Las normas de César Millán (12 page)

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Authors: César Millán & Melissa Jo Peltier

Tags: #Adiestramiento, #Perros

BOOK: Las normas de César Millán
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Cuando llegué a Norteamérica, e incluso cuando empecé a trabajar con perros, no tenía ni idea de lo que significaba el término «condicionamiento operante». Para mi inexperto oído sonaba como algo muy complicado e intimidatorio y que para entenderlo se necesitaba un doctorado.

Imaginen mi sorpresa cuando supe que, en resumidas cuentas, el condicionamiento operante —término acuñado por el psicólogo B. F. Skinner a mediados de la década de 1930— es la ciencia del aprendizaje a partir de las consecuencias. ¡Es algo que los propios animales llevan haciendo sin nuestra ayuda desde el principio de los tiempos! Los animales hacen cosas que acarrean consecuencias positivas y dejan de hacer cosas cuyas consecuencias son negativas. Muchos de ustedes recordarán la caja Skinner de la clase de biología en el instituto o en la universidad. B. F. Skinner inventó un mecanismo de adiestramiento que premiaba al animal con comida cuando bajaba una palanca o tocaba una tecla iluminada. Skinner analizaba y cuantificaba cómo funciona un sistema de adiestramiento basado en la recompensa.

El condicionamiento operante es un principio del comportamiento animal tan importante que también se ha convertido en un pilar de la psicología humana. Le pedí a mi amiga, la doctora Alice Clearman Fusco, psicóloga y profesora de universidad, que me definiera el concepto como si fuera uno de sus alumnos de primero. Alice me dijo: «En pocas palabras, con el condicionamiento operante el perro actúa en el mundo —hace algo— y eso acarrea unas consecuencias. Por otro lado, existe el condicionamiento clásico, que se da cuando el perro no hace nada y en su entorno sucede algo que lo lleva a relacionar varias cosas».

Todos hemos oído hablar del perro de Pavlov. Lo que Pavlov hizo fue hacer sonar una campana y darle al perro carne en polvo. Poco después el perro asoció la campana con la comida. Enseguida empezó a salivar en cuanto oía la campana: una conducta anormal. Así funciona el condicionamiento clásico. Muchos de los perros que seleccionamos para mi programa sufren con lo que parecen ser miedos o fobias irracionales cuando en realidad desarrollaron ese miedo mediante el condicionamiento clásico. Por ejemplo, Gavin, el agente de la ATF, había sido condicionado clásicamente para temer los ruidos estruendosos. Gavin no pensaba en el pasado y está claro que no racionalizaba; tan sólo sabía que un estruendo era una experiencia muy mala y peligrosa, y su respuesta para sentirse a salvo era bloquearse. Yo describiría a Gavin como víctima de un estrés postraumático originado por los fuegos artificiales y los truenos del 4 de julio. Le puede pasar lo mismo a una persona. «Casi todos los trabajos que he visto sobre estrés postraumático en relación con el condicionamiento citaban el condicionamiento clásico como una teoría vigente», dice la doctora Clearman
[7]
.

En el condicionamiento operante, mientras un animal hace algo —adopta una conducta— sucede algo bueno o algo malo. La lección que obtiene es que esa conducta es deseable o no. He pasado toda mi vida observando cómo los perros se relacionan entre sí y con su entorno. El condicionamiento operante es el modo en que funciona el aula de la propia naturaleza. Si un perro acerca el hocico a un puercoespín, será condicionado de forma operante (castigado) por las púas. Si vuelca un cubo de basura y se encuentra los restos de una hamburguesa, es condicionado de forma operante (recompensado) por la comida.

Muchas personas no son conscientes de lo fácil que resulta usar el condicionamiento operante en su vida diaria y que el perro acabe haciendo justo lo contrario de lo deseado. Barbara De Groodt afirma: «Siempre digo a mis clientes que, con intención o no, en todo momento están reforzando determinados comportamientos. Aunque no le guste ese comportamiento, probablemente lo haya reforzado usted sin querer. El ejemplo más clásico es el de un perro que corre ladrando hacia la puerta, perseguido por su dueño que grita: “¡Cállate, cállate, cállate!”. Para el perro es como si toda la manada corriera junta hacia la puerta, ladrando, y el animal piensa: “¡Esto es genial!”».

Con el condicionamiento operante los castigos y los refuerzos pueden ser positivos y negativos. El castigo disminuye el comportamiento y el refuerzo lo aumenta.

Hay que tener en cuenta que los términos «positivo» y «negativo» sólo se refieren a añadir o quitar. No tienen nada que ver con que algo sea agradable o no.

«No soy un adiestrador que sólo sea positivo», me dijo en su día Kirk Turner. Kirk usa el método del
clicker
en el adiestramiento y en clases de obediencia. El método del
clicker
, que trataremos a fondo más adelante, es calificado a menudo como únicamente positivo. Según dijo: «Yo creo en las relaciones y éstas no siempre son positivas. Se puede intentar». A Kirk le gusta que las consecuencias surjan del entorno para que no se las pueda asociar al ser humano y parezcan naturales. «He estado en África con animales salvajes, y por supuesto que sus acciones acarrean consecuencias que, a veces, no son tan agradables».

La filosofía de Kirk a la hora de adiestrar tiende a recurrir a la recompensa más que al castigo siempre que le es posible, motivo por el cual el
clicker
le resulta útil como herramienta. Aquí es donde interviene su metáfora de las relaciones. Él mismo me lo contó: «Las relaciones entre el ser humano y el perro se basan en las emociones. Al utilizar el condicionamiento operante anulo toda emoción hasta que el perro ofrece el comportamiento que estoy buscando». De este modo, al no reaccionar ante el perro, Kirk ha convertido en recompensa la consecuencia de la que aquél extrae una lección. «Cuando se da el comportamiento y puedo celebrarlo, utilizaré esa relación emocional para que el perro sepa qué es lo que quiero. Forma parte de la recompensa».

La siguiente tabla es conocida entre los estudiosos de la conducta animal como el cuadrante de +C/-C o +R/-R.

Tabla

Es importante conocer estas definiciones al hablar de refuerzo y castigo. A veces se me critica por usar el castigo al rehabilitar un perro, pero en la naturaleza el castigo es algo cotidiano. Ése es uno de los motivos por los que suelo usar el término correctivo: porque vi que en Norteamérica la gente se disgusta sólo con oír la palabra castigo y la relaciona con cosas horribles. Por supuesto, como recordaba Bob Bailey a mi coautora, el término correctivo no deja de ser un sinónimo del concepto científico de castigo.

Ian Dunbar, veterinario, especialista en conductismo animal y adiestrador canino del que se habla mucho en este libro, dice: «El castigo disminuye la conducta inmediatamente anterior de modo que sea poco probable que se repita en el futuro». Punto. No habla en absoluto de que el castigo sea aterrador o doloroso. Sin embargo, por definición, el castigo ha de ser eficaz para reducir una conducta no deseada; de otro modo no es castigo. En otras palabras: las consecuencias modifican la conducta. Las consecuencias pueden ser buenas o malas. Desde el punto de vista del perro, las cosas pueden mejorar o empeorar. Podemos enseñar a nuestro perro a hacer muchas cosas animándolo a hacerlo bien y premiándolo por hacerlo bien. Preparándolo para que no fracase, incitándolo y premiándolo por hacerlo bien. Pero dejará de ser fiable si no castiga al perro cuando lo hace mal. Ésta es la mayor equivocación al adiestrar un perro. Todo el mundo da por supuesto que el castigo tiene que ser aversivo. Y el motivo es que los cientos de miles de experimentos sobre teoría del aprendizaje fueron realizados por computadoras con ratas y palomas en una jaula de laboratorio. ¿Cómo puede recompensar a una rata una computadora? Es muy sencillo, ¿no? Un
click
, y sale una chuchería de una bandejita. ¿Cómo puede castigar a una rata una computadora? No puede decir: «Disculpa, rata, mira, no me gusta lo que estás haciendo». Así que suelta una descarga eléctrica. Es decir, en aquellos laboratorios donde se creaba la teoría del aprendizaje los castigos siempre eran aversivos. Siempre provocaban dolor. Sin embargo, cuando adiestramos a otras personas o a perros, nos damos cuenta de que, por supuesto, el castigo no tiene por qué ser doloroso ni aterrador.

¿Aversivo o no aversivo?

El diccionario define
aversivo
como «tendente a evitar un estímulo nocivo o punitivo».
Nocivo
significa algo que causa daño o dolor. Así pues, al preguntarnos cómo podemos detener una conducta no deseada, lo que en realidad queremos preguntar es ¿cómo podemos hacerlo sin provocar dolor o miedo? Ian Dunbar propone un nuevo cuadrante para tratar esto. «Si en un lado escribimos “¿Es punitivo esto que estoy haciendo? Es decir, ¿reduce o elimina la conducta no deseada? Sí o no”. Y “¿es aversivo? Sí o no”. Traducido: ¿es doloroso?, ¿es aterrador? Vemos que dos de estos cuadrantes están demasiado llenos: “no castigos no aversivos” y “no castigos aversivos”, mientras que los otros dos están prácticamente vacíos: “castigos aversivos” y “castigos no aversivos”».

Tal vez muchas de las cosas que un dueño dice a su perro para que obedezca no sean aversivas, pero tampoco son punitivas, lo que significa que no modificará su conducta. Ian nos dice: «Por ejemplo, repetirse insistentemente. Alguien dice: “No hagas eso, Rover. Rover, por favor, ¿quieres sentarte? ¡Rover, Rover, Rover! ¡Siéntate!”. Y lo deja si el perro no hace caso. No ha sido algo aversivo, pero tampoco ha modificado su conducta, por lo que no ha sido punitivo. El perro se lo ha pasado en grande: “Me encanta cuando me habla así”», y prosigue Ian: «Por otro lado, solemos ser aversivos sin reducir eficazmente una conducta no deseada, por lo que eso tampoco es un castigo. Tendemos a dar tirones de la correa, a gritar al perro y aturdirlo, pero ¿saben una cosa? Seguirán haciéndolo la semana que viene. El perro no aprende y, por tanto, por definición esos estímulos aversivos tampoco son punitivos».

Ian Dunbar describe todo esto en términos científicos, pero yo lo explicaría de un modo ligeramente distinto. El hecho es que ningún animal responde de forma positiva a una energía furiosa, frustrada o aterradora. Si intentamos corregir a nuestro perro y nuestro estado de ánimo no es sereno-autoritario, el perro reaccionará ante nuestras emociones inestables y será incapaz de entender lo que queremos comunicarle. Al mismo tiempo, si repetimos una y otra vez una orden sin éxito, no sólo nuestra energía será desagradable, negativa e inútil, sino que probablemente tampoco estemos dispuestos a modificar su conducta.

Ian puntualiza: «La verdad es que el empleo del castigo aversivo es muy poco frecuente. Si un adiestrador usa correctamente la voz, un correctivo con la correa o incluso un collar electrónico, verá cómo sólo necesita hacerlo una o dos veces. No necesita hacerlo más porque el perro no volverá a salir corriendo. Una o dos veces con el collar y no volverá a perseguir a las ovejas. El castigo aversivo sólo hay que usarlo una o dos veces. Sin embargo, no es eso lo que solemos ver. Por el contrario, lo que vemos es gente que no deja de tirar de la correa, que grita todo el tiempo y que nunca le quita el collar al perro. Esto no es castigar. Según el grado de dureza, es maltrato o abuso. El cuadrante que está casi vacío es castigo no aversivo. De todos modos, en realidad resulta sorprendentemente fácil y eficaz eliminar una conducta no deseada con reprimendas instructivas dichas con suavidad».

Ian Dunbar enseña a dar órdenes con la voz como castigos no aversivos y eficaces, un método que describe con detalle en el capítulo 6. Según esta definición, yo también podría describir mi manera de usar el lenguaje corporal, la energía y el sonido (algo como «¡Chssst!» o «¡Eh!» ) como formas de castigo no aversivo. Podría incluir en esta categoría el contacto, si es firme pero no duro ni doloroso, aunque los hay que no están en absoluto de acuerdo con esto. Creo que el contacto físico es un componente importante de la forma en que los perros se hablan. El tacto es el primer sentido que desarrolla un perro
[8]
. Mi impresión es que los perros usan entre sí el contacto firme —autoritario, no violento ni agresivo— después de una advertencia hecha con la mirada o con el lenguaje corporal y la energía, y para hablar su lenguaje, si yo también lo uso me resulta útil. Si el contacto no es severo ni va acompañado de ira o frustración —por ejemplo, un contacto repetido en el hombro de nuestra pareja para llamar su atención en la oscuridad de un cine— para mí es tan sólo un método de comunicación, no un castigo aversivo. Por supuesto, quitar a un perro algo que le gusta es también una forma de castigo no aversivo (técnicamente, un castigo negativo): como puede ser retener la atención de alguien, un premio, una actividad favorita o reclamar como propio un espacio o un objeto que le guste al perro.

La regla práctica en cuanto al condicionamiento operante es que el refuerzo positivo, y no el castigo, no sólo es la forma más humana, sino también la más eficaz, de crear o modelar cualquier conducta nueva.

Bob Bailey afirma: «Jamás he tenido que recurrir al castigo para modificar una conducta. Jamás. No sirve de nada. He recurrido al castigo para eliminar una conducta que no me gustaba. Pero sólo si se trataba de una conducta de alto riesgo, o alguien podía resultar herido, o el propio perro podía sufrir algún daño o destrozaba un objeto, o algo así. En lugar de castigar he tratado de modificar el entorno de modo que el animal no pueda hacer nada malo. Y mediante el refuerzo adecuado he conseguido la conducta que quería, y he hecho que al perro le mereciera la pena seguirme el juego. De ese modo no surgía la cuestión del castigo».

Bob añade: «En el caso de que recurra al castigo será uno que me garantice por completo que va a cortar de inmediato esa conducta. Si tenemos que usar un castigo más de tres veces para detener una conducta, es que no lo estamos haciendo bien».

La moraleja es que el castigo aversivo no es un juego. Si no funciona de inmediato, no lo use. Si tira de su perro o le golpea más de un par de veces y él sigue sin captar el mensaje, no puede culparle. Tiene que parar en seco y recapacitar sobre su estrategia, por no hablar de su estado de ánimo, que, por experiencia, casi siempre es la base del problema.

¿En qué lugar deja esto los tirones de la correa? Los hay que se oponen totalmente a ellos y lo respeto. Pero muchos adiestradores los emplean. Yo los empleo y enseño a los dueños a que los usen de forma correcta, pero sólo como un medio para conseguir un fin, no como un recurso habitual y diario durante toda la vida del perro. Usado adecuadamente, el tirón de correa —que proporciona una sensación física que no ha de doler ni sacudir al perro, sino llamar su atención— comunica al perro que tiene que modificar algo que está haciendo. Si lo hacemos coincidir con la conducta no deseada y ofrecemos a la vez la solución correcta (aquello que queremos que haga el perro), un tirón de correa puede ser una herramienta de aprendizaje, no un recurso de por vida para que el perro aprenda buenos modales a base de insistir.

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