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Authors: Alistair MacLean

Tags: #Aventuras, Bélico

Los cañones de Navarone (27 page)

BOOK: Los cañones de Navarone
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—¿Los explosivos? —preguntó Mallory enarcando interrogativamente las cejas—. No sé de qué me está hablando.

—No se acuerda, ¿eh?

—No sé de qué me habla.

—¡Vaya! —Skoda volvió a canturrear y se detuvo frente a Miller—. ¿Qué dice usted, amigo?

—Sí que me acuerdo —contestó Miller tranquilamente—. Al capitán le falla la memoria.

—¡Qué hombre más juicioso! —ronroneó Skoda, pero Mallory hubiera jurado que en su voz había un matiz de contrariedad—. Siga, amigo mío.

—El capitán Mallory no tiene vista para los detalles —aclaró Miller—. Precisamente estaba yo con él aquel día. Está calumniando a un noble pájaro. Era más asqueroso que el buitre… y tenía sarna…

La sonrisa de Skoda desapareció durante un segundo, pero volvió a aparecer en seguida tan rígidamente fija y helada como si se la hubieran pintado.

—Muy ingenioso, muy ingenioso, ¿no cree usted, Turzig? Lo que los ingleses llamarían comediantes de
music-hall
. Que rían mientras puedan hacerlo, hasta que la soga del verdugo comience a apretarles el pescuezo… —Se interrumpió para volverse a Casey Brown, diciendo—: Quizás usted…

—¿Por qué no da usted un salto mortal? —gruñó.

—¿Un salto mortal? El chiste no me hace ninguna gracia. —Skoda sacó un cigarrillo de una fina pitillera, y lo golpeó, pensativo, contra la uña del pulgar—. Humm. No me parece que estén muy dispuestos a cooperar, teniente Turzig.

—No les hará usted hablar, señor. —En la voz de Turzig había tranquila decisión.

—Probablemente no, probablemente no —dijo Skoda muy tranquilo—. Sin embargo, tendré la información que deseo, y a no tardar. —Se acercó a su pupitre, oprimió un botón, colocó el cigarrillo en su boquilla de jade, y se apoyó en la mesa con arrogancia, con una actitud de tranquilo desprecio, cruzando, incluso, sus brillantes botas altas deliberadamente.

De pronto se abrió la puerta lateral y entraron dos hombres a empujones, ayudados por el cañón de un fusil. Mallory contuvo el aliento y sintió que sus uñas se clavaban inconscientemente en las palmas de las manos. ¡Eran Louki y Panayis! Louki y Panayis, maniatados y llenos de sangre: Louki sangraba por una herida encima del ojo y Panayis por otra en la cabeza. ¡Conque también los habían cogido a ellos a pesar de sus advertencias! Ambos estaban en mangas de camisa. Louki, sin su chaqueta magníficamente adornada, con la
tsanta
escarlata, sin el diminuto arsenal que siempre llevaba bajo ella, resultaba una figura extrañamente patética, desolada. Extrañamente, porque tenía la cara enrojecida por la furia y el mostacho más ferozmente enhiesto que nunca, con un rostro sin expresión.

—Vamos, capitán Mallory —dijo Skoda en tono de reproche—. ¿No da usted la bienvenida a dos antiguos amigos? ¿No? ¿Se lo impide la sorpresa, quizá? —sugirió suavemente—. No esperaba usted verles tan pronto, ¿eh, capitán Mallory?

—¿Qué indecente truco es éste? —preguntó Mallory despectivamente—. Jamás he visto a estos hombres. —Su mirada se cruzó con la de Panayis y la sostuvo aun sin querer. El negro odio que asomaba a aquellos ojos, su salvaje malevolencia… Había en ellos algo que sobrecogía.

—¡Claro que no! —suspiró Skoda fatigosamente—. ¡Ah, claro que no! La memoria humana es tan corta, ¿verdad, capitán Mallory? —El nuevo suspiro era pura comedia. Skoda se divertía mucho. Era el gato jugando con el ratón—. Sin embargo, volveremos a probar. —Giró sobre sí mismo, se acercó al banco donde estaba echado Stevens, le destapó y, antes de que nadie hubiese podido adivinar sus intenciones, dio un golpe cortante con el borde de la mano derecha en la destrozada pierna, justamente debajo de la rodilla. El cuerpo de Stevens saltó en un espasmo convulsivo, pero sin exhalar el más leve murmullo de queja. Se hallaba completamente consciente, y sonreía a Skoda, mientras la sangre le corría por el mentón. Con sus propios dientes se había rasgado el labio inferior.

—No debió usted hacer eso,
Hauptmann
Skoda —dijo Mallory. Su voz era apenas un murmullo, pero resonó en medio del helado silencio de la estancia—. Morirá usted por ello,
Hauptmann
Skoda.

—Ah, ¿sí? Voy a morir, ¿eh? —Volvió a golpear del mismo modo la pobre pierna fracturada, sin obtener reacción alguna—. Entonces será mejor que muera dos veces, ¿eh, capitán Mallory? Este joven es fuerte, muy fuerte; pero los británicos tienen el corazón blando, ¿verdad, mi querido capitán? —Su mano se deslizó suavemente por la pierna de Stevens y se cerró sobre el tobillo—. Le doy a usted exactamente cinco segundos para que me diga la verdad, capitán Mallory. A partir de este momento mucho me temo que me veré obligado a reajustar estas tablillas…
Gott in Himmel
! ¿Qué le pasa a ese monstruo?

Andrea había avanzado dos pasos y se hallaba a una yarda de distancia, vacilante.

—¡Déjeme salir! ¡Déjeme salir! —exclamó con aliento entrecortado. Inclinó la cabeza, llevándose una mano a la garganta y otra al estómago—. ¡No puedo ver esto! ¡Aire! ¡Aire! ¡Necesito aire!

—¡Ah, no, mi querido Papagos! Te quedarás aquí para gozar del… ¡Cabo! ¡Pronto! —Había visto desorbitarse los ojos de Andrea, vueltos hacia arriba hasta dejar sólo el blanco a la vista—. ¡Ese idiota se va a desmayar! ¡Llévatelo antes de que nos aplaste en su caída!

Mallory tuvo una fugaz visión de los dos guardas corriendo apresuradamente, del incrédulo desprecio pintado en el rostro de Louki. Dirigió una rápida mirada a Miller y Brown, y captó la imperceptible guiñada del americano y la milimétrica inclinación de la cabeza de Brown. Al acercarse los dos guardas por detrás de Andrea, colocando los fláccidos brazos del gigante sobre sus hombros, Mallory echó una ojeada a la izquierda y vio al centinela más próximo, a menos de cuatro pies de distancia, absorto ante el espectáculo del gigante que se derrumbaba. Era fácil… facilísimo; el arma colgaba a su lado. Podía darle un golpe en el estómago antes de que se diera cuenta de lo que sucedía…

Fascinado, Mallory observaba cómo los brazos de Andrea se deslizaban sin vida por los hombros de los guardas que le sostenían, hasta que sus muñecas descansaron, muertas, al lado de los respectivos pescuezos, con las palmas de las manos hacia dentro. De pronto los grandes músculos de aquellos hombros saltaron, y al mismo tiempo Mallory se lanzó de lado, imprimiendo a su hombro dañina fuerza, contra el estómago del guarda, a unas pulgadas por debajo del esternón. Un ¡ay! estentóreo, explosivo, el choque contra las paredes de madera de la estancia, y Mallory sabía que el guarda estaría fuera de combate durante un buen rato. . .

Aun ocupado en su misión, Mallory había oído el desagradable choque de dos cabezas. Al volverse de lado, tuvo la rapidísima visión de otro guarda desplomándose sobre el suelo bajo los pesos combinados de Miller y Brown, y luego de Andrea arrancándole un rifle de repetición al guarda que había estado a su derecha. Y sus manazas sostenían el rifle con el que apuntaba al pecho de Skoda aun antes de que el inconsciente individuo hubiese caído al suelo.

Durante un par de segundos, el movimiento cesó en la habitación. Era un silencio que se podía cortar con el filo de un cuchillo, un silencio repentino, absoluto, y, a pesar de ello, mucho más clamoroso que todo el clamor al que había sucedido. Nadie se movió, nadie pronunció una palabra, casi ni respiró. La tremenda sorpresa, lo inesperado de lo sucedido, los mantenía a todos paralizados.

Y de pronto, el silencio se quebró por un sonido seco, que resultó ensordecedor en un espacio tan reducido. Una, dos, tres veces, sin pronunciar una palabra y con infinito cuidado, Andrea disparó sobre
Hauptmann
Skoda, atravesándole el corazón. El impacto levantó al hombrecillo del suelo y lo lanzó sobre la pared de la estancia, quedando pegado a ella durante un increíble segundo, los brazos tendidos como si estuvieran clavados a sus aperas tablas, como si estuviera crucificado. Luego se desplomó, y cayó al suelo como un muñeco roto, descoyuntado, grotesco, dando con la inerte cabeza contra el borde del banco. Sus ojos estaban aún abiertos de par en par, tan fríos, oscuros y vacíos en la muerte como lo habían estado en vida.

Cubriendo con el
Schmeisser
a Turzig y al sargento, Andrea recogió el cuchillo de Skoda y cortó las cuerdas que ligaban las muñecas de Mallory.

—¿Puede usted coger este fusil, capitán?

Mallory abrió y cerró las manos un par de veces, asintió con un movimiento de cabeza y cogió el fusil en silencio.

En tres zancadas, Andrea se situó al lado de la puerta que daba a la habitación contigua, apretujado contra la pared, esperando, y le hizo una señal a Mallory de que se apartara para quedar fuera del campo visual de quien entrara.

Se abrió la puerta. Andrea pudo ver la punta del cañón de un fusil que sobresalía.


¡Oberleutnant
Turzig!
Was ist los? Wer schoss

La voz fue rota por un golpe de tos ahogada al apretar Andrea la puerta con la suela de su bota. En un momento se halló fuera, cogió al hombre que se desplomaba, lo apartó de la entrada y escudriñó la estancia contigua. Después de una breve inspección, cerró la puerta.

—Ya no hay nadie allí, mi capitán —informó Andrea—. Sólo había ese carcelero.

—¡Estupendo! Corta las ligaduras de los demás, Andrea.

Giró en redondo hacia Louki, y sonrió ante la cómica expresión de incredulidad en la cara del hombrecillo, expresión que se convirtió en sonrisa que le llegaba de oreja a oreja.

—¿Dónde duermen los soldados, Louki?

—En una choza en medio del blocao, mayor. Esta parte es la de los oficiales.

—¿Blocao? ¿Quiere usted decir…?

—La alambrada —aclaró Louki sucintamente—. Tiene diez pies de alto.

—¿Tiene salidas?

—Sólo una. Dos centinelas.

—Bueno. Andrea, todo el mundo a la habitación de al lado. No, usted no, teniente. Usted siéntese aquí. —Señaló la silla ante la mesa—. Alguien tendrá que aparecer. Dígale que ha matado a uno de nosotros… que trataba de escapar. Luego, ordene que vengan los guardas de la entrada.

Turzig guardó silencio durante un momento. Miraba sin ver cuando Andrea pasó ante él, llevando cogidos por el cuello a los dos soldados inconscientes. Luego, sonrió. Una sonrisa un poco rara.

—Siento causarle una desilusión, capitán Mallory. Ya se ha perdido demasiado por mi ciega estupidez. No lo haré.

—¡Andrea! —llamó suavemente Mallory.

—¿Di? —contestó Andrea apareciendo en la entrada.

—Creo que viene alguien. ¿Tiene salida la habitación de al lado?

Andrea asintió en silencio.

—¡Fuera! A la puerta de entrada. Llévate el cuchillo. Si el teniente…

Pero ya hablaba consigo mismo. Andrea había desaparecido por la puerta trasera, silencioso como un fantasma.

—Hará usted exactamente lo que yo le diga —dijo Mallory con suavidad. Y acto seguido ocupó su puesto a la puerta de entrada de la habitación contigua, desde donde dominaba la entrada principal entre la puerta y el montante. Con el fusil de repetición apuntaba a Turzig—. Si no obedece, Andrea matará al individuo que está a la puerta, luego le liquidaremos a usted y a los guardas del interior. Más tarde liquidaremos a los centinelas de la entrada. Nueve muertos… para nada, pues nosotros escaparemos de todos modos. Aquí viene. —La voz de Mallory era un simple susurro. En sus ojos no había ni asomo de piedad—. Nueve muertos, teniente…, sólo por sentirse usted herido en su amor propio.

Dijo la última frase en alemán, un alemán correcto, fluido. Los labios de Mallory esbozaron una sonrisa, al observar la caída casi imperceptible de los hombros de Turzig. Mallory sabía que acababa de ganar la batalla, que Turzig había confiado en que Mallory desconociera el alemán, y que esta última esperanza acababa de derrumbarse.

La puerta se abrió y apareció un soldado en el umbral respirando con fuerza. Venía armado, pero vestido sólo con camiseta y pantalón, sin tener en cuenta el frío reinante.

—¡Teniente! ¡Teniente! —llamó en alemán—. Oímos unos disparos y…

—No es nada, sargento. —Turzig inclinó la cabeza sobre un cajón de la mesa abierto, y simuló estar buscando algo para explicar su presencia solitaria en la habitación—. Uno de nuestros prisioneros trató de huir y… le detuvimos.

—Quizás el practicante…

—Es que lo detuvimos con carácter de permanencia —aclaró Turzig con una cansada sonrisa—. Por la mañana puede organizar el pelotón de entierro. Mientras tanto dígales a los centinelas de la entrada que vengan un momento. Luego puede usted acostarse. Va usted a resfriarse.

—Si quiere que mande una guardia de relevo…

—¡Claro que no! —exclamó Turzig impaciente—. Es sólo un minuto. Además, los únicos que hay que custodiar ya están aquí. —Apretó los labios durante un segundo al darse cuenta de lo que había dicho, de la inconsciente ironía de sus palabras—. ¡Aprisa, hombre! ¡No disponemos de toda la noche! —Esperó hasta que los pasos se extinguieron, y luego miró fijamente a Mallory—. ¿Satisfecho?

—Completamente. Y le pido mil perdones —dijo Mallory con sinceridad—. Siento tener que hacerle esto a un hombre como usted. —Asomó la cabeza a la puerta al entrar Andrea en la habitación—. Andrea, pregúntales a Louki y Panayis sí existe por ahí una centralita telefónica. Que destrocen cuantos receptores encuentren. —Y añadió sonriente—: Ven pronto para recibir a nuestros visitantes de la entrada. Estaría perdido sin ti en un comité de recepción.

Los ojos de Turzig siguieron la marcha de la amplia espalda que se retiraba.

—El capitán Skoda tenía razón. Aún tengo mucho que aprender. —Y en su voz no había amargura ni rencor—. Ese gigante me engañó por completo.

—No es usted el primero —le aseguró Mallory—. Ha engañado a más gente de la que conoceré en mi vida… No es usted el primero, no —repitió—, pero creo que ha sido usted el más afortunado.

—¿Porque aún estoy vivo?

—Porque aún está vivo —confirmó Mallory.

En menos de diez minutos los centinelas de la entrada pasaron a hacer compañía a sus camaradas en la habitación posterior, capturados, desarmados, bien atados y amordazados, con una velocidad y una eficacia tan silenciosa, que llegó a excitar la admiración profesional de Turzig, a pesar de su contrariedad. Éste, bien atado de pies y manos, estaba en un rincón de la estancia, aún sin amordazar.

—Ahora comprendo por qué su Alto Mando le eligió a usted para esta misión, capitán Mallory. Si alguien había de llevarla a cabo con éxito, tenía que ser usted. Pero fracasará. Lo imposible es siempre imposible. A pesar de todo, tiene usted un gran equipo.

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