—Yo estaré allí mañana por la tarde —dije— y volveré la noche del sábado. Tú llegas el sábado por la mañana y vuelves aquí el domingo por la noche. Y no te olvides de arreglar las cosas con tu hermana.
—¡No lo olvidaré, querido! —Se incorporó entusiasmada—. Le diré a Jake que me envió el dinero mi hermana y…
—Está bien —dije—. Ten mucho cuidado y haz lo que te he dicho.
Se sacó los billetes del sostén y los alisó sobre su rodilla. Luego los dobló detenidamente y volvió a guardárselos en el arroyo de sus senos.
—Cariño —dijo con voz ronca, apoyando la cabeza en mi hombro—. No te importará esperar, ¿verdad, encanto?
A mí no me importaba. Lo estaba deseando; ¿quién no lo iba a estar? Pero no tenía ninguna prisa. Era algo que tenía que hacerse, el sello de nuestro pacto.
—¿Me haría algún bien si me importara? —pregunté.
—Sí —asintió—. Yo no soy…, bueno, sé que disto mucho de ser lo que debería ser; pero aquí, bueno, el hacerlo aquí, empezar a hacerlo aquí en la casa de Jake… Si tú quieres lo haré, pero…
—Está bien —dije.
—Carl, ¿no estás enfadado? ¿Sabes lo que estoy tratando de decirte?
—Creo que sí —respondí—, y me parece bien. Pero no puedo decir cuánto resistiré si no te largas ya de aquí.
Me miró con aire burlón, ladeando un poco la cabeza.
—Supón que cambio de parecer —dijo—. Supón que me despierto esta noche y…
Intenté agarrarla. Ella se escabulló, riendo, y echó a correr hacia la puerta. Frunció los labios, susurró «buenas noches, querido» y se deslizó fuera de la habitación.
…Aquella noche dormí estupendamente. A la mañana siguiente no sucedió nada fuera de lo normal. Me levanté alrededor de las nueve, después que Kendall y Ruth se hubieran marchado, y preparé mi propio desayuno. Me entretuve durante el desayuno todo lo que puede, pensando que Fay podía unirse a mí, pero no lo hizo. Así que lavé los platos y me dirigí a la estación.
La Long Island se estaba superando a sí misma aquel día. Sólo llegué a Nueva York con una hora de retraso. Recogí el traje que había comprado y me registré en el hotel. A las seis en punto llamé al Jefe desde una cabina telefónica. Luego me fui dando un paseo hasta el restaurante «Automat», cerca de la 42 y de Broadway, y me puse a esperar.
A las siete se detuvo delante Fruit Jar con el «Cadillac», subí a bordo y partimos hacia la casa del Jefe.
Ya han oído hablar del Jefe. Todo el mundo ha oído hablar de él. Raro resulta que pase un mes sin que los periódicos publiquen algún artículo sobre él y no vean ustedes su fotografía. Un mes aparece ante algún comité gubernamental de investigación. Al siguiente se le ve en una gran cena política, riendo y charlando con alguna de las mismas personas que el mes anterior le estaban sometiendo a una dura prueba.
El Jefe es un magnate de la importación. Controla compañías navieras, destilerías, pistas de carreras de caballos y agencias de empleo, servicios telegráficos y compañías de préstamos.
Es uno de los más poderosos representantes empresariales del país, pero no porque se oponga a los sindicatos. Miembro fundador de uno de los dos tradicionales sindicatos artesanos, ha apoyado sus afanes organizativos y recibido cartas de algunos de los gerifaltes laborales dándole las gracias por sus «denodados esfuerzos en favor de la clase trabajadora americana».
El Jefe controla las carreras de caballos, pero apoya la legislación anti-carreras. Él puede demostrar que apoya esta legislación, pero nadie puede probar que controla las carreras. Controla las destilerías —¿pero quién puede demostrárselo?— y apoya los movimientos anti-alcohol. Controla las compañías de préstamos —controla a los hombres— y respalda las leyes anti-préstamos usureros.
El Jefe hizo fuertes donativos para la defensa de los muchachos de Scottsboro. El Jefe pagó fianzas para los cabecillas del Ku Klux Klan. Nadie le ha acusado nunca de nada.
Es demasiado fuerte, poderoso y está bien a cubierto. Quien intente acusarle de algo acabará perdiendo.
El Jefe vivía en una gran casa de piedra y ladrillo de Forest Hills. Naturalmente, no estaba casado —aunque no sé por qué digo «naturalmente»—, y su único criado era el japonés de cara cuadrada que nos abrió la puerta.
El sirviente nos condujo hasta el salón biblioteca, donde estaba esperando el Jefe. Éste, puesto en pie, me miró radiante de alegría, mientras me estrechaba la mano y me preguntaba sobre mi viaje al Este, y me dijo que se alegraba de verme.
—Lamento mucho no haber podido hablar contigo antes de que te fueras a Peardale —dijo, con su voz suave y agradable—. Aunque estoy seguro de que no necesitabas mis consejos.
—Pensé que no debía retrasarme más tiempo —contesté—. El curso del colegio ya había comenzado.
—Claro, naturalmente. —Por último me soltó la mano y me señaló una silla—. Ya estás aquí, y eso es lo que importa.
Se sentó, sonriendo, y asintió con la cabeza en dirección a Fruit Jar.
—Perfecto, ¿verdad, Murphy? No podríamos haber encontrado a nadie mejor para este trabajo que a
Little
Bigger. ¿No te dije que valía la pena cualquier esfuerzo para localizarle?
Fruit Jar se limitó a soltar un gruñido.
—¿Le importaría decirme cómo lo hizo? —le pregunté—. ¿Cómo pudo encontrarme?
—Ni mucho menos. No creo que eso te vaya a desconcertar.
—Bueno, no exactamente —dije—. Quiero decir que creo imaginármelo. Aquí en el Este corría mucho peligro, y además tenía un pequeño problema pulmonar…
—Y tus dientes y tus ojos no andaban muy bien.
—Se imaginó usted que me iría al Oeste. Tenía que encontrar algún trabajo no cualificado al aire libre. Tenía que arreglarme la boca y los ojos, no donde vivía sino en algún lugar cercano; y necesitaba a toda costa ganarme una buena reputación. Y… y…
—Todo eso, ¿verdad? —Se rió entre dientes, mirándome con alegría—. Por supuesto que los dientes y las lentillas de contacto fueron decisivos.
—Pero la Policía sabía de mí tanto como usted. Tal vez más. Si usted pudo encontrarme, ¿por qué no iban a poder ellos?
—Ah, la Policía —dijo—. Pobres muchachos. Tantas distracciones, diversiones y restricciones. Tantas cosas por hacer y tan pocos medios para hacerlas.
—Además, está la recompensa en dinero. Lo último que he oído es que ya asciende a cuarenta y siete mil dólares.
—¡Pero, mi querido Charlie! No podemos dedicar fondos públicos ante la remota posibilidad de que la Policía vaya a buscar recompensas. Por supuesto que si ellos quisieran continuar la búsqueda en su tiempo libre y a sus expensas…
—Sí —dije—, pero…
—¿Si existiera algún ambicioso investigador privado? No, Charlie. Comprendo que te sientas un poco agitado, pero carece en absoluto de fundamento. ¿Qué provecho tendría para cualquier hambriento buscador de recompensas o ciudadano altruista si no te localizaba? Tendría que demostrar quién eres, ¿verdad? ¿Y quién iba a creer que un joven delgado y persuasivo como tú iba a ser un asesino? A ti no te ha arrestado nunca la Policía, ni te han tomado las huellas dactilares, ni está tu foto en sus archivos.
Afirmé con la cabeza. Él extendió las manos hacia mí, sonriendo.
—¿Comprendes, Charlie? Yo no necesitaba probar quién eras. Me bastaba con saberlo. Entonces pude presentarte mi proposición y pedir tu cooperación… Me disgusta la palabra exigir, ¿sabes? Y tú fuiste lo bastante amable para otorgármela. La Policía, los tribunales… —Se encogió irónicamente de hombros—. ¡Bah!
—Me gustaría aclarar una cosa más —dije—. Yo quise este trabajo, pero no quiero ninguno más. No quiero reanudar lo que dejé la última vez.
—Claro que no quieres. Murphy, ¿no se lo has dicho?
—Nada menos que una docena de veces —agregó Fruit Jar.
El Jefe le miró larga y detenidamente. Se volvió hacia mí y dijo:
—Tienes mi palabra, Charlie. No resultaría práctico usarte otra vez, aunque tú lo quisieras.
—Estupendo —dije—, eso es todo lo que quería saber.
—Celebro complacerte. Y ahora, al asunto que tenemos entre manos…
Le puse al corriente de cómo iban las cosas en Peardale; de mi altercado con Jake, lo de mi trabajo en la fábrica de pan y de mi buena relación con el sheriff. Pareció satisfecho. No paraba de asentir con la cabeza ni de sonreír, diciendo «excelente», «espléndido» y cosas por el estilo.
Entonces me hizo una pregunta, y por un instante me quedé como aturdido. Sentí que mi cara enrojecía.
—¿Y bien? —volvió a preguntarme—. Dices que el sheriff recibió ese informe sobre ti ayer por la tarde. ¿Durmió Jake anoche en su casa?
—No… —tragué saliva—, no creo que lo hiciera.
—¿Que no
crees
que lo hiciera? ¿Es que no lo sabes?
Yo debía saberlo, por supuesto. Era una cosa que yo no podía ignorar. Estaba bien seguro de que no se había quedado en la casa, pero yo me encontraba rendido, había estado tonteando con Fay Winroy y…
—Eso es muy importante —dijo el Jefe, y guardó silencio—. Si no estuvo anoche en la casa, ¿cómo puedes estar seguro de que planea quedarse realmente allí?
—Bueno —dije—, yo…, yo no creo que…
—¡No estés tan seguro de eso! —se rió con disimulo Fruit Jar—. ¡Venga ya, muchacho!
Eso me molestó.
—Escuche, señor —dije—. Ayer hablé con el sheriff por segunda vez en dos días. Pasé más de una hora con ese Kendall. No sabe nada, pero es un pájaro viejo bastante agudo…
—¿Kendall? Ah, sí, el panadero. No veo en él motivo de preocupación.
—No me preocupa ni él ni el sheriff. Pero con la forma de ser de Jake, tendré que tener mucho cuidado para no buscarme complicaciones. No debo mostrar ningún interés por él. No debo hacer nada que pueda interpretarse como que me intereso por él. Anoche me fui deliberadamente temprano a la cama y esta mañana me he levantado bien tarde. Yo…
—Sí, sí —me interrumpió impaciente el Jefe—. Te recomiendo discreción. Pero deberá haber algún modo para que…
—Continuará en la casa —dije—. Mrs. Winroy se encargará de que así sea.
—¿De veras?
—Sí.
Meneó la cabeza, echándose hacia atrás en su asiento.
—Charlie, has dicho que sí muy pronto. ¿Me estás dando a entender que, llevando allí tan sólo cuarenta y ocho horas, ya has hecho proposiciones a Mrs. Winroy?
—He preparado el terreno y ella responderá. Odia las entrañas de Jake. Aprovechará la ocasión para deshacerse de él y al mismo tiempo beneficiarse económicamente.
—Me alivia que pienses así. Personalmente, creo que me habría costado un poco más de tiempo llegar a tomar esa decisión.
—No tuve que esperar mucho. Antes de que lleváramos hablando cinco minutos, ella ya se me había franqueado. Si yo no la hubiera lisonjeado desde el principio, puede que no hubiera tenido otra oportunidad.
—¿Ah, sí? ¿Y consideraste que ibas a necesitar su ayuda?
—Sí, creo que no tardará mucho. Todavía puede hacer pasar a Jake por el aro. Ella sabe lo que se hace. Podría ser muy dura si pensara que se iba a quedar en la pobreza sin sacar nada a cambio.
—Bueno —suspiró el Jefe—. Confío en que tus apreciaciones sean correctas. Tengo entendido que antes fue actriz, ¿no?
—Cantante.
—Actriz, cantante. Las dos cosas vienen a ser lo mismo.
—La conozco bien —dije—. Sólo llevo en su casa un par de días, pero a lo largo de mi vida he conocido a muchas mujeres como ella.
—Humm. ¿Debo suponer que existe una relación entre ella y tu llegada a la ciudad un día antes?
—Mañana se reunirá conmigo. Ha hecho ver que viene a visitar a una hermana suya, pero…
—Entiendo. Bueno, más bien lamento que no lo hayas consultado conmigo, pero puesto que tú no…
—Pensé que era ésa la razón de que me hiciera usted venir —dije—. Para decirme lo que tenía que hacer.
—Oh, eso hice, Charlie. Eso hago. —Sonrió muy brevemente—. No tengo la menor duda sobre tu capacidad y buen juicio. Es tu proceder lo que me parece más bien osado, poco ortodoxo, en un asunto tan extremadamente importante como éste.
—Eso es lo que parece aquí. A usted le pueden parecer las cosas de otro modo aquí. Lo que quiero decirle es cómo me parecen a mí allí. Es la única manera de que yo pueda trabajar. Si tengo que consultarle cada movimiento que hago…, bueno, no podré hacerlo. No…, no le estoy contando excusas, sino…
—Por supuesto que no —asintió afectuosamente—. Al fin y al cabo, todos perseguimos la misma meta. Todos somos amigos. Todos tenemos mucho que ganar… o perder. ¿Comprendes esto, Charlie? ¿No te lo ha explicado Murphy?
—Sí, pero no era necesario.
—Bien. Ahora pensemos en el tiempo. Naturalmente, tú estarás condicionado en parte por los factores locales, pero la fecha óptima sería aproximadamente una semana antes del juicio. Eso te permitirá integrarte sólidamente en la vida de la población, disipar las suspicacias que suscita siempre un forastero. También, merced a la situación de Jake durante los días próximos al juicio, los periódicos tendrán un poco de que alimentarse; sólo habrá un tema en lugar de dos.
—Procuraré que así sea —dije.
—Estupendo. Espléndido. Ahora… Oh, sí —se desvaneció su sonrisa—, una cosa más. Me dice Murphy que le amenazaste con una navaja. Que de hecho se la pusiste detrás del cuello.
—Él no debió aparecer por Peardale. Señor, usted sabe que no debió ir por allí.
—Tal vez no. Pero eso no disculpa tu acción. Eso no me gusta nada, Charlie. —Sacudió la cabeza severamente.
Miré al suelo y mantuve mi boca cerrada.
—Murphy, ¿te importaría aguardar en la sala de visitas? Tengo que decir a Charlie unas cuantas cosas.
—En absoluto —repuso Fruit Jar—. Tómese el tiempo que quiera —y salió tranquilamente sonriendo de la habitación.
El Jefe dejó escapar una risita ahogada y levantó la cabeza. En su mano sostenía una navaja.
—Charlie, ¿podrías volver a usarla?
Le miré fijamente, creo que sin apenas comprender. Depositó la navaja en mi mano y me cerró los dedos en torno a ella.
—Tú mataste a su hermano —dijo—. ¿Lo sabías?
—¡Cristo, no! —¡Entonces, era eso!—. ¿Cuándo…, cómo…?
—Desconozco los detalles. Fue en Detroit, 1942, creo.
Detroit, 1942. Traté de situarme y, naturalmente, me era imposible. El nombre no habría significado nada. Y allí, en Detroit, fueron cuatro…, no, cinco.