Los héroes (86 page)

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Authors: Joe Abercrombie

Tags: #Fantástico, #Histórico, #Bélico

BOOK: Los héroes
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Worth yacía en el suelo con los ojos abiertos, la lengua fuera y una flecha clavada en el esternón.

—¡Creí que era un hombre del Norte! —exclamó el muchacho.

—¡Los hombres del Norte están al norte de las líneas, idiota! —le espetó Yema.

—¡Creí que tenía un hacha!

—Era una pala —observó Tunny, quien la recogió de entre la cebada, a escasos centímetros de los dedos inertes de la mano izquierda de Worth—. Supongo que había salido a hacer lo que mejor se le daba.

—¡Debería matarte! —rugió Yema, al mismo tiempo que acercaba la mano a su espada. El muchacho soltó un chillido de impotencia e intentó protegerse el cuerpo con la ballesta.

—Déjelo —Tunny se interpuso entre ambos y contuvo a Yema poniéndole una mano en el pecho; a continuación, dejó escapar un largo suspiro teñido de dolor—. Así son las batallas. Todos cometemos errores. Iré a hablar con el sargento Forest, a ver qué debemos hacer —le quitó al muchacho la ballesta de entre las manos y lo obligó a coger la pala—. Mientras tanto, más le vale que se ponga a cavar.

Worth tendría que conformarse con yacer en las tierras norteñas.

TRAS LA BATALLA

«
Nunca has de esperar demasiado ni

mirar demasiado lejos para que te recuerden

lo delgada que es la línea que separa al héroe

de un chivo expiatorio
»

MICKEY MANTLE

El fin del camino

—¿Está ahí dentro?

Escalofríos asintió lentamente.

—Sí, está ahí.

—¿Solo? —preguntó Craw, poniendo la mano sobre el pomo podrido.

—Ha entrado solo.

Lo que quería decir, con toda probabilidad, que debía de estar con la bruja. A Craw no le hacía demasiada gracia volver a encontrarse con ella, sobre todo, tras haber visto su sorpresita del día anterior, pero el amanecer ya estaba siguiendo su camino y hacía tiempo que él también debería haberlo seguido. Hacía diez años, más o menos. Pero tenía que decírselo primero a su jefe. Eso era lo correcto. Hinchó las mejillas y resopló, esbozando una mueca de dolor al notar los puntos que le habían dado en el rostro; después, giró el pomo y entró.

Ishri se encontraba de pie sobre el suelo de tierra, con las manos en las caderas y la cabeza ladeada. Su largo abrigo estaba chamuscado por el borde y una manga, parte del cuello de la prenda había ardido también y los vendajes que llevaba por debajo estaban ennegrecidos. Pero su piel seguía siendo tan perfecta que, prácticamente, las llamas de la antorcha se reflejaban en su mejilla, como si fuera un espejo negro.

—¿Por qué vas a pelear con ese necio? —le estaba diciendo, mientras señalaba con un largo dedo hacia los Héroes—. No obtendrás ningún beneficio con eso. Si entras en el círculo, no podré protegerte.

—¿Protegerme? —Dow se encontraba encorvado junto a la oscura ventana, con su pétreo rostro envuelto en sombras, mientras sostenía su hacha relajadamente justo por debajo de la hoja—. He estado en el círculo con hombres diez veces más duros que el puñetero Príncipe Calder.

Acto seguido, pasó el chirriante filo de su hacha por una piedra de afilar.

—Calder —dijo Ishri, resoplando—. Hay otras fuerzas en juego también en esto. Fuerzas que se hallan más allá de tu entendimiento…

—En realidad, no están más allá de mi entendimiento. Mantienes una disputa con el Primero de los Magos y ambos os estáis aprovechando de mi disputa con la Unión para pelear entre vosotros. ¿A que no me equivoco? Las disputas son algo que entiendo perfectamente, créeme. Las brujas y demás os creéis que vivís en un mundo aparte, pero, por lo que he visto, tenéis ambos pies en éste.

Ishri alzó la barbilla.

—Allí donde hay metal afilado, hay riesgo.

—Por supuesto, qué interés tendría si no —entonces, la piedra de afilar volvió a acariciar la hoja.

Ishri entornó los ojos y curvó los labios.

—Pero ¿qué os pasa a los malditos hombres rosáceos con vuestras malditas peleas y vuestro maldito orgullo?

Dow se limitó a sonreír y sus dientes brillaron al abandonar su rostro el cobijo de las sombras.

—Oh, eres una mujer muy astuta, de eso no cabe duda, y sabes muchas cosas realmente útiles —dio otro repaso con la piedra de afilar al hacha y, acto seguido, la alzó y su filo resplandeció ante la luz—. Pero no sabes nada sobre el Norte. Hace años que renuncié a toda clase de orgullo. Era un atributo inútil que no hacía más que irritarme. Lo único que me importa es mantener mi buen nombre —probó el filo, deslizando la punta de su pulgar suavemente por encima, como por el cuello de una amante; luego, se encogió de hombros—. Soy Dow el Negro. No puedo darle la espalda a este desafío como tampoco podría volar a la luna.

Ishri negó con la cabeza, sumamente disgustada.

—Después de todos los esfuerzos que he hecho para…

—Si muero, los vanos esfuerzos que has hecho por mí serán mi mayor pesar, ¿qué te parece?

Ishri miró malhumorada a Craw y, después, a Dow mientras dejaba su hacha apoyada contra la pared. A continuación, profirió un airado siseo.

—No echaré de menos vuestro clima —afirmó, al mismo tiempo que se agarraba los faldones de su chamuscado abrigo y los agitaba salvajemente frente a su propia cara. Entonces, se oyó un crujido de telas e Ishri desapareció, dejando sólo un jirón de una venda ennegrecida aleteando en el lugar donde había estado hasta hace unos instantes.

Dow lo cogió entre el índice y el pulgar.

—Supongo que también podría usar la puerta, pero, entonces, su marcha no tendría el mismo… dramatismo —sopló sobre el trozo de tela y observó cómo se retorcía en el aire—. ¿Alguna vez has deseado ser capaz de desaparecer, Craw?

Todos los días durante los últimos veinte años.

—Puede que no le falte razón —gruñó—. Ya sabes. En lo del círculo.

—¿Tú también?

—No tienes nada que ganar. Bethod solía decir que no hay nada que demuestre más poder que la…

—Guárdate la piedad —rugió Dow, quien desenvainó su espada con tanta rapidez que el acero siseó. Craw tragó saliva y tuvo que hacer un gran esfuerzo para no retroceder—. Le he dado a ese chico todo tipo de oportunidades y me ha hecho quedar como un auténtico capullo. Sabes que tengo que matarlo —Dow se dispuso a limpiar la hoja gris de su arma con un trapo, mientras se le tensaban los músculos de un lado de su rostro—. Tengo que matarlo de la peor forma posible. Tengo que matarle de un modo tan cruel y humillante que a nadie se le ocurra hacerme quedar como un capullo en los próximos cien años. Tengo que dar una lección. Así es como funciona esto —alzó la mirada y Craw se dio cuenta de que era incapaz de devolvérsela. Se dio cuenta de que tenía la mirada clavada en ese suelo de tierra y que no sabía qué decir—. ¿Has venido para decirme que no vas a seguir sosteniendo tu escudo en mi nombre?

—Te dije que me quedaría hasta que la batalla hubiera terminado.

—Eso es cierto.

—La batalla ya ha terminado.

—La batalla nunca termina, Craw, y tú lo sabes —Dow lo observó detenidamente. Tenía medio rostro iluminado, y de la otra mitad sólo se atisbaba un ojo reluciente en la oscuridad. Entonces, Craw comenzó a enumerar los motivos por los que debía marcharse, a pesar de que nadie le había preguntado.

—Hay hombres más apropiados para este puesto. Mucho más jóvenes. Con las rodillas más firmes, los brazos más fuertes y mejor reputación —Dow continuó observándolo—. He perdido a muchos de mis amigos en este último par de días. Demasiados. Whirrun ha muerto. Brack también —intentaba desesperadamente reprimir las ganas que tenía de decirle que le faltaba estómago para ver cómo Dow despedazaba a Calder en el círculo, que no podría soportarlo por cuestión de lealtad—. Los tiempos han cambiado. Gente como Dorado y Cabeza de Hierro ya no me tienen el más mínimo respeto y yo los respeto aún menos a ellos. Por todo eso y por… y por…

—Sí, ya has tenido suficiente —le interrumpió Dow.

A Craw se le hundieron los hombros. Pese a que le dolía reconocerlo, esa frase resumía todo lo que quería decir bastante bien.

—He tenido suficiente.

Tuvo que apretar los dientes y echar los labios hacia atrás para poder contener las lágrimas. Era como si el mero hecho de expresar ese sentimiento con palabras hubiese logrado que todo se le viniera encima de golpe. Se acordó de Whirrun y Drofd, de Brack y Athroc, de Agrick y de todos los demás. Conformaban una hilera acusadora de difuntos que se perdía en las penumbras de la memoria. Una hilera de batallas peleadas, ganadas y perdidas. De cosas que ya no se pueden cambiar, de decisiones correctas y equivocadas, cuyas consecuencias eran un peso que acarrear.

Dow se limitó a asentir mientras introducía cuidadosamente su espada de nuevo en la vaina.

—Todos tenemos un límite. Un hombre de tu experiencia jamás debería sentirse avergonzado. Jamás.

Craw se limitó a apretar los dientes y se tragó las lágrimas mientras buscaba algunas palabras que decir.

—Supongo que no tendrás ningún problema para encontrar a otro que ocupe mi puesto.

—Ya lo he hecho —replicó Dow, señalando con la cabeza hacia la puerta—. Está esperando ahí afuera.

—Bien —Craw suponía que Escalofríos podría ser su sustituto; probablemente, podría desempeñar ese cargo mejor de lo que lo había hecho él, pues suponía que no estaba tan alejado de la redención como decía la gente.

—Toma —Dow le lanzó algo a través del cuarto y Craw lo cogió al vuelo; al instante, notó cómo unas monedas entrechocaban en el interior de esa cosa—. Dos de oro y unas cuantas más. Para que puedas empezar una nueva vida.

—Gracias, jefe —dijo Craw con suma sinceridad, pues esperaba recibir una puñalada en la espalda y no una bolsa en la mano. Dow apoyó la espada en el suelo.

—¿Qué vas a hacer?

—Hace mil puñeteros años, fui carpintero. Había pensado en volver a trabajar la madera. Quizá un carpintero tenga que hacer un par de ataúdes de vez en cuando, pero no es un oficio en el que uno entierre a muchos amigos.

—Ya —Dow acarició suavemente el pomo de su espada entre el índice del pulgar y la hizo girar sobre la punta—. Yo ya he enterrado a todos los míos. Salvo a los que he convertido en enemigos. Quizá ése sea el destino al que conduce el camino de todo guerrero, ¿eh?

—Sí, sí lo sigues durante el tiempo suficiente —Craw permaneció allí un momento más, pero Dow no respondió, así que se volvió para marcharse.

—Yo me dedicaba a hacer cazuelas.

Craw se detuvo con la mano ya sobre el pomo de la puerta, con los pelos de la nunca erizados. Pero Dow el Negro seguía sin moverse del sitio, mientras se contemplaba la mano. Una mano cubierta de cicatrices, costras y callos.

—Era aprendiz de alfarero —afirmó Dow, resoplando—. Hace mil puñeteros años. Después, llegaron las guerras y tomé el camino de la espada. Siempre pensé que volvería a ejercer ese oficio, pero… así son las cosas —entornó los ojos y se acarició suavemente la punta del pulgar con la punta de los demás dedos—. La arcilla… solía dejarme las manos… tan suaves. Imagínate —entonces, alzó la mirada y sonrió—. Buena suerte, Craw.

—Ya —replicó Craw y, acto seguido, salió de aquel lugar, cerró la puerta a sus espaldas y exhaló un largo suspiro de alivio. Con sólo unas palabras, todo había acabado. En ocasiones, algunas cosas parecen imposibles, hasta que finalmente las haces y te das cuenta de que lo único que hacía falta era dar un primer paso. Escalofríos seguía donde lo había dejado, con los brazos cruzados. Craw le dio una palmadita en el hombro.

—Supongo que ahora es cosa tuya.

—¿Eso crees? —alguien más apareció bajo la luz de la antorcha; alguien con una larga cicatriz bajo su corto pelo.

—Wonderful —musitó Craw.

—Hola, hola —dijo ella. A Craw le sorprendió verla allí, pero así no perdería tiempo, pues era a ella a quien debía decírselo a continuación.

—¿Cómo está la docena? —preguntó.

—Los cuatro que quedan están muy bien.

Craw esbozó una mueca de contrariedad.

—Ya. Bueno. Tengo que decirte algo —ella arqueó una ceja. Craw ya no podía echarse atrás, tenía que soltarlo—. Me retiro. Lo dejo.

—Lo sé.

—¿Ah, sí?

—¿Cómo iba a ocupar tu puesto si no?

—¿Mi puesto?

—Sí, como segundo de Dow.

Craw abrió los ojos como platos. Miró a Wonderful, después a Escalofríos y luego otra vez a ella.

—¿Tú?

—Sí, yo. ¿Por qué no?

—Bueno, es que pensé que…

—¿Que cuando abandonaras este tipo de vida el sol dejaría de brillar para los demás? Pues no. Lamento decepcionarte.

—Pero ¿qué pasa con tu marido? ¿Y con tus hijos? Creí que ibas a…

—La última vez que fui a la granja fue hace cuatro años —echó la cabeza hacia atrás y Craw vio en su mirada una dureza que no estaba acostumbrado a ver—. Se habían marchado. Sin dejar rastro.

—Pero volviste hace un mes.

—Aquel día estuve paseando por ahí, me senté junto al río y me dediqué a pescar. Después, regresé con la docena. No me vi capaz de contártelo. No quería tu lástima. Esto es todo lo que les queda a los que son como nosotros. Ya lo verás —Wonderful le estrechó la mano, pero la de Craw permaneció inerte—. Ha sido un honor pelear contigo, Craw. Cuídate.

A continuación, Wonderful abrió la puerta y la cerró a sus espaldas con estrépito, dejándolo atrás, parpadeando ante la silenciosa madera.

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