Aquellos seis años que pasé allí con ellos… Tal vez fueran igual que los otros años. Sólo basura. Nada de que sentirme orgulloso o bondadoso.
—Carl… ¡Carl, por favor!
—Estoy bien —dije.
—Le veo mala cara. Ahora va a entrar conmigo en la casa. Le prepararé una taza de café y se echará en el sofá hasta que…
—Creo que será mejor que me vaya a casa —dije. Me puse de pie y ella hizo lo mismo. Probablemente tenía peor cara que yo.
—¡Oh, ojalá no se lo hubiera contado, Carl! Debí comprender que le iba a perjudicar.
—No, no es eso… Pero creo que debo irme a casa —añadí.
—Déjeme avisar a Bill. Él le llevará en el coche.
—No, prefiero que no lo haga —dije—. Prefiero pasear un poco.
Quiso convencerme de lo contrario, pareciendo como si de un momento a otro fuera a romper a llorar. Pero finalmente me acompañó hasta la cancela y yo me marché.
Encaminé mis pasos hacia la casa, la de los Winroy. Me escocían los ojos tras las lentillas de contacto, y el día ya no me parecía soleado y agradable.
Oí a Ruthie que estaba en la cocina. Nadie más parecía andar por allí. Me acerqué al aparador, eché mano a la botella de whisky y me tomé un buen trago. Dejé la botella otra vez en su sitio y me di media vuelta.
Ruthie me estaba mirando fijamente. Acababa de sacar las manos del agua de fregar los platos e iba a coger un paño de cocina. Pero no llegó a cogerlo. Clavó en mí su mirada y su rostro se retorció como si hubieran retorcido una navaja dentro de ella. Hizo un movimiento de balanceo y adelantó un paso sobre su muleta. A continuación me estrechó con fuerza entre sus brazos.
—Carl…, oh, querido. ¿Qué te pasa…?
—No es nada —respondí—. Sólo unas ligeras molestias de estómago.
Le dirigí una sonrisa y la aparté de mí. Le di un pequeño azote en el muslo y empecé a decir,
de hecho
dije: «¿Dónde está…?» Pero no tuve tiempo de terminar la pregunta, porque oí que Fay subía los escalones de la entrada, con aquellos andares tan característicos de ella. Y cuando llegó a abrir la puerta de la casa, ya estaba yo en el vestíbulo.
Le hice un guiño y sacudí la cabeza hacia un lado.
—Mrs. Winroy, acabo de cogerle prestado un trago de su whisky. He sentido repentinamente una molestia de estómago.
—Ha hecho usted muy bien, Carl. —Ella me devolvió el guiño—. Conque molestias de estómago, ¿eh? Eso le ocurre por comer con polizontes.
—Y que lo diga —me reí—. Gracias por el whisky.
—No se merecen —dijo.
Empecé a subir las escaleras. Al llegar a la mitad, me volví de pronto.
Ya no tuve tiempo de verla, pues estaba entrando en el comedor. Pero me constaba que me había estado mirando, y cuando llegué a mi cuarto supe los motivos.
En la espalda de mi chaqueta llevaba marcadas las blancas huellas palmares de jabón que me habían dejado las manos de Ruthie.
Fay era una comedianta. El Jefe había tenido razón respecto a eso. Yo no me había percatado de ello hasta ahora, pero ella pudo haber estado fingiendo todo el tiempo. Era una buena comedianta, lo aseguro. A pesar de que transcurrió toda una semana desde que ella viera aquellas huellas palmares en mi espalda, de no haber sabido yo que ella las había visto, jamás me hubiera dado cuenta de que algo iba mal.
Fay entró en mi cuarto aquella noche, la del domingo, y estuvimos pegándole al gong casi toda una hora; pero ella no soltaría prenda. Volvimos a estar juntos —y quiero decir
juntos
— el miércoles, y siguió sin dar muestras de saberlo. Nunca hizo ni dijo nada que revelara que estaba muy resentida.
Se mantenía a la espera. Antes de hacer el movimiento definitivo, había propuesto dejarlo correr y convencerme de que ella no había visto nada.
Esperó una semana completa, hasta la noche del domingo siguiente, y entonces…
Qué semana.
Y yo que creía que el colegio no podía ser peor de lo que había sido aquel viernes; pero lo fue. Tal vez pareciera peor porque había otras muchas cosas y quedaba mucho menos de mí.
El telegrama de que me había hablado Mrs. Summers. Este incidente con Fay. Ruthie. Kendall. Jake…
Jake estaba en casa prácticamente durante todas las comidas. Un par de mañanas desayunó incluso con Kendall y conmigo. Continuaba pegándole generosamente a la botella, pero sin dar la sensación de estar borracho.
Él parecía estar cada día más fuerte, mientras que a mí me pasaba lo contrario. Cada día que pasaba quedaba un poco menos de mí.
Dije que le pegaba demasiado a la botella, pero él ni siguiera repararía en mí. Antes de irme al colegio cada mañana tenía que acompañar mi desayuno de unos cuantos tragos. Y por la tarde tenía que beber más antes de empezar mi trabajo, y por la noche…
El jueves por la noche me llevé una botella a mi habitación y cogí media trompa. Me daban ganas de seguir bebiendo, despertar a Kendall y decirle que estaba demasiado enfermo para continuar. Le diría que estaba dispuesto a aceptar su oferta de irme al Canadá en su coche. Yo sabía que él pondría algunas objeciones, pero no muchas, porque cuando un tipo llega tan lejos no tiene sentido pretender disuadirle. De manera que me dejaría hacerlo y yo me iría, y al cabo de unos días aparecería por allí algún hombre del Jefe y…
Pero yo no podía emborracharme hasta aquel extremo. Habría resultado demasiado fácil, y todavía me quedaban algunas esperanzas.
Era mejor que continuase aguardando, con esperanzas, perdiendo todavía más de lo poco que me quedaba.
Parecía imposible que hubiera resbalado tanto, que en tan corto espacio de tiempo hubiera cometido tantos errores. Creo que anduve mucho tiempo caminando al borde de un acantilado y bastaría con una ligera brisa para comenzar a deslizarme.
El resbalar era casi un alivio.
Bien…
Transcurrió la semana. Llegó el domingo y sentía ciertas ganas de ir a la iglesia para ver otra vez a Mrs. Summers, pero no me atrevía a hacerlo. Llegué a pensar
por qué
a ella —por qué deseaba complacerla y alegrar su cara—, y lo único que saqué en limpio de aquello fue si yo podía estar tratando de obtener algo de ella igual que había hecho con Mrs. Fields.
Casi todo aquel día lo pasé en la fábrica; pero no cumpliendo mi turno de trabajo, sino pasando el día. De hecho, estuve más tiempo que Kendall, que ya es decir.
Finalmente, dieron las once y no había hecho más que haraganear durante un par de horas. Así, cuando él sugirió que lo dejara, no me quedaban más excusas para seguir allí.
Tomé una ducha y me cambié de ropa. Nos fuimos a casa juntos. Me dijo que lo estaba haciendo muy bien.
—Mr. Bigelow, he podido entregar un informe favorable de usted —dijo.
—Estupendo —añadí.
—¿Van satisfactoriamente sus estudios? ¿Puedo ayudarle en algo? Después de todo, no debemos perder de vista que su trabajo no es más que el medio para un fin. Si se interfiere en sus estudios, que es la razón de que esté usted aquí, bueno…
Nos dimos las buenas noches y nos fuimos a acostar.
Al cabo de un par de horas me despertó Fay al deslizarse dentro de mi cama.
Se había despojado del camisón de noche y acurrucado junto a mí, cálida, suave, perfumada.
Un tenue rayo de luna se colaba por entre las sombras de la ventana e incidía en los almohadones, permitiéndome verle los ojos. Y aquellos ojos no me decían nada, como debían haber hecho. Y como no me decían nada, me dijeron mucho.
Sabía que ella estaba lista para saltar. —Carl —me anunció—. Hay algo que quiero decirte.
—¿Y bien?
—Se trata de Jake. Quiere…, quiere regresar a la cárcel hasta después del juicio.
Se me hizo un nudo como un puño en el estómago. Luego me reí levemente y dije: —Estás bromeando.
Ella rodó la cabeza sobre la almohada.
—Es cierto, querido, si es que él no me miente. ¿Tan… malo es eso?
—Sí —dije—. ¡Es malo!
—No quiero decir que se vaya a ir ahora mismo, querido. Esta noche es la primera vez que lo ha mencionado, y, por la fobia que tiene a la cárcel, probablemente tardará una semana en decidirse…
—Pero… —dije—, ¿por qué hace eso?
—Pues no lo sé, querido.
—Tú me dijiste que no podía soportar la cárcel. Me dijiste que no volvería más a ella. Él sabía que eso no iba a cambiar ni una maldita cosa.
—Querido, eso también me lo dijiste tú a mí. ¿Te acuerdas? —Se retorció perezosamente contra las sábanas—. Ráscame la espalda, nene, ¿quieres? Ya sabes, hacia aquí abajo.
Yo no le rasqué. Si en esos momentos le hubiera agarrado la piel, se la habría arrancado.
—Fay —le dije—. Mírame.
—¿Humm? —Ladeó la cabeza y me miró—. ¿Así, Carl?
—Jake ha ido recobrando los nervios. Está mucho mejor que cuando llegué yo aquí. ¿A qué viene esa idea repentina de volver a la cárcel?
—Ya te lo he dicho, querido. No lo sé. No tiene sentido.
—¿Crees que habla en serio?
—Estoy completamente segura de ello. Cuando se le mete una idea en la cabeza, igual que le ocurrió contigo, ya sabes, no hay quien se la quite.
—Comprendo —dije.
—Carl, ¿no sería mejor que lo hiciéramos ahora? Matémosle ya y acabemos de una vez. Cuanto antes lo hagamos, antes podremos estar juntos. Sé que tú preferirías seguir así el mayor tiempo posible, pero…
—¿Por qué? —dije—. ¿Por qué crees eso?
—Ya sabes que es verdad, ¿no? Tú no lo estás pasando nada mal. Tú y tu querida y dulce… pécora…
—¿De qué diablos estás hablando? —pregunté.
—No importa. El caso es que yo no voy a seguir así más tiempo. Aunque tú lo quieras.
De cualquier modo, yo sabía que ella no se iba a descolgar con lo que la estaba devorando por dentro. Eso no iba a generar más que pendencias entre los dos, y las cosas ya estaban bastante deterioradas de por sí.
—Te diré por qué prefiero esperar —anuncié—. Me dijeron que esperase. Y el tipo que me lo dijo no lo hacía para ejercitar sus pulmones.
—Yo no veo… —Sus ojos se agitaban nerviosos—. Yo no veo qué diferencia puede haber si…
—Ya te lo he dicho. Te lo he dicho bien claro.
—¡Pues yo no creo que haya diferencia! Me da lo mismo quien lo diga. Ahora podemos hacerlo igualmente.
—Está bien. No hay ninguna diferencia —dije—. Si tú lo dices, se acabó la discusión.
Me miró hoscamente. Alargué el brazo por encima de ella hasta la repisa de los libros y encendí un cigarrillo. Tuve la cerilla ardiendo hasta que la llama me llegó casi a la punta de los dedos. Luego se la dejé caer descaradamente entre los senos.
—¡Uf! —Ahogó un grito instintivo, sacudiéndose la cerilla—. ¡Tú…! —susurró—. ¿Por qué has hecho…?
—Así es como se siente el ácido —dije—. Esto es sólo un poco. Me imagino que ellos empezarían ahí y seguirían para arriba.
—Pero yo no he…
—Tú estás embarcada conmigo. Lo que reciba yo lo recibirás tú. Sólo que contigo sería mucho más interesante trabajar.
Era un error meterle este tipo de miedo. No debí obligarla a creer que no arriesgaba nada haciendo una traición. Bueno, ¿comprenden ustedes?, la verdad es que ya la estaba preparando. Y si yo no lograba hacerle ver lo que le costaría…
—¿Estás segura de ello? —dije—. Fay, ¿no le habrás entendido mal? De ser así, valdría más que me lo dijeras.
—Yo… —dudó—. Bueno, tal vez yo…
—No me mientas. Si es así, debo saberlo.
Su cabeza se movió con poca convicción.
—Es… es así.
—Comprendo —dije.
—¡Hablaré… con él, Carl! Haré que me escuche. Procuraré que cambie de opinión.
—Primero le convences —dije—. Luego tratas de disuadirle para que no lo haga. Ajá. ¿Tan fantástica eres?
—Pero…, ¿qué te hace pensar que yo…?
—No me tomes el pelo —dije—. ¿De qué otra forma pudo ser si no? Jake es un buen chico. De ahí que le concedan en chirona muchos privilegios, ¿no? Él estará allí seguro, no le faltará nada de nada y tú podrás ir a verle cuando quieras. ¿Estoy en lo cierto?
Se mordió el labio.
—Qui… quizá él no hable en serio, Carl. Quizá sepa que yo no intenté…
—Quizá —asentí—. Quizá un par de veces. Pero, como tú has dicho, la idea es de él, y no abdica de sus ideas.
—Pero, y si… ¡Oh, Carl, querido! ¿Qué harán ellos…?
—Nada —dije, y volví a echarme y cogerla entre mis brazos—. Tiraré por el camino más corto. Deberíamos haber esperado, pero como no podemos…
—¿Estás seguro de que saldrá bien? ¿Estás seguro, Carl?
—Lo estoy —mentí—. Yo lo arreglaré. Después de todo, nada de extraño tiene que la idea partiera de Jake. Ellos no sabrán que no fue así.
Ella suspiró y se relajó un poco. Yo seguí tranquilizándola, diciéndole que todo iría bien, y al cabo de un rato me desembaracé de ella y regresó a su habitación.
Descorché la botella que tenía y me senté a beber en el borde de la cama. Ya estaba empezando a rayar el día cuando me quedé dormido.
…Llamé por teléfono al Jefe desde el reservado de un bar pequeño y silencioso que encontré. Contestó en seguida y lo primero que hizo fue preguntarme desde dónde le llamaba. Cuando se lo dije respondió que eso era estupendo, espléndido. Y lo
era
, maldita sea; era lo mejor que yo podía hacer. Hay tantos borrachos que llaman desde los bares, que nadie presta atención a las llamadas.
Pero yo sabía que a él no le parecía tan estupendo. No quería ni que le llamara.
Me dijo que me llamaría él. Colgué y me tomé un par de copas mientras él me llamaba desde otro teléfono.
—Está bien, Charlie —sonó nuevamente su voz por el hilo—. ¿Qué te ronda por la cabeza?
—Nuestra…, esa mercancía —dije—. Parece ser que desaparece del mercado. Tendremos que actuar rápido para obtenerla.
—No te entiendo —dijo—. Será mejor que hables claro. Apenas puedo creer que nuestra conversación pueda ser completamente camuflada y comprensible al mismo tiempo.
—De acuerdo —dije—. Jake está hablando de volver a la cárcel hasta que termine el juicio. No estoy seguro de que hable en serio, pero he pensado que sería mejor no correr riesgos.
—Entonces prefieres hacerlo ahora. Pronto.
—Bueno —dudé—, no podría hacerlo cuando estuviera en la cárcel.
—Eso no es lo que habíamos acordado, Charlie.
—Lo sé —dije—, pero…
—Acabas de decir que está hablando de volver a la cárcel. ¿A quién se lo ha dicho?