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Authors: Bertrand Russell

Tags: #Filosofía

Los problemas de la filosofía (2 page)

BOOK: Los problemas de la filosofía
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La mesa real, si la hay, la llamaremos un “objeto físico”. Entonces debemos considerar la relación entre las informaciones sensoriales y los objetos físicos. El conjunto de todos los objetos físicos es llamado “materia”. De aquí se desprende que nuestras dos preguntas deberán ser replanteadas de la forma siguiente: (1) ¿Existe la materia? (2) Si es así, ¿cuál es su naturaleza?

El filósofo que por vez primera puso en primer plano las razones para considerar los objetos inmediatos de nuestros sentidos como no existentes independientemente de nosotros fue el obispo Berkeley (1685-1753). Sus
Tres diálogos entre Hilas y Filón, en oposición a los escépticos y a los ateos
, nos prueban que no hay tal cosa como la materia, y que el mundo sólo consiste de mentes y sus ideas. Hilas había creído en la materia, pero como no se compara intelectualmente a Filón, quien lo dirige sin piedad hacia contradicciones y paradojas, este último le hace ver que su negación de la existencia de la materia parezca, al final, producto casi del sentido común. Los argumentos empleados son de valor distinto: algunos son importantes y lógicos, otros son confusos o irrelevantes. Pero Berkeley tiene el mérito de haber mostrado que la existencia de la materia puede ser negada sin caer en el absurdo, y que si hubiera cualesquiera objetos que existan independientemente de nosotros, éstos no pueden ser los objetos inmediatos de nuestras sensaciones.

Hay dos cuestiones distintas involucradas cuando nos preguntamos si la materia existe, y es muy importante mantenerlas bien claras. Normalmente significamos por “materia” algo que se opone a la “mente”, algo que creemos que ocupa espacio y que es radicalmente incapaz de cualquier tipo de pensamiento o conciencia. Es principalmente en este sentido en el que Berkeley niega a la materia; es decir, él no niega las informaciones sensoriales que tomamos normalmente como signo de la existencia de la mesa, como realmente signo de la existencia de
algo
independiente de nosotros, pero sí niega que algo sea nomental, que no sea mente o ideas producidas por una mente. Él admite que debe haber algo cuya existencia continúa cuando nos salimos del cuarto o cuando cerramos los ojos, y que lo que llamamos ver la mesa nos da la razón para creer en ese algo que persiste inclusive cuando no la vemos. Pero él cree que este algo no puede ser radicalmente diferente a la naturaleza de lo que vemos y que no puede ser independiente de lo que se ve en conjunto, a pesar de que debe ser independiente de
nuestra
vista. Esto lo llevó a considerar a la mesa “real” como una idea en la mente de Dios. Tal idea tiene la permanencia requerida e independiente de nosotros, sin ser — como la materia sería de otra manera — algo que no se pueda conocer, en el sentido de que sólo podríamos inferirla y que no podríamos nunca percibirla de forma directa e inmediata.

Otros filósofos después de Berkeley han sostenido lo anterior, a pesar de que la existencia de la mesa no depende que yo la vea, depende que sea vista (o de otra forma aprehendida por la sensación) por
alguna
mente — no necesariamente la mente de Dios, pero más comúnmente por la mente colectiva del universo. Esto es lo que sostienen, como lo hace Berkeley, principalmente porque ellos piensan que no hay nada real — o en algún sentido algo que se pueda conocer como real — excepto las mentes y sus pensamientos y sus sentimientos. Podemos establecer el argumento por el que ellos basan su visión de la siguiente forma: “Lo que sea que pueda ser pensado es una idea en la mente de la persona que piensa en ella; por lo tanto nada puede ser pensado excepto ideas en las mentes; luego todo lo demás es inconcebible y lo que es inconcebible no existe.”

Tal argumentación, en mi opinión, es falsa; y, por supuesto, aquellos que la sostienen no lo hacen tan tajantemente o cruelmente. Pero, válida o no, la argumentación se ha desarrollado ampliamente ya sea en una forma o la otra, y muchos y distintos filósofos, tal vez la mayoría, han sostenido que no hay nada real excepto las mentes y sus ideas. Tales filósofos se conocen como “idealistas”. Cuando explican la materia, ellos dicen, como Berkeley, que la materia no es realmente algo mas que un conjunto de ideas, o dicen, como Leibniz (1646-1716), que lo que aparenta ser materia es realmente un conjunto de más o menos mentes rudimentarias.

Pero estos filósofos, a pesar de que niegan a la materia como opuesta a la mente, en otro sentido admiten la materia. Se recordará que hemos hecho dos preguntas, a saber: (1) ¿Hay realmente una mesa? (2) Si es así, ¿qué clase de objeto puede la mesa ser? Tanto Berkeley y Leibniz admiten que hay una verdadera mesa, pero Berkeley dice que es ciertas ideas en la mente de Dios, y Leibniz dice que es una colonia de almas. Sin embargo, ambos responden a la primera pregunta de forma afirmativa y sólo divergen de nuestra visión de simples mortales en la respuesta a la segunda pregunta. De hecho, casi todos los filósofos parecen haberse puesto de acuerdo de que hay una mesa real: casi todos coinciden en ello, pero gran parte de nuestras informaciones sensoriales — color, forma, suavidad, etc. — dependen de nosotros, mas su presencia es un signo de que algo existe independientemente de nosotros, algo que difiere, tal vez, completamente de nuestras informaciones sensoriales, y aún así que pueda ser atribuido como causa de esas informaciones sensoriales cuando estamos en una relación adecuada con la mesa real.

Ahora, este punto en el cual los filósofos han coincidido — el punto de vista de que
existe
una mesa real, cualquiera que sea su naturaleza — es obviamente de vital importancia, y valdría la pena considerar qué razones hay para aceptar este punto de vista antes de que sigamos más adelante con la cuestión de la naturaleza de la mesa real. Nuestro siguiente capítulo, por lo tanto, estará enfocado con las razones para suponer que, en efecto, hay una mesa real.

Antes de continuar, estará bien considerar por un momento qué es lo que hemos descubierto hasta ahora. Hemos descubierto que, si tomamos cualquier objeto común del tipo que supuestamente puede ser conocido por nuestros sentidos, lo que éstos inmediatamente nos informan no es la verdad sobre el objeto que está aparte de nosotros, pero sólo la verdad sobre ciertas informaciones sensoriales que, lo máximo que podemos llegar a percibir, depende de como estemos relacionados con el objeto. Pero lo que directamente vemos y sentimos es tan sólo “apariencia”, nosotros creemos que esta apariencia es un signo de cierta “realidad” que hay detrás. Pero si la realidad no es lo que aparenta, ¿tendremos algún recurso para conocer esta realidad? Y si es así, ¿tendremos algún recurso para dilucidar su naturaleza?

Tales preguntas nos confunden y es difícil saber que inclusive las hipótesis más extravagantes no puedan ser verdaderas. Mas nuestra mesa común, que ha salido de nuestros más nimios pensamientos antes de ahora, se ha convertido en un problema lleno de sorprendentes posibilidades. Lo único que sabemos sobre ella es que no es lo que parece ser. Más allá de este modesto resultado, hasta ahora, tenemos la más completa libertad de conjeturar lo que sea. Leibniz nos ha dicho que nuestra mesa es una comunidad de almas; Berkeley, que es una idea en la mente de Dios; la sobria ciencia, ligeramente menos imaginativa, nos dice que es una vasta colección de cargas eléctricas en violento movimiento.

Entre todas estas sorprendentes posibilidades, la duda nos sugiere que tal vez esta mesa no exista del todo. La filosofía, si no puede
responder
a todas las preguntas que nosotros deseáramos, tiene al menos el poder de
hacer las preguntas
que incrementan nuestro interés por el mundo, y que así muestran lo extraño y lo maravilloso que está justo debajo de la superficie de inclusive las cosas más comunes de nuestra vida cotidiana.

Capítulo II
La existencia de la materia

En este capítulo nos preguntaremos si, en cierto sentido, existe tal cosa como la materia. ¿Hay alguna mesa que posea una naturaleza intrínseca y que ésta perdure cuando yo no la esté viendo, o es la mesa simplemente un producto de mi imaginación, una mesa soñada en un sueño muy prolongado? Esta pregunta es de suma importancia. Ya que si no podemos estar seguros de la independencia de la existencia de los objetos, tampoco podemos estar seguros de la existencia independiente del cuerpo de otras personas, y por lo tanto mucho menos de las mentes de esas personas, ya que no tenemos base alguna para creer en sus mentes excepto que sean derivadas de la observación de sus cuerpos. Entonces, si no podemos estar seguros de la independencia de la existencia de los objetos, estaremos solos en un desierto — podrá ser que todo el mundo exterior sea nada más que un sueño y que sólo nosotros existimos. Esta es una posibilidad muy incómoda; pero a pesar de que no puede ser estrictamente
comprobada
de ser falsa, tampoco existe la más mínima razón para suponer que sea cierta. En este capítulo debemos ver por qué esto es pertinente.

Antes de que nos embarquemos en materia de dudosa naturaleza, permítasenos intentar encontrar un punto más o menos fijo desde el cual empezar. A pesar de que dudemos sobre la existencia física de la mesa, no dudamos de la existencia de la información sensorial que nos hizo pensar que había una mesa; no dudamos que, cuando miramos, un cierto color y forma aparecieron ante nosotros, y que mientras presionamos, experimentamos cierta sensación de dureza. Todo esto, que es psicológico, no es cuestionado. De hecho, de lo que sea que se pueda dudar, al menos algunas de nuestras experiencias inmediatas parecen ser absolutamente ciertas.

Descartes (1596-1650), el fundador de la filosofía moderna, inventó un método que puede ser aún utilizado con beneficio — el método de la duda metódica. Él determinó que no creería en nada como cierto que no fuera claro y distinto. Cualquier cosa que para él fuera dudosa, dudaría de ella, hasta que tuviera alguna razón para no dudar de ella. Por medio de la aplicación de este método gradualmente se convenció de que la única existencia de la cual podría estar
completamente
seguro fue de la suya propia. Él imaginó un demonio tramposo que le presentaba cosas irreales a sus sentidos en una especie de fantasmagoría perpetua; puede ser muy improbable que tal demonio existiera, pero de todas formas esto podía ser posible, y por lo tanto la duda con respecto a las cosas percibidas por los sentidos era plausible.

Pero dudar de la propia existencia no era posible, ya que si él no hubiera existido, ningún demonio podría haberlo engañado. Si él dudaba, entonces él debía existir. Así su propia existencia era una absoluta certeza para él. “Pienso, luego soy”, dijo (Cogito, ergo sum); con base en esta certeza él se puso a trabajar para construir de nuevo el mundo del conocimiento que su duda metódica había convertido en ruinas. Por medio de la invención de la duda metódica, y a través de la demostración de que las cosas subjetivas son las más ciertas, Descartes le hizo un gran servicio a la filosofía, y de tal forma que lo hacen todavía útil para todos los estudiantes de la materia.

Pero cierto cuidado es necesario cuando se usa el método cartesiano. “
Pienso, luego soy
” dice mucho más de lo que es estrictamente cierto. Podrá parecer que estemos bastante seguros de ser la misma persona hoy de la que fuimos ayer, y esto es sin duda cierto en algún sentido. Pero al verdadero Yo es tan difícil de llegar como a la mesa real, y parece ser que no tiene esa certeza absoluta, convincente que pertenece a las experiencias particulares. Cuando yo veo mi mesa y veo cierto color café, lo que es muy cierto en ese momento no es “Yo estoy viendo un color café”, sino más bien “un color café está siendo visto”. Esto, por supuesto, implica que algo (o alguien) ve el color café; pero no implica a la persona más o menos permanente a la cual llamo “Yo”. Con respecto a la certeza inmediata, puede ser que ese algo que ve el color café es más bien algo momentáneo, y no lo mismo a ese algo que tiene otra experiencia diferente en el momento siguiente.

Pero son nuestros pensamientos y sentimientos los que tienen esa certeza primigenia. Y esto se aplica tanto para los sueños y las alucinaciones como para las percepciones normales: cuando nosotros soñamos o cuando vemos a un fantasma, ciertamente tenemos las sensaciones que pensamos tener, pero por diversas razones se sostiene que ningún objeto físico corresponde a estas sensaciones. Entonces la certeza del conocimiento de nuestras propias experiencias no debe ser limitada de ninguna manera y así permitir los casos excepcionales. Aquí, por lo tanto, tenemos, de lo que vale la pena, una base sólida desde la cual podemos empezar la búsqueda del conocimiento.

El problema que debemos considerar es el que sigue: concediendo que estamos seguros de las informaciones sensoriales, ¿tendremos alguna razón para considerar éstas como signo de la existencia de algo más, que podremos llamar el objeto físico? Cuando hemos enumerado toda la información sensorial que naturalmente consideremos como pertinente a la mesa, ¿hemos dicho todo lo que se pueda decir sobre la mesa, o hay algo más — algo que no sea una información sensorial, algo que persista cuando nosotros salimos de la habitación? El sentido común, sin duda, responde que sí lo hay. Lo que puede ser comprado, vendido y empujado, y tener un mantel encima de él y demás no puede ser simplemente una colección de informaciones sensoriales. Si el mantel esconde completamente a la mesa y, por lo tanto, si la mesa es tan sólo informaciones sensoriales, entonces ésta habría dejado de existir y el mantel estaría suspendido en el aire, descansando por medio de un milagro en el mismo lugar en donde se encontraba la mesa. Esto parece simplemente absurdo; pero cualquiera que desee convertirse en filósofo debe aprender a perderle el miedo al absurdo.

Una gran razón por la cual se sigue que debemos anclar el objeto físico a las informaciones sensoriales, es la de que queremos el
mismo
objeto para distintas personas. Cuando diez personas están sentadas alrededor de una mesa, parece ridículo sostener que ellas no están viendo el mismo mantel, los mismos cuchillos, y tenedores, y cucharas, y vasos. Pero la información sensorial es privada para cada persona en particular; lo que está inmediatamente presente a la vista de uno no es inmediatamente presente a la vista de otro: todos ven las cosas desde un punto de vista apenas distinto. Entonces, si son públicos los objetos neutrales, que pueden ser de cierta forma conocidos por distintas personas, debe de haber algo sobre o arriba de las informaciones sensoriales privadas y particulares que se presentan a varias personas. ¿Qué razón hay, entonces, para creer en la existencia de tales cosas como los objetos públicos neutrales?

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