Read Los clanes de la tierra helada Online
Authors: Jeff Janoda
Ulfar tuvo que pensar deprisa. Como no conocía a casi nadie salvo a los hijos de Thorbrand, dijo los nombres de Thorleif e Illugi, puesto que habían sido los primeros en presenciar el agravio que le había causado el Cojo. Para su alivio, el
gothi
Arnkel pareció complacido con la propuesta. Ulfar, por su parte, solo quería liquidar cuanto antes el asunto.
El
gothi
indicó a Ulfar un banco para que se sentara a comer y después se puso a inspeccionar la caja que le había traído mientras esperaban que fueran a buscar a los hermanos.
—Huelo algo digno de comer ahora mismo —dijo antes de sacar el tiburón.
Con un cuchillo que llevaba en el cinto cortó largas tajadas de la gelatinosa carne y reservó para sí el pedazo más grande, que se metió en la boca ensartado en la punta de metal. Ante las verduras silbó con aire pensativo y después sostuvo en el aire el saco de recién nacido e inclinó la cabeza en señal de agradecimiento en dirección a Ulfar.
Ulfar tomó una escudilla de cuajada, a pesar de que no tenía apetito.
Del espacio de vivienda privada, un área cerrada situada en un extremo del largo edificio, salió una mujer de pelo cano. El
gothi
Arnkel la saludó con la cabeza y se puso de pie para darle la mano. Iba vestida con una buena tela de color rojo y una espléndida túnica de piel. La edad no la había encorvado lo más mínimo, pese a que en un momento dado tosió muy fuerte sobre su mano y los hombros se le doblaron por la violencia del esfuerzo al tiempo que en su cara se hacía patente el dolor. Tenía unos ojos oscuros de mirada altiva y directa, rebosante de confianza, que provocó un respingo a Ulfar, como si la mujer fuera capaz de percibir la debilidad de su corazón.
—Conoces a Gudrid, mi madre, ¿no? Madre, este es Ulfar
el Liberto
. Tiene un problema y desea que lo ayude.
—Usted no es un cliente de mi hijo el jefe, ¿verdad? —le preguntó con altanería—. ¿Por qué debería ayudarlo entonces?
El
gothi
Arnkel levantó una mano como para mitigar el efecto de sus palabras.
—Todos los hombres honrados que viven por aquí pueden disponer de mi ayuda, madre, siempre que vayan a ser buenos amigos míos.
—Eres demasiado generoso,
gothi
Arnkel —afirmó ella con tono desaprobador—. Ulfar
el Liberto
, no te aproveches de mi hijo, que solo piensa en el interés de sus vecinos y pocas veces en sus propios deseos.
Ulfar, que los había estado observando, asintió con cara de estupor ante tan extraña escena. Sin decir nada, miró a los demás buscando alguna aclaración. Thorgils tenía la vista clavada en los pies, mientras que Hafildi permanecía de brazos cruzados, apretando con fuerza los labios, como si reprimiera una sonrisa.
Gudrid susurró algunas palabras cerca del oído del
gothi
antes de desaparecer detrás de la cortina de la zona de dormitorio.
Corrían rumores de que el Cojo se había vuelto vikingo poco después de casarse con aquella mujer porque no podía domarla, aunque según el punto de vista de Ulfar, Thorolf no necesitaba ningún motivo especial para dedicarse a una vida de guerrero, porque era algo que llevaba en la sangre.
El
gothi
Arnkel señaló al par de toscos individuos que entraron con paso decidido en la sala. Eran los Hermanos Pescadores, que acudían a desayunar. Después de mirarlos con aprensión, Ulfar bajó la vista hacia la escudilla. Arnkel les susurró una escueta orden. Ellos miraron al
gothi
, sacudiendo la cabeza, ceñudos, hasta que este se enojó y apuntó hacia fuera con imperioso gesto. Se marcharon refunfuñando. Ulfar no alcanzó a comprender nada de lo que habían dicho.
Al cabo de un buen rato, mientras Ulfar escuchaba, incómodo, los chistes y los rudos chismes de los hombres de Arnkel, se oyó el ruido de los caballos fuera. Thorleif e Illugi aparecieron en la puerta. Thorleif miró en derredor con cautela, en tanto que Illugi avanzó con ceñudo ademán, retando a los presentes a que lo miraran. Ulfar sintió envidia de que un individuo tan joven tuviera el valor de que él carecía, por más que obrase movido por la inconsciencia.
—Los hijos de Thorbrand —anunció Arnkel, volviendo a sentarse como si fuera un rey—. Ulfar
el Liberto
ha pedido que actuarais como testigos de nuestro acuerdo en caso de que se produzca. ¿Estáis dispuestos a obrar como tales?
—¿Qué acuerdo,
gothi
Arnkel? —preguntó Thorleif.
—Yo mismo tengo que enterarme aún, Thorleif. Si no queréis, podéis negaros a testificar.
Thorleif meditó un momento antes de asentir sin entusiasmo. En el banco de la pared les hicieron lugar, pero antes Thorleif se acercó para ofrecer un gran tarro de arcilla al
gothi
Arnkel, especificando que era un regalo de su padre, Thorbrand.
Al
gothi
se le iluminó la mirada.
—Sí, he oído hablar de la miel de tu padre, Thorleif. Mi esposa la apreciará mucho.
—Esta es un poco distinta,
gothi
, más oscura y cargada de sabor, según dice mi padre. Las mujeres embarazadas ansían lo dulce. —Thorleif torció la boca—. Es su regalo, no el mío.
El
gothi
Arnkel asintió y luego llamó a alguien en la alcoba de la vivienda. De ella salió una muchacha, de no más de catorce años, que caminó hacia él, sin inmutarse por las miradas de todos los hombres.
—Halla, lleva esto a tu madre —indicó Arnkel, tendiéndole el tarro.
La muchacha lo tomó, consciente de que los hombres se comían con los ojos su larga cabellera rubia y su esbelta cintura. Arnkel agitó un dedo ante ella por su vanidad, reprimiendo una sonrisa.
—Tú y yo jugamos juntos de niños —dijo luego a Thorleif—, pero últimamente no te veo casi. ¿Acaso te infligí demasiadas derrotas cuando luchábamos?
Thorleif guardó silencio. Los clientes del
gothi
se echaron a reír y Arnkel los mandó callar con un gesto.
—Vuelve a venir a mi casa; jugaremos unas cuantas partidas y tomaremos algo.
Thorleif asintió y tomó asiento. Advirtió que Illugi estuvo observando a la muchacha hasta que desapareció tras la cortina y que esta se volvió a mirarlo a él. Después sonrió por la cara que ponía Illugi.
—Y ahora que todos los testigos están congregados, Ulfar
el Liberto
, dime qué necesitas —invitó Arnkel, adelantando el torso para escuchar.
Ulfar relató cómo se habían llevado su heno.
Cuando resultó evidente que era Thorolf, el padre del
gothi
Arnkel, el causante de su queja, titubeó un momento, y entonces este volvió a ensombrecer la expresión. Ulfar se precipitó a continuar, convencido de que pronto lo poseería la rabia, tomando conciencia de lo necio que había sido al acudir a Bolstathr. El
gothi
, sin embargo, lo animaba con un ademán cuando dudaba.
—No busco venganza,
gothi
—se apresuró a precisar—, ni tampoco ningún tipo de compensación excepto la devolución del heno que me corresponde. Estoy incluso dispuesto a pagar a tu padre una cantidad por el trabajo que hicieron sus esclavos al amontonar y juntar la hierba.
Ahora que había acabado, lo único que quería era que el
gothi
rechazara su demanda y lo echara sin hacerle ningún daño por el insulto de haber denunciado a su propio padre.
En ese preciso instante sonaron gritos fuera.
Era Thorolf.
Entró como una furia en la sala, cojeando. Los dos Hermanos Pescadores lo seguían con aprensión. Al ver a Ulfar de pie delante de su hijo, el viejo guerrero entornó los ojos y se dirigió hacia él con los puños cerrados.
—¡Quieto, Thorolf! —gritó el
gothi
Arnkel. Se levantó, cogió una de las espadas colgadas de la pared de detrás, se volvió y la puso en alto, manteniendo la punta a la altura de los ojos—. Aquí en mi casa no se va a atacar a nadie, Thorolf —vociferó con adusto ademán.
Ulfar había retrocedido, aunque sin llegar a ocultarse detrás del sitial. El Cojo no llevaba armas, pero tampoco las necesitaba. Ulfar miraba alternativamente al
gothi
y al viejo, con ojos desorbitados.
El Cojo se detuvo.
—¿Vas a desenvainar la espada contra alguien de tu propia sangre? ¿Por él? —espetó con fiereza, mirando a través de las cejas. Ulfar se puso a temblar cuando encaró aquellos terribles ojos sobre él—. Seguro que te está embrujando, trastornándote el entendimiento. ¿Acaso el año pasado no murieron de enfermedad una de cada cinco ovejas, todas menos las suyas, y eso que todas pastaban la misma hierba? Y cuando las tormentas mataron unas cuantas ovejas de cada rebaño, ¿no respetaron acaso las suyas? ¡Eso es magia! —Thorolf calló, sin resuello a causa de la perorata, y lanzó una mirada iracunda a Arnkel—. ¿Qué quieres de mí, hijo?
—Él dice que te llevaste su heno, y hay aquí personas que también lo vieron.
—No hice más que quedarme con lo que me correspondía por derecho —gruñó el Cojo—. El heno que crece en su lado cunde tres veces más que el mío: otra cosa de magia. Le hice un favor al recoger el heno antes de que llegara la lluvia, y él solo me correspondió con malas palabras.
—El
handsal
no especificaba que se fuera a compartir el heno después de segado —lo interrumpió Ulfar con voz trémula—. Acordamos que la mitad del campo era tuya y la otra mitad mía. —A Ulfar se le erizó la piel al tomar conciencia del tono desafiante de su voz, pero era preciso que hablara—. Lo que diera la siega de cada mitad era propiedad de cada uno. Y además, no ha llovido.
Vio que Thorgils inclinaba la cabeza, animándolo a proseguir. Se volvió hacia Arnkel, aterrado ante su propia osadía.
—Gothi
, tú mismo fuiste testigo de la venta del prado, hace ocho años, en la asamblea, cuando le compré la tierra a tu padre. Fue entonces cuando supiste que habíamos dividido el campo por la línea de la cresta.
El
gothi
iba a negarlo, y allí se acabaría todo.
Pero Arnkel asintió. Luego apuntó con la espada los pies de Thorolf.
—Ulfar dice la verdad, padre. Parece que recogiste todo el heno del campo en lugar de la mitad que te corresponde.
Ulfar estaba estupefacto. A su alrededor, los
bondi
observaban boquiabiertos como el
gothi
tomaba el partido contrario al de su padre. Thorgils y Hafildi fueron los únicos que no dieron muestras de sorpresa.
En la sala reinaba un absoluto silencio.
—Vas a devolver tres de las cuartas partes del heno, Thorolf, sin recibir siquiera el pago por el uso de los esclavos, para lavar la deshonra sufrida por Ulfar al haberle arrebatado lo que era suyo —dictaminó Arnkel con tono frío y contundente.
El Cojo farfulló incoherentes expresiones de protesta. Después escupió en el suelo y gritó que a Thor le crecerían orejas de conejo antes de que él devolviera el heno y que mataría a todo hombre del
gothi
Arnkel que acudiera a reclamárselo, y de paso a Ulfar. Este nunca había visto al anciano hablar tanto de una tirada.
Cuando hubo acabado de hablar, Thorolf salió hecho una furia astillando de un puntapié la puerta de la sala antes de que Hafildi alcanzara a llegar para abrírsela.
El murmullo de las conversaciones renació con su partida.
Ulfar tomó asiento con las piernas flojas. Estaba anonadado. Había ganado.
El
gothi
Arnkel colgó la espada y tras susurrarle unas palabras se volvió a sentar. Luego invitó a Ulfar a acercarse e inclinó la cabeza hacia él. Introdujo una mano en una pequeña bolsa de cuero que llevaba atada al cinturón, produciendo un tintineo de monedas y metal. A continuación tomó la mano de Ulfar y depositó dinero en ella, una suma suficiente para pagar el heno, en auténticas monedas de Noruega, con la cara del rey en un lado. Ulfar solo había tenido dinero consigo durante un breve período de tiempo de su vida, cuando vendió todo su ganado para comprar su libertad. Le ponía nervioso recibir tanto dinero, tan pequeño y tan fácil de recoger, con todas las miradas concentradas en él, y así lo expresó al
gothi
. El dinero era para los guerreros y los jefes, dijo, pero Arnkel solo se echó a reír como si fuera una broma.
—Yo te pago por el heno porque creo que mi padre podría hacerte daño si tratas de reclamárselo tú mismo. Esa es mi obligación como jefe del fiordo aunque tú no seas cliente mío: adopto la disputa como algo mío sin reclamar ningún pago. Espero que tú y yo seamos amigos.
Ulfar sintió el corazón rebosante de gratitud, liberado del peso del miedo. El
gothi
Arnkel era un hombre bueno, una persona honorable, que se enfrentaría al monstruo por él. Hincó una rodilla en el suelo y apretó la mano del
gothi
, aquejado de nuevo de una sensación de vértigo. Las palabras que se habían hilvanado en su cabeza brotaron entonces en forma de canción. Su voz sonó clara y fuerte, impregnada de una intrincada armonía. En la canción comparó al
gothi
Arnkel con la espalda que colgaba de la pared, exponiendo que ambos filos servían para tajar a favor de los demás, uno contra el enemigo y el otro por el amigo. Al principio el
gothi
puso mala cara ante tal atrevimiento y retiró la mano, pero después quedó seducido por el embrujo, de tal manera que hacia el final sonreía y asentía con la cabeza. Los demás, incluidos los Hermanos Pescadores, siguieron el ritmo de la canción, acompañándola con palmas, y luego reclamaron otra.
—Ulfar es bien conocido como
skald
—explicó Thorgils.
Sonriendo, Arnkel los mandó sentar con un ademán.
—Sí, se te da bien eso de los versos, Ulfar
el Liberto
—aprobó el
gothi
Arnkel—. Se dice que Odín es el dios de la guerra, pero que también es el dios de los poetas porque es inteligente y sabio como lo debe ser todo rey, ya sea en la tierra como en el cielo. De haber sabido de tu talento, te habría traído antes a mi sala para bendecir mi casa.
Después se despidió de Ulfar con una sonrisa y una palmada en el hombro.
En la penumbra, Ulfar no pudo ver la fría mirada con que lo observó el
gothi
mientras se alejaba ni la dura expresión de Thorleif, a quien no había gustado nada que hubiera recurrido a un hombre que no era su jefe.
Thorleif no había dicho nada, aparte de aceptar actuar como testigo del acuerdo. El
gothi
había actuado con inmenso honor y generosidad. ¿Qué habría podido oponer a eso? Era mejor no decir nada, pues no llevaban armas consigo.