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Authors: Bertrand Russell

Tags: #Filosofía

Los problemas de la filosofía (8 page)

BOOK: Los problemas de la filosofía
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La creencia en que el sol saldrá mañana podría hacerse falsa si la tierra entrara en contacto con un gran cuerpo celeste que destruyera su rotación; pero las leyes de movimiento y la ley de la gravitación no serían infringidas por tal evento. El asunto de la ciencia es el de encontrar uniformidades, tales como la ley del movimiento y la ley de la gravitación, que, en tanto como se extiende nuestra experiencia, no tienen excepciones. En esta búsqueda la ciencia ha sido considerablemente exitosa, y se puede conceder que tales uniformidades se han sostenido hasta el momento. Esto nos regresa a nuestra pregunta: ¿Hay alguna razón, asumiendo que se han sostenido en el pasado, para suponer que se sostendrán en el futuro?

Se ha discutido que tenemos razón para pensar que el futuro será similar al pasado, porque lo que fue futuro ha mudado en pasado, y siempre se ha encontrado que es similar al pasado, así que realmente tenemos experiencia del futuro, es decir de tiempos que fueron futuros, que podríamos llamar pasados futuros. Pero tal argumento realmente pide que se le aplique la misma pregunta. Tenemos experiencia de los pasados futuros, pero no de los futuros futuros, y la pregunta sería: ¿Serán los futuros futuros similares a los pasados futuros? Esta pregunta no puede ser respondida por un argumento que empiece sólo a partir de los pasados futuros. Tenemos entonces aún que buscar algún principio que nos permita saber que el futuro seguirá las mismas leyes que el pasado.

La referencia al futuro en esta pregunta no es esencial. La misma pregunta se puede hacer cuando aplicamos las leyes que trabajan en nuestra experiencia de las cosas pasadas a las que no tenemos experiencia — como, por ejemplo, en geología, o en las teorías sobre el origen del sistema solar. La pregunta que realmente debemos hacer es: Cuando dos cosas se han encontrado a menudo asociadas, y en ninguno de los casos es conocido que una ocurra sin la otra, ¿da por resultado que cuando una de las dos ocurra, en un nuevo caso, esperar que la otra lo haga también sobre una base firme? Según la respuesta que demos a esta pregunta dependerá la validez de todas nuestras expectativas como la del futuro, de todos los resultados obtenidos por inducción, y de hecho prácticamente de todas nuestras creencias sobre las que nuestra vida diaria está basada.

Se debe conceder, para empezar, que el hecho de que dos cosas sean encontradas a menudo juntas y nunca separadas no satisface, en sí misma, la
prueba
con carácter de demostración de que serán encontradas juntas en el siguiente caso que examinemos. Lo más que podemos esperar es que las cosas que estén con mayor recurrencia juntas, tienen mayor probabilidad de encontrarse juntas en un tiempo futuro, y que, si han sido encontradas juntas con un recurrencia suficiente, la probabilidad llegará
casi
el grado de certeza. Nunca llegará al grado de certeza, porque sabemos que a pesar de las repeticiones frecuentes puede haber una falla al final, como en el caso del pollo con el pescuezo torcido. Luego la probabilidad es lo único que podemos averiguar.

Se puede insistir, en contra del punto de vista que estamos sosteniendo, que conocemos que todo fenómeno natural está sujeto al reino de la ley, y que a veces, con base a la observación, podemos ver que una sola ley puede posiblemente ajustarse a los hechos del caso. Ahora, con respecto a este punto de vista hay dos respuestas. La primera es que, aún si
alguna
ley que no tiene excepciones se ajusta a nuestro caso, no podemos nunca, en la práctica, estar seguros de que hemos descubierto tal ley y ni siquiera una sola que no tenga excepciones. La segunda es que el reino de la ley parece ser en sí mismo nada más que probable, y que nuestra creencia que se sostendrá en el futuro, o en casos del pasado que no se han estudiado, está en sí basada sobre el mismo principio que estamos examinando.

El principio que estamos examinando puede ser llamado
principio de la inducción
, y sus dos partes pueden ser expuestas como sigue:

a) Cuando una cosa de cierto tipo A se ha encontrado asociada con una cosa distinta de cierto tipo B, y que nunca ha sido encontrada disociada de la cosa del tipo B; entre mayor número de casos en los que la asociación entre A y B haya sido encontrada, mayor es la probabilidad de que se encuentren asociadas en un nuevo caso en donde se sepa que una de ellas está presente;

b) Bajo las mismas circunstancias, un número de casos de asociación suficientes darán por resultado casi con total certeza que la probabilidad que una nueva asociación suceda y que podrá acercarse sin límite a la certeza.

Como se acaba de exponer, el principio se aplica únicamente a la verificación de nuestra expectativa en un solo y nuevo caso. Pero queremos también saber si hay la probabilidad a favor de una ley general que las cosas del tipo A estén
siempre
asociadas con las cosas del tipo B, cuando se tenga conocimiento de un número de casos de asociación suficiente, y cuando no se conozca ni un caso de falla en la asociación. La probabilidad de la ley general es obviamente menor que la probabilidad en un caso en particular, ya que si la ley general es verdadera, el caso en particular también debe ser verdadero, mientras que el caso en particular puede ser cierto sin que la ley general lo sea. No obstante, la probabilidad de la ley general se incrementa por repetición, de igual forma que en un caso en particular. Podemos entonces repetir el planteamiento de las dos partes que conforman nuestro principio como ley general, a saber:

a) Entre mayor sea el número de casos en que una cosa del tipo A haya sido encontrada en asociación con una cosa del tipo B, es más probable (si no se sabe de ningún caso de disociación) que A está siempre asociada a B;

b) Bajo las mismas circunstancias, un número de casos de asociación suficientes de A con B harán casi certero que A esté siempre asociada con B, y harán que esta ley general se acerque a la certeza de forma ilimitada.

Debe ser notado que la probabilidad es siempre relativa a cierta información. En nuestro caso, la información es simplemente los casos de coexistencia conocidos de A y B. Puede haber otra información, que
pudiera
ser tomada en cuenta, que podría alterar gravemente la probabilidad. Por ejemplo, un hombre que ha visto una gran cantidad de gansos blancos puede argumentar, basado en nuestro principio, que de la información obtenida sea
probable
que todos los gansos sean blancos, y esto sería un argumento perfectamente razonable. El argumento no se desacredita por el hecho de que algunos gansos sean negros, porque una cosa puede bien suceder a pesar del hecho de que cierta información lo juzgue como improbable. En el caso de los gansos, el hombre podrá reconocer que el color en particular tiende a inducir al error. Pero este conocimiento sería un dato nuevo, que de ninguna manera prueba que la probabilidad relativa a nuestra información original haya sido erróneamente estimada. El hecho, por lo tanto, de que las cosas a menudo fallen y no satisfagan nuestras expectativas no evidencia que nuestras expectativas no serán
probablemente
satisfechas en un caso dado o en una clase de casos dados. Luego, nuestro principio de inducción es de cualquier manera incapaz de ser
desaprobado
apelando a la experiencia.

El principio de inducción, sin embargo, es igualmente incapaz de ser
probado
apelando a la experiencia. Se puede concebir que la experiencia confirme el principio de inducción con respecto a los casos que aquí se han examinado; pero con respecto a los casos que no se han examinado, es sólo el principio de inducción lo que puede justificar cualquier inferencia de lo que se ha examinado con lo que no se ha examinado. Todos los argumentos que, con base a la experiencia, discuten con respecto al futuro o a las partes no experimentadas del pasado o presente, asumen el principio inductivo; luego no podemos usar nunca la experiencia para probar el principio inductivo sin evitar la cuestión. Entonces debemos ya sea aceptar el principio inductivo sobre la base de su evidencia intrínseca, o renunciar a toda justificación de todas nuestras expectativas sobre el futuro. Si el principio no es válido, no tenemos razón para esperar que mañana salga el sol, esperar que el pan sea más nutritivo que una piedra, o esperar que si nos aventamos del techo nos caeremos. Cuando vemos al que parece ser nuestro mejor amigo aproximándose, no deberemos tener razón alguna para suponer que su cuerpo no está habitado por la mente de nuestro peor enemigo o de un total desconocido. Toda nuestra conducta está basada sobre las asociaciones que nos han servido en el pasado, y que por lo tanto inferimos que muy seguramente servirán en el futuro; y esta similitud depende en su validez del principio de inducción.

Los principios generales de la ciencia, tal como la creencia en el reino de la ley y la creencia de que cada evento debe tener una causa, son tan completamente dependientes del principio de inducción como las creencias de la vida diaria. Todos esos principios generales son creídos porque la humanidad ha encontrado innumerables casos que confirman su verdad y ningún caso de su falsedad. Pero esto no aporta evidencia de que puedan ser verdaderas en el futuro, a menos que el principio inductivo sea asumido.

Luego todo conocimiento que con base a la experiencia nos diga algo sobre lo que no es experimentado, está basado en nuestra creencia en que la experiencia no puede ser ni confirmada ni refutada, no obstante que, al menos en sus aplicaciones más concretas, aparenta estar tan firmemente enraizada de tal forma en nosotros como los hechos de la experiencia. La existencia y justificación de tales creencias — para el principio inductivo, se verá, no es el único ejemplo — levanta algunos de los más difíciles y debatidos problemas de la filosofía. Consideraremos brevemente, en el capítulo siguiente, lo que puede ser dicho con respecto a tal conocimiento y cual es su alcance y grado de certeza.

Capítulo VII
Sobre nuestro conocimiento de los principios generales

En el capítulo anterior vimos que el principio de inducción, mientras que necesario para la validez de todos los argumentos basados en la experiencia, es en sí incapaz de ser probado por la experiencia, y aún sin vacilar creído por todos, al menos en sus aplicaciones concretas. El principio de inducción no es el único caso que tenga tales características. Existen muchos otros principios que no pueden ser probados o refutados por la experiencia, pero que son usados en los argumentos que parten de la experiencia.

Algunos de estos principios poseen una mayor cantidad de evidencia que el principio de inducción, y el conocimiento de ellos tiene el mismo grado de certeza como el conocimiento sobre la existencia de las informaciones sensoriales. Constituyen los medios para producir inferencias de lo que nos es dado a través de la sensación; y si lo que inferimos es verdad, es tan justamente necesario que nuestros principios de inferencia sean ciertos como lo es que nuestra información sea cierta. Los principios de inferencia son aptos para ser pasados por alto por su obviedad — la suposición que involucran es aprobada sin que nos demos cuenta de que es una suposición. Pero es muy importante darse cuenta del uso de los principios de inferencia si se quiere obtener una correcta teoría del conocimiento; porque nuestro conocimiento de ellos da lugar a preguntas complicadas e interesantes.

En todo nuestro conocimiento de los principios generales, lo que realmente pasa es que antes que nada notamos alguna aplicación particular del principio, y después nos damos cuenta que la particularidad es irrelevante y que hay una generalidad que puede ser afirmada de igual manera verdaderamente. Esto es por supuesto familiar en tales casos como cuando se enseña la aritmética: “dos y dos son cuatro” es lo primero que se aprende en el caso de un par de parejas en particular, y luego en otro caso en particular, etcétera, hasta que al final se hace posible ver que es cierto en
cualquier
par de parejas. Suponga a un par de hombres discutiendo qué día del mes es. Uno de ellos dice, “Al menos debes admitir que
si
ayer fue el día 15 hoy debe ser el 16.” “Sí”, contesta el otro, “debo admitirlo.” “Y tú sabes”, continúa el primero, “que ayer fue 15, porque ayer cenaste con Jones, y tu diario confirmará que fue en el día 15.” “Sí”, dice el segundo, “entonces hoy
es
el 16”.

Ahora, tal discusión no es difícil de entender, y si se da por hecho que estas premisas son verdaderas, nadie refutará que la conclusión debe ser también verdadera. Pero su verdad depende de la instancia de un principio lógico general. El principio lógico es como sigue: “Suponga como conocido que
si
esto es verdadero, entonces eso es verdadero. Suponga también como conocido que esto
es
verdadero, entonces se sigue que eso es verdadero”. Cuando se da el caso de que si esto es verdadero, es verdadero, debemos decir que esto implica eso, y que eso “se sigue de” esto. Luego nuestro principio establece que si esto implica eso, y esto es verdadero, entonces eso es verdadero. En otras palabras, “cualquier cosa que se implique por una proposición verdadera es verdadera”, o “lo que sea que siga a una proposición verdadera es verdadera”.

Este principio está realmente involucrado — al menos casos concretos de él están involucrados — en todas las demostraciones. Cuando sea que una cosa que creamos es usada para probar otra, que en consecuencia creemos, este principio es relevante. Si cualquiera pregunta: “¿Por qué tengo que aceptar los resultados obtenidos de argumentos válidos basados en premisas verdaderas?, sólo podemos contestar apelando a nuestro principio. De hecho, la verdad de este principio es imposible de ser puesta en duda, y su obviedad es tan grande que a primera vista parece casi trivial. Tales principios, sin embargo, no son triviales para un filósofo, ya que enseñan que podemos tener conocimiento indubitable que no es derivado de forma alguna por objetos del sentido.

El principio anterior es simplemente uno de varios principios lógicos que son evidentes por sí mismos. Algunos de estos principios, al menos, deben ser concedidos antes de que cualquier argumento o prueba sea posible. Cuando algunos de ellos son concedidos, otros pueden ser probados, a pesar de que estos otros, en cuanto sean simples, son tan justamente obvios como los principios que se han concedido. Por alguna no muy buena razón, tres de estos principios han sido erigidos por la tradición con el nombre de “Leyes del Pensamiento”.

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