Los héroes (95 page)

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Authors: Joe Abercrombie

Tags: #Fantástico, #Histórico, #Bélico

BOOK: Los héroes
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Había nacido para cortar troncos, no para pelear.

Y eso le convertía en un afortunado. En alguien más afortunado que Reft o Stodder o Brait. Más afortunado que Drofd o Whirrun de Bligh. Más afortunado incluso que Dow el Negro. Arrancó el hacha y retrocedió. Tal vez no se cantasen muchas canciones sobre taladores, pero los corderos balaban en los riscos y a él eso le sonó a música celestial. Esa canción era mucho más dulce que todas las baladas heroicas que conocía.

Cerró los ojos y paladeó el olor a hierba y a humo de la chimenea. Después, los abrió y recorrió el valle con la mirada. Sintió un cosquilleo en la piel al disfrutar de la tranquilidad del momento. No podía creer que en otro tiempo hubiera odiado aquel lugar.

Ahora no le parecía tan malo. No le parecía nada malo en absoluto.

Todo el mundo sirve a alguien

—Entonces, ¿vas a estar de mi lado? —preguntó Calder, resplandeciente como una mañana de primavera.

—Si todavía queda sitio.

—Eres tan leal como Rudd Tresárboles, ¿eh?

Cabeza de Hierro se encogió de hombros.

—No insultaré a tu inteligencia diciendo que sí. Pero sé que apoyarte es lo mejor para mis intereses. También señalaría que la lealtad es una base peligrosa sobre la que levantar nada. Tiende a deshacerse con la primera tormenta, mientras que el interés soporta cualquier tiempo.

Calder asintió al oír aquello.

—Un principio sensato —miró de reojo a Foss Deep, que había vuelto a ponerse a su servicio ahora que habían terminado las hostilidades y personificaba el egoísmo interesado. A pesar de su desagrado declarado por las batallas, había conseguido hacerse con un espléndido peto de la Unión, grabado con un sol dorado, que relucía bajo su andrajoso abrigo—. Cualquier hombre debería tener ¿eh, Deep?

—¿Tener qué?

—Principios.

—Oh, creo muy, pero que muy fervientemente en ellos. Mi hermano también.

Shallow dejó de hurgarse furiosamente en las uñas con la punta de su cuchillo por un momento.

—A mí me gustan con leche.

Se impuso un silencio ligeramente incómodo. Después, Calder se volvió hacia Cabeza de Hierro.

—La última vez que hablamos me dijiste que apoyabas a Dow. Después, me measte en las botas —levantó una de las suyas, que se encontraba gastada, agrietada y manchada—. Hace una semana, eran las mejores botas de todo el Norte. De cuero estirio. Y, ahora, mira.

—Me alegrará comprarte un par nuevo.

Calder hizo una mueca de dolor al levantarse y sentir dolor en las costillas.

—Que sean dos.

—Lo que tú digas. A lo mejor hasta compro otro para mí.

—¿Estás seguro de que algo metálico no sería más de tu estilo?

Cabeza de Hierro se encogió de hombros.

—Las botas de metal en tiempos de paz están fuera de lugar. ¿Algo más?

—Por ahora, limítate a tener a tus hombres bien cerca. Debemos seguir dando un buen espectáculo hasta que la Unión se aburra de esperar y desaparezca. No debería faltar mucho.

—Entendido.

Calder se alejó un par de pasos; después, se volvió de nuevo.

—Compra también un regalo para mi esposa. Algo bonito, ya que falta poco para que nazca mi hijo.

—Sí, jefe.

—Y no te sientas demasiado mal por ello. Todo el mundo sirve a alguien.

—Muy cierto —replicó Cabeza de Hierro, que ni siquiera parpadeó. La reunión había sido ligeramente decepcionante, la verdad. Calder había esperado hacerle sudar. Pero ya habría tiempo más adelante para eso, en cuanto la Unión se hubiese retirado. Ya habría tiempo para todo tipo de cosas. Así que saludó con un asentimiento señorial y se marchó, seguido por sus dos sombras.

Tenía de su parte a Reachey y a Pálido como la Nieve. Había mantenido una pequeña charla con Wonderful, que a su vez le había transmitido sus palabras a los Caris de Dow, cuya lealtad se había fundido como la nieve. La mayoría de los hombres de Tenways se habían diseminado y Ojo Blanco Hansul había jugado la baza de defender sus propios intereses y había convencido a los demás para que hicieran lo mismo. Cabeza de Hierro y Dorado seguían odiándose mutuamente demasiado como para presentar una amenaza y el Extraño que Llama, por razones que Calder no alcanzaba a comprender, le trataba como a un viejo y apreciado amigo.

De hazmerreír a rey del mundo gracias a un solo mandoble de espada. Suerte. Algunos hombres la tienen, otros no.

—Ha llegado el momento de medir el alcance de la lealtad de Glama Dorado —afirmó Calder felizmente—. O de sus propios intereses, en cualquier caso.

Caminaron colina abajo en la oscuridad creciente. Las estrellas empezaban a asomar entre el tintado cielo y Calder sonreía pensando en el modo en que iba a hacer retorcerse a Dorado. En cómo iba a obligar a aquel cabrón engreído a hacerse un nudo en la lengua al intentar congraciarse con su nuevo jefe. En lo mucho que iba a disfrutar apretándole las tuercas. En cuanto alcanzaron una bifurcación en el camino, Deep giró a la izquierda, rodeando el pie de los Héroes.

—El campamento de Dorado está a la derecha —rezongó Calder.

—Cierto —contestó Deep, sin dejar de caminar—. Tienes un dominio absoluto de los puntos cardinales, lo que te pone un peldaño por encima de mi hermano en la escalera del conocimiento.

—A mí me parecen todos iguales —vociferó Shallow.

De repente, Calder notó algo punzante en la espalda. Algo frío y sorprendente, no del todo doloroso, pero tampoco placentero. Le costó un momento darse cuenta de lo que era, pero, cuando lo hizo, toda su jactancia lo abandonó como si la punta de ese puñal ya hubiera abierto un agujero.

Qué endeble es la arrogancia. Basta un pedazo de metal afilado para acabar con ella bruscamente.

—Vamos a ir por la izquierda —la punta del arma de Shallow volvió a presionarle la espalda y Calder echó a andar, con las manos en alto, mientras dejaba de esbozar su sonrisa burlona en la penumbra.

Había mucha gente a su alrededor. Hogueras rodeadas por rostros medio iluminados. Unos jugaban a los dados, otros inventaban mentiras sobre sus hazañas en la batalla y uno de ellos daba palmadas a la capa de alguien sobre la que habían caído algunas brasas extraviadas. Un grupo de Siervos borrachos pasaron a su lado, pero apenas los miraron. Nadie acudió al rescate de Calder, pues no vieron nada que les pareciese digno de mención. E incluso aunque así hubiera sido, les importaba una mierda. Como a la mayoría, por lo general.

—¿Adónde vamos? —inquirió Calder, aunque la única pregunta real era si habrían cavado ya su tumba o pensaban discutir después a quién le iba a tocar hacerlo.

—Ya lo verás.

—¿Por qué?

—Porque llegaremos allí.

—No. Me refiero a por qué estáis haciendo esto.

Los dos se echaron a reír a la vez, como si acabaran de oír un chiste.

—¿Crees que te estábamos vigilando por accidente en el campamento de Caul Reachey?

—No, no, no —canturreó Shallow—. No.

Ahora se estaban alejando de los Héroes. Había cada vez menos gente y menos hogueras. Ahí casi no había luces, salvo el círculo luminoso que proyectaba la antorcha de Deep sobre los sembrados. Cualquier esperanza de auxilio se desvanecía en la negrura a sus espaldas, junto a las bravatas y las canciones. Si Calder pretendía salvarse, más le valía intentar hacerlo él mismo. No se habían molestado en quitarle la espada. Pero ¿a quién quería engañar? Incluso aunque no hubiera tenido la mano derecha inutilizada, Shallow podría haberle rebanado el pescuezo una docena de veces antes de que fuese capaz de desenvainarla. Al otro lado de los oscuros campos, pudo intuir el contorno de una arboleda que se extendía hacia el norte. A lo mejor si echaba a correr…

—No —Shallow volvió a presionar a Calder en un costado con el puñal—. No ni no no no.

—En serio, no —insistió Deep.

—Tal vez podríamos llegar a un acuerdo. Tengo dinero…

—Nadie posee un bolsillo lo suficientemente hondo como para competir con quien nos paga. Lo mejor que puedes hacer es obedecer cuanto te ordenen como un buen chico —Calder lo dudaba mucho pero, por muy inteligente que le gustara creerse, no se le ocurría ninguna alternativa mejor—. Sentimos tener que hacer esto, ¿sabes? Te respetamos mucho, igual que respetábamos mucho a tu padre.

—¿De qué me va a servir que lo sintáis?

Deep se encogió de hombros.

—De poco menos que nada, pero siempre nos tomamos la molestia de decirlo.

—Se cree que eso nos aporta clase —aseveró Shallow.

—Un cierto aire de nobleza.

—Oh, sí —afirmó Calder—. Sois un par de putos héroes.

—Un tipo que no es un héroe para nadie es lamentable —aseguró Deep—. Aunque sólo sea para sí mismo.

—O su mami —apostilló Shallow.

—O su hermano —Deep sonrió, mirando hacia atrás—. ¿Qué pensaba tu hermano de ti, señorito?

Calder pensó en Scale, que luchó en abrumadora minoría en aquel puente, esperando una ayuda que nunca llegó.

—Imagino que al final debió de pensar lo peor de mí.

—Yo tampoco derramaría demasiadas lágrimas por eso. Raro es el individuo que no resulta ser un villano para alguien. Incluso aunque sólo sea para sí mismo.

—O su hermano —susurró Shallow.

—Ya hemos llegado.

Una desvencijada granja había aparecido entre las tinieblas. Era grande y silenciosa, tenía las paredes de piedra cubiertas por enredaderas y los descascarillados postigos descolgados en las ventanas. Calder se percató de que era la misma en la que había dormido durante dos noches, pero ahora parecía mucho más siniestra. Como cualquier cosa cuando uno tiene un cuchillo en la espalda.

—Por aquí, por favor —le indicó Deep, mientras lo guiaba hacia el porche desprovisto de tejas que recorría el lateral de la casa y protegía una mesa podrida rodeada por unas sillas que se encontraban tiradas en el suelo. Una lámpara pendía suavemente de una alcayata en una de las columnas. Su luz alumbraba un patio cubierto de malas hierbas y una valla inclinada que separaba la granja de los campos de cultivo.

Había muchas herramientas apoyadas contra la valla. Palas, hachas y azadones, todas ellas cubiertas de barro como si un equipo de trabajadores las hubieran utilizado enérgicamente aquel día y hubiesen sido dejadas allí para volver a usarlas al día siguiente. Unas herramientas que servían para cavar. Calder notó que su miedo, que había disminuido ligeramente durante el paseo, volvía a dejarle helado. A través de un hueco en la valla, la luz de la antorcha de Deep iluminó un trecho de cosechas pisoteadas y tierra recién removida. Una tierra que se había acumulado en un montón que le llegaba hasta la altura de la rodilla, tan grande como los cimientos para un granero. Calder abrió la boca, quizá para rogar desesperadamente, para intentar negociar por última vez, pero fue incapaz de decir nada.

—Han trabajado muy duro —afirmó Deep, en el mismo momento en que un segundo montón surgió de la noche junto al primero.

—Como esclavos —añadió Shallow, a la vez que la luz revelaba un tercero.

—Dicen que la guerra es algo terrible, pero costaría encontrar a un enterrador que esté de acuerdo con esa afirmación.

Aquella última fosa aún no había sido tapada. A Calder se le erizó la piel cuando la antorcha iluminó sus contornos; tenía cinco pasos de ancho, quizá. El otro extremo se perdía entre las sombras. Deep se acercó a una esquina y miró hacia abajo.

—Puaj —clavó la antorcha en el suelo, se volvió y llamó haciendo señas a Calder—. Vamos, vamos. Caminar despacio no va a cambiar nada.

Shallow le dio un pequeño empujón y Calder avanzó pesadamente, mientras notaba que se le iba cerrando la garganta cada vez que respiraba a medida que iba viendo mejor, tras dar un paso vacilante tras otro, los costados de la fosa.

Vio tierra, guijarros y raíces de cebada. Luego, una mano pálida. Después, un brazo desnudo. A continuación, cadáveres. Luego, muchos más. La fosa estaba llena de cuerpos, amontonados en una siniestra maraña. Eran los desperdicios de la batalla.

La mayoría estaban desnudos, pues los habían despojado de todo. ¿Acabaría algún enterrador quedándose la excelente capa de Calder? A la luz de la antorcha, la sangre y la suciedad tenían el mismo color. Conformaban manchas negras sobre la blanca piel de los muertos. Era complicado distinguir a qué cuerpo pertenecían esas piernas y esos brazos retorcidos.

¿Acaso todos esos cuerpos habían sido unos hombres hacía tan sólo un par de días? ¿Hombres con ambiciones y esperanzas a los que les importaban ciertas cosas? Ahí había un montón de historias inacabadas, que habían sido cortadas de cuajo. Esa era la recompensa de los héroes.

Sintió que algo cálido le recorría la pierna y, entonces, se dio cuenta de que se había meado encima.

—No te preocupes —dijo Deep con un tono de voz comprensivo, como si fuera un padre que le hablara a su hijo asustado—. Sucede a menudo.

—Nosotros hemos visto de todo.

—Y eso es quedarse corto.

—Ponte ahí —Shallow le guió hasta donde quería, agarrándolo de los hombros, y le hizo volverse hasta situarlo de cara al foso, inerte e indefenso. Uno nunca piensa que hará mansamente todo lo que le pidan cuando se enfrente al momento de su muerte. Pero todo el mundo lo hace—. Ve un poco más a la izquierda —le pidió, mientras lo guiaba un paso hacia la derecha—. Eso es la izquierda, ¿verdad?

—Eso es la derecha, animal.

—¡Joder! —Shallow tiró aún más fuerte de Calder y éste resbaló sobre el borde de la fosa, haciendo caer varios montones de tierra sobre los cuerpos. Shallow lo agarró y lo enderezó—. ¿Ahí?

—Ahí —contestó Deep—. Vale, muy bien.

Calder permaneció inmóvil, miró hacia abajo y se echó a llorar en silencio. Ya no le parecía que la dignidad fuese una virtud tan importante. Dentro de poco, tendría aún menos importancia. Se preguntó cuán profundo sería el foso. Con cuántos cadáveres lo compartiría cuando mañana alguien tomara esas herramientas y apilara tierra sobre ellos. ¿Cien? ¿Doscientos? ¿Más?

Observó al que estaba más cerca, justo bajo sus pies. Aquello tenía una enorme herida negra en la parte trasera de la cabeza. Aquello no, ese hombre, se corrigió Calder, pese a que le costaba verlo como un hombre. Pues era una cosa, despojada de toda identidad. Despojada de todo… a menos que…

El rostro de Dow el Negro… si bien tenía la boca abierta y medio llena de tierra, era el Protector del Norte, de eso no cabía duda. Casi parecía que estaba sonriendo; además, tenía un brazo estirado, como dando la bienvenida a Calder, a un viejo amigo, a la tierra de los muertos. De vuelta al barro, ciertamente. Con qué rapidez puede pasar uno de ser dueño y señor de todo a ser un montón de carne tirado en un agujero.

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