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Authors: Bertrand Russell

Tags: #Filosofía

Los problemas de la filosofía (4 page)

BOOK: Los problemas de la filosofía
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Recapitulemos, diferentes personas ven el mismo objeto con diferentes formas de acuerdo a su punto de vista. Una moneda circular, por ejemplo, aunque nosotros siempre
juzguemos
que es circular, se
verá
ovalada a menos que estemos justo enfrente de ella. Cuando nosotros juzgamos que
es
circular, estamos juzgando que tiene una verdadera forma que no es la aparente, pero que pertenece a ella intrínsecamente aparte de su apariencia. Mas esta forma verdadera, que es la que a la ciencia importa, debe estar en el espacio real, que no en el espacio
aparente
de cualquiera. El espacio real es público, el espacio aparente es privado. En los espacios privados de varias personas el mismo objeto parece tener distintas formas; luego el espacio real, el que tiene su forma verdadera, debe ser diferente de los espacios privados. El espacio de la ciencia, por lo tanto, aunque conectado con los espacios que vemos y sentimos, no es idéntico a ellos, y la forma de su conexión requiere ser investigada.

Hemos acordado provisionalmente que los objetos físicos no pueden ser iguales a nuestras informaciones sensoriales, pero que pueden ser tomados como causantes de nuestras sensaciones. Estos objetos físicos están en el espacio de la ciencia, que llamaremos espacio “físico”. Es importante darse cuenta que, si nuestras sensaciones son causadas por los objetos físicos, tiene que haber un espacio físico que contenga estos objetos y a nuestros órganos sensoriales, y nervios, y cerebro. Tenemos la sensación del tacto de un objeto cuando estamos en contacto con él; es decir, cuando alguna parte de nuestro cuerpo ocupa un lugar en el espacio físico suficientemente cercano al espacio ocupado por un objeto. Nosotros vemos un objeto (generalmente) cuando ningún cuerpo opaco se interpone entre el objeto y nuestros ojos en el espacio físico. Igualmente, nosotros solo oímos, u olemos, o degustamos un objeto cuando estamos lo suficientemente cerca de él, o cuando lo toca la lengua, o cuando tiene una posición adecuada relativa a nuestro cuerpo en el espacio físico. No podemos empezar a aseverar que tipo de sensaciones obtendremos de un objeto dado en distintas circunstancias a menos que establezcamos el objeto y nuestro cuerpo en el espacio físico, ya que principalmente es por las posiciones relativas del objeto y nuestro cuerpo en el espacio físico como podemos determinar que sensaciones se obtendrán de ese objeto.

Nuestras informaciones sensoriales están situadas en nuestros espacios privados, ya sea el espacio de la vista, o el espacio del tacto, o aquellos vagos espacios que los otros sentidos nos pueden dar. Si, como la ciencia y el sentido común asumen, existe un espacio físico, público que todo lo abarque en donde están los objetos físicos, las posiciones relativas de los objetos físicos en el espacio físico deben corresponder más o menos a las posiciones relativas de las informaciones sensoriales en los espacios privados. No hay dificultad en suponer que éste sea el caso. Si vemos cuando andamos por un camino una casa más cercana de nosotros que la otra, nuestros otros sentidos confirmarán que está más cercana; por ejemplo, llegaremos antes a la casa que vimos más cerca si andamos el mismo camino en esa dirección. Otras personas estarán de acuerdo en que la casa que se ve más cerca está en efecto más cerca; un mapa confirmará este punto de vista; y sin embargo todo apunta a que la relación espacial entre las casas corresponde a la relación entre las informaciones sensoriales que obtenemos cuando vemos las casas. Entonces podemos asumir que hay un espacio físico en el cual los objetos físicos tienen relaciones espaciales que corresponden a las de nuestras informaciones sensoriales con nuestros espacios privados. Es este espacio físico el mismo que es usado en la geometría y asumido tanto en la física como en la astronomía.

Asumiendo que hay un espacio físico, y de que éste corresponde a los espacios privados, ¿qué podemos conocer de él? Podemos conocer
solamente
lo que es necesario para asegurar la correlación. Es decir, nosotros podremos no saber nada de cómo es en sí mismo, pero podemos saber el tipo de posición de los objetos físicos que resulta de sus relaciones espaciales. Podemos saber, por ejemplo, que la tierra y la luna y el sol están en línea recta durante un eclipse, a pesar de que no podamos saber lo que una línea recta física sea, ya que sabemos como se ve una línea recta en nuestro espacio privado. Luego sabemos mucho más sobre las
relaciones
de las distancias en el espacio físico que de las distancias mismas; podemos saber que una distancia es mayor a otra, o que está a lo largo de la misma línea recta que la otra, pero no podemos tener ese conocimiento inmediato de las distancias físicas como las tenemos en nuestros espacios privados, o con los colores o los sonidos o las demás informaciones sensoriales. Nosotros podemos saber todas estas cosas con respecto al espacio físico al igual que un hombre nacido ciego puede saber a través de la demás gente sobre el espacio de la visión; pero el tipo de cosas que un ciego nunca podrá saber sobre el espacio de la visión tampoco nosotros podremos saber sobre el espacio físico. Podemos saber las propiedades de las relaciones necesarias para preservar la correlación con las informaciones sensoriales, pero nosotros no podremos conocer la naturaleza de los términos entre los que las relaciones se mantienen.

Con respecto al tiempo, nuestro
sentimiento
de la duración o del paso del tiempo es notoriamente un parámetro muy inseguro comparado con el tiempo que transcurre en un reloj. Cuando estamos aburridos o sufriendo una pena, el tiempo transcurre muy lentamente; pasa con rapidez cuando estamos muy ocupados; y cuando estamos dormidos, el tiempo pasa como si no existiera. Luego, como hasta ahora el tiempo ha sido definido por la duración, existe la misma necesidad para distinguir el tiempo público del tiempo privado como en el caso del espacio. Pero como hasta ahora el tiempo consiste en un orden de antes y después, no hay necesidad de hacer tal distinción; el orden temporal que los eventos parecen tener es, hasta donde se puede apreciar, el mismo que el orden temporal que ellos tienen. De ninguna manera se puede dar la razón a la suposición de que dos órdenes no son los mismos. Esto mismo aplica al espacio: si un regimiento está marchando a lo largo de una vereda, la forma del regimiento se verá diferente desde distintos puntos de vista, pero los soldados aparecerán formados en el mismo
orden
desde cualquier punto de vista. Por consiguiente, consideraremos al
orden
como verdadero también en el espacio físico, ya que la forma sólo será supuesta como correspondiente a este espacio tanto como sea necesario para la preservación del orden.

Al decir que el orden temporal cuyos eventos
parecen ser
es el mismo al orden temporal cuyos eventos
realmente son
, es necesario salvaguardarnos de un posible malentendido. No se debe suponer que de los varios estados de los distintos objetos físicos se siga que tengan el mismo orden temporal a las informaciones sensoriales que constituyen las percepciones de estos objetos. Considerados como objetos físicos, el trueno y el rayo son simultáneos; es decir, el rayo es simultáneo a la perturbación producida en el aire en el lugar en donde la perturbación empieza, o sea, en donde está el rayo. Pero la información sensorial que llamamos oír el trueno no se verifica hasta que la perturbación haya viajado hasta donde nosotros estamos. Igualmente, toma aproximadamente ocho minutos para que la luz del sol llegue a nosotros; de la misma manera, cuando vemos la luz del sol estamos viendo al sol de hace ocho minutos. Cuando nuestra información sensorial nos informa sobre el sol físico, realmente nos informa sobre el sol físico de hace ocho minutos; en caso de que el sol físico haya dejado de existir en un lapso menor a los últimos ocho minutos, eso no haría diferencia alguna para nuestra información sensorial que llamamos “ver el sol”. Esto aporta un buen ejemplo sobre la necesidad de distinguir las informaciones sensoriales de los objetos físicos.

Lo que hemos descubierto con respecto al espacio es lo mismo a lo que encontramos con relación a la correspondencia entre las informaciones sensoriales y sus contrapartes físicas. Si un objeto se ve azul y otro rojo, podemos razonablemente presumir que hay cierta diferencia que corresponde a los objetos físicos; si dos objetos se ven azules, podemos presumir que tienen correspondientemente una similitud. Pero no podemos tener la esperanza de saber directamente sobre la cualidad en el objeto físico que lo hace verse azul o rojo. La ciencia nos dice que esta cualidad es una especie de onda, y esto nos suena familiar, porque nosotros concebimos las ondas en el espacio que vemos. Pero las ondas deben estar realmente en el espacio físico, sobre del cual no podemos realmente conocer en forma directa; así las ondas reales no tienen esa familiaridad que hubiéramos supuesto tendrían. Y lo que es para los colores es muy similar para las demás informaciones sensoriales. Mas encontramos que, a pesar de que las
relaciones
de los objetos físicos tienen una gran cantidad de propiedades cognoscibles, derivadas de la correspondencia de sus relaciones con las informaciones sensoriales, los objetos físicos permanecen incognoscibles en su naturaleza intrínseca, al menos de las que pueden ser descubiertas a través de los sentidos. Permanece la pregunta sobre si hay algún otro método para descubrir la naturaleza intrínseca de los objetos físicos.

La hipótesis más natural, a pesar de no ser ultimadamente la más defendible, para adoptar en primera instancia, de alguna manera con respecto a la información visual, sería que, a pesar de que los objetos físicos no pueden, por las razones que hemos estado considerando, ser
exactamente
iguales a las informaciones sensoriales, podrían ser más o menos iguales. De acuerdo a este punto de vista, los objetos físicos tendrían, por ejemplo, realmente colores, y podríamos, con buena suerte, ver el objeto del color que realmente tiene. El color que un objeto parece tener en un momento dado sería en general muy similar, aunque no completamente el mismo, desde distintos puntos de vista; podremos entonces suponer que el color “real” sea una especie de color medio, intermediando entre los diferentes tonos que aparecen desde distintos puntos de vista.

Tal teoría no podría probablemente ser refutada definitivamente, pero se puede mostrar que no se asienta sobre base alguna. Para empezar, está claro que el color que vemos depende únicamente de la naturaleza de las ondas luminosas que llegan hasta nuestros ojos, y que por lo tanto es modificado por el medio que interviene entre nosotros y el objeto, como también por la forma en que la luz es reflejada del objeto hacia nuestro ojo. El aire altera los colores a menos que sea perfectamente transparente, y cualquier reflejo intenso los alteraría completamente. Entonces el color que vemos es el resultado del haz de luz que llega al ojo, y no simplemente la propiedad del objeto del cual el haz de luz proviene. Luego, también, dadas ciertas ondas luminosas que llegan al ojo, podremos ver determinado color, ya sea que el objeto del cual las ondas parten tenga algún color o ninguno. De este modo es bastante gratuito suponer que los objetos físicos tienen colores, y por lo tanto no hay justificación para hacer tal suposición. Exactamente los mismos argumentos se pueden aplicar para las demás informaciones sensoriales.

Sólo nos queda preguntar si hay cualquier argumento filosófico general que permita decir que, si la materia es real, ésta debe tener tal y tal naturaleza. Como hemos venido explicando, muchos filósofos, tal vez la mayoría, han sostenido que lo que se ha considerado como real debe ser en alguna forma mental, o que lo que nosotros podemos saber sobre algo debe ser en cierto sentido mental. Tales filósofos se conocen como “idealistas”. Los idealistas nos dicen que lo que aparenta ser materia es realmente algo mental; a saber, ya sean (como Leibniz sostuvo) más o menos mentes rudimentarias, o (como Berkeley responde) ideas en las mentes que, como diríamos normalmente, “perciben” la materia. Entonces los idealistas niegan la existencia de la materia como algo intrínsecamente distinto de la mente, a pesar que ellos no niegan que nuestras informaciones sensoriales son signo de que algo existe independientemente de nuestras sensaciones. En el siguiente capítulo debemos considerar brevemente las razones —en mi opinión, falaces — en las que los idealistas avanzan en favor de su teoría.

Capítulo IV
Idealismo

La palabra “idealismo” es utilizada por diferentes filósofos en más o menos distintos sentidos. Debemos entenderla como la doctrina de que todo lo que existe, o en otras palabras todo lo que puede ser conocido como existente, debe ser en cierto sentido mental. Esta doctrina, que es sostenida ampliamente entre los filósofos, tiene diversas formas y está sustentada sobre distintas bases. Esta doctrina es tan ampliamente sostenida, y es tan interesante en sí misma, que inclusive el más breve estudio sobre filosofía debe darle algún espacio.

Aquellos que no estén acostumbrados con la especulación filosófica pudieran inclinarse a desechar esta doctrina por serles a todas luces absurda. No hay duda de que el sentido común considera generalmente a las mesas y a las sillas, y al sol y a la luna, y a los objetos materiales como algo radicalmente distinto de las mentes y sus contenidos, y como poseedores de existencia que puede continuar inclusive si estas mentes dejaran de existir. Consideramos que la materia ha existido por mucho tiempo antes de que hubiera alguna mente, y es difícil pensarla como un mero producto de la actividad mental. Pero ya sea verdadero o falso, el idealismo no debe ser menospreciado así lo consideremos como obviamente absurdo.

Hemos visto que si inclusive los objetos físicos tienen una existencia independiente, ellos deben diferir bastante de la información sensorial, y que sólo pueden tener una
correlación
con la información sensorial, de la misma manera en que un catálogo tiene una correlación con las cosas catalogadas en él. Por consiguiente, el sentido común nos deja completamente en la oscuridad en cuanto a la verdadera naturaleza intrínseca de los objetos físicos, y si hubiere alguna buena razón para considerarlos como mentales, no podríamos legítimamente desechar esta opinión sólo porque nos suena extravagante. La verdad sobre los objetos físicos
debe
ser extraña. Podrá ser
insostenible
, pero si algún filósofo cree que la ha sustentado, el hecho de que lo que ofrece como verdad sea extraño no podrá ser tomado como pretexto para objetar su opinión.

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