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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #ciencia-ficción

Llana de Gathol (22 page)

BOOK: Llana de Gathol
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Según nos aproximábamos a la región del Polo Norte, se hizo necesario repartir las prendas de abrigo de piel que la
Dusar
almacenaba en sus pañoles; la piel blanca de apt para los guerreros, y la piel de arluk, rayada en negro y amarillo, para los oficiales; también hubo que suministrar mantas de piel adicionales a todos.

Yo estaba desvelado aquella noche, sin ninguna razón, pero con un presentimiento de inminente desastre, y hacia la novena zode (la una de la madrugada, hora terrestre) me levanté y subí a cubierta. Fo-Nar estaba al timón, porque aún no conocía lo bastante bien a ninguno de los guerreros como para confiarle este importante puesto.

Había un grupo de hombres susurrando entre sí en el centro de la nave. Como no eran miembros de la guardia, no tenían nada que hacer allí a esa hora de la noche. Iba caminando hacia ellos para ordenarles que bajaran, cuando vi a tres hombres peleando más a popa. Esta infracción de la disciplina requería una atención más inmediata que la reunión en cubierta, y me dirigí rápidamente hacia ellos, alcanzándolos, justo cuando dos de ellos iban a tirar al tercero por la barandilla.

Agarré a los dos por el cuello y tiré de ellos hacia atrás; dejaron caer a su víctima y se volvieron hacia mí, vacilando al reconocerme.

–El panario se estaba cayendo por la borda -me dijo uno de ellos descaradamente.

Con toda seguridad, el tercer hombre era Gor-Don, el panario. Se había salvado por los pelos.

–Baja a mi camarote -le indiqué-, hablaré contigo más tarde.

–No hablará mucho si sabe lo que le conviene -amenazó uno de los hombres que había intentado tirarlo por la borda cuando se alejaba.

–¿Qué significa esto? – pregunté a los dos hombres, que había reconocido como asesinos.

–Significa que no queremos a ningún panario a bordo de esta nave -replicó uno de ellos.

–Bajad a vuestro alojamiento -les ordené-. Os veré más tarde.

Mi intención era encadenarlos inmediatamente. Vacilaron, uno de ellos se me acercó más. Sólo había una forma de enfrentarse a una situación como ésta: ser el primero. Lancé un derechazo a la mandíbula del tipo y, mientras se caía, saqué mi espada y me enfrenté a ellos.

–Os atravesaré a los dos si echáis mano a las espadas -les dije. Sabían que hablaba en serio. Los hice entonces apoyarse en la barandilla de espaldas a mí, y los desarmé-. Ahora, bajad.

Mientras caminábamos, vi a los hombres del grupo que estaba en el centro de la cubierta observándonos y, cuando me aproximé a ellos, se alejaron y bajaron antes de que pudiera ordenar que los cogieran. Bajé y le dije a Fo-Nar lo que había sucedido y que estuviera alerta por si había problemas.

–Voy a hablar con el panario; creo que hay algo más que el simple deseo de tirarlo por la borda en todo esto; luego tendré una charla con algunos de los hombres. Primero despertaré a Tan Hadron y le ordenaré que encadenen a esos dos asesinos inmediatamente. Estaré de vuelta dentro de poco; nosotros tres tendremos que estar en guardia desde ahora. Aquellos hombres no estaban en la cubierta a esta hora sólo para tomar aire fresco.

Bajé y desperté a Tan Hadron, le conté lo que había pasado y le ordené que tomara un grupo de hombres y encadenara a los dos asesinos; después de ello, fui a mi camarote. Cuando entré, Gor-Don se levantó de un banco y me saludó.

–Debo agradecerte que me salvaras la vida, mi señor.

–¿Era porque eres panario por lo que iban a tirarte por la borda? – le interrogué.

–No, mi señor, no es eso -me respondió-. Los hombres están planeando adueñarse de la nave, pues temen ir a Pankor, e intentaron que me uniese a ellos, pues ninguno puede pilotar una nave como yo; intentaban mataros a ti y a los dos padwares. Rehusé unirme a ellos, y ellos intentaron disuadirme; luego temieron que yo te comunicara sus planes, como pensaba hacer; así que fueron a tirarme por la borda. Tú me salvaste la vida, mi señor, cuando me rescataste de aquella nave en llamas; y estoy contento de ofrecerla en defensa de la tuya… y vas a necesitar toda la defensa que puedas conseguir; los hombres están decididos a adueñarse de la nave, aunque están divididos por la cuestión de matarte.

–Parecían muy contentos por servir a mis órdenes, después de nuestro enfrentamiento con tus tres naves -le dije-. No me imagino qué puede haberlos hecho cambiar de idea.

–Cuanto más nos acercamos a Pankor, más temen a Hin Abtol -replicó Gor-Don-; están aterrorizados por la idea de que los puedan congelar otra vez allí durante años.

–Pankor debe de ser un lugar terrible -le dije.

–Para ellos lo sería.

Vi que estaba armado, y le indiqué que me siguiera a cubierta. Al menos, seríamos cuatro, y confiaba en que algunos de la tripulación fuesen leales. Tan Hadron de Hastor y yo podíamos presentar bastante resistencia; de los otros dos, no lo sabía.

–¡Vamos! – dije al panario, y abrí la puerta de mi camarote, cayendo en las manos de la docena de hombres que esperaban allí y que se lanzaron sobre mí y me condujeron hacia la cubierta antes de que pudiera dar un solo golpe en mi defensa; nos desarmaron al panario y a mí, y nos ataron las manos a la espalda.

Todo fue ejecutado en silencio y expeditivamente; el plan había sido admirablemente concebido, y se ganó mi aprobación… cualquiera que pueda apoderarse de John Carter con tanta facilidad, merece mi alabanza.

Nos llevaron a cubierta, y no pude dejar de notar que muchos de ellos aún me trataban con deferencia. Los que me habían reducido con tanta facilidad eran panthans. En la cubierta, vi que tanto Tan Hadron como Fo-Nar estaban prisioneros. Los hombres nos rodearon y discutieron sobre nuestra suerte.

–¡Por la borda con los cuatro! – gritó un asesino.

–No seas tonto -dijo uno de los panthans-. No podemos pilotar la nave sin uno de ellos por lo menos.

–Encadenemos a uno, entonces, y tiraremos a los otros tres… ¡El dwar el primero!

–¡No! – dijo otro panthan-. Es un gran luchador, un buen comandante que nos conducirá a la victoria; antes que verle muerto, pelearé.

–¡Y yo! – gritaron varios otros al unísono.

–¿Entonces qué quieres hacer con ellos? – preguntó imperativamente otro asesino-. ¿Quieres que los llevemos con nosotros para que nos corten la cabeza en la primera ciudad donde paremos y puedan informar a las autoridades?

–Guardaremos dos para pilotar la nave -dijo un hombre que no había hablado anteriormente- y desembarquemos a los otros dos, si no queréis matarlos.

Varios de los asesinos estaban aún por matarnos, pero los otros prevalecieron, e hicieron que Tan Hadron aterrizara la
Dusar.
Allí nos desembarcaron a Gor-Don y a mí, y nos devolvieron nuestras armas, con las protestas de varios de los asesinos.

Cuando estuve sobre la nieve y el hielo del Ártico y vi la
Dusar
elevarse y poner rumbo al sur, pensé que hubiera sido mejor que nos mataran.

X

Al norte de nosotros se alzaba una cadena de colinas rocosas. El viento barría sus cima de granito, moteadas de manchas de nieve y de hielo, haciéndolas parecer, por encima de las laderas nevadas, como la columna vertebral de algún monstruo muerto. Hacia el sur se extendía un terreno escarpado y nevado… Una desolación helada y la muerte hacia el norte; la muerte y una desolación helada hacia el sur. Parecía no haber alternativa.

–Supongo que estaremos igual de bien si nos movemos -dije a Gor-Don, y emprendí el camino del sur.

–¿Dónde vas? – preguntó él-. A un hombre a pie sólo la muerte lo aguarda en esa dirección.

–Por lo que yo sé, la muerte nos aguarda en cualquier dirección que podamos tomar.

El panario sonrió.

–Pankor se encuentra justo detrás de estas colinas -me dijo-. He cazado aquí muchas veces; podemos estar en Pankor dentro de un par de horas.

Yo me encogí de hombros.

–No hay mucha diferencia para mí, puesto que probablemente me matarán en Pankor. – Y emprendí el camino, aunque ahora el del norte.

–Puedes entrar en Pankor con seguridad -dijo Gor-Don-. Pero tendrás que hacerlo como esclavo mío. No es que me guste, mi señor, pero es la única forma de que estés seguro.

–Comprendo -dije-. Gracias.

–Tendremos que decir que te hice prisionero; que la tripulación de mi nave se amotinó y que nos desembarcó a ambos -me explicó.

–Es una buena historia, y al menos se basa en hechos reales -le dije-. Pero dime, ¿podré alguna vez escapar de Pankor?

–Si consigo otra nave, lo harás -prometió él-. Tengo derecho a un esclavo a bordo, y te llevaré conmigo; el resto tendremos que dejárselo al destino; aunque puedo asegurarte que no es cosa fácil escapar de la armada de Hin Abtol.

–Estás siendo muy generoso.

–Te debo mi vida, mi señor.

La vida es extraña. ¿Cómo podía haber imaginado yo unas horas antes que mi vida iba a estar en manos de uno de los oficiales de Hin Abtol, y a salvo? Si alguna vez un hombre fue rápidamente recompensado por una buena obra, ese fui yo por haber rescatado a aquellos diablos de la nave en llamas.

Gor-Don abrió la marcha con seguridad en aquel desierto sin caminos, hacia una estrecha garganta que dividía las colinas. Alguien no familiarizado con la situación, hubiera pasado a lo largo del pie de las colinas, a cien yardas de distancia, sin verla nunca, puesto que sus paredes cubiertas de hielo y nieve se confundían con las nieves de alrededores, ocultándola efectivamente.

Fue muy duro atravesar la garganta. La nieve cubría rocas y pedazos de hielo, y formaba incesantemente un laberinto de corredores en los cuales un hombre podía perderse con facilidad. Gor-Don me dijo que era el único paso a través de las colinas, y que si algún enemigo lo encontraba, moriría congelado antes de atravesarlo.

Habíamos avanzado trabajosamente durante una media hora, cuando, en una curva, nuestro camino fue bloqueado por una de las mas terribles criaturas que habitan Marte. Era un apt, una enorme bestia de piel blanca con seis piernas, cuatro de las cuales, cortas y macizas, lo conducen rápidamente sobre la nieve y el hielo; mientras las otras dos, creciendo hacia adelante desde sus hombros, a cada lado de su largo y poderoso cuello, terminan en unas manos blancas y sin pelo, con las cuales atrapa y sostiene su presa.

Su cabeza y boca son de apariencia más similar a la del hipopótamo que a la de ningún otro animal terrestre, excepto en que desde los lados del maxilar superior, dos poderosos colmillos se curvan hacia adelante y ligeramente hacia abajo.

Sus dos enormes ojos inspiran la mayor curiosidad. Se extienden en dos vastas manchas que bajan por ambos lados de la cabeza, desde la coronilla hasta debajo de las raíces de los colmillos, de forma que estas armas en realidad nacen de la parte baja de sus ojos, cada uno de los cuales se compone de varios millares de ocelos.

Esta estructura ocular siempre me ha parecido notable en una bestia cuyo habitat son los deslumbrantes campos de nieve y hielo y, como descubrí mediante un concienzudo examen de los ojos de varios de los que matamos Thuvan Dihu y yo, una vez que atravesamos las Cuevas de la Carroña, cada ocelo dispone de su propio párpado, y el animal puede, cuando le interesa, cerrar tantas facetas de sus enormes ojos como desee, aunque estoy seguro de que la naturaleza los ha equipado así porque la mayor parte de su vida la pasan en oscuros agujeros subterráneos.

La criatura cargó contra nosotros en cuanto nos vio; y Gor-Don y yo desenfundamos nuestras pistolas de radium simultáneamente, y comenzamos a disparar. Pudimos oír las balas explotar en su cuerpo y ver grandes pedazos de carne y hueso saliendo disparados, pero todavía siguió adelante. Una de mis balas se tropezó con un ojo de mil facetas y explotó allí, arrancándoselo. Durante un momento, la criatura vaciló y se agitó; luego siguió adelante otra vez. Estaba encima de nosotros, y nuestras balas destrozaban sus órganos vitales. Cómo podía continuar con vida, no lo comprendía, pero lo hizo; nos alcanzó, y agarró a Gor-Don con sus dos horribles manos blancas sin pelo, y lo acercó a sus gigantescas mandíbulas.

Yo estaba en su lado ciego y, dándome cuenta de que mis balas no lo matarían a tiempo de salvar a Gor-Don, desenvainé mi espada larga y, agarrando la empuñadura con ambas manos, la alcé hasta detrás de mi hombro derecho, y hundí la afilada hoja en el largo cuello de la bestia. Justo cuando las mandíbulas iban a cerrarse sobre Gor-Don, la cabeza del apt rodó por el helado suelo de la garganta; pero sus poderosos dedos aún aferraban al panario, y tuve que cortarlos con mi espada para liberarlo.

–Faltó poco -le dije.

–Una vez más, me ha salvado la vida -dijo Gor-Don-. ¿Cómo podré compensártelo?

–Ayudándome a encontrar a Llana de Gathol, si está en Pankor.

–Si está en Pankor, no sólo te ayudaré a encontrarla, sino que te ayudaré a escapar con ella, si es humanamente posible hacerlo -replicó él-. Soy un oficial de la armada de Hin Abtol -continuó-, pero no siento ninguna lealtad hacia él. Es un tirano odiado por todos; es un milagro que haya sido capaz de gobernarnos durante más de cien años sin encontrarse con la daga o el veneno de un asesino.

Continuamos atravesando la garganta mientras hablábamos; y al fin salimos a una llanura nevada, sobre la cual se alzaba una de aquellas ciudades-invernadero cubiertas de cristal de la región polar de Barsoom.

–Pankor -dijo Gor-Don; entonces se volvió hacia mí, me miró y comenzó a reír.

–¿Qué sucede? – le pregunté.

–Tu metal; llevas la insignia de un dwar al servicio de Hin Abtol; puede resultar extraño que tú, un dwar, sea prisionero y esclavo de un padwar.

–Efectivamente, puede ser difícil de explicar -dije, quitándome la insignia y tirándola a un lado.

En la puerta de la ciudad, tuvimos la buena fortuna de encontrar a un conocido de Gor-Don al mando de la guardia. Escuchó la historia de éste con interés y nos permitió entrar, sin prestarme la más mínima atención.

Pankor era muy parecida a Kadabra, la capital de Okar, sólo que mucho más pequeña. Aunque el país que la rodeaba hasta sus murallas estaba cubierto de nieve, no había ninguna sobre el gran domo de cristal que recubría toda la ciudad; y bajo el domo prevalecía una atmósfera agradable y primaveral. Sus avenidas están cubiertas de césped de la ocre vegetación musgosa que cubre el fondo de los mares del planeta rojo, y bordeadas por parterres bien cuidados de la carmesí hierba barsoomiana. A lo largo de estas avenidas circulaba el tráfico silencioso de las ligeras y estilizadas naves de tierra con las que yo me había familiarizado muchos años atrás en Marentina y Kadabra.

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