Los héroes (39 page)

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Authors: Joe Abercrombie

Tags: #Fantástico, #Histórico, #Bélico

BOOK: Los héroes
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—La paz —resopló Tenways, quien, al final, se había quedado para escuchar—. ¡Todos sabemos que tu padre amaba mucho la paz! ¿No fue él quien nos arrastró a la guerra con la Unión en un principio?

Esa réplica no acobardó lo más mínimo a Calder.

—Así fue y eso supuso su fin. Quizá yo haya aprendido de su error. Pero… ¿y vosotros? —les interrogó, mirándolos a todos a los ojos—. Porque, en mi opinión, hay que ser muy necio para arriesgar la vida con el fin de obtener algo que uno podría obtener con sólo pedirlo.

El silencio volvió a reinar un instante. Era un silencio culpable y reticente. Entretanto, el viento agitó sus ropas un poco más y levantó varias nubes de chispas en la hoguera. Entonces, Dow se inclinó hacia delante y se puso en pie, apoyándose sobre su espada.

—Bueno, reconozco que has hecho un gran trabajo al mearte en mi hoguera, ¿eh, príncipe Calder? —las carcajadas estallaron por doquier y el momento de reflexión se quebró—. ¿Y tú qué opinas, Scale? ¿Quieres la paz?

Los hermanos se miraron por un instante, mientras que Craw intentaba apartarse disimuladamente de ambos.

—No —respondió Scale—. Yo opto por luchar.

Dow chasqueó la lengua.

—Pues ya está. Al parecer, has sido incapaz de convencer incluso a tu propio hermano —se oyeron más risitas ahogadas y Calder se rió con los demás, aunque con muy pocas ganas—. Aun así, reconozco que manejas bien las palabras, Calder. Quizá llegue el momento en que tengamos que hablar de paz con la Unión. Entonces, ten por seguro que recurriré a ti —en ese instante, le mostró los dientes—. Aunque eso no será esta noche.

Calder hizo una elegante reverencia.

—Como ordenes, Protector del Norte. Eres el jefe.

—Así es —gruñó Dow y la mayoría asintió—. Así es.

No obstante, Craw se percató de que unos cuantos se alejaron con aspecto pensativo en la noche. Meditaban acerca de sus campos desatendidos, quizá, o en sus esposas desatendidas. Tal vez Calder no estaba tan loco como parecía. A los hombres del Norte les encantaba luchar, sí, pero también les gustaba beber cerveza. Y al igual que sucede con la cerveza, el estómago de uno tolera hasta cierto punto tanta batalla.

—Hoy hemos sufrido un gran revés. Pero mañana será diferente —la forma en que el mariscal Kroy dijo estas palabras no permitía mostrarse en desacuerdo, pues era algo que planteaba como un hecho incontestable—. Mañana atacaremos al enemigo y nos alzaremos victoriosos.

La estancia se llenó de susurros y los cuellos almidonados de sus uniformes se movían mientras los hombres asentían al unísono.

—Victoria —murmuró alguien.

—Mañana por la mañana, las tres divisiones se hallarán en posición —
aunque una de ellas estaba destrozada y las otras dos estarían agotadas por haber marchado toda la noche
—. Contamos con la ventaja de ser muchos más —
¡Sí, los aplastaremos bajo el peso de nuestros cadáveres!
—. La razón está de nuestro lado —
me alegro por ti, porque yo de lado no puedo ponerme, ya que tengo un enorme moratón en el costado
. No obstante, el resto de los oficiales parecieron animarse al escuchar esas perogrulladas.
Como pasa a menudo con los idiotas.

Kroy se volvió hacia el mapa y señaló la ribera sur de los bajíos. El lugar donde Gorst había luchado esa misma mañana.

—La división del general Jalenhorm necesita tiempo para reagruparse, así que se quedarán en la parte central sin entrar en acción, mostrando así su poderío ante los bajíos pero sin cruzarlos. En realidad, los atacaremos por ambos flancos —a continuación, se dirigió decidido hacia la parte derecha del mapa y recorrió con la mano el camino de Ollensand que llevaba a Osrung—. Lord Gobernador Meed, usted será nuestro puño derecho. Su división atacará Osrung al despuntar el alba, cruzará la empalizada y ocupará la mitad sur de la ciudad, luego se dirigirá a tomar el puente. Como en la parte norte es donde hay más edificios, seguramente será ahí donde los hombres del Norte habrán reforzado sus posiciones; además, han tenido tiempo para hacerlo.

El semblante demacrado de Meed se había ruborizado de emoción, los ojos le brillaban ante la perspectiva de poder luchar por fin con su odiado enemigo.

—Los eliminaremos como la escoria que son y los pasaremos a todos por la espada.

—Muy bien. Pero sea cauto, el bosque situado al este no ha sido explorado del todo. General Mitterick, usted será el gancho que les vamos a propinar por la izquierda. Su objetivo será abrirse paso por el Puente Viejo y asentar su posición en el extremo opuesto.

—Oh, sí, mis hombres tomarán ese puente, no se preocupe por ello, Lord Mariscal. Tomaremos el puente, los expulsaremos y los perseguiremos hasta la puñetera Carleon…

—Con tomar el puente nos bastará, por hoy.

—Un batallón del Primero de Caballería se unirá a usted y también se encontrará bajo su mando —Felnigg bajó su nariz picuda y su mirada iracunda, como si pensara que unirse a cualquier fuerza comandada por Mitterick fuera un consejo muy malo—. Estos muchachos han descubierto una ruta a través de los pantanos y un lugar en el bosque desde el que podremos sorprender al enemigo por el flanco derecho.

Mitterick ni se dignó mirar al jefe del estado mayor de Kroy.

—He pedido voluntarios para liderar el asalto al puente; además, mis hombres ya han construido unas cuantas balsas muy robustas.

La mirada iracunda de Felnigg cobró aún más intensidad.

—Tengo entendido que ahí la corriente es muy fuerte.

—Pero merece la pena intentarlo, ¿verdad? —le espetó Mitterick—. ¡Podrían pasarse la mañana entera impidiéndonos avanzar por ese puente!

—Muy bien, pero recuerden que buscamos la victoria, no la gloria —Kroy recorrió con una mirada severa esa estancia—. Les enviaré las órdenes por escrito a cada uno de ustedes. ¿Alguna pregunta?

—Sí, yo tengo una, señor —contestó el coronel Brint, levantando el brazo—. ¿Es posible que el coronel Gorst se abstenga de cometer una heroicidad durante el tiempo necesario como para que los demás podamos aportar algo a la batalla?

Se oyeron una serie de risitas ahogadas aquí y allá totalmente desproporcionadas, ya que el comentario no era tan gracioso; no obstante, los soldados siempre aprovechaban la más mínima oportunidad que se les presentara para reírse, pues eran muy escasas. Hasta entonces, Gorst había estado muy ocupado mirando a Finree y procurando disimularlo. Ahora, se hallaba extremadamente incómodo por ser el centro de todas esas sonrisas burlonas. Entonces, alguien aplaudió. Enseguida, se oyó una modesta salva de aplausos. Gorst habría preferido que lo hubieran abucheado.
Así, al menos, me podría haber sumado al jolgorio.

—Procuraré que así sea —rezongó.

—Yo también —dijo Bayaz—. Además, quizá lleve a cabo un pequeño experimento en la ribera sur.

El mariscal hizo una reverencia.

—Estamos a su completa disposición, Lord Bayaz.

El Primero de los Magos se dio sendas palmaditas en los muslos al levantarse y su siervo se inclinó hacia delante para susurrarle algo al oído; todos reaccionaron como si ésa fuera la señal de que debían ponerse ya en movimiento y la estancia se fue vaciando rápidamente, los oficiales regresaron presurosos a sus unidades con intención de realizar los preparativos necesarios para los ataques de la mañana siguiente.
Para cerciorarse de que llevan ataúdes de sobra, panda de…

—He oído que hoy has salvado a nuestro ejército.

Se giró con la misma dignidad que un babuino sobresaltado y se encontró mirando a Finree directamente a la cara, a una distancia tan corta que se quedó paralizado. Tras haber sabido que se iba a casar, debería haber enterrado por fin sus sentimientos hacia ella al igual que ya había enterrado todo sentimiento que mereciera la pena sentir. Sin embargo, ahora esos sentimientos parecían más intensos que nunca. Una tenaza parecía cerrarse en sus entrañas siempre que la veía, una tenaza que apretaba con más fuerza cuanto más tiempo hablaban. Si es que a eso se podía llamar hablar.

—Eh —
masculló. Sí, he luchado en un arroyo, donde apenas podía mantenerme en pie, y estoy seguro de que he matado a siete hombres, pero seguro que he mutilado a unos cuantos más. Los he hecho trizas con la esperanza de que mi hazaña llegara a oídos de nuestro veleidoso monarca, para que me conmute esta pena a una muerte en vida que no me merezco. Me he asegurado de ser culpable de un asesinato en masa, para poder ser proclamado inocente de esa otra acusación de incompetencia. A veces, ahorcan a la gente por estas cosas, aunque, otras veces, los aplauden
—. Tengo… suerte de seguir vivo.

Finree se le acercó y notó que la sangre se le subía a la cabeza, se sintió tan mareado como cuando uno se encuentra muy enfermo.

—Tengo la sensación de que todos tenemos mucha suerte de que sigas vivo.

Yo sí que tengo una sensación en los pantalones. Yo sí que me sentiría muy afortunado si colocaras una de tus manos justo ahí. ¿Acaso eso es mucho pedir después de haber salvado al ejército y todo eso?

—Lo… —Lo siento mucho. Te amo. Pero ¿por qué lo siento? Pero si no he dicho nada. ¿Acaso un hombre tiene que pedir disculpas por lo que piensa? Bueno, a lo mejor sí.

Para entonces, Finree ya se había alejado para ir a hablar con su padre y no se lo podía echar en cara.
Si yo fuera ella, ni siquiera me dignaría a mirarme y mucho menos a escuchar cómo balbuceo con una voz tan aguda y titubeante sobre insípidas tonterías. Aun así, me duele. Sufro muchísimo cuando se va
. Entonces, se dirigió penosamente hacia la puerta.

Joder, soy patético.

Calder se marchó sigilosamente de la reunión de Dow para no tener que darle explicaciones a su hermano y se alejó a toda prisa entre las hogueras, ignorando las maldiciones que refunfuñaban los hombres reunidos en torno a ellos. Halló un sendero entre dos de los Héroes, que se encontraban iluminados por las luces de las antorchas, y vio algo dorado centelleando por la pendiente. Acto seguido, dio alcance al dueño de tanto oro mientras éste descendía furioso a zancadas por la pendiente.

—¡Dorado! ¡Dorado, necesito hablar contigo!

Glama Dorado miró hacia atrás, frunciendo el ceño. Tal vez pretendía así mostrar una furia temible, pero, con ese hinchazón de la mejilla, parecía que estaba comiendo algo cuyo sabor no le gustaba. Calder tuvo que reprimir una risita tonta. Esa cara destrozada presentaba una oportunidad para él que no estaba dispuesto a dejar pasar.

—No tenemos nada de qué hablar, Calder —le espetó. Tres de sus Grandes Guerreros se alzaban amenazadores tras él, acariciando sus muchas armas.

—¡Habla en voz baja! ¡Nos vigilan! —exclamó Calder, quien se acercó y arrimó, como si tuviera algunos secretos que compartir. Una actitud que, según había observado, obligaba a los demás a hacer lo mismo, a pesar de que no fueran proclives a las confidencias—. He pensado que podríamos ayudarnos mutuamente, ya que nos hallamos en una posición similar…

—¿Similar? —replicó Dorado, quien se le acercó amenazadoramente con su cara hinchada, enrojecida y ensangrentada. Calder se echó hacia atrás acobardado, dominado por el miedo y la sorpresa, aunque, en realidad, por dentro, se sentía como un pescador que acababa de sentir un tirón en la caña. Las palabras eran su campo de batalla y la mayoría de aquellos necios eran unos inútiles en ese terreno, del mismo modo que él lo era en un campo de batalla real—. ¿Cómo vamos a estar en una situación similar,
pacificador
?

—Dow el Negro tiene sus favoritos, ¿verdad? Y el resto tenemos que luchar por las migajas.

—¿Favoritos? —Dorado tenía tan machacada la boca que le costaba trabajo articular y cada vez que arrastraba una palabra, parecía más y más encolerizado.

—Hoy has dirigido la carga, mientras
otros
se quedaban rezagados. Has puesto tu vida en peligro y has resultado herido librando la batalla en nombre de Dow. Y ahora son
otros
los que ocupan un lugar de honor, en primera línea, mientras tú tienes que quedarte en la retaguardia, ¿no? Deberás quedarte a esperar, por si acaso te necesitan, ¿eh? —Calder se inclinó un poco más—. Mi padre siempre te admiró. Siempre me dijo que eras un hombre muy listo y honrado, alguien en quien se puede confiar.

Resulta asombroso lo bien que funcionan los halagos por muy patéticos que sean. Sobre todo, con gente tremendamente vanidosa. Calder lo sabía muy bien, ya que en su día él también había sido así.

—Nunca me dijo algo así —masculló Dorado, aunque era obvio que quería creerlo.

—Porque no podía —le aduló Calder—. Era el Rey de los hombres del Norte. No podía permitirse el lujo de decirles a sus hombres lo que realmente pensaba —lo cual era cierto y le venía bien, puesto que su padre siempre pensó que Dorado era un tarugo engreído y Calder compartía esa opinión—. Pero yo sí puedo —pero había decidido que era mejor no decírselo—. No hay ninguna razón que justifique que ambos estemos enfrentados. Eso es lo que Dow quiere, quiere dividirnos. Para poder así compartir todo el poder, el oro y la gloria con gente como Pezuña Hendida, Tenways… y Cabeza de Hierro —Dorado se estremeció al oír ese último nombre, como si tuviera clavado un anzuelo en su rostro machacado y acabara de recibir un fuerte tirón. Aborrecía tanto a Cabeza de Hierro que era incapaz de ver más allá de su odio, el muy idiota—. No podemos permitir que eso pase —esto se lo dijo Calder entre susurros, como un amante, y entonces se atrevió a posar una mano con delicadeza sobre el hombro de Dorado—. Juntos, tú y yo podríamos hacer grandes cosas…

—¡Ya basta! —farfulló Dorado a través de sus labios partidos, mientras se quitaba de encima la mano de Calder de un manotazo—. ¡Vete a contar tus mentiras a otro lado!

No obstante, Calder pudo notar cómo la sombra de la duda planeaba sobre Dorado cuando éste se volvió, y eso era lo único que buscaba: sembrar la duda. Si uno no puede hacer que sus enemigos confíen en él, al menos puede provocar que desconfíen entre ellos. Hay que ser paciente, le había dicho su padre, paciente. Se permitió el lujo de esbozar una sonrisa de suficiencia mientras Dorado y sus hombres se perdían en la noche con paso fuerte y firme. Sólo estaba sembrando. Con el tiempo, recogería lo sembrado. Siempre que viviera el tiempo suficiente como para sacar la guadaña.

El Lord Gobernador Meed miró con el ceño fruncido por última vez a Finree, en señal de desaprobación y, acto seguido, la dejó a solas con su padre. Sin duda alguna, era incapaz de soportar que alguien pudiera estar por encima de él en una posición de poder, sobre todo si era mujer. Pero si daba por sentado que ella se iba a limitar a criticarlo a sus espaldas, entonces la había subestimado en exceso.

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