Los héroes (34 page)

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Authors: Joe Abercrombie

Tags: #Fantástico, #Histórico, #Bélico

BOOK: Los héroes
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Con sus ojos llorosos miró de izquierda a derecha, para comprobar que nadie los estaba observando. Metió una mano en su chaqueta y sacó de ahí una petaca de peltre, que colocó en la mano de Tunny. Éste arqueó una ceja, desenroscó el tapón y lo olisqueó, después volvió a enroscar el tapón y se lo metió en su propia chaqueta. Acto seguido, asintió. No compensaba lo que había perdido en la ciénaga, pero mejor eso que nada.

—¡Lerdopringado! —susurró mientras regresaba sigilosamente por entre la maleza—. ¡Necesito un voluntario!

Un gran trabajo

—Por los muertos —gruñó Craw y, sí, había bastantes.

Mientras pasaba junto a ellos cojeando, comprobó que los cadáveres estaban desperdigados por toda la ladera norte de la colina; además, también había unos cuantos heridos, que aullaban y gimoteaban como suelen hacer los heridos, un sonido que, a cada año que pasaba, le daba a Craw cada vez más dentera. Hacía que le entraran ganas de gritarles a esos pobres bastardos que se callaran, aunque luego se sentía culpable por ello, pues era consciente de que en algún momento u otro él también había chillado lo suyo y, probablemente, todavía le quedaba mucho por chillar.

Había muchos más muertos alrededor del muro de piedra seca. Tantos como para casi poder ascender por aquella puñetera colina sin pisar ni una sola vez la hierba destrozada. Los fallecidos de ambos bandos, ahora pertenecían al mismo: al de los pálidos y boquiabiertos, que pertenecen a la orilla lejana y fría de la gran división. Un joven de la Unión, que parecía haber muerto echado sobre el vientre, con el culo en pompa, miraba fijamente de soslayo a Craw con un gesto de contrariedad y perplejidad, como si estuviera a punto de pedirle a alguien que lo colocara en una postura mucho más digna.

Craw no se molestó. La dignidad no sirve de mucho a los vivos y a los muertos mucho menos.

No obstante, las pendientes sólo eran el precalentamiento a la matanza que podía contemplarse en el interior de los Héroes. Hoy la Gran Niveladora tenía ganas de bromas y se tomaba su tiempo para rematar su chiste con la gracia final. Craw no estaba seguro de si alguna vez había visto tantos muertos apiñados en un mismo espacio. Había grandes montoneras de cadáveres, todos ellos enredados en el vetusto abrazo de la tumba. Entretanto, unos pájaros hambrientos danzaban sobre las piedras, a la espera de su oportunidad. Las moscas estaban muy ocupadas con las bocas abiertas, los ojos abiertos y las heridas abiertas. ¿De dónde salen tantas moscas, así, de repente? Aquel lugar olía ya a héroe. Al olor que desprendían los cadáveres al hincharse bajo el sol del crepúsculo y vaciar sus entrañas.

Aquella escena dantesca habría hecho reflexionar a cualquiera sobre su propia mortalidad, pero las docenas de Siervos no parecían muy afectados por eso, ya que se llevaban los despojos de aquel desastre como si estuvieran arrancando margaritas del suelo. Les quitaban las ropas y armaduras a los muertos y se quedaban con las armas y escudos que todavía estaban en condiciones de ser usados. Si estaban cabreados por algo era porque los Caris, que habían liderado la carga, se habían llevado ya la mejor parte del botín.

—Soy demasiado viejo para esta mierda —masculló Craw, agachándose para agarrarse la rodilla maltrecha, pues un gélido escalofrío de dolor le recorrió del tobillo a la cadera.

—¡Pero si es Curnden Craw! ¡Por fin! —exclamó Whirrun, quien había estado sentado con la espalda apoyada en uno de los Héroes y ahora se había levantado, sacudiéndose la tierra del culo—. Estaba harto de tanto esperar —se colocó sobre el hombro al Padre de las Espadas, que había vuelto a envainar, y señaló hacia el valle con él, al camino por el que habían venido—. Pensaba que tal vez habrías decidido quedarte a vivir en una de esas granjas de ahí.

—Ojalá.

—Ya, pero entonces, ¿quién me mostraría mi destino?

—¿Has luchado?

—Pues sí, la verdad. Me vi en medio de todo este follón. Según las canciones, estoy hecho para combatir. Y aquí hoy ha habido un montón de combates —sin embargo, no tenía ningún rasguño.

Craw jamás había visto salir a Whirrun de un combate con una sola marca. Entonces, éste contempló con el ceño fruncido la carnicería que se había producido en ese círculo y se rascó la cabeza, el viento escogió ese momento para soplar, agitando ropas hechas jirones de los cadáveres—. Aquí hay muchos muertos, ¿eh?

—Sí —replicó Craw.

—Montones y montones.

—Sí.

—Aunque la mayoría de la Unión.

—Sí.

Whirrun se encogió de hombros y, con ese movimiento, se quitó la espada del hombro. Acto seguido, la apoyó en el suelo con la punta hacia abajo y colocó ambas manos en su empuñadura, inclinándose hacia delante de tal modo que acabó apoyando la barbilla en su empuñadura.

—Aun así, incluso cuando se trata de enemigos, ver algo así es, bueno… hace que uno se pregunte si, después de todo, la guerra es algo bueno o no.

—¿Estás de broma?

Whirrun se calló, e hizo girar la empuñadura una y otra vez, de tal modo que la punta de la vaina manchada se retorció sobre la hierba manchada.

—Ya no sé qué pensar. Agrick ha muerto —afirmó, ante lo cual, Craw alzó la vista, boquiabierto—. Fue uno de los que encabezaron la carga. Lo mataron en el círculo. Creo que lo atravesaron con una espada, justo por aquí —entonces, se señaló el costado—, bajo las costillas y probablemente la hoja salió por…

—No creo que eso importe mucho, ¿eh? —le espetó Craw.

—Supongo que no. El barro, barro es. Aunque la sombra de la muerte planeaba sobre él desde que su hermano murió. Cualquiera podía verlo. Bueno, yo sí. Estaba claro que ese muchacho no iba a durar mucho.

Menudo consuelo.

—¿Y el resto?

—El Jovial Yon ha acabado con un par de rasguños. A Brack todavía le molesta su pierna, aunque no lo reconozca. Aparte de eso, todos están bien. Bueno, al menos, tan bien como antes.

Wonderful ha pensado que podríamos intentar enterrar a Agrick junto a su hermano.

—Ya.

—Entonces, será mejor que cavemos ese hoyo antes de que a alguien más se le ocurra cavar ahí.

Craw respiró hondo mientras miraba a su alrededor.

—Si es que puedes encontrar una pala. Bueno, luego vendré para pronunciar unas palabras de despedida.

Sí, ése sería un final adecuado para aquel día. No obstante, antes de que pudiera dar más de un par de pasos, se topó con Escalofríos.

—Dow quiere verte —le dijo, entre susurros, con esa cicatriz y ese ceño indiferente podría haber sido la mismísima Gran Niveladora.

—Vale —Craw tuvo que reprimir las ganas de volver a comerse las uñas—. Diles que regresaré pronto. Porque regresaré pronto, ¿verdad?

Escalofríos se encogió de hombros.

Quizá a Craw le importara bastante poco que hubieran conquistado ese lugar, pero Dow el Negro, quien se encontraba apoyado sobre una de las piedras con una manzana que ya casi había comido entera en la mano, parecía bastante contento con lo que habían logrado ese día.

—¡Craw, viejo cabrón! —le saludó Dow. Al volverse, Craw comprobó que uno de los lados de su sonriente cara estaba totalmente cubierto de arañazos y puntitos de sangre—. ¿Dónde te habías metido?

—Sinceramente, he de reconocer que me he quedado rezagado por culpa de mi cojera.

Pezuña Hendida y algunos de su Caris se hallaban desperdigados por ahí, con las espadas desenvainadas y los ojos bien abiertos. Demasiado acero si se tenía en cuenta que acababan de alzarse con la victoria.

—Creía que habías logrado que te mataran —afirmó Dow.

Craw hizo un gesto de dolor mientras movía su dolorida pierna, pensando que aún había tiempo para que eso sucediera.

—Ojalá pudiera correr lo bastante rápido como para lograr que me mataran. Defenderé cualquier posición que me ordenes, pero esto de las cargas es cosa de jóvenes.

—Yo he conseguido mantener el ritmo.

—No todos tenemos tu sed de sangre, jefe.

—Sí, así soy yo. Aunque creo que jamás había logrado tanto en un solo día.

Dow le puso una mano en el hombro a Craw y se lo llevó hasta un lugar situado entre las piedras, hacia el borde de la colina, desde donde podían contemplar el sur a través del valle. Era el mismo lugar donde se había hallado Craw cuando vieron llegar a los primeros hombres de la Unión. Las cosas habían cambiado mucho en unas pocas horas.

En el muro en ruinas había apoyadas muchas armas, que brillaban tenuemente bajo la menguante luz del día. Los hombres situados abajo, en la pendiente, cavaban fosas y afilaban estacas para convertir los Héroes en una fortaleza. Debajo de ellos, la ladera sur de la colina estaba repleta de cuerpos, hasta llegar a los manzanos de abajo. Los carroñeros revoloteaban de un cadáver a otro, primero los humanos, luego los cuervos, sepultureros con plumas que graznaban a coro un estribillo alegre. Los Siervos arrastraban los cuerpos desnudos hasta diversos montones para enterrarlos después, conformando unas extrañas construcciones en las que un cadáver no podía distinguirse de otro. Cuando un hombre muere en tiempos de paz, todo son lágrimas y cortejos funerarios, y los amigos y vecinos se ofrecen mutuamente consuelo. Pero si un hombre muere en tiempos de guerra, tiene suerte si consigue que lo entierren bajo suficiente barro como para que deje de apestar.

Entonces, Dow indicó a alguien que se le acercara.

—Escalofríos.

—Jefe.

—Tengo entendido que han hecho un prisionero importante en Osrung. Un oficial de la Unión o algo así. ¿Por qué no lo traes hasta aquí arriba, para ver si podemos sonsacarle alguna información que merezca la pena escuchar?

El ojo de Escalofríos centelleó con un destello naranja cada vez que asentía al reflejar la luz del sol del crepúsculo.

—Ya voy.

Acto seguido, se marchó, pisoteando los cadáveres con muy poco cuidado, como si pisara unas hojas otoñales.

Dow frunció el ceño mientras lo observaba marchar.

—A algunos hombres hay que mantenerlos siempre ocupados, ¿eh, Craw?

—Supongo —contestó, mientras se preguntaba con qué pensaba Dow mantenerlo ocupado a él.

—Hoy hemos hecho un gran trabajo —lanzó muy lejos el corazón de la manzana y se dio unas palmaditas en el estómago como si hubiera disfrutado de la mejor comida de su vida y unos cuantos cientos de muertos fueran las sobras.

—Sí —masculló Craw.

Probablemente, él también tendría que estar celebrándolo. Bailando y brincando de alegría. Aunque fuera a la pata coja. Cantando y brindando con unas jarras de cerveza y demás. Pero se sentía bastante dolorido. Y, además, quería dormir y despertarse en esa casa suya junto al mar, y no tener que ver jamás ningún otro campo de batalla. Entonces, ya no tendría que decir una sarta de mentiras sobre la tumba de Agrick.

—Los hemos obligado a retroceder hasta el río. Están detrás de aquella línea —Dow señaló al valle, tenía sangre seca de color negro en la piel que le rodeaba las uñas—. Reachey ha superado la valla y ha expulsado a la Unión de Osrung. Scale ha tomado el Puente Viejo. Dorado ha logrado atravesar sin problemas los bajíos con sus hombres. Aunque, una vez llegó ahí, no pudo avanzar más… pero si todo hubiera salido como quiero, me preocuparía —Dow el Negro le guiñó un ojo y Craw se preguntó si estaba a punto de apuñalarlo por la espalda—. Supongo que ahora la gente no va a criticarme por no ser el guerrero que ellos pensaban que era, ¿eh?

—Supongo que no —como si eso fuera lo único que importara—. Escalofríos me dijo que me necesitabas para algo.

—¿Acaso un par de viejos guerreros no pueden charlar un poco tras una batalla?

Esa contestación sorprendió mucho más a Craw que si le hubiera dado una puñalada por la espalda.

—Supongo que sí. Pero nunca te he considerado como tal.

Dow pareció meditar sobre esas palabras un momento.

—Yo tampoco. Supongo que ambos estamos sorprendidos por ello.

—Sí —replicó Craw, sin saber qué más decir.

—Bueno, esperaremos a que la Unión nos ataque mañana —aseveró Dow—. Da un descanso a tus viejas y cansadas piernas.

—¿Crees que vendrán? ¿Después de todo esto?

Dow esbozó una sonrisa más amplia que nunca.

—Le hemos dado una monumental paliza a Jalenhorm, pero la mitad de sus hombres ni siquiera han llegado a cruzar el río. Y eso es sólo una división de las tres que vienen hacia aquí —entonces, señaló hacia Adwein, donde unos puntos brillantes, que indicaban el trazado del camino, se iban iluminando a medida que los hombres que marchaban por él encendían sus antorchas—. Los hombres de Mitterick vienen por ahí. Están frescos y dispuestos a luchar. Y, por lo que tengo entendido, Meed viene por el otro lado —movió entonces el dedo hacia la izquierda, hacia el camino de Ollensand. Craw también distinguió luces ahí, aún más lejos, mientras sentía cómo se le iba encogiendo el corazón sin parar—. Aquí aún hay mucho que hacer, no te preocupes por eso —Dow se inclinó y se acercó a Craw, mientras le apretaba el hombro con fuerza—. Esto sólo acaba de empezar.

Los derrotados

Su Augusta Majestad:

Lamento informarle de que hoy su ejército y sus intereses en el Norte han sufrido un serio revés. La vanguardia de la división del General Jalenhorm alcanzó la ciudad de Osrung esta mañana y tomó posiciones en una colina coronada por un círculo de piedras antiguas llamada los Héroes. Los refuerzos no pudieron llegar a tiempo debido al mal estado de los caminos; además, antes de que pudieran atravesar el río, los hombres del Norte los atacaron en gran número. Aunque lucharon con gran coraje, el Sexto Regimiento y el Regimiento de Rostod se vieron superados por el enemigo. El estandarte del Sexto Regimiento se ha perdido. Las bajas podrían llegar a la cifra de un millar de muertos, quizá haya la misma cifra de heridos y muchos más en manos del enemigo.

No obstante, la valiente intervención del Primero de Caballería de Su Majestad evitó que el desastre fuera aún mayor. Los hombres del Norte se encuentran ahora muy bien atrincherados alrededor de los Héroes, donde han afianzado su posición. Se pueden ver las luces de sus hogueras en las laderas. Y casi se pueden escuchar sus cánticos cuando el viento cambia de dirección y sopla hacia el norte. No obstante, mantenemos nuestra posición al sur del río; asimismo, han empezado a llegar las divisiones del General Mitterick por el flanco oeste y las del Lord Gobernador Meed por el este, ambos se están preparando para atacar al alba.

Mañana, los hombres del Norte dejarán de cantar.

Atentamente se despide, el siervo más leal y humilde de Su Majestad
,

Bremer dan Gorst, Observador Real de la Guerra del Norte

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