Se suponía que Rip debía encontrarse conmigo en el Café Casino de Westwood, y sin embargo, todavía no ha aparecido. En Westwood no hay nada que hacer. Hace demasiado calor para dar una vuelta y he visto todas las películas, algunas hasta dos veces, así que me siento bajo las sombrillas del Café Casino y tomo agua Perrier y mosto y miro cómo pasan los coches bajo el sol. Enciendo un pitillo y miro la botella de Perrier. Dos chicas, de dieciséis o diecisiete años, las dos con el pelo corto, están sentadas en la mesa junto a la mía y me pongo a mirarlas y las dos empiezan a flirtear conmigo; una pela una naranja y la otra toma café exprés. La que pela la naranja le pregunta a la otra si debería hacerse una mecha color castaño en el pelo. La chica que toma café le dice que no. La otra chica le habla de otros colores, como antracita. La chica toma otro sorbo de café y piensa un rato en eso y luego le dice que no, que debería ser roja, y si no era roja, pues violeta, pero en absoluto castaño o antracita. La miro y ella me mira y luego miro la botella de Perrier. La chica que toma café hace una pausa de un par de segundos y luego pregunta:
—¿Qué es la antracita?
Un Porsche negro con los cristales oscuros se detiene delante del Café Casino y Julian se apea. Me ve y, aunque parece como que no quisiera hacerlo, se acerca. Me pone la mano en el hombro y le estrecho la otra mano.
—Julian —le digo—. ¿Qué es de tu vida?
—Hola, Clay —dice—. ¿Cómo te van las cosas? ¿Cuánto hace que has vuelto?
—Sólo cinco días —le digo—. Sólo cinco días.
—¿Qué haces? —me pregunta—. ¿Pasa algo?
—Estoy esperando a Rip.
Julian parece cansado de verdad y como débil, pero le digo que está estupendo y él dice que yo también, aunque necesite ponerme un poco moreno.
—Oye —empieza—. Siento no haber acudido a la cita contigo y Trent en el Carney’s la otra noche. He andado muy liado estos últimos cuatro días, y bueno… pues me olvidé… ni siquiera he aparecido por casa… —se da una palmada en la frente—. Joder, tío, mi madre debe de estar desquiciada —se calla un momento. No sonríe—. Estoy cansado de tratar con la gente —mira más allá de mí—. ¡Vaya! ¡Mierda!
Miro hacia el Porsche negro y trato de distinguir algo por las ventanillas oscuras y me pregunto si hay alguien más en el coche. Julian empieza a jugar con las llaves.
—¿Quieres algo, tío? —pregunta—. Quiero decir que me sigues cayendo bien y que si necesitas algo no dejes de venir a verme. ¿De acuerdo?
—Gracias. No necesito nada, de verdad. —Callo y me siento triste—. Julian, ¿por dónde has andado? Tenemos que vernos solos. Hace mucho que no te veo. —Me interrumpo—. Te he echado de menos.
Julian deja de jugar con las llaves y aparta la vista.
—Todo me ha ido muy bien. ¿Qué tal en…? ¡Ooh, mierda!… ¿Dónde estabas? ¿En Vermont?
—No, en New Hampshire.
—Claro, claro. ¿Y qué tal?
—Muy bien. Me dijeron que habías dejado la U.S.C.
—Bueno, sí. No lo podía aguantar. Era una mierda. A lo mejor el año que viene… ya sabes.
—Sí —digo—. ¿Has hablado con Trent?
—Mira, tío, ya le veré cuando quiera verle.
Hay una pausa, esta vez más larga.
—¿Qué ha sido de tu vida?
—Bueno, he andado por ahí. He estado en un concierto de Tom Petty en el… Forum. Cantó esa canción. Bueno, ya sabes, esa canción que siempre solíamos oír… —Julian cierra los ojos y trata de recordar la canción—. ¡Oh, mierda! Ya sabes… —Se pone a tararear el tema y luego canta la letra—:
Rumbo a la oscuridad, vamos rumbo a la oscuridad, más allá de ese límite, sí, rumbo a la oscuridad, rumbo a la noche…
Las dos chicas nos miran. Yo miro la botella de Perrier, un poco incómodo, y digo:
—Sí, ya me acuerdo.
—Me gusta esa canción.
—Sí, también a mí —digo—. ¿Y qué más has hecho?
—Nada bueno —ríe—. Bueno, no lo sé. He andado por ahí, ya sabes.
—Me llamaste y dejaste un recado, ¿verdad?
—Bueno, sí.
—¿Qué querías?
—Olvídalo. No era nada importante.
—Venga, hombre. ¿Qué era?
—Te digo que lo olvides, Clay.
Se quita las gafas de sol y parpadea y sus ojos parecen mortecinos, y lo único que se me ocurre decir es:
—¿Qué tal estuvo el concierto?
—¿Qué? —Se pone a morderse las uñas.
—El concierto. ¿Qué tal estuvo?
Mira hacia otra parte. Las dos chicas se levantan y se van.
—Una porquería, tío. Una auténtica porquería de mierda —dice al fin, luego se marcha—. Hasta la vista.
—Hasta la vista, sí —digo, y vuelvo a mirar el Porsche y tengo la sensación de que hay alguien dentro.
Rip no aparece por el Café Casino y me llama más tarde, hacia las tres, y me dice que vaya a su apartamento de Wilshire. Spin, el que vive con él, está tomando el sol desnudo en la terraza y Devo suena en el estéreo. Entro en el dormitorio de Rip y todavía está en la cama, desnudo, y hay un espejo en la mesilla de noche, junto a la cama, y se prepara una línea de coca. Y me dice que me acerque y me siente y mire por la ventana. Me acerco a la ventana y me dice que si quiero coca y le digo que no creo, al menos ahora.
Un chico muy joven, probablemente de dieciséis años, tal vez quince, moreno de verdad, sale del cuarto de baño y se sube la cremallera de los vaqueros y se pone el cinturón. Se sienta en el borde de la cama y se calza unas botas que parecen demasiado grandes para él. El chico tiene el pelo rubio, muy corto y brillante, y una camiseta de Fear y una muñequera de piel negra con remaches. Rip no le dice nada y yo hago como si el chico no estuviera. Se pone de pie y mira a Rip y se marcha.
Desde donde estoy sentado, observo que Spin se levanta y se dirige a la cocina, todavía desnudo, y se pone a exprimir uvas en un gran vaso de cristal. Llama a Rip desde la cocina.
—¿Hiciste las reservas en el Monton's?
—Sí, pequeño —le contesta Rip, antes de esnifar la coca.
Empiezo a preguntarme por qué me habrá dicho Rip que viniera aquí en vez de vernos en cualquier otro sitio. Hay un viejo póster enmarcado de The Beach Boys colgado encima de la cama de Rip y lo miró tratando de recordar cuál es el que ha muerto, mientras Rip prepara tres líneas más. Rip echa la cabeza hacia atrás y después esnifa ruidosamente las líneas. Luego me mira y quiere saber qué estaba haciendo en el Café Casino de Westwood cuando él recuerda con claridad que me había dicho que nos veríamos en el Café Casino de Beverly Hills. Le digo que estoy completamente seguro de que había dicho el Café Casino de Westwood.
—No, estoy seguro de que no —dice Rip—. De todos modos, da lo mismo.
—Sí, eso parece.
—¿Cuánto quieres?
Saco la cartera y tengo la sensación de que Rip tampoco apareció por el Café Casino de Beverly Hills.
Trent habla por teléfono en su habitación tratando de conseguir algo de coca de un traficante que vive en Malibu, pues no ha logrado contactar con Julian. Después de hablar unos veinte minutos con el tipo cuelga el teléfono y me mira. Me encojo de hombros y enciendo un pitillo. El teléfono suena y Trent sigue diciéndome que va a ir conmigo a Westwood a ver una película, cualquier película, pues el viernes estrenan algo así como nueve películas. Trent suspira y luego descuelga el teléfono. Es el nuevo traficante. La llamada no es buena. Trent cuelga y digo que a lo mejor podríamos ir a la sesión de las cuatro. Trent me dice que a lo mejor prefiero ir con Daniel o Rip o alguno de mis «amigos maricones».
—Daniel no es maricón —digo, aburrido, cambiando el canal de la televisión.
—Todo el mundo cree que lo es.
—¿Quién, por ejemplo?
—Blair.
—Bueno, pues no lo es.
—Trata de decírselo a Blair.
—Ya no salgo con Blair. La cosa se ha terminado, Trent —le digo, tratando de dar la impresión de seguridad.
—No me parece que ella piense lo mismo —dice Trent, tumbándose en la cama y mirando al techo.
Por fin le pregunto:
—¿Por qué te interesa eso?
—Probablemente no me interese.
Trent cambia de tema y me dice que debería ir con él a una fiesta que da alguien a un nuevo grupo en The Roxy. Le pregunto quién la da y me dice que no está seguro.
—¿Y de qué grupo se trata?
—Un grupo nuevo.
—¿Qué grupo nuevo?
—No lo sé, Clay.
El perro se pone a ladrar en el piso de abajo.
—A lo mejor —le digo—, Daniel da una fiesta esta noche.
—¡Estupendo! —dice sarcásticamente—. Una fiesta de maricones.
—¡Que te den por el culo! —digo.
El teléfono vuelve a sonar.
—¡No quiero tu jodida coca! —grita Trent al teléfono después de sentarse. Se calla un momento y luego dice—: Bien, ahora mismo bajo. —Cuelga el teléfono y me mira.
—¿Quién era?
—Mi madre. Llama desde el piso de abajo.
Bajamos la escalera. La criada está sentada en el cuarto de estar, con expresión de aturdimiento, viendo la cadenas de vídeos musicales. Trent me cuenta que no le gusta limpiar la casa cuando hay alguien en ella.
—De todos modos siempre anda piradísima. Mi madre se siente culpable porque a su familia la mataron en El Salvador, pero supongo que la echará antes o después.
Trent se dirige hacia la criada y ella parece nerviosa y sonríe. Trent hace esfuerzos por hablarle en español pero no consigue comunicarse con ella. Se limita a mirarle sin expresión y trata de asentir y sonríe. Trent se vuelve hacia mí y dice:
—Sin duda ha fumado otra vez.
En la cocina la madre de Trent está fumando un pitillo y terminando un Tab antes de ir a un desfile de modelos en Century City. Trent saca una botella de zumo de naranja de la nevera y se sirve un vaso y me pregunta si quiero otro. Le digo que no. Mira a su madre y toma un trago. Nadie dice nada durante algo así como un par de minutos, hasta que al fin la madre de Trent dice:
—Adiós.
Trent no dice nada excepto:
—Clay, ¿quieres ir a The Roxy esta noche o qué?
—No creo —le respondo, preguntándome qué querría su madre.
—¿No vendrás?
—No, creo que iré a la fiesta de Daniel.
—Estupendo —dice.
Voy a preguntarle si quiere ir al cine, pero el teléfono suena en el piso de arriba y Trent corre a la cocina a contestar. Yo vuelvo al cuarto de estar y miro por la ventana y veo que la madre de Trent sube a su coche y se aleja. La criada de El Salvador se pone de pie y se dirige lentamente al cuarto de baño y la oigo reír, luego vomitar y luego reírse otra vez. Trent viene al cuarto de estar con aspecto de fastidio y se sienta delante de la televisión; la llamada telefónica seguramente no ha ido bien.
—Creo que tu muchacha está enferma o algo así —le digo.
Trent mira hacia el cuarto de baño y dice:
—Debe de haberse pasado otra vez.
Me siento en otra butaca.
—Eso parece.
—Mi madre la va a echar en seguida.
Toma un sorbo de naranjada y mira los vídeos musicales.
Yo miro por la ventana.
—No me apetece hacer nada —dice finalmente.
Yo decido que tampoco quiero ir al cine y me pregunto con quién iré a la fiesta de Daniel. Quizá con Blair.
—¿Te apetece ver
Alien
? —pregunta Trent con los ojos cerrados y los pies en la mesa de cristal—. Bao la dejará patas arriba.
Decido llevar a Blair a la fiesta de Daniel. Voy en coche a su casa de Beverly Hills y lleva puesto un sombrero color de rosa, una minifalda azul y guantes amarillos y gafas de sol y me cuenta que hoy mismo en Fred Segal alguien le ha dicho si quería formar parte de un grupo. Y habla de formar uno, tal vez algo en plan New Wave. Sonrío y digo que parece una buena idea, sin estar seguro de si no lo dice sarcásticamente, y aprieto el volante con un poco más de fuerza.
No conozco a casi nadie de la fiesta y al final encuentro a Daniel sentado, borracho y solo, junto a la piscina. Lleva unos vaqueros negros y una camiseta blanca de los Specials y gafas de sol. Me siento junto a él mientras Blair trae unas copas. No estoy seguro de si Daniel mira el agua o está totalmente ido, pero al final habla y dice:
—Hola, Clay.
—Hola, Daniel.
—¿Lo estás pasando bien? —me pregunta muy despacio, volviendo la cara hacia mí.
—Acabo de llegar.
—Claro. —Se queda callado durante un minuto—. ¿Con quién has venido?
—Con Blair. Ha ido por unas copas. —Me quito las gafas de sol y miro su mano vendada—. Me parece que cree que somos amantes.
Daniel sigue con las gafas de sol puestas y asiente y no sonríe.
Me vuelvo a poner las gafas.
Daniel se vuelve hacia la piscina.
—¿Dónde están tus padres? —pregunto.
—¿Mis padres?
—Sí.
—En Japón, creo.
—¿A qué fueron allí?
—De compras.
Asiento.
—Pero a lo mejor están en Aspen —dice—. No creo que importe.
Blair llega con un gin tonic en una mano y una cerveza en la otra y me da la cerveza y enciende un pitillo y dice:
—No hables con ese tipo de azul y camisa de polo roja. Es un confidente. —Y luego añade—: ¿Llevo las gafas ladeadas?
—No —le digo, y ella sonríe y luego pone la mano en mi pierna y me susurra al oído—: No conozco a nadie. Vámonos de aquí. Ahora —mira a Daniel—. ¿Está vivo?
—No lo sé.
—¿Qué pasa? —Daniel se vuelve y nos mira—. Hola, Blair.
—Hola, Daniel —dice Blair.
—Nos vamos —le digo, algo excitado por las palabras de Blair y la mano enguantada en mi muslo.
—¿Por qué?
—¿Por qué? Bueno, porque… —me vacila la voz.
—Pero si acabáis de llegar.
—Pero tenemos que irnos, de verdad. —No quiero quedarme más tiempo y la posibilidad de ir a casa de Blair me parece una buena idea.
—Quedaos un poco más —Daniel trata de levantarse de la tumbona pero no puede.
—¿Por qué?
Esto le confunde, supongo, porque no dice nada.
Blair me mira.
—Bueno… para estar conmigo.
—Blair no se encuentra bien —le digo.
—Además me gustaría que conocieras a Carleton y a Cecil. Ya tenían que estar aquí pero su limusina se estropeó en Palisades y… —Daniel suspira y vuelve a mirar la piscina.
—Lo siento, tío —digo, levantándome—. Comeremos juntos.
—Carleton va al AFI.
—Bueno, Blair no puede… Tiene que irse. Ahora mismo.