Los héroes (69 page)

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Authors: Joe Abercrombie

Tags: #Fantástico, #Histórico, #Bélico

BOOK: Los héroes
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—Bueno, tú sabrás. Supongo que ahora es tu docena.

—Eso es evidente —replicó Wonderful, tocando la bota de Craw con la suya—. Y todos van a pelear —en ese momento, Yon le dio una palmada a Drofd en el hombro y éste sonrió sonrojado ante la perspectiva de poder obtener la gloria en batalla. Wonderful alargó la mano y le dio un golpe al pomo del Padre de las Espadas—. Además, no necesitas una gran arma para ganarte un apodo. Tú obtuviste el tuyo con los dientes, ¿no fue así, Craw?

—Le arrancaste a uno la garganta a mordiscos, ¿verdad? —preguntó Drofd.

—No exactamente —Craw adoptó una mirada ausente por un momento y la luz del fuego destacó las arrugas que le rodeaban los ojos—. La primera batalla en la que luché fue un día digno de recordar y teñido de sangre, y yo me encontraba en medio de todo aquel caos. Por aquel entonces, era muy ansioso. Quería ser un héroe. Quería ganarme un apodo. Cuando todo acabó, nos encontrábamos sentados alrededor del fuego y esperaba recibir algún apodo temible… —alzó la mirada por debajo de sus cejas— como Beck el Rojo… mientras Tresárboles se lo estaba pensando, le di un buen bocado a un trozo de carne. Supongo que estaría borracho. Se me quedó un hueso atascado en la garganta. Pasé un minuto que apenas era capaz de respirar, en el que todo el mundo me dio golpes en la espada. Al final, un tipo grandote tuvo que ponerme cabeza abajo para que el hueso saliera. Me tiré un par de días casi sin poder hablar. Por eso, Tresárboles me llamó Craw
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, porque se me atascó ahí el hueso.

—Shoglig me dijo —comentó Whirrun canturreando, mientras arqueaba la espalda para mirar el cielo— que mi destino sería revelado… por un hombre que se atragantaría con un hueso.

—Qué suerte la mía —gruñó Craw—. Me puse furioso cuando me dieron ese apodo. Pero ahora entiendo que Tresárboles me hizo en ese momento un favor. De ese modo, me mantuvo con los pies en la tierra.

—Parece que funcionó —señaló Escalofríos con voz ronca—. Pues ahora eres un hombre de honor, ¿no?

—Ya —Craw se relamió los dientes, sumido en una honda tristeza—. Todo un hombre de honor.

Scorry le dio al filo del último cuchillo que había cogido una última pasada con la piedra de afilar y cogió otro más.

—¿Ya conoces a nuestro nuevo recluta, Escalofríos? —le preguntó mientras señalaba con el pulgar hacia un costado—. Es Beck el Rojo.

—Sí, ya lo conozco —Escalofríos le observó por encima del fuego—. Lo conocí ayer. En Osrung.

Beck tuvo la demencial sensación de que Escalofríos era capaz de ver a través de él con aquel ojo y que sabía que era un mentiroso. Eso le hizo preguntarse por qué ninguno de los demás se había dado cuenta de ello, a pesar de que lo llevaba escrito en la cara como un tatuaje recién hecho. Sintió un cosquilleo en la espalda por culpa del frío y volvió a abrigarse aún más con la capa.

—Menudo día fue ayer —musitó.

—Y me imagino que hoy será parecido —Whirrun se levantó y se estiró cuan largo era, mientras alzaba al Padre de las Espadas por encima de su cabeza—. Si tenemos suerte.

Todavía ayer

La piel azul se estiró ante el paso del acero, la pintura se descascarilló como tierra seca, los pelos de la barba bailaron y en el amplio blanco de esos ojos abiertos de par en par, aparecieron unos hilillos rojos formados por venas. Ella apretó los dientes y siguió empujando, empujando y empujando. Unos patrones de diversos colores estallaron en la negrura de sus párpados cerrados. No podía sacarse aquella condenada música de la cabeza. La música que habían estado tocando los violinistas, quienes seguían tocando, cada vez más rápido. La pipa que le habían hecho fumar había aplacado el dolor, tal como le habían dicho, pero habían mentido en lo de que le haría dormir. Se revolvió hacia el otro lado, acurrucándose bajo las mantas. Como si se pudiera dejar atrás todo un día plagado de muerte al otro lado de la cama con sólo darse la vuelta.

La luz de las velas se filtraba por la puerta, a través de las grietas que se abrían entre los maderos. Igual que la luz del día había atravesado la puerta de la fría estancia donde las habían mantenido prisioneras. Donde estuvo arrodillada en la oscuridad, mientras intentaba deshacer sus ligaduras con las uñas. Oyó unas voces en el exterior. Oficiales que iban y venían, para hablar con su padre. Para hablar de estrategia y logística. Para hablar sobre la civilización. Para hablar sobre a cuál de las dos quería quedarse Dow el Negro.

Lo que había sucedido se difuminaba con lo que podría haber ocurrido, con lo que debería haber pasado. El Sabueso había llegado una hora antes con sus hombres del Norte y había detenido a esos salvajes antes de que hubieran salido siquiera del bosque. Ella se había percatado de su presencia mucho antes y había avisado a todo el mundo, por lo que había recibido el agradecimiento sofocado del Gobernador Meed. El capitán Hardrick había traído ayuda, en vez de no volver a saberse nunca nada más de él, y la caballería de la Unión había llegado en el momento crucial, como hacía en las historias. Después ella había dirigido la defensa del lugar, desde lo alto de una barricada, con una espada alzada en la mano y el peto manchado de sangre, como en el espeluznante retrato de Monzcarro Murcatto en la batalla de Pinos Dulces que vio una vez colgado de la pared de un mercader con muy mal gusto. Sus fantasías eran una locura y, a pesar de que mientras las iba elaborando era perfectamente consciente de que eran una locura y de que se preguntaba si no estaría loca ella también, siguió fantaseando igualmente.

Hasta que vislumbraba algo de reojo y volvía a estar allí, de espaldas, con una rodilla clavada en el estómago y una mano sucia alrededor del cuello, incapaz de respirar, y todo el nauseabundo horror que de algún modo no había experimentado en el momento se apoderaba de ella y la invadía como una oleada putrefacta. Entonces, Finree se quitaba de encima las mantas y se levantaba de un salto para recorrer la habitación de una punta a otra, mientras se mordía los labios, mientras se rascaba la parte de la cabeza que estaba cubierta de costras donde no tenía pelo y mientras murmuraba como una demente, imitando voces, todas aquellas voces.

Si se hubiera mostrado más firme con Dow el negro. Si hubiera insistido, si le hubiera exigido, podría haberse llevado a Aliz consigo en vez de dejarla… en la oscuridad, chillando mientras su mano se separaba de las suyas y la puerta se cerraba con un crujido. Volvió a ver una mejilla azul hinchada al atravesarla el acero y Finree mostró los dientes y gimió, y se agarró la cabeza y cerró los ojos con fuerza.

—Fin.

—Hal —él estaba reclinado sobre ella. La luz de las velas teñía de dorado uno de los lados de su semblante. Finree se sentó y se restregó la cara. La notaba entumecida. Era como si estuviese amasando masa muerta.

—Te he traído ropa limpia.

—Gracias —replicó de un modo risiblemente formal. Tal y como alguien podría dirigirse al mayordomo de otra persona.

—Siento haberte despertado.

—No estaba dormida —seguía sintiendo un regusto extraño en la boca, que notaba un tanto hinchada por lo que había fumado. La oscuridad bullía de colores en los rincones de esa habitación.

—Se me ha ocurrido que debía venir… antes de que amaneciera —se produjo otra pausa más. Probablemente, estaba esperando a que ella dijese que se alegraba de que hubiera venido a verla, pero Finree no estaba de humor para cortesías insulsas—. Tu padre me ha puesto al mando del asalto del puente de Osrung.

Finree no supo qué decir. Enhorabuena. ¡Por favor, no! Ten cuidado. ¡No vayas! Quédate aquí. Por favor. Por favor.

—¿Dirigirás el asalto desde la primera línea? —inquirió Finree, con un tono de voz gélido.

—Desde bastante cerca de la primera línea, supongo.

—No te hagas el héroe —como Hardrick, saliendo por la puerta en busca de una ayuda que nunca llegaría a tiempo.

—No me haré el héroe, te lo prometo. Sólo haré… lo correcto.

—Eso no te ayudará a ascender.

—No lo hago por eso.

—Entonces ¿por qué?

—Porque alguien ha de hacerlo.

Qué distintos eran. Ella era una cínica; él, un idealista. ¿Por qué se había casado con ese hombre?

—Brint parece estar… bien. Teniendo en cuenta las circunstancias.

Finree deseó en ese momento que Aliz estuviera bien y, al instante, intentó apartarla de sus pensamientos. Depositar sus esperanzas en que estuviera bien era perder el tiempo y, además, no andaba sobrada de ellas.

—¿Cómo debería sentirse uno, cuando su esposa ha sido capturada por el enemigo?

—Totalmente desesperado. Bueno, espero que esté bien.

«Bien». Qué expresión tan inútil y forzada. Pero ésa era una conversación inútil y forzada por entero. En esos momentos, Hal le parecía un completo desconocido, que no sabía nada acerca de quién era ella realmente. ¿Cómo pueden dos personas llegar a conocerse verdaderamente? No, en realidad, todo el mundo recorre esta vida a solas, librando sus batallas particulares.

Hal le tomó de la mano.

—Pareces…

Finree no pudo soportar el contacto con su piel y apartó los dedos como si hubiera tocado un horno.

—Vete. Deberías irte.

Hal sufrió un leve tic en su rostro.

—Te amo.

Sólo eran meras palabras, en realidad. A Finree debería haberle resultado muy fácil pronunciarlas. Pero era tan incapaz de decirlas como de volar a la luna. Entonces, le dio la espalda para encararse con la pared y se cubrió los hombros con la manta. Luego, oyó la puerta al cerrarse.

Un momento después, o quizás al cabo de un rato, salió de la cama. Se vistió. Se aclaró el rostro con agua. Se estiró las mangas para tapar las marcas de quemaduras que le habían dejado las ligaduras en las muñecas y el zigzagueante corte que tenía en el brazo. Abrió la puerta y salió. Su padre se encontraba en la habitación contigua, hablando con el oficial que Finree había visto el día anterior tirado en el suelo, aplastado bajo un armario lleno de platos. No. Era otro hombre.

—Estás despierta —su padre sonreía, pero con cierta prevención, como si esperase que fuera a estallar en llamas de un momento a otro y se estuviera preparando para agarrar un balde lleno de agua. Quizá fuese a estallar en llamas. No le habría sorprendido. Ni tampoco lo habría lamentado demasiado en aquel momento—. ¿Cómo te encuentras?

—Bien —pensó en unas manos que se cerraban en torno a su garganta, imperturbables a sus arañazos, notó el palpitar de la sangre en las orejas—. Ayer maté a un hombre.

Su padre se levantó y le puso una mano en el hombro.

—Puede que te lo parezca, pero…

—Desde luego que me lo parece. Lo apuñalé, con un puñal que le robé a un oficial. Le hundí la hoja en la cara. En la cara. Así que supongo que me cargué a uno de ellos.

—Finree…

—¿Me estoy volviendo loca? —preguntó, a la vez que intentaba contener la risa. Qué pregunta tan estúpida—. Debería alegrarme. Porque las cosas podrían haber salido mucho peor. No pude hacer nada más. Nadie habría podido hacer mucho más. ¿Qué debería haber hecho si no?

—Después de lo que has pasado, sólo un loco estaría en su sano juicio. Intenta comportarte como si… simplemente fuese un día más, un día como cualquier otro.

Finree respiró hondo.

—Por supuesto —le ofreció una sonrisa que esperaba transmitiese confianza en vez de locura—. Sólo es otro día más.

Sobre la mesa había un cuenco de madera con fruta. Finree cogió una manzana, que era mitad verde, mitad color rojo sangre. Pensó que debía comer mientras tuviera oportunidad, para recuperar fuerzas. Después de todo, sólo era otro día más.

En el exterior, el mundo seguía a oscuras. Unos soldados que hacían guardia bajo la luz de las antorchas se quedaron en silencio al verla pasar y la observaron a hurtadillas. Finree quiso vomitarles encima, pero intentó sonreír como si sólo fuese otro día y no le hubiesen parecido exactamente idénticos a los hombres que habían intentando desesperadamente mantener las puertas de la posada cerradas, mientras las astillas saltaban a su lado con cada nuevo hachazo que lanzaban aquellos salvajes.

Salió del sendero y descendió la colina, abrigándose lo más posible. La hierba azotada por el viento se hundía en la oscuridad. Algunos juncos se le enredaron en las botas. Vio a un hombre calvo de pie, que escudriñaba el valle envuelto en la oscuridad mientras los faldones de su chaqueta aleteaban mecidos por el aire. Tenía un puño cerrado a la espalda y su pulgar acariciaba con preocupación su dedo índice constantemente. En la otra sostenía una taza con suma elegancia. Por encima de él, en el cielo de levante, los primeros y tenues claros del amanecer comenzaban a asomar.

Fuera a causa de la pipa o de la falta de sueño, pero, después de lo que había visto el día anterior, el Primero de los Magos ya no le parecía tan terrible.

—¡Otro día más! —exclamó Finree, quien, en esos momentos, se sentía como si fuera capaz de elevarse de la ladera de la colina y ascender flotando hacia el oscuro cielo—. Otro día más para luchar. ¡Debe sentirse tan complacido, Lord Bayaz!

Éste le dedicó una cortés reverencia.

—Yo…

—¿Es «Lord Bayaz» o existe otro término mejor para dirigirse al Primero de los Magos? —Finree se apartó un mechón de pelo de la cara, pero el viento pronto lo devolvió al mismo sitio—. ¿Su Excelencia, o Su «Brujosidad», o Su «Magicosidad»?

—Procuro no ser demasiado ceremonioso.

—Por cierto, ¿cómo llega uno a ser el Primero de los Magos?

—Fui el aprendiz del gran Juvens.

—¿Y él le enseñó magia?

—Me enseñó el Gran Arte.

—Entonces, ¿por qué no la usa para algo, en vez de obligar a los hombres a luchar?

—Porque hacer que los hombres luchen es muy fácil. La magia es el arte y la ciencia de obligar a las cosas a comportarse de un modo no acorde con su naturaleza —Bayaz dio lentamente un sorbo a su taza y observó a Finree por encima del borde de ésta—. No hay nada más natural para los hombres que pelear. Espero que se haya recuperado ya de su calvario de ayer.

—¿Mi calvario? ¡Oh, casi ya lo he olvidado por completo! Mi padre me ha sugerido que me comporte como si hoy sólo fuese un día más. De esa manera, quizá logre que lo sea. Cualquier otro día lo habría dedicado a intentar defender febrilmente los intereses de mi esposo y, por lo tanto, los míos —afirmó, mostrando una sonrisa torcida—. Soy maliciosamente ambiciosa.

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