamente inestable y la fiscal que lleva el caso necesita a alguien formado en técnicas de interrogatorio y que tenga experiencia…

—Entiendo que le hayas preguntado a Jimmy —dice Saga y nota cómo su voz se vuelve ácida por la irritación—. Pero ¿por qué a Jan Pettersson? ¿Por qué le preguntas a Jan Pettersson antes que a mí? Y Göran… ¿cómo puedes pensar que él…?

Saga se obliga a callarse. Nota los sudores que le han brotado con el enfado que acaba de tener en el despacho de Asuntos Internos.

—¿Te vas a poner a discutir? —suspira Verner.

—Como que fui yo la que se fue a Pullach y la que hizo la formación del BND y…

—Por favor…

—No he terminado —lo interrumpe—. Seguro que te acuerdas de que yo estaba presente en el contrainterrogatorio de Muhammad al-Abdaly.

—Pero tú no llevabas el caso.

—No, pero fui yo quien le hizo el…, joder, da igual.

Corta la llamada y apenas ha terminado de pensar que mañana mismo renunciará al puesto cuando el teléfono vuelve a sonar.

—Vale, Saga —dice Verner despacio—. Puedes hacer un intento.

—¡Cállate! —grita y apaga el teléfono.

Anja abre la puerta de golpe y Carlos vierte un poco de comida para peces sobre la mesa. Empieza a recoger los copitos secos con las manos y el teléfono fijo comienza a sonar.

—Por favor, dale al altavoz —le pide.

—Es Verner —dice Anja y aprieta el botón.

—Buenas —dice Carlos alegre sacudiéndose las manos encima del acuario.

—Verner de nuevo… perdona que haya tardado tanto.

—No pasa nada.

—Oye, Carlos, he vaciado todos los bolsillos, pero lo siento, ahora mismo mis mejores chicos están con Alex Allan en
The Joint Intelligence Committee
—dice el jefe de la policía secreta y carraspea—. Pero hay una mujer… de hecho, ya la conoces, Saga Bauer… ella sí que podría pasarse…

Anja se inclina sobre el teléfono y suelta:

—Que podría pasarse y hacer de florero, ¿no?

—¿Hola? —pregunta Verner—. ¿Con quién estoy…?

—¡Silencio! —espeta Anja—. Conozco a Saga Bauer y te puedo decir que en la secreta no os merecéis a una agente tan buena…

—Anja —dice Carlos limpiándose rápidamente las manos en el pantalón y tratando de interponerse entre ella y el aparato.

—Siéntate —ruge Anja.

Carlos se sienta al mismo tiempo que Verner explica con voz débil:

—Ya estoy sentado…

—Llama a Saga y pídele perdón —le dice Anja tajante al auricular.

135

El policía de guardia mira la placa de Saga Bauer y se sonroja. Le dice que la paciente volverá en seguida y le aguanta la puerta 703 para que pueda pasar.

Saga entra y se para delante de las dos personas que están esperando a la paciente. Se han llevado la cama, pero el gotero sigue en su sitio.

—Disculpa —dice la mujer de la chaqueta gris.

—¿Sí? —responde Saga.

—¿Eres amiga de Vicky?

Antes de que Saga pueda contestar se abre la puerta y Joona Linna se mete en la habitación.

—Joona —dice Saga sorprendida y le da la mano con una sonrisa en los labios—. Creía que te habían apartado del caso.

—Así es —afirma él.

—Me alegro —dice ella.

—Asuntos Internos está haciendo un buen trabajo —añade Joona sonriendo de oreja a oreja.

La fiscal Susanne Öst se acerca estupefacta a Saga.

—¿Policía secreta? —pregunta—. Me esperaba… quiero decir, había pedido…

—¿Dónde está Vicky Bennet? —pregunta Saga.

—La doctora quería hacerle otra tomografía —explica Joona mirando por la ventana y dándole la espalda a la habitación.

—Esta mañana he decidido poner a Vicky Bennet bajo arresto —les dice la fiscal—. Pero estaría bien tener una confesión antes de la prisión provisional.

—¿Estás pensando en dictar un auto de procesamiento? —pregunta Saga desconcertada.

—Oye —dice Susanne conteniéndose—. Yo estuve allí, vi los cuerpos. Vicky Bennet ha cumplido los quince, pero está jugando en una liga que queda muy por encima del internamiento de menores.

Saga sonríe escéptica.

—Pero la prisión provisional…

—No te lo tomes a mal —la interrumpe la fiscal—, pero la verdad es que me esperaba un interrogador con más experiencia.

—Lo entiendo —dice Saga.

—Pero puedes intentarlo, sí. Faltaría más.

—Gracias —responde Saga dominándose.

—Ya llevo medio día aquí y te puedo asegurar que no se trata de un interrogatorio normal —aclara Susanne Öst respirando hondo.

—¿En qué sentido?

—Vicky Bennet no tiene miedo, parece que le guste la lucha de poderes.

—¿Y a ti? —pregunta Saga—. ¿También te gusta la lucha de poderes?

—No tengo tiempo para sus jueguecitos, ni tampoco para los tuyos —replica la fiscal con sobriedad—. Mañana presentaré una petición de prisión provisional ante el tribunal de instrucción.

—Después de haber escuchado el primer interrogatorio no me da la sensación de que Vicky Bennet esté jugando —responde Saga.

—Pues no es más que un juego —insiste la fiscal.

—No lo creo, pero los asesinatos pueden ser traumáticos incluso para el homicida y en esos casos los recuerdos pueden convertirse en islotes sin límites definidos.

—¿Y qué os enseñan en la secreta?

—El interrogador debe dar por hecho que todo el mundo quiere confesar y ser comprendido —responde Saga sin dejarse provocar por el tono de Susanne Öst.

—¿Eso es todo? —pregunta la fiscal.

—Yo suelo pensar que la confesión está ligada al sentimiento de poder, ya que quien confiesa tiene el poder sobre la verdad —continúa Saga en tono afable—. Por eso las amenazas no funcionan, mientras que la amabilidad, el respeto y…

—Como quieras, pero no te olvides de que es sospechosa de dos asesinatos de lo más sangrientos.

Por el pasillo se oyen pasos y el sonido de las ruedas de una cama que se acerca.

136

Dos enfermeras meten a Vicky Bennet en la habitación. Tiene la cara bastante hinchada y las mejillas y la frente llenas de heridas ennegrecidas. Lleva los brazos vendados y el pulgar inmovilizado con yeso. Las enfermeras ponen la cama en su sitio y cuelgan la bolsa del suero en el gotero. Vicky está tumbada boca arriba con los ojos abiertos y hace caso omiso a los cautelosos intentos de las enfermeras de iniciar una conversación. La expresión de su cara sigue igual de seria que antes con las comisuras de los labios hacia abajo.

Los bordes de la cama están subidos, pero las sujeciones están sueltas.

Antes de que las enfermeras cierren la puerta al marcharse, Saga tiene tiempo de ver que ahora hay dos policías haciendo guardia en el pasillo.

Saga espera a que la chica le busque la mirada para acercarse a la cama.

—Me llamo Saga Bauer y estoy aquí para ayudarte a recordar lo que ha pasado en estos últimos días.

—¿Eres asistenta social?

—Comisaria.

—¿Policía?

—Sí, de la secreta —responde Saga.

—Eres la persona más bonita que he visto en toda mi vida.

—Muy amable por tu parte.

—He desfigurado más de una cara bonita —dice Vicky sonriendo.

—Lo sé —responde Saga tranquila.

Saca su teléfono y pone en marcha la aplicación de la grabadora. En pocos segundos repasa la fecha, la hora y el lugar del interrogatorio. Nombra a los presentes en la sala y luego se vuelve hacia Vicky y se la queda mirando un momento antes de hablar:

—Te han pasado cosas terribles —dice con total sinceridad.

—He leído los periódicos —responde Vicky y traga saliva un par de veces—. He visto mi cara y la de Dante… y he leído las cosas que decían sobre mí.

—¿Reconoces eso que han escrito?

—No.

—Cuéntame cómo lo has vivido tú con tus propias palabras.

—He corrido, he caminado, he pasado frío…

Vicky mira extrañada a Saga, se moja los labios y luego parece ensimismarse en busca de recuerdos que confirmen lo que acaba de decir o mentiras que lo contradigan.

—No tengo ni idea de por qué corrías, pero te escucharé si decides explicarlo —aclara Saga con calma.

—No quiero —murmura Vicky.

—Pero si empezamos primero con el día antes —continúa Saga—. Sé algunas cosas, como que tuvisteis clase por la mañana, pero por lo demás…

Vicky cierra los ojos y al cabo de un rato contesta:

—Fue como siempre, rutina y ejercicios aburridos.

—¿No soléis hacer alguna actividad por las tardes?

—Elisabet nos llevó a todas al lago… Lu Chu y Almira se bañaron desnudas, está prohibido, pero ellas son así —explica Vicky, sonriendo de repente—. Elisabet se enfadó con ellas y entonces las demás empezaron a desnudarse.

—Pero tú no.

—No… y Miranda y Tuula tampoco —responde.

—¿Qué hicisteis?

—Me mojé los pies y miré a las demás mientras jugaban.

—¿Qué hacía Elisabet?

—También se quitó la ropa y se bañó —sonríe Vicky.

—¿Qué hacían Tuula y Miranda?

—Estaban sentadas tirándose piñas.

—Y Elisabet se bañaba con las chicas.

—Nadaba como una vieja.

—¿Y tú? ¿Qué hacías?

—Volví al centro —responde Vicky.

—¿Cómo te encontrabas aquella noche?

—Bien.

—¿Bien? Entonces ¿por qué te hiciste daño a ti misma? Te cortaste en los brazos y en el vientre.

137

La fiscal se ha sentado en una silla y sigue concentrada en el interrogatorio. Saga observa la cara de Vicky y ve que por un instante se oscurece y se pone tensa. Observa que baja las comisuras de la boca de forma casi imperceptible y que su mirada se vuelve fría.

—Hay una anotación que dice que te cortaste en los brazos —explica Saga.

—Sí, pero no fue nada… Estábamos viendo la tele y sentí un poco de lástima de mí misma y me corté con un trozo de plato roto… Tuve que ir a la enfermería a que me curaran. Me gusta. Porque Elisabet es tranquila y sabe que necesito vendas blandas en las manos, quiero decir en las muñecas… Porque después siempre me da asco, cuando pienso en las venas abiertas…

—¿Por qué sentiste lástima de ti misma?

—Me tocaba hablar con Elisabet, pero me dijo que no tenía tiempo.

—¿De qué querías hablar?

—No sé, de nada, pero me tocaba a mí tener una charla y mi tiempo desapareció porque Miranda y Tuula se pelearon.

—Parece injusto —dice Saga.

—Así que sentí lástima de mí misma, me corté y me curaron.

—Pero así por lo menos pudiste estar un ratito con Elisabet.

—Sí —sonríe Vicky.

—¿Eres la preferida de Elisabet?

—No.

—¿Quién es su preferida? —pregunta Saga.

Vicky suelta un golpe rápido y por sorpresa con el reverso de la mano, pero Saga lo esquiva como si nada girando la cabeza, sin mover el cuerpo. Vicky ni siquiera entiende qué ha pasado, cómo ha podido fallar el manotazo y, más aún, cómo es posible que la policía haya tenido tiempo de ponerle la mano en la mejilla con total tranquilidad.

—¿Estás cansada? —pregunta Saga sin quitarle la mano de la cara para consolarla.

La chica la mira y deja que la toque un momento hasta que de repente se vuelve para apartarse.

—Sueles tomar diez miligramos de Zyprexa antes de acostarte —continúa Saga al cabo de un rato.

—Sí.

La voz de Vicky se ha vuelto monótona y huidiza.

—¿Sobre qué hora?

—Las diez.

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