Asentí con la cabeza y él continuó:
—Lo que nos ha dado problemas son estos artículos mayores. Por otra parte, no es nada de extraño, con todo el mundo entrando y saliendo, echando unas cochuras junto a otras, sin orden ni concierto. Aquí tiene —tocó con la mano un barril fuertemente aislado—; esto es un compuesto de yeso de París.
—¿Yeso de París? —dije—. ¿Echan esto en el…?
—En el pan. Unas pocas onzas en una cochura de pan le da una textura maravillosa y, por supuesto, es totalmente inocuo. Naturalmente, si se le echara unas cuantas onzas más parecerían algo así como bloques de pavimentación. —Se puso a sonreír, reluciéndole los ojos tras los cristales de sus gafas—. Su masa no serviría para nada, salvo que, digamos, quisiera golpear con ella la cabeza de nuestro amigo Winroy.
—Sí, comprendo —me reí.
A las diez nos cambiamos de ropa y salimos de allí. Un reducido número de operarios se estaban cambiando de ropas al mismo tiempo, pero, tal como yo me imaginaba, no me los presentó. Empezamos a subir las escaleras en dirección a la calle. Los vestuarios, que un momento antes estaban en completo silencio, tan pronto como salimos de allí se fueron llenando de murmullos.
—A propósito —dijo, cuando nos encaminábamos a casa—, su laboriosidad de esta noche me ha impresionado muy favorablemente, Mr. Bigelow. Considero justo que cobre usted a partir de hoy, en vez de esperar a mañana.
—Bien, gracias —dije—. Muchas gracias, Mr. Kendall.
—No las merece, Mr. Bigelow.
—En cuanto a… —dudé—. En cuanto a mi tratamiento, Mr. Kendall. Me resulta un poco… incómodo. ¿No le importaría llamarme Carl?
—¿Preferiría usted que le llamara por su nombre de pila?
—Verá, no me parecería mal —dije.
—Estoy seguro de ello. Pero me parece mejor que dejemos las cosas como están. —Se detuvo para golpear su pipa contra el poste de la entrada; luego seguimos juntos paseo adentro—. El hombre se ve forzado a desprenderse de gran parte de su dignidad por imperativo de la existencia. Diría que debiera aferrarse tenazmente a los escasos retazos que le quedan.
—Lo comprendo —dije—. No me gustaría que creyera usted…
—Por otra parte, como estudioso que soy, y no precisamente accidental, de la naturaleza humana, opino que a usted no le gusta ser llamado por su nombre de pila, al menos en una corta relación amistosa. Creo que nuestras reacciones son muy similares en ese aspecto.
La casa estaba en silencio y a oscuras, exceptuando la luz del recibidor. Nos dimos las buenas noches en voz baja y nos retiramos a nuestros respectivos dormitorios.
Me quité las lentillas de contacto, la dentadura postiza y me puse delante del espejo a darme masajes en las encías. Me dolían; me habían dolido siempre. Algo iba mal en mis huesos maxilares; eran blandos y no estaban correctamente formados. Jamás tuve una dentadura que no me hiciera daño en la boca. No es que fuera demasiado mala, entiéndanlo. Sólo un dolorcillo permanente que no me dejaba morder bien de vez en cuando.
Me puse nuevamente la dentadura y me metí en la cama.
Era más de medianoche cuando ella entró en mi cuarto. Dijo que Jake había vuelto temprano a casa, y que se había acostado directamente y que si sabía lo que le convenía haría bien en seguir acostado.
Resultaba curioso que fuera ella quien le manipulaba. Íbamos a matarle y, sin embargo, ella llevaba la iniciativa con reprensiones, alborotos y amenazas de lo que le haría si no se portaba bien.
—Es un maldito, de todos modos —murmuraba llena de enojo—. Carl, nunca he estado tan asustada en mi vida.
—Claro —dije—. A mí también me dio un susto de muerte.
—¿Por qué diablos crees que lo haría?
—Oh, no sé. Como dijo el médico, está tan trastornado y confuso, que probablemente no sabía lo que estaba haciendo.
—Sí, pero…, ¡caramba, me ha dado un susto horrible!
No le dije nada sobre Kendall. Yo no tenía nada que ganar contándoselo y sí mucho que perder. Ella podía decir o hacer alguna cosa que le pusiera sobre aviso. O que pudiera… Bueno, yo no quería ni pensar en eso, pero tenía que hacerlo: me refiero al hecho de que pudiera no estar o continuar estando de acuerdo conmigo.
Kendall me había salvado el cuello esta mañana. Eso posiblemente no lo habría hecho si Jake hubiera sabido más cosas de él. Y si yo en el futuro necesitara ayuda de Kendall y Jake
supiera
cosas de él…
¿Se dan ustedes cuenta? Kendall era el as que el Jefe tenía en la manga…
Qué diablos, no tenía más remedio que serlo
. Pero, hasta cierto punto, Kendall también era mío. Mientras yo estuviera en buena relación con el Jefe, Kendall estaría de mi lado…
No tenía por qué estarlo; él podía estar engatusándome, tratando de averiguar mis planes
. Yo no podía sincerarme con él. Ni decírselo claramente a ella.
La única persona en que podía confiar era Charlie Bigger, en Little Bigger. Y ya empezaba a abrigar ciertas dudas respecto a este pequeñajo hijo de puta.
Y hablando de que Jake estaba en un aprieto: comparado conmigo, Jake no tenía motivos de preocupación.
…Era una noche bastante fría, y ella se metió en la cama conmigo. Seguimos allí acostados, susurrando cuando había algo que decir, con su cabeza apoyada en mi brazo.
—Yo haría muy bien en empezar a acostumbrarme a estar sin ti —le dije—. Nena, no podemos seguir de esta manera. Si tenemos que decirnos algo, de acuerdo, nos arriesgaremos. De lo contrario, se acabaron los abrazos.
—Pero… ¡Carl, tendrán que pasar meses! ¿Quieres decir que hemos de esperar todo ese tiempo hasta que…?
—Tal vez no. Creo que no —respondí—. Como te dije, ya tendremos tiempo de estar juntos. Pero, entretanto, Fay, tendremos que esperar. Cuantas más veces nos vean juntos, más posibilidades hay de que alguien lo descubra.
—Lo sé, querido. Sé que debemos tener mucho cuidado.
—Otra cosa. —De repente, me acordé de algo—. Aquellas cápsulas de amital. ¿Por qué demonios se las compraste, chiquilla?
—Verás…, él suele tomar muchas de esas malditas cosas, y cuestan más caras si vas al médico para que haga la receta…
—No vuelvas a intentar ahorrar de esa manera —dije—. Son tóxicas. Si las compras sin receta y se tomara accidentalmente una sobredosis…
—¡Atiza! —se estremeció—. Imagínate que otra persona le pone una fuerte dosis y yo… y yo…
Dejó sin terminar la frase.
Al final lanzó una risita disimulada. Le di una palmadita y respiré profundamente.
—¿Qué te divierte tanto?
—¡Ruth! Cada vez que lo pienso siento ganas de desternillarme de risa.
—Sí, de acuerdo. Resulta divertido —dije.
—Uf. Me produce una especie de náuseas sólo pensar en ello. ¿Quién diablos podría…? Carl, ¿quién podría ser…?
—Eso me pregunto yo —respondí.
A la mañana siguiente me levanté temprano y me vestí, pero no bajé en seguida. Tuve un sobresalto al acordarme de Ruth, al haber estado solo con ella;
había estado
solo con ella aquella hora. Me senté al borde de la cama y me puse a esperar, fumando, nervioso. Me sentía incómodo e inquieto al ser mi primer día de colegio. ¡Dios, qué ironía, yo en la escuela! Pero quería superarlo.
Aguardé, escuchando hasta que se abriera la puerta de Kendall. Seguí sin moverme unos segundos más, para que no pareciera que le había estado esperando, y me dirigí hacia mi puerta.
En el momento justo que yo giraba el pomo, él llamó.
—Ah, buenos días, Mr. Bigelow —dijo—. ¿Todo listo para comenzar su carrera en el colegio?
—Sí, señor. Creo que lo estoy —respondí.
—¡Cuánto entusiasmo! —rió lleno de comprensión—. Se siente un poco nervioso, ¿eh? ¿Y algo de extrañeza e irrealidad? Bueno, eso es muy natural. ¿Sabe?, yo tengo alguna noción de…
—¿En serio, señor?
—¿Lo consideraría usted un…, un atrevimiento el que yo le acompañara? Soy bastante conocido en la facultad. Tal vez pudiera sentirse un tanto más seguro sabiendo que era e…, mi
protégé
.
—Me gustaría que lo hiciera —dije—. Nada me gustaría más.
—¿De veras? —Parecía satisfecho de cómo se desarrollaban las cosas—. Me… siento muy halagado, Mr. Bigelow. Anoche pensaba sugerírselo, pero tuve miedo de que pareciera una intrusión.
—Yo quería pedírselo —dije—. Pero me parecía una pequeña insolencia por mi parte.
—Tsk, tsk —sonrió alegremente—. A partir de ahora debemos ser entre nosotros menos…, menos tímidos. ¿Y si bajáramos ya a tomar el desayuno, eh? Esta mañana parece que tengo un apetito extraordinario.
Me encontraba desconcertado. Ayer estaba prácticamente seguro, pero ahora Kendall me tenía otra vez sumido en un mar de dudas.
Kendall podía ser ambas cosas: un vejete amable y solemne, o ser también lo contrario. Cualquiera puede hacerlo, desgajándose en dos partes. Es más fácil de lo que ustedes piensan. Lo difícil es cuando intentas unir esas dos partes otra vez, pero… Él no necesitaba de fingimientos. La mayor parte del tiempo yo no fingía nunca, dando a entender que realmente me agradaba el tipo o que deseaba ayudarle, sino que seguía mi marcha en línea recta… y hacía lo que tenía que hacer.
Bueno, de cualquier forma, me alegraba horrores que me acompañase. Con tantas otras cosas que tenía para preocuparme, parecía divertido que me inquietara la admisión en un colegio rural. Pero no podía evitarlo. Me imaginaba que eso respondía a una visión retrospectiva de los tiempos en que Luke, yo y el resto de nosotros éramos unos vagabundos, que solíamos acudir dos días a la escuela una semana y, al mes siguiente, tres días a otra. Jamás nos sabíamos la lección, olíamos bastante mal, tenía la cabeza llena de piojos y me marginaba por dondequiera que fuese. Mi aspecto era horrible, tenía una dentadura que hizo polvo mi audición y no podía hacer nada para que no se rieran de mí o evitar que se metieran conmigo. Y…
Pero basta ya. Olvídenlo. Sólo estaba intentando explicar por qué me sentía de aquella manera.
Ruth nos sirvió el desayuno, y, de la forma en que estaba tratando de atraer mi atención, me sentí inclinado a cogerlo y entregárselo.
De no haber sentido aquella especie de miedo que profesaba a Kendall, creo que me habría propuesto venir al colegio conmigo. Era tan tímida que odiaba exhibirse con aquella muleta.
Así de mal parecía tomárselo.
Me pregunté si habría algún modo de que Fay la despidiera. Y supongo que probablemente lo había, pero estaba seguro de que yo no iba a ponerlo en práctica. Le diría, si se presentaba la ocasión y me viera obligado a ello, lo que tenía que hacer.
Pero yo no haría que la despidiera.
Finalmente, Kendall terminó de comerse el desayuno —yo ya había terminado y le estaba esperando— y nos marchamos. No había pensado demasiado acerca de los cursos que iba a tomar. Naturalmente, desconocía qué antecedentes académicos hacen falta para estas cosas, y se me antoja que ustedes no tendrán muchas afirmaciones que hacer en cuanto a sus estudios.
Kendall dijo que no iba a ser así.
—Eso ocurriría en el caso de que usted fuera alumno de una clase de primer año, o de que se estuviera especializando en alguna materia específica. Pero como será clasificado como un estudiante especial, y asiste en calidad de autoperfeccionamiento y, me imagino, atraído por el prestigio de este centro docente, gozará de amplia libertad en lo tocante a disciplinas. Ahora bien, si usted quisiera… aceptar mis sugerencias…
—Le ruego que lo haga —dije.
—Le aconsejo algo que no ponga de relieve las deficiencias de su pasado escolar. Algo que no esté basado en estudios anteriores del mismo campo… Literatura inglesa. Se puede llegar a tener un alto concepto de Pope sin haber leído una sola línea de Dryden. Ciencia política, materia ésta más de sentido común que doctrinaria. Historia, que no es más que una rama de la Literatura… ¿Cómo le suena todo esto, Mr. Bigelow?
—Bueno, me suena bastante…
—¿Impresionante? Impresionante es la palabra. —Se rió entre dientes, complacido de sí mismo—. Si elige un curso así, nadie dudará de su seriedad como alumno.
Impresionante no era la palabra en la que yo había estado pensando. Estuve tentado de decir que me sonaba condenadamente ardua.
—Lo que usted me diga —añadí—. Si cree usted que puedo superar esas cosas…
—Puede y debe…, tal vez con un poco de asistencia mía. De usted depende, Mr. Bigelow. Yo no le sugeriría materias que no pudiera… superar.
Asentí con la cabeza. No me parecía que tuviera muchas dificultades para superar cualquier cosa.
Con un hombre como Kendall dirigiéndome, con un hombre que se las sabía todas, yo no podía fallar.
Me imagino que terminaría de matricularme en cosa de treinta minutos, y me registré y pagué mis facturas, aproximadamente, en aquel mismo tiempo. Pero cuando estuve listo, Kendall aún no había terminado. Me presentó al rector, al administrador general y al decano de clases masculinas, y todos se mostraron afables y respetuosos con él. Luego me llevó a dar una vuelta y me fue presentando a todos los que iban a ser mis profesores.
Al llegar el mediodía aún nos quedaba un sujeto por ver, así que almorzamos en la cafetería del colegio y fuimos a visitarle después. Cuando terminamos ya eran las dos, y Kendall dijo que no tenía objeto comenzar ninguna de mis clases aquel día.
—Veamos —dijo mirando a su reloj cuando abandonábamos el campus—. ¿Por qué no pasa el resto de la tarde comprando algunos libros y artículos que va a necesitar? Luego, después de cenar, digamos a las seis treinta… ¿Le parece bien, Mr. Bigelow? Estaba pensando que podíamos iniciar su turno de trabajo, aproximadamente, de seis treinta hasta las once.
—¿No podría ser antes? —dije—. No voy a necesitar más de una hora para hacer las compras, y a partir de mañana saldré de clase a las tres. Me gustaría entrar un poco antes, Mr. Kendall. Sólo por algún tiempo.
Lo dije de forma muy sincera —tal vez como Dick Doordie luchando denodadamente con la fortuna— y así era como yo me sentía. Hasta que Ruthie perdiera su entusiasmo por mí, necesitaba tener un sitio donde pasar el tiempo.
—Bien, por supuesto, no ganará usted mucho salario, pero…
—No me importa eso —dije—. Lo que únicamente deseo es hacer algo, aprender algo.
Volvió la cabeza lentamente y me miró. Por un momento pensé que iba a preguntarme por qué diablos estaba bromeando. Después, cuando finalmente se volvió para decir algo, se le veía tan contento que parecía haberse quedado sin habla.