Noche salvaje (14 page)

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Authors: Jim Thompson

Tags: #Novela Negra

BOOK: Noche salvaje
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Nos dimos las buenas noches y él volvió a la fábrica de pan. Yo empecé a subir la escalera.

Fay había despedido a Jake, que se fue al pueblo, o donde quiera que fuese, y estaba con Ruth en la cocina. Permanecí un momento al pie de la escalera, escuchándola dar instrucciones, con aquella voz ronca y apremiante que la caracterizaba. Acto seguido me aclaré ruidosamente la garganta y subí a mi cuarto.

Al cabo de cinco minutos entraba Fay.

Dijo no haber motivo de preocupaciones, que Kendall y Jake se habían tragado toda la historia.

—Y yo lo habría notado de no ser así, querido. Créeme, he estado muy atenta. No han sospechado nada.

Se sentía muy orgullosa de sí misma. Le dije que lo había hecho estupendamente y añadí:

—¿A dónde ha ido Jake?

—Al almacén de licores. Ha ido a por un cuartillo de vino, y probablemente se tomará un par de copas en el bar. Puedes estar seguro de que no pasa de eso. Le quité todo el dinero que tenía menos dos dólares.

—Estupendo —dije—. Eres un encanto.

—¿Humm? ¿Aunque ronque?

—Bah, estaba bromeando. Ese maldito viaje en el tren me ha hecho polvo.

—Bueno, ya veo que sientes haber… —Se apoyó en mí.

Yo le di un codazo y un beso, apartándola de mi lado.

—Y ahora será mejor que te largues, nena.

—Lo sé. Me gusta ser tan precavida como tú, querido. —Buscó el pomo de la puerta. De pronto se llevó la mano a la boca, ahogando una risita—. ¡Oh, Carl! Hay algo que quería decirte.

—¿De veras? —agregué—. Pues dímelo pronto.

—Te morirás de risa. No sé cómo no me había fijado antes, pero es una clase de persona a la que no prestas mucha atención y… Y, naturalmente, puede ser cierto. ¡No lo vas a creer, querido! Resulta tan…

—¿Tan divertido es? —le pregunté—. Mejor será que no me lo digas, o me pasaré toda la noche riendo.

—¡Granuja! Sólo porque… Se trata de Ruthie, querido. No lo creerías. Te juro por Dios que alguien la ha…

CAPÍTULO XII

Me puse a reír. Considerando las circunstancias, creo que hice un buen trabajo de disimulo.

—Me estás tomando el pelo. ¿Cómo es posible que ella te lo haya dicho?

—No me lo dijo, so bobo. Es una cosa que se nota. Lo lleva escrito en la cara.

—Habría que verlo —comenté.

—¡No seas chiflado! —Hundió la cabeza en mi pecho, riéndose entre dientes—. ¡Pero…, sinceramente, Carl! ¡Quién iba a querer…! Apuesto a que lo sé.

—¿Sí? —dije—. ¿Quiero decir, estás segura?

—Cómo, naturalmente. No pudo ser nadie más. Anoche se fue a su casa. Apuesto a que es alguien de su propia familia.

Tragué saliva. En cierto modo, me sentí aliviado, pero deseé que no lo hubiera dicho. Me sentía avergonzado, molesto.

—¿Son…, son esa clase de gente?

—Son gentuza. ¡Tendrías que ver cómo viven! Han tenido alrededor de catorce hijos y…

—Tal vez debiera decírtelo —aclaré—. En la mía hubo catorce.

—Oh… —Se quedó titubeando, incómoda—. Bueno, naturalmente, yo no quise decir que… que…

—Claro. Olvídalo —añadí.

—Pero no es lo mismo, Carl. Tú no te resignaste como ellos se resignan. Tú has hecho algo para evitarlo.

—Bueno —dije—, ¿no lo está haciendo ella?

—Oh, ¡qué va! ¿Crees que conseguirá algo esforzándose por ir al colegio? ¿Quién le va a dar a
ella
un trabajo que merezca la pena?

Sacudí la cabeza. Se me antojaba que Ruthie era muy buena chica, pero tendría que parecerlo. En cierto modo, era igual que yo, y yo me veía reflejado en ella.

—…tú sabes que tengo razón, Carl. Ella es hojarasca, una estúpida, igual que el resto de su familia. Si de veras tuviese inteligencia o coraje… haría, bueno, ¡haría
alguna cosa
!

—Bueno, tal vez lo esté haciendo ya. Quizás esté pensando en criar una manada de chiquillos para ponerlos a recoger algodón.

—De acuerdo. —Se echó a reír en tono amistoso—. En cuanto a eso, mi familia no fue muy numerosa, pero yo
hice

—Valdría más que empezaras a hacer otra cosa —dije— antes de que te pesquen aquí conmigo.

Me besó, me dio una palmadita en la mejilla y se fue de la habitación.

Yo me metí en la cama.

Eran poco más de las nueve cuando me acosté, y no habría tenido mejor sueño si hubiera sido el hombre más despreocupado del mundo. Me desperté a las seis, con nueve estupendas horas de reposo a mi espalda y la mejor noche que había tenido para descansar desde que salí de Arizona. Me quedaba algo de resaca, pero nada importante. Tosí y escupí sangre, aunque fue poca cosa. Lo demás, me había hecho mucho bien.

Bueno, de cualquier manera, no era poco.

Me fumé un par de cigarrillos, preguntándome qué hacer, si levantarme y salir a dar un paseo por el pueblo y estar alejado de la casa hasta que se levantaran los demás, o seguir en mi habitación y ser el último en salir.

Necesitaba decidirme por una cosa u otra. De lo contrario, a no ser que yo prescindiera del resto de la casa, tendría a Ruthie agarrada a mi cuello. Y lo único que Ruthie recibiría de mí a partir de ahora iba a ser frialdad. No estaba dispuesto a que nos sorprendieran estando solos. Cada vez que me encontrara con ella sería en presencia de otras personas. Muy pronto, ella se haría a esa idea, y quizá resultara más seguro ser su amigo…, sólo su amigo.

…Encontré abierto un pequeño bar de comidas cerca de la estación y tomé café. Después volví paseando tranquilamente calle arriba.

Era domingo; de alguna manera, esta situación me daba vueltas en la cabeza. Tal vez sepan ustedes lo que se siente cuando a uno le han sucedido muchas cosas y se ve libre, durante unos días, de las preocupaciones del trabajo que solía hacer. Las campanas de la iglesia estaban empezando a repicar y resonaban por todo el pueblo. Prácticamente, todos los establecimientos tenían cerradas sus puertas; sólo había abiertos algunos quioscos de cigarrillos, chiringuitos y cosas por el estilo. Comencé a sentirme algo así como el centro de todas las miradas.

Me detuve en un cruce de calles para dar paso a un coche. Pero éste, en vez de pasar, se puso a mi altura y se paró.

El sheriff Summers bajó el cristal de la ventanilla y asomó la cabeza.

—Eh, jovencito. ¿Le llevo a alguna parte?

Iba empaquetado dentro de un severo cuello duro y un terno de sarga azul. Le acompañaba una dama, con cara de cuchillo, que lucía un rígido vestido de satén negro y un sombrero semejante a la pantalla de una lámpara. Me quité el sombrero y dirigí hacia ella una sonrisa, preguntándome por qué no habrían echado mano de ella en alguna quesería para que les agriara la nata.

—¿Qué me contesta? —dijo el sheriff estrechándome la mano—. Me imagino que va hacia la iglesia, ¿no? Encantado de llevarle a donde diga.

—Bueno… —dudé—. A decir verdad, no soy… no he sido nunca partidario de…

—Conque dando un paseo, ¿eh? Bueno, suba y venga con nosotros.

Di la vuelta hacia el otro lado del coche, y él comenzó a abrir la puerta delantera. Pero yo abrí la de atrás y entré… No obstante, ¿hasta qué extremo puedes ser mudo? ¿Cuán poco puedes saber acerca de las mujeres? Espera a verlas desnudas, he aquí mi lema. Cuando están ataviadas —tal vez de la única buena forma que pueden estar—, déjalas correr.

Una vez que el coche reanudó la marcha, me aclaré la garganta y dije:

—Me parece que no conozco a su… ¿Es su hija, sheriff?

—¡Eh! —Miró a través del espejo retrovisor, sorprendido. Seguidamente le dio un golpecito con el codo en el costado—. ¿Has oído eso, Bessie? Cree que eres mi hija.

—¿Pues qué soy?, dilo, por favor.

—Mi…, eh, mi esposa.

—Gracias. Tenía miedo de que lo hubieras olvidado.

Ella se revolvió un poco en su asiento, tocándose el lugar donde había recibido el codazo. Entonces me pareció que habría tenido muy poco éxito en el trabajo de agriar la leche.

—Gracias por el cumplido, joven. Es el primero que recibo desde que Bill volvió de la guerra. De la Primera Guerra Mundial, claro.

—Vamos, Bessie. Yo no he…

—Vale más que te calles. Mr. Bigelow y yo estamos muy disgustados contigo, ¿verdad, joven? Nos importa poco oírte lo que tengas que decir.

—En absoluto —dije haciendo un guiño—. Mrs. Summers, lleva usted un sombrero precioso.

—¿Has oído eso, Alteza? ¿Has oído lo que ha dicho este
caballero
acerca de mi sombrero?

—Qué diablos, Bessie. Si tiene las trazas de una lámpara…

—Chitón. Quédate calladito y Mr. Bigelow y yo trataremos de ignorarte.

Continuaron en silencio hasta la iglesia y, prácticamente, hasta las mismas puertas. En cierto modo parecían disfrutar de esta situación, pero yo me preguntaba si no hubieran disfrutado más de otra forma. Quiero decir que discutir es una cosa y pelearse es otra, aparte de que te rías y hagas bromas sobre algo. Eso no lo haces a no ser que alguna cosa te esté inquietando. Cuando todo marcha como debiera, uno no se comporta así.

Le abrí la puerta y la ayudé a salir del coche, y ella le miró. La cogí por el codo y la ayudé a subir las escaleras de la iglesia… y ella le miró. Me aparté a un lado cediéndole el paso para que entrara primero… y ella le miró.

Estuvimos en la catequesis dominical pero ustedes saben más que yo de esas cosas, así que no se las describiré. Fue mejor que andar deambulando por la calle. Era una forma tan buena como otra para matar la mañana. Me sentí seguro y apaciguado, como se siente un hombre cuando su cerebro ha estado trabajando en la mejor forma. Canté, recé y escuché el sermón, que era una forma de dar rienda suelta a mi mente, de dejarla ir donde quisiera. Y cuando terminaron los oficios religiosos, yo tenía concluido mi plan. Ya había trazado la manera de matar a Jake Winroy.

No totalmente, compréndanlo. Quedaban por aclarar algunos detalles, mi coartada, cómo inducirle, etcétera. Pero estaba seguro de que se me ocurrirían.

Mrs. Summers me miró cuando salíamos juntos por el pasillo.

—Escuche, joven, parece usted muy feliz.

—Celebro que me hayan permitido acompañarles —dije—. Eso me ha hecho mucho bien.

Se detuvieron en la puerta para estrechar la mano del reverendo y ella me presentó. Le dije que su sermón había sido muy inspirador, cosa cierta. Mi plan respecto a Jake había sido ideado mientras él estaba predicando.

Empezamos a andar hacia el coche, ella y yo juntos y él siguiéndonos a corta distancia.

—Me estaba preguntando, Mr. Big…, oh, creo que le llamaré Carl, si no le importa.

—Me gustaría que lo hiciera —dije—. ¿Qué se estaba preguntando, Mrs. Summers?

—Iba a preguntarle si… —Ya habíamos llegado al coche. Se volvió e hizo un gesto de impaciencia—. Date prisa, Bill. Eres más lento que las melazas en enero. Estaba pensando en pedirle a Carl que viniera a casa a comer con nosotros.

—¿Sí? —dijo él—. ¿Cómo? Quiero decir… ¿de veras?

La boca de Mrs. Summers se puso rígida. Luego se fue relajando. Creo que iba a decirle algo, pero él la atajó.

—¡Bueno… estupendo, magnífico! —Me dio una palmada en la espalda—. Esto tiene mucha gracia, hijo. Precisamente yo iba a pedirle lo mismo.

Eso no era cierto. La idea ni siquiera le gustaba un poco. Una cosa era que me llevara a la iglesia y otra invitarme a comer a su casa —intimar conmigo— cuando cabía alguna posibilidad de que yo le ocasionara problemas…

Había
algo en torno a mí que le preocupaba. Existía algo con lo que él no estaba plenamente satisfecho.

—Muchas gracias —dije—. No creo que hoy sea el mejor día. Me están esperando en casa, y tengo que preparar muchas cosas referentes al colegio y… y todo lo demás.

—Ah, claro —asintió—. Si no le es posible… Entonces, Bessie, creo que tendremos que comer solos.

—Tú… —dijo ella—. ¡Te juro, Bill Summers, que…!

—Vamos, ¿qué he hecho yo? Ya se lo he pedido, ¿no? Ya le has oído tú misma que no podía venir. ¿No es cierto? —Se volvió hacia mí—. ¿No ha dicho que no podía venir?

—Bah. Eres imposible. Tremendamente imposible… Carl, yo le pediría que nos permitiera acompañarle a casa, pero Su Alteza encontraría la manera de impedirle que acepte.

—¡Mira ahora con lo que sale! ¿Por qué iba a hacer yo una cosa así?

—¿Por qué haces otras cosas? Te ruego que contestes.

Se estaba creando una situación embarazosa. Puse fin a ella confesando sinceramente que hoy no podía comer con ellos —que tal vez en otra ocasión—, pero que apreciaba que me llevaran a casa.

Ninguno de los dos habló hasta que llegamos. Entonces, mientras les estaba dando las gracias y despidiéndome de ellos, él miró de soslayo hacia una limusina que se paraba junto a la puerta.

—Eh —dijo frunciendo el entrecejo—, ¿no es ése el coche del doctor Dodson? Hijo, ¿tienen algún enfermo en casa?

—No que yo sepa —contesté—. Yo he salido de ella esta mañana antes de que se levantara nadie.

—Tiene que haber algún enfermo. El doctor no hace visitas de sociedad a casa de los Winroy. ¿Quién podrá ser?

—¿Por qué no entras y lo preguntas? —le sugirió Mrs. Summers, con una feroz mirada—. Pasa a estrecharles la mano a todos. Llámales por sus nombres de pila. ¿Qué importo
yo
, o cómo yo…?

Accionó la palanca de cambio, cortándole la palabra a su esposa.

—Ya me voy, ¿no? Maldita sea, ¿no ves que ya me voy…? Hijo, me voy… yo…

Salí rápidamente del coche. El sheriff arrancó, haciendo rugir el motor, y yo recorrí el paseo de entrada y me metí en la casa.

Fay salió a mi encuentro en el recibidor. Venía sin aliento. En su rostro, intensamente blanco, destacaba la mirada de pánico de sus ojos cárdenos. Miré hacia el comedor.

Allí estaba Ruth. Ruth, Kendall, Jake y un hombrecillo barrigudo y calvo, al que reconocí como el doctor. Jake yacía de espaldas en el suelo y el médico se hallaba inclinado sobre él aplicando a su pecho un estetoscopio.

Fay, sin apenas mover los labios, susurró:

—Su vino. Envenenado. Drogado. ¿Hiciste tú…?

CAPÍTULO XIII

Pasé por delante de ella, hundiendo mi puño en su entrepierna. Maldita sea, por supuesto que estaba asustada, pero no era preciso que me diera tantas muestras de ello. Me siguió hasta el comedor y se puso a mi lado. Yo me aparté de ella, situándome entre Kendall y Ruth.

Jake tenía los ojos cerrados. Musitaba entre dientes, rodando la cabeza de un lado a otro. El médico se incorporó, dejando suelto el estetoscopio, y miró torvo a Jake.

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