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Authors: Jim Thompson

Tags: #Novela Negra

Noche salvaje (11 page)

BOOK: Noche salvaje
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—Me molestaba ver lo que él sentía contra ti. Hice averiguaciones… No servirá de nada, Charlie. Murphy es estúpido y vengativo. Podría echar las cosas a rodar.

—Sí —dije—, pero… ¿esta noche?

—Esta noche. Tú no has estado aquí, Charlie. Él vino a verme acerca de un asunto financiero. Salí a acompañarle hasta su coche cuando se fue. Le vi pararse en la carretera y recoger a un autoestopista. A decir verdad, le vimos Toko y yo.

Volvió a reírse entre dientes.

—¿Comprendes mi posición, Charlie? Yo dependía de Murphy y él me falló. ¿Cuánto tiempo iba yo a durar si tolerase fracasos en la gente de quien dependo? Sencillamente, Charlie, no puedo permitirlo, sea quien sea y cueste lo que cueste. Todo nuestro sistema se basa en el castigo rápido y en la pronta recompensa.

—Lo comprendo —dije.

—En tal caso… —Se puso en pie—. ¿Qué me dices de otra copa antes de marcharte?

—Creo que no —contesté—. Quiero decir, no, gracias, señor.

Metido entre Fruit Jar y yo, salió a despedirnos hasta el coche, con sus brazos sobre nuestros hombros. Nos estrechó la mano a ambos y permaneció un momento al lado del coche hablando con nosotros.

—Hermosa noche —dijo, aspirando profundamente—. ¿Hueles ese aire, Charlie? Apuesto a que Arizona no lo tiene mejor.

—Sí, señor —contesté.

—Lo sé. No hay ningún sitio como Arizona, ¿verdad? Bien… —Le dio a Fruit Jar un cariñoso puñetazo en el brazo—. ¿Por qué no te dejas ver un poco más estos días, eh? No por asunto de negocios. Sólo para un pequeño y tranquilo encuentro informal, ¿no?

—Bien, diga… —Fruit Jar empezó a envanecerse—, no tiene más que decirlo y…

—Que sea el domingo… No, iré yo a verte a ti. —Se retiró del coche, sonriente—. El domingo por la tarde, digamos. Me encargaré de ello…

Fruit Jar puso en movimiento el coche. Iba tan orgulloso que no cabía tras el volante. Yo sentía ganas de soltar una carcajada. O de ponerme a llorar. Porque Fruit Jar era un mal hijo de puta, pero me daba lástima.

—Creo que te habrá leído bien la cartilla —dijo, mirándome de un vistazo rápido—. Has tenido suerte de que sólo te echara un rapapolvo.

—Me leyó la cartilla —dije—. Tengo suerte.

—¿No te lo has creído, eh? ¿No crees que hablaba en serio cuando dijo que él iría a verme?

Sacudí la cabeza. En efecto, el Jefe iría a verle. El domingo por la tarde tendría con él un encuentro tranquilo e informal.

Para entonces Fruit Jar estaría embalsamado.

CAPÍTULO IX

Lo malo de matar es que resulta muy fácil. Te encuentras con que casi lo has hecho y no lo has pensado. En vez de pensar, matas.

…Le dije a Fruit Jar que tomaría el Metro en la ciudad y me llevó cerca de Queens Square. Le hice detenerse bajo las sombras del elevado, y dije:

—Lo siento mucho, Fruit Jar. ¿Quieres aceptar mis disculpas?

Él estaba de buen humor. Alzó la mano y dijo:

—Claro, muchacho. Mientras lo digas de esa forma, yo…

Le sujeté la mano derecha entre mis rodillas. Tiré hacia atrás de los dedos de su mano izquierda, doblándoselos, y pulsé el resorte que abría la navaja automática.

—J-Jesús… —Sus ojos iban creciendo de diámetro, su boca se abría como la de un saco y la baba, espesa y brillante, le iba chorreando por el mentón—. ¿Qué… ssstás haciendo…? Aggg…

Le di en la garganta. Casi le abrí la nuez. Saqué del bolsillo de su pecho el pañuelo de seda, limpié en él mis manos y la navaja y se la guardé en el bolsillo. (Esto les daría que pensar.) Seguidamente empujé su cuerpo contra el piso del coche y cogí el Metro.

No había llegado a la siguiente estación cuando comprendí lo tonto que había sido.

Fruit Jar… Me lo podía haber contado todo. Pude haberle obligado a que me dijera una cosa; esa cosa podía significar la diferencia entre que yo muriese y continuara viviendo. Y ya no podía decírmelo.

Su hermano… ¡SU MALDITO HERMANO! Casi lo dije a gritos; creo que grité. Pero me encontraba en el extremo delantero del vagón y nadie me oyó. La gente apenas reparaba en mí. Y tal vez sea ésta la razón de que yo…

Su hermano. Detroit, 1942… no estaba seguro de los detalles… ¡No estaba seguro! ¡El Jefe no estaba seguro! Dios Todopoderoso. ¡Cómo iba a haber metido a Fruit Jar en este trato sin conocer hasta el último detalle que se pudiera saber acerca del mismo!

Él le había arrastrado a ello. Fruit Jar había estado muy tranquilo sin animadversión contra él y con un buen sueldo, y el Jefe le había metido en un trabajo que podía ser muy peligroso. Él no podía decir que no al Jefe. Ni siquiera podía decirle que no le gustaba. Pero no le gustaba; todo lo contrario. Y como no podía desahogarse riñendo al Jefe, se había desahogado conmigo.

Eso era lo malo. Exactamente lo que había pensado yo. Deduje que tenía que ser así.

Su hermano. Aunque hubiera tenido un hermano, aunque hubiera tenido cincuenta y cinco hermanos y yo los hubiera matado a todos, él no habría movido un solo dedo. Al menos hasta que yo hubiera terminado mi trabajo. Yo debía haber sabido eso. Lo supe cuando me paré a pensar. Pero el Jefe me cortó rápidamente el hilo de los pensamientos, y yo ya no pensaba. ¿Para qué pensar cuando matar es más fácil?

El Jefe quería que yo creyera que Fruit Jar había acudido aquel día a Peardale sin que se lo mandara nadie, por su cuenta y riesgo. Tenía que hacerme creer eso, para evitar que yo pensara en otros motivos sobre la presencia de Fruit Jar allí… Los verdaderos motivos. Porque quien le había enviado había sido él. Y si yo sabía eso podía echar a perder el trabajo. Podía echar a perder el trabajo y desaparecer impunemente… en vez de recibir el castigo que merece un tipo siempre que echa a perder un trabajo y sale corriendo.

Fruit Jar no era un sujeto muy brillante. No precisaba ser muy brillante para hacer el trabajo que le había encomendado el Jefe: transportar algún dinero tal vez, o quizá meter el miedo en el cuerpo a alguien como coacción para asegurarse un trato. Pero ni siquiera para eso había tenido la suficiente brillantez. A veces, había perdido el contacto con la parte que se le suponía debía ver y, en vez de largarse e intentarlo de nuevo más tarde, se quedaba por allí esperando tontamente. Había hecho sus despropósitos para irritarme.

Yo le arañé con la navaja y se fue un poco asustado a la ciudad. Sabía muy bien que se había tirado una plancha. Y debía haber sabido cómo era el Jefe —cuando el Jefe estaba realmente enfadado contigo jamás lo sabías—, pero él, como he dicho, no tenía la suficiente brillantez, y…

¿O no era así? ¿Estaría yo levantando una torre de arena? ¿Estaría el Jefe siendo sincero conmigo?

Podía ser. Bueno, un tipo como yo tan acostumbrado a mirar de reojo no puede ver en línea recta. Cuanto más cierta es una cosa, menos cree en ella. El Jefe puede que fuera sincero conmigo. Yo estaba bien seguro de que no lo era; pero podía haberlo sido. ¿Lo había sido,
no lo había sido
, sí,
no
?

Yo no lo sabía. No podía estar seguro de ello. Y no era culpa del Jefe, ni de Fruit Jar. Sólo podía culparse de ello a un tipo seco, a un estúpido y memo llamado Charles Bigger.

Un tipo notable… un muchacho brillante.

Lo sentía. Un duro barniz se extendía por mis ojos. Podía notar los latidos de mi corazón, como si alguien estuviera aporreando una puerta. Igual que un niño miedoso encerrado en un armario. Podía sentir mis pulmones que se hinchaban como puños, apretados, duros, sin sangre, dirigiendo el torrente de mis arterias hacia el cerebro.

En Times Square había mucha gente esperando para coger el tren. Pasé en medio de la multitud, abriéndome paso en línea recta por entre los cuerpos, castigándolos en las costillas y en los empeines. Y nadie decía nada; tal vez notaran lo que había dentro de mí y supieran que tenían suerte. Porque tenían suerte.

A una mujer que estaba subiendo al tren la castigué de un codazo en los senos; lo hice tan brutalmente que casi se le cayó el niño que llevaba en brazos. Y también ella tuvo suerte, pero tal vez no la tuviera el niño. Quizá le hubiera valido más caerse debajo de las ruedas. Todo acabado.

¿Por qué no? Díganme por qué no.

Volví paseando hacia la Calle 47 y a lo largo del camino compré un par de periódicos. Hice un apretado rollo con ellos y me los puse debajo del brazo. Su dureza me hacía sentirme bien. Los enrollé todavía más y me golpeé con ellos la palma de la mano. Y eso me hizo sentirme igualmente bien. Caminé agitándolos en la mano, blandiéndolos como si fueran una maza, y sus movimientos se iban haciendo cada vez más cortos y menos espasmódicos…

«
Templanza, templanza
…»

¿Quién era el que había dicho eso…? Sonreí y eso me hizo daño en la boca, y el daño me supo bien… «
Templanza, templanza
…»

Claro. Lo sabía. Tenía que vigilar la templanza-templanza. Y eso fue lo que hice. Me gustaba vigilarla. Sólo había una cosa que me gustaría más…, pero todos se daban cuenta de que tenían mucha suerte. Y dentro de un par de minutos me encontraría solo en mi habitación. Y entonces marcharía todo bien.

Subí andando los dos tramos de escalera. No había más que un ascensor y estaba abarrotado de gente, y yo tenía el suficiente sentido común para saber que no debía entrar en él.

Una vez arriba, eché a andar por el pasillo hasta la última habitación de la derecha. Y tuve que apoyarme un momento contra la puerta, jadeando y temblando. Parecía que había estado en una batalla.

Y entonces oí algo. Oí que salpicaba agua y tarareaban.

Cesaron mis jadeos y temblores. Giré el pomo de la puerta. No estaba echada la llave.

Me quedé plantado a la entrada del baño, mirándola.

Estaba arropada de espuma dentro de la bañera, con un brazo levantado para poder enjabonarse la axila. Al verme dejó caer la manopla de baño y lanzó un pequeño grito.

—¡C-Carl, querido! ¡Me has dado un susto de muerte!

—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunté.

—Cómo. —Ladeó un poco la cabeza, sonriendo indolente—. ¿Es que no reconoces a la señora de Jack Smith?

—¿Qué estás haciendo aquí?

—¡Carl, no me hables de esta forma! Después de todo…

—¿Qué estás haciendo aquí?

La sonrisa empezó a desvanecerse poco a poco de su cara.

—No seas loco, querido. No me mires de esa forma. Sé que me esperabas mañana, pero…

—Sal de ahí —dije.

—¡No lo entiendes, querido! Verás: mi hermana y su amigo se presentaron con el coche en Peardale, y yo… Resultaba lo más natural que volviera con ellos a la ciudad. Nadie podía pensar que algo iba mal con…

No oí lo que decía. No quería oírlo. Oía pero me hacía el sordo. No me interesaban las explicaciones. No deseaba que todo fuera bien. Me encontraba terriblemente harto. Tan harto que me estaba pareciendo ya a Fruit Jar. Y no podía volverme atrás, no podía huir. Todos me estaban vigilando constantemente, a la espera de una oportunidad para cazarme.

Lo único que yo podía hacer era matar.

—Sal de ahí —le dije.

Me estaba golpeando la palma de la mano con los periódicos.
Sal —zas— de —zas— ahí —zas—. Sal —zas
—…

Su cara estaba blanca como la espuma, pero tenía agallas. Se esforzó por recobrar la sonrisa y ladeó la cabeza.

—¿Ahora, querido, estando tú delante? Vete a la cama y yo…

—Sal —zas— de —zas— ahí —zas, zas…

—P-por favor, querido. Lo s-siento si… Seré dulce contigo, querido. Ha pasado más de un año, querido, y no sabes… lo d-dulce que voy a ser…

Dejó de hablar. La tenía agarrada por el pelo y tiraba de ella para sacarla del agua, y ella no trataba de resistirse. Fue saliendo lentamente; la espuma de jabón le chorreaba por el cuello y los senos como si no quisiera abandonarlos.

Se puso de pie.

Salió de la bañera.

Se quedó derecha sobre la alfombrilla de baño, luchando con todas sus armas, ofreciéndome todo lo que tenía. Y vio que no era suficiente. Lo supo antes de que lo supiera yo mismo.

Alzó los brazos muy lentamente —tan lentamente que apenas se percibía su movimiento— y se abrazó con ellos la cabeza.

—En la cara no, Carl —musitó—. No me pegues en la…

La golpeé levemente con los periódicos a lo ancho del abdomen. Levemente. Le di con ellos en los senos. Alcé los periódicos y los mantuve levantados por encima de mi cabeza, dándole una oportunidad de gritar o de intentar evitar los golpes. Tenía yo la esperanza de que lo intentara… y dejara de tentar la suerte.

En el mundo había muchísima gente afortunada.

—Eres una actriz muy buena —le dije—. Dime que no eres una actriz. Dime que no me has estado dirigiendo, actuando hipócritamente y como presa fácil para volverme loco. Adelante, dímelo. Llámame embustero.

Ella no dijo nada. Ni siquiera se movió.

Dejé caer los periódicos de mi mano. Me fui dando tumbos hacia delante, me senté en el taburete del cuarto de baño y empecé a reír. Me reía ruidosamente, me atragantaba y escupía, meciéndome atrás y adelante sobre el taburete. Aquello fue como la corriente de un río que se llevara de mi interior todos los temores, locuras y preocupaciones, dejándome limpio, a gusto y relajado.

Siempre había sido así. Una vez que rompía a reír, todo se arreglaba.

Entonces la oí que se reía con disimulo, y, un momento más tarde, escuché su risa ronca de salón de medianoche. Y se puso de rodillas delante de mí, riendo, ocultando la cara en mi regazo.

—¡Tú, loco, duro y pequeño bastardo! Te has llevado diez años de mi vida.

—Entonces, ahora tienes dieciséis —dije—. No lo olvidaré.

—¡Loco! Por Dios, ¿qué mosca te ha picado?, dime. —Levantó la cabeza, riendo pero un tanto preocupada—. He hecho bien viniendo, ¿no?, ya que mi hermana y…

—Claro, has hecho bien —añadí—. Ha sido estupendo. Me alegro mucho de que hayas venido. He tenido un mal día y no te esperaba… Pero vamos al asunto. Deja que me quite estos atavíos antes de morirme.

—Claro, querido, pero…

Le empujé el mentón con un puño.

—¿Conque claro, eh? ¿Vamos al asunto o no?

—Verás —dudó, y entonces asintió rápidamente con la cabeza y se puso de pie—. ¡Eres un mal bicho! Ven y te prepararé una copa.

Ella llevaba una botella de whisky en su bolsa de viaje. Después de ponerse la bata abrió la bolsa, nos sentamos juntos en la cama con las piernas cruzadas y empezamos a charlar, riendo y fumando. No hubo que emplear muchos preliminares. Yo ya había roto parte del hielo en el cuarto de baño. Si es que no lo sabía de antes, ahora ella ya tenía una idea completa de quién era yo. Sabía por qué estaba en Peardale. Sabía por qué la había hecho venir a la ciudad. Y estaba conforme.

BOOK: Noche salvaje
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