—Hola —dice.
Vicky vuelve la cara lentamente y se queda así mientras Elin empieza a desabrocharle las cintas. Con movimientos delicados libera a la chica tras veinte largas horas de contención.
—¿Me puedo sentar? —pregunta luego con una voz cargada de sentimiento.
Vicky endurece la mirada, pero sigue sin responder.
—¿Te acuerdas de mí? —susurra Elin.
Le duele la garganta por las palabras que no consigue pronunciar y por el llanto que se intenta abrir paso. Las venas del cuello se hinchan y la sangre le calienta la piel.
Un campanario empieza a doblar en algún punto de la ciudad.
Vicky toquetea un momento la muñeca de Elin y luego retira la mano.
—Llevamos la misma venda —sonríe Elin y al instante se le llenan los ojos de lágrimas.
Vicky sigue sin decir nada, tiene la boca cerrada y vuelve a apartar la cara.
—No sé si te acuerdas de mí —continúa Elin—. Pero viviste conmigo cuando eras pequeña. No fui más que un recurso temporal, pero siempre pienso en ti…
Toma aire y luego se le vuelve a quebrar la voz:
—Y sé que te decepcioné, Vicky… Te fallé y…
Elin Frank mira a la niña que está tumbada en la cama, su pelo revuelto, la frente preocupada, los aros oscuros alrededor de sus ojos, las heridas de la cara.
—Para ti no soy nada —continúa con voz débil—. Una más de tantos que pasamos por tu vida, que te fallamos…
Elin se queda callada y traga saliva antes de continuar:
—La fiscal quiere meterte en la cárcel, pero yo no creo que eso sea bueno para ti, no creo que sea bueno para nadie estar encerrado.
Vicky niega de forma casi imperceptible con la cabeza. Elin lo ve y la voz se le llena de energía cuando dice:
—Entonces es importante que escuches lo que Johannes y yo queremos decirte.
El juzgado de Estocolmo dispone de un espacio en la planta baja de la comisaría de la policía judicial. Es una sala de reuniones sencilla con sillas y una mesa de madera barnizada. Ya hay una veintena de periodistas en el vestíbulo de cristal y varias furgonetas de televisión aparcadas delante del edificio, a lo largo de la calle Polhemsgatan.
La fuerte lluvia de la noche ha dejado estrías en las triples ventanas del edificio y hay hojas empapadas en los alféizares.
La fiscal Susanne Öst está pálida, parece tensa en su traje nuevo de Marella y sus zapatos de tacón negros. Hay un agente de policía corpulento y uniformado pegado a la pared junto a la puerta. Detrás de la mesa principal se encuentra el juez, un hombre de avanzada edad con cejas prominentes.
Vicky está inclinada hacia adelante en una silla como si tuviera dolor de barriga entre Elin Frank y su abogado Johannes Grünewald. Parece tremendamente pequeña y extenuada.
—¿Dónde está Joona? —susurra.
—No es seguro que pueda venir —responde Johannes tranquilamente.
La fiscal se dirige únicamente al juez cuando explica con máxima seriedad:
—He venido a exigir prisión provisional para Vicky Bennet por considerarla sospechosa de los asesinatos de Elisabet Grim y Miranda Ericsdotter, además de ser sospechosa del… del secuestro de Dante Abrahamsson.
El juez apunta algo y la fiscal saca una pila considerable de papeles encuadernados con espiral y luego empieza a hacer un repaso de lo que hasta el momento ha podido sacar en claro del caso.
—Todas las pruebas técnicas apuntan directamente a Vicky Bennet y a nadie más que a ella.
Susanne Öst hace una breve pausa y luego continúa revisando los detalles del examen de la escena del crimen. Con energía contenida menciona uno por uno y sin prisa todas las pistas biológicas y las huellas dactilares:
—Las botas que se hallaron en el armario de Vicky Bennet coinciden con las huellas de los dos homicidios, se ha encontrado sangre de las dos víctimas en la habitación de la sospechosa y en su ropa, las huellas dactilares de Vicky Bennet estaban en el marco de la puerta.
—¿Por qué tiene que decirlo todo? —susurra Vicky.
—No lo sé —responde Elin.
—Abre los anexos con los informes que han escrito los expertos del Laboratorio Estatal de Criminología —le dice Susanne Öst al juez—. En la imagen 9 se ve el arma homicida… Se han encontrado las huellas dactilares de Vicky Bennet en el mango, imágenes 113 y 114. El análisis comparativo asegura que Vicky Bennet utilizó el arma.
La fiscal se aclara la garganta a la espera de que el juez observe el material y después continúa reproduciendo las conclusiones del informe de la autopsia total:
—Miranda Ericsdotter falleció a causa de violentas contusiones en la parte posterior del cráneo, no cabe la menor duda… fracturas por contusión en el hueso temporal y…
—Susanne —la interrumpe amablemente el juez—. Estamos en la instrucción de cargos, no en la vista oral.
—Lo sé —asiente ella—, pero teniendo en cuenta la corta edad de la detenida me parece justificado hacer una exposición un tanto más detallada.
—Siempre y cuando sea dentro de unos límites razonables —dice el juez.
—Gracias —sonríe la fiscal y luego continúa describiendo las heridas de ambas víctimas, y las posiciones de los cuerpos a juzgar por las manchas de los cadáveres y las graves heridas que Elisabet Grim se había hecho para defenderse.
—¿Dónde está Joona? —pregunta otra vez Vicky.
Johannes le pone la mano en el brazo para tranquilizarla y le susurra que si no ha aparecido antes de la pausa intentará llamarlo por teléfono.
Tras la pausa se vuelven a reunir en la sala para retomar el proceso, pero Joona aún no ha llegado. Vicky mira a Johannes y éste le responde negando con la cabeza. La chica está muy pálida y vuelve a acurrucarse en silencio sobre sí misma.
Apoyándose en la reconstrucción de los hechos elaborada por la policía provincial de Västernorrland, la fiscal explica que Vicky Bennet persiguió a Elisabet Grim hasta la antigua destilería y describe cómo le arrebató la vida para quitarle las llaves del cuarto de aislamiento.
Vicky ha bajado la cara y las lágrimas le caen sobre las rodillas.
La fiscal describe el segundo homicidio, la fuga por el bosque, el robo del coche, el impulsivo secuestro y luego la detención en Estocolmo, la violencia durante los interrogatorios y las correas de contención.
La pena por secuestro es entre cuatro años y cadena perpetua, y por homicidio la pena mínima son diez años.
Susanne Öst está de pie mientras describe a Vicky Bennet como una persona propensa a emplear la violencia y muy peligrosa, pero no como un monstruo. Para anticiparse a la defensa procura repetir varias veces las cosas buenas de la sospechosa. La fiscal hace una exposición muy estratégica y termina citando directamente la transcripción de los interrogatorios.
—Durante el tercer interrogatorio la detenida confesó los dos homicidios —dice la fiscal sin ninguna prisa mientras pasa las hojas de la transcripción—. Cito: «Maté a Miranda», y más tarde, a mi pregunta de si… de si Elisabet Grim quería dejarle las llaves, la detenida contestó «Le aplasté la cabeza».
El juez mira con ojos cansados a Vicky Bennet y a Johannes Grünewald y les pregunta formalmente si quieren objetar algo a la exposición de la fiscal. Vicky lo mira estremecida. Ella niega con la cabeza, pero Johannes se borra la sonrisa de la cara y dice que le gustaría repasarlo todo una última vez para estar seguros de que el tribunal tiene todos los datos que debe conocer.
—Ya me imaginaba que contigo en la sala no acabaríamos tan rápido —responde tranquilamente el juez.
En sus objeciones, Johannes escoge no mencionar las pruebas técnicas ni cuestionar la culpabilidad de Vicky Bennet. Por el contrario, lo que hace es repetir las valoraciones positivas que Susanne Öst ha explicado y hacer hincapié en la corta edad de Vicky.
—Aunque Vicky Bennet y su anterior representante legal aprobaron el interrogatorio, la fiscal no debería haberlo hecho —dice Johannes.
—¿La fiscal?
Johannes le da tiempo al juez a que se le despierte la curiosidad antes de acercársele y señalarle una respuesta de Vicky Bennet en la transcripción de los interrogatorios. La fiscal ha subrayado las palabras «Maté a Miranda» en amarillo.
—Lea la respuesta —pide Johannes.
—«Maté a Miranda» —lee el juez.
—No sólo lo que está subrayado.
El juez se pone las gafas y lee en voz alta:
—«Maté a Miranda, ¿verdad?»
—¿Consideras eso como una confesión? —pregunta Johannes.
—No —responde el juez.
Susanne Öst se levanta.
—Pero la siguiente respuesta… —intenta decir—. La siguiente confesión…
—Silencio —la interrumpe el juez.
—Dejemos que sea la fiscal quien la lea —propone Johannes.
El juez asiente en silencio y unas gotas brillantes de sudor resbalan por las mejillas de Susanne Öst cuando empieza a leer con voz insegura:
—«Le aplasté la cabeza.»
—Eso sí suena como una confesión —dice el juez señalando el documento.
—Mira un poco más arriba —dice Johannes señalando otra línea de la transcripción.
—«El interrogatorio ha terminado» —lee el juez.
—¿Quién dice que el interrogatorio ha terminado? —pregunta Johannes.
El juez acaricia el papel con la mano y observa a la fiscal.
—Yo —responde en voz baja la fiscal.
—¿Y qué implica eso? —pregunta el juez.
—Que el interrogatorio ha terminado —responde Susanne—. Pero sólo quería…
—Vergonzoso —la corta tajante el juez.
—Utilizar esto en un tribunal de instrucción va en contra de la ley sueca, del artículo 40 de la Convención sobre los Derechos del Niño y del acuerdo del Consejo de Europa —dice Johannes.
Susanne Öst se deja caer en la silla, se sirve un vaso de agua, vierte un poco sobre la mesa, lo seca con la manga y luego bebe con el pulso agitado. En cuanto oye a Johannes llamar a testificar a Daniel Grim entiende que se verá obligada a reducir el grado de sospecha, si es que Vicky realmente acaba siendo condenada a prisión provisional.
Elin intenta mirar a Vicky a los ojos, pero la chica mantiene la cara mirando hacia abajo.
Johannes presenta con voz cálida a Daniel Grim y menciona sus largos años de asistente social en el Centro Birgitta y otras instituciones. Por primera vez Vicky levanta la cabeza, busca la mirada de Daniel, pero él sólo mira al vacío con los labios apretados.
—Daniel —dice Johannes—. Me gustaría preguntarte sobre cuánto crees que conoces a Vicky Bennet.
—Conocerla —dice Daniel ensimismado—. No, es…
Se queda callado y Vicky empieza a rascarse una costra del brazo.
—¿Hay algún psicólogo o asistente que la conozca mejor que tú?
—No —murmura Daniel.
—¿No?
—No, o sea… eso es difícil de medir, pero creo que yo he hablado con ella más veces que nadie.
—¿Hace mucho de vuestra última conversación?
—No.
—Tenías una hora semanal de terapia cognitiva con ella hasta el día que se fugó, ¿no es así? —dice Johannes.
—Sí… y también he participado en su programa de
All Day Lifestyle
.
—Que es un primer paso para volver a una vida normal en sociedad —aclara Johannes dirigiéndose al juez.
—Un gran paso —corrobora Daniel.
Johannes se queda pensativo, mira unos segundos a Daniel y luego dice seriamente:
—Te voy a formular una pregunta difícil.
—Vale.
—Se dice que gran parte del material técnico apunta a que Vicky Bennet estuvo involucrada en el asesinato de tu esposa.
Daniel asiente de forma casi imperceptible y el ambiente se carga en la sala de reuniones.
Elin intenta interpretar la mirada de Daniel, pero él no levanta la cabeza. Vicky tiene los ojos inyectados en sangre, como si estuviera haciendo un esfuerzo por no echarse a llorar.
Johannes está quieto y tiene una expresión calmada. No aparta los ojos de Daniel.
—Tú eres el asistente de Vicky Bennet —dice—. ¿Crees que fue ella quien mató a tu esposa?
Daniel Grim levanta la barbilla, tiene la boca pálida, la mano le tiembla tanto que las gafas se le tuercen cuando intenta secarse las lágrimas.
—No lo he hablado con ningún compañero. No he tenido fuerzas para ello —dice en voz baja—. Pero a mi juicio… me cuesta mucho creer que Vicky Bennet cometiera aquellas atrocidades.
—¿Cómo elaboras ese juicio?
—Vicky ha respondido bien tanto a la terapia como a la medicina —continúa Daniel—. Pero, sobre todo, con el tiempo conoces a gente que… Ella no tiene fantasías violentas ni es violenta, no de esa forma.
—Gracias —dice Johannes sosegado.
Todo el mundo retoma su asiento en la sala tras la pausa para comer. Johannes es el último en entrar. Lleva el teléfono móvil en la mano. El juez espera a que se haga silencio y después hace un resumen de la primera parte:
—La fiscal ha reducido la sospecha al grado más bajo por los dos homicidios, pero sigue exigiendo prisión provisional para la detenida por diversas razones que justificarían el auto de procesamiento.
—Sí, no se puede obviar que Vicky Bennet secuestró a Dante Abrahamsson y que privó al niño de su libertad alrededor de una semana —dice Susanne Öst contenida.
—Sólo una cosa —dice Johannes Grünewald.
—¿Sí? —pregunta el juez.
La puerta de la sala se abre y aparece Joona Linna. Tiene una expresión seria y lleva el pelo tieso. Detrás de él van una mujer y un chiquillo con gafas que se quedan junto a la puerta.
—Joona Linna —lo presenta Johannes.
—Hasta ahí llego —dice el juez y se inclina interesado hacia adelante.
—Aquí están los viejos esos de los que te hablé —le dice Joona al niño, que se ha escondido detrás de las piernas de la mujer.
—No parecen trolls —susurra el chico sonriendo.
—¿Ah, no? Mira a ese de allí —dice Joona señalando al juez.
El niño niega entre risas con la cabeza.
—Decidle hola a Dante y a su madre —dice Joona.
Todo el mundo los saluda y, cuando Dante ve a Vicky, la saluda discretamente con la mano. Ella hace lo mismo y dibuja una sonrisa desgarrada. La fiscal cierra los ojos y trata de relajar la respiración.
—Le has dicho hola a Vicky, entonces ¿no es mala? —pregunta Joona.
—¿Mala?