–Muy bien, Phor San -le dije-, ahora déjame decirte algo. Estoy al mando de esta nave, y tengo la intención de seguir al mando de ella. Te doy, a ti y a esta rata, tres segundos para saltar por la borda, por que la
Dusar
despegará dentro de tres segundos. – Y entonces di dos palmadas.
Phor San rió sarcásticamente.
–Te dije que no vuela. ¡Ahora, vamos! Si no vienes por las buenas, te arrastraremos -señaló por la borda.
Miré… y vi un numeroso destacamento de guerreros marchando hacia la
Dusar
; al mismo tiempo, la
Dusar
se separó del suelo. Phor San se plantó frente a mí, divertido.
–¿Y ahora qué vas a hacer? – preguntó imperativamente.
–Llevarte a dar un pequeño paseo, Phor San -repliqué yo, señalando a mi vez la borda.
Él echó una mirada, y luego corrió hacia la barandilla. Sus guerreros lo miraban con fútil desconcierto.
–¡Ordena a la
Okar
que persiga y tome esta nave! – gritó Phor San al padwar que los mandaba. La
Okar
era su nave insignia.
–Quizás te gustaría bajar a mi camarote y echar un traguito -le sugerí, pues el licor del comandante anterior aún estaba allí-. Tú, vete con él -ordené al soldado que nos había traicionado-. Encontraréis licor en uno de los armarios.
Luego fui al puente. Por el camino, envié a un guerrero a convocar a Fo-Nar. Indiqué a Tan Hadron que volara en círculos sobre la línea de naves; y, cuando Fo-Nar se presentó, le di sus órdenes y volvió a bajar.
–No podemos dejarlos tomar aire -le dije a Tan Hadron-. Esta no es una nave rápida, y no tendremos ninguna posibilidad si varias de ellas nos alcanzan.
Siguiendo mis órdenes, Tan Hadron voló a baja altura hacia la primera nave de la línea; era la
Okar
e iba a despegar. Señalé hacia abajo a Fo-Nar, y un instante después se produjo una terrorífica explosión a bordo de la nave. ¡Nuestra primera bomba había hecho diana!
Avanzamos lentamente sobre la línea, dejando caer nuestras bombas; pero, antes de que hubiésemos alcanzado la mitad de ésta, comenzaron a despegar varias naves del otro extremo, y a estallar alrededor de nosotros los proyectiles de las baterías de tierra.
–Es el momento de marcharse de aquí -le dije a Tan Hadron. Aumentó la velocidad, y la
Dusar
ascendió rápidamente en zigzag.
Nuestros propios cañones estaban respondiendo a las baterías de tierra, y evidentemente con mucha eficacia, ya que no fuimos alcanzados una sola vez. Me pareció que, hasta el momento, habíamos salido del asunto con mucha fortuna. No habíamos inutilizado tantas naves como yo creía que podíamos, y ya había varias en el aire que sin duda nos perseguirían; pude ver una de ellas ya en nuestra cola, pero estaba fuera de tiro y, aparentemente, no nos ganaba en velocidad, si es que nos podía ganar en algo.
Indiqué a Tan Hadron que pusiera rumbo al Norte y mandé llamar a Fo-Nar a quien le dije que convocara a todos los hombres en cubierta; quería tener la oportunidad de examinar a mi tripulación y de explicarles lo que entrañaba nuestra expedición. Ahora había tiempo para ello, mientras ninguna nave estaba a tiro, cosa que podía cambiar en breve tiempo.
Los hombres se fueron reuniendo desde abajo y desde sus puestos en cubierta. Eran, en su mayor parte, un grupo de hombres rudos, veteranos, diría yo, de muchas campañas. Mientras los examinaba, pude ver que me estaban evaluando; probablemente estaban pensando más sobre mí de lo que yo pensaba sobre ellos, porque estaba bastante seguro de lo que harían si pensaban que podían dominarme… Me «caería» por la borda, y ellos se adueñarían de la nave; luego pelearían entre ellos para decidir qué harían con la nave y a dónde la dirigirían; al final, sobrevivirían medía docena de los más duros, irían a la ciudad más cercana, venderían la
Dusar
y celebrarían una salvaje orgía… si no se estrellaban antes.
Le pregunté a cada uno su nombre y su experiencia; de los veintitrés, once eran panthans y doce asesinos; habían luchado por todo el mundo. Siete de los panthans eran de Helium o habían servido en su armada. Sabía que estos hombres estarían acostumbrados a la disciplina. Los asesinos eran de varias ciudades repartidas por todo Barsoom. No necesitaba preguntarles para asegurarme de que todos habían incurrido en la ira de su hermandad, viéndose forzados a huir para escapar ellos mismos al asesinato; formaban una dura cuadrilla.
–Estamos volando hacia Pankor -les informé- en busca de la hija del jed de Gathol, que ha sido secuestrada por Hin Abtol. Puede que tengamos que luchar duramente antes de encontrarla; si tenemos éxito y sobrevivimos, volaremos a Helium; allí os cederé la nave y podréis hacer con ella lo que queráis.
–No voy a ir a Pankor -aseguró uno de los asesinos-. He vivido allí veinticinco años, y no pienso volver.
Esto suponía una insubordinación cercana al motín. En una armada disciplinada, hubiera sido algo muy simple de solucionar; pero aquí, donde no había una autoridad más alta que la mía, tenía que tomar un curso de acción muy diferente al de un comandante con un poderoso gobierno respaldándole. Me dirigí al hombre y le golpeé cómo había golpeado a Kor-An; y, como Kor-An, cayó al suelo.
–Volarás a donde yo quiera llevarte -le dije-, no habrá insubordinación alguna en esta nave.
Se puso en pie de un salto y extrajo su espada; no había nada que yo pudiera hacer salvo desenvainar también.
–Comprenderás que el castigo por esto es la muerte… a menos que enfundes tu espada inmediatamente.
–¡La enfundaré en tus tripas, calot! – gritó, tirándome una estocada terrorífica que paré con facilidad, atravesándole acto seguido el hombro derecho.
Sabía que tendría que matarlo, porque sobre la disciplina de la nave se apoyaba, quizás, el destino de Llana de Gathol, y podían depender de este desafío mi supremacía y autoridad; pero primero debería ofrecer una exhibición de esgrima que asegurara definitivamente a los otros miembros de la tripulación que la estocada mortal no supondría un accidente, como podían haber pensado si lo mataba de inmediato.
Así que jugué con él como un gato con un ratón, hasta que los otros miembros de la tripulación, que al principio habían permanecido silenciosos y ceñudos, comenzaron a ridiculizarle.
–Creí que ibas a envainar tu espada en sus tripas -se mofó uno.
–¿Por qué no lo matas, Gan-Ho? – exigió otro-. Creí que eras un gran espadachín.
–Voy a decirte una cosa -dijo un tercero-: no vas a volar ni a Ankor ni a ninguna otra parte. ¡Adiós, Gan-Ho! Estás muerto.
Sólo para mostrar a los hombres lo fácilmente que podía hacerlo, desarmé a Gan-Ho, enviando su hoja repiqueteando sobre la cubierta. Se quedó quieto un momento, mirándome como una bestia enloquecida; luego se volvió, corrió por la cubierta y saltó por la barandilla. Me sentí feliz por no tener que matarlo. Me volví hacia los hombres y los reuní delante de mí.
–¿Hay algún otro que no quiera volar a Pankor? – pregunté, y esperé la respuesta.
Varios de ellos sonrieron embarazados; hubo mucho arrastrar de sandalias sobre la cubierta, pero nadie contestó.
–Os he convocado aquí para contaros a dónde volamos y por qué; también para informaros que Fo-Nar es el primer padwar. Tan Hadron es el segundo padwar, y que yo soy vuestro dwar… y que vamos a ser obedecidos. Volved a vuestros puestos.
Poco después de que los hombres se dispersaran, Phor San y su satélite aparecieron en cubierta; ambos estaban borrachos. Phor San se me acercó y se detuvo agitando un dedo errático ante mí. Apestaba al licor que había estado bebiendo.
–En nombre de Hin Abtol, jeddak de jeddaks del Norte -declaró-, te ordenó que me entregues el mando de esta nave, o sufrirás finamente las consecuencias de un delito de motín.
Vi a los hombres mirándome maliciosamente.
–Será mejor que bajéis -dije- podríais caeros por la borda.
Phor San se volvió hacia algunos de los hombres de la tripulación.
–Soy el odwar Phor San -anunció-, comandante de la flota. ¡Encadenad a este hombre y llevad esta nave de vuelta al aeropuerto!
–Creo que has llegado demasiado lejos, Phor San -le dije-. Tendré que suponer que estás incitando a mi tripulación a amotinarse si perseveras en tu actitud, y actuar de acuerdo con ello. ¡Baja!
–¿Estás intentando darme órdenes en una de mis naves? – exigió saber-. ¿No has entendido que yo soy Phor San…?
–… comandante de la flota -terminé por él; tras lo que les ordené a un par de guerreros cercanos-: ¡Llevad a estos dos abajo y, si no se comportan, atadlos!
Colérico, Phor San fue arrastrado abajo. Su compañero bajó con tranquilidad; supuse que sabía lo que le convenía.
La otra nave estaba aún pegada a nuestra cola sin ganar terreno de manera perceptible, pero había otras dos detrás de ella que navegaban más rápido que ella y que nosotros.
–Esto no tiene buena pinta -le dije a Tan Hadron, que permanecía a mi lado.
–Enseñémosles algo -dijo él.
–¿Por ejemplo?
–¿Recuerdas aquella maniobra tuya la última vez que Helium fue atacado por una flota enemiga, cuando venciste a la nave insignia y a otras dos naves que creían que huías de ellas?
–Muy bien -le dije- lo intentaremos.
Mandé buscar a Fo-Nar y le di instrucciones precisas. Mientras hablábamos, escuché una serie de penetrantes gritos, cada vez más lejanos: pero mi mente estaba tan ocupada con esa otra cuestión que apenas si les hice caso. Al rato oí el «todo listo» de Fo-Nar, y dije a Tan Hadron que emprendiera la maniobra.
La
Dusar
marchaba a toda velocidad contra un fuerte viento de cara, y cuando Tan Hadron la hizo dar media vuelta, se lanzó hacia las naves perseguidoras como un thoat a la carrera. Dos de ellas estaban en posición para abrir fuego sobre nosotros en cuanto estuviésemos a su alcance; sin embargo, comenzaron a disparar demasiado pronto; nosotros contuvimos nuestro fuego hasta que fuera efectivo. Todos disparaban los cañones de proa, los únicos que se podían utilizar; y ninguno hacía mucho daño.
Según nos acercábamos a la nave que iba en cabeza, vi en su cubierta una considerable confusión; imaginé que pensaban que íbamos a embestirlos. Precisamente entonces nuestros artilleros pusieron fuera de servicio su cañón de proa, lo que fue en verdad una fortuna para nosotros; entonces Tan Hadron levantó el morro de la
Dusar,
y nos elevamos por encima de la nave de cabeza. Cuando pasamos sobre ella, se produjo una terrorífica explosión en su cubierta, y estalló en llamas. Tan Hadron viró a babor tan rápidamente que la
Dusar
escoró sobre su costado, y los que estábamos en cubierta tuvimos que agarrarnos a lo que pudimos para no caer por la borda; con esta maniobra, cruzó por encima de la segunda nave, y los bombarderos de la sentina de la
Dusar
dejaron caer sobre su cubierta una bomba pesada. Con la detonación de la bomba, la nave volcó completamente y cayó a plomo hacia tierra, cuatro mil pies más abajo. La explosión debía haber hecho estallar todos sus tanques de sustentación.
Sólo quedaba una nave en nuestra inmediata vecindad; y cuando nos dirigimos hacia ella, volvió la popa y huyó, seguida por los vítores de nuestros hombres. Habiendo abandonado el enemigo la persecución, reasumimos nuestro rumbo hacia el Norte.
La primera nave aún estaba ardiendo, e indique a Tan Hadron que se le aproximara para cerciorarnos de si algunos tripulantes habían sobrevivido. Mientras nos acercábamos, vi que estaba suspendida proa a bajo, con toda su parte posterior en llamas. La proa no ardía, y vi a algunos hombres aferrados a la inclinada cubierta.
Mi artillero pensó que iba a acabar con ellos y apuntó su pieza en su dirección; lo detuve justo a tiempo; luego me dirigí a ellos.
–¿Podéis alcanzar su arnés de abordaje? – les grité.
–Sí -llegó la respuesta.
–Me situaré por debajo y os recogeré.
En quince minutos habíamos recogido a los cinco supervivientes, uno de los cuales era un padwar pananio.
Estaba sorprendido de que no hubiéramos acabado con ellos ni los hubiéramos dejado allí colgados para que ardieran. El padwar estaba seguro de que teníamos algún motivo cruel al recogerlos, y me preguntó que cómo pensaba matarlos.
–No pienso mataros -le dije-. A menos que me vea obligado.
Mis propios hombres estaban casi tan sorprendidos como los prisioneros; pero oí a uno decir:
–El dwar ha estado en la armada de Helium. En Helium no matan a los prisioneros de guerra.
Bien, en ningún país marciano matan a los prisioneros, aunque en la mayoría de ellos lo hacen si encuentran difícil o imposible llevarlos como esclavos sin poner en peligro la seguridad de sus propias naves.
–¿Qué vas a hacer con nosotros? – preguntó el padwar.
–Os desembarcaré tan pronto como sea conveniente, y os dejaré libres; o podrás alistarte y venir con nosotros. Sin embargo, debes comprender que estamos en guerra con Hin Abtol.
Los cinco decidieron compartir su suerte con nosotros, y se los mandé a Fo-Nar para que les asignara sus guardias y sus deberes. Mis hombres estaban reunidos en el centro de la cubierta discutiendo sobre el enfrentamiento; se sentían tan orgullosos como pavos reales.
–Destruimos dos naves e hicimos huir una tercera sin sufrir una sola baja -decía uno.
–Ésta es la clase de dwar con el cual se puede volar -dijo otro-. Supe que valía en cuanto vi cómo trató a Gan-Ho. Os digo que es un hombre por el que merece la pena luchar.
Después de sorprender esta conversación, y muchas más por el estilo, me sentí mucho más seguro en cuanto a las posibilidades de éxito de nuestra aventura, ya que con una tripulación desleal todo puede suceder salvo el éxito.
Un poco más tarde, cuando cruzábamos la cubierta, vi a uno de los guerreros que se había llevado abajo a Phor San y a su compañero; lo llamé y le pregunté si los prisioneros estaban bien.
–Siento informarte, mi señor -me dijo- que ambos se cayeron por la borda… se cayeron por la escotilla lanzabombas de popa.
Naturalmente, yo sospechaba algo de la fidelidad de Gor-Don, el padwar panario que habíamos recogido de la nave incendiada. Era el único panario a bordo de la
Dusar,
y la única persona que, concebiblemente, podía sentir lealtad hacia Hin Abtol. Avisé a Fo-Nar y a Tan Hadron de que mantuvieran un ojo encima de él, aunque en realidad no podía imaginar cómo podía hacernos daño.