Pero si el gato resiste valientemente desde el primer momento del encuentro, existe una gran posibilidad de derrotar al animal más grande, simplemente porque, al atacarlo, el gato no proporciona ninguna de las acostumbradas «señales de presa». Con las aguzadas uñas del gato amenazando su sensible hocico, es mucho más probable que el gato inicie una digna retirada, y deje a aquella furia silbante dedicada a sus propios asuntos. Por lo tanto, en lo que a los perros se refiere, cuanto más intrépido sea el gato, más seguro le resultará.
Parece más que probable que el parecido entre el silbido de la serpiente y el bufido que produce un gato no sea casual. Se ha alegado que el bufido del felino es un caso de mímica protectora. En otras palabras, el gato imita a la serpiente para dar la impresión de que es muy venenoso y de mucho cuidado.
La cualidad del bufido es ciertamente muy similar. Un gato amenazado, enfrentado con un perro o con cualquier otro depredador, produce un sonido que es casi idéntico al de una enfurecida serpiente en una situación semejante. Los depredadores tienen gran respeto a las serpientes venenosas, por buenas razones, y a menudo hacen una pausa lo suficientemente larga para que la serpiente pueda escapar. Este titubeo es, por lo general, el resultado de una reacción innata. El atacante no tiene que aprender a evitar las serpientes. El aprenderlo no le sería de gran utilidad en un contexto semejante, puesto que la primera lección sería la última. Si un gato acorralado es capaz de alarmar a un atacante desencadenando en él ese miedo instintivo a las serpientes, resulta obvio que constituye una ventaja, y ésta es, probablemente, la auténtica explicación de la manera en que ha evolucionado el bufido del gato.
Apoya esta idea el hecho de que, a menudo, los gatos añaden el babear a su bufido. Escupir es otra forma de cómo reaccionan las serpientes amenazadas. Asimismo se ha sugerido que el aplastamiento de las orejas a la cabeza y el abrir las mandíbulas, cuando bufa a un atacante, consigue que su cabeza parezca mucho más serpentiforme. A veces, el gato acorralado mueve o azota su cola de una manera especial, reminiscencia de los movimientos de una serpiente que está a punto de atacar o de huir. Finalmente, se ha señalado que, cuando un gato atigrado (con marcas similares a las del tipo salvaje, o gato ancestral) yace dormido, muy acurrucado sobre el tocón de un árbol o sobre una roca, su coloración y su forma redondeada le hacen extrañamente parecido a una serpiente enroscada. Ya en el siglo XIX se sugirió que la pauta de las marcas en un gato atigrado no son un capricho, sino complemente un enmascaramiento, es decir, son imitaciones de las marcas de camuflaje de una serpiente. Un animal de presa, como el águila, al ver a un gato dormido, como resultado de su parecido se lo piensa dos veces antes de atacar.
La escena resulta familiar a la mayoría de los dueños de gatos. A través de la ventana ven cómo el gato persigue a un pájaro acercándose con sigilo: la cabeza baja, el cuerpo pegado al suelo. Este cauteloso intento de agazaparse para pasar lo más inadvertido posible se ve truncado de repente, y de forma dramática, por la cola del animal, que empieza a ondular incontrolada, adelante y atrás azotando el aire.
Movimiento que diríase es como una bandera ondeando hacia el pájaro para prevenirle del peligro que se le aproxima. La presunta víctima emprende el vuelo inmediatamente y se aleja, dejando al felino cazador frustrado, que alza la mirada hacia el cielo.
El dueño, testigo de la escena, queda intrigado por la ineficacia de su gato. ¿Por qué la cola traiciona al resto del cuerpo de esta manera tan desastrosa? Seguro que, los antepasados salvajes del gato doméstico no habrían sobrevivido de haber tenido tan serio fallo en su técnica de caza. Sabemos que esa ostentosa manera de menear la cola es una señal social que indica un conflicto agudo. Resulta útil cuando la emplea un gato con otro, y constituye una parte importante del lenguaje corporal del felino. Pero cuando se traslada a un contexto de caza, donde los únicos ojos que localizan la señal son los de la presunta presa, es la ruina de toda la empresa. ¿Por qué no se ha suprimido en unos casos así?
Para encontrar la respuesta debemos observar la secuencia venatoria normal del gato. Ésta no tiene lugar en un prado abierto, y los dueños la conocen poco porque implica que el gato pase buena cantidad de tiempo al acecho y escondido. Si los dueños aparecen en una cacería ya empezada, automáticamente el gato la interrumpe y no habrá nada más que observar. La perturbada presa escapa y el gato abandona el asunto. Por lo tanto, para un observador fortuito toda la secuencia no es fácil de estudiar.
Requiere una observación más sistemática y secreta.
Cuando se quiere llevar a cabo, emergen a la luz los puntos siguientes:
En primer lugar, el gato hace todo lo posible para mantenerse a cubierto. Pasa mucho tiempo echado y medio escondido entre la maleza, a menudo con sólo sus ojos y parte de la cara visibles. Por lo general, la cola queda fuera de la vista. En segundo lugar, nunca intenta saltar sobre una presa hasta que está muy cerca de ella. No se dedica a perseguirla. Puede realizar algunas carreras persecutorias, precipitándose hacia delante en su postura aplastada, pero luego se detiene y aguarda de nuevo antes de saltar. En tercer lugar, sus presas normales son los roedores y no los pájaros. Un estudio cuidadoso sobre los gatos salvajes, llevado a cabo en Estados Unidos, reveló que los pájaros sólo contaban en su dieta habitual en un cuatro por ciento.
La excelente vista de las aves y su habilidad para volar en línea recta para escapar, les hace unos blancos desaconsejables para los gatos domésticos.
Todos estos puntos explican el dilema del gato suburbano que caza un pájaro en la hierba de un jardín. Para empezar, el césped bien cuidado roba al gato toda su cobertura natural, exponiendo su cuerpo la vista. Esto es doblemente perturbador para sus posibilidades. Le imposibilita arrastrarse hasta lo más cerca posible para dar su típico salto sin llegar a ser visto. Esto desencadena un conflicto entre el deseo de permanecer inmóvil y agazapado, por una parte, y el deseo de precipitarse hacia delante y atacar, por otra. El conflicto hace que su cola comience a moverse furiosamente, y la misma falta de cobertura que creó el conflicto es la que expone los vigorosos movimientos de la cola a la asustada visión de la presunta presa.
Si el intento de cazar un pájaro en la hierba se ve tan fatalmente abocado al fracaso, ¿por qué el gato lo sigue intentando? La respuesta es que todo gato posee un ansia poderosa de salir de caza a intervalos regulares, pero esa urgencia se ve seriamente disminuida por los avances del control raticida por parte del hombre. En pueblos y ciudades, y aun suburbios, la población de roedores que solía invadir las casas y otras instalaciones se ha visto diezmada por las técnicas modernas. Las aves de jardín pueden ser también una plaga, pero su atractivo a los ojos humanos les ha protegido de una carnicería similar. Como resultado de todo esto, el gato especializado en la caza de roedores se encuentra en la actualidad, y de un modo no natural, libre de ese deber de perseguir ratones y en un medio ambiente en el que abundan los pájaros. En estas condiciones no puede utilizar sus habilidades naturales para la caza. Es este estado de cosas el que le lleva a agazaparse desesperanzado en, los prados abiertos, mirando con ansiedad a los esquivos pajarillos. Por lo tanto, cuando mueve la cola a su presa en esas ocasiones, no se trata de que el gato sea un cazador estúpido, sino que somos nosotros, sin quererlo, los que hemos forzado a un inteligente cazador a intentar una tarea casi imposible.
No creo que todos los dueños de gatos hayan observado este curioso acontecimiento, pero es tan extraño, que «visto una vez jamás se olvida». Si el gato, sentado en el alféizar de la ventana, localiza un pajarillo dando llamativos saltos, y se queda mirándole fijamente. Al hacerlo, comienzan a castañetearle los dientes con un movimiento de la mandíbula, que ha sido diversamente descrito como «tartamudeo con castañeteo de dientes», «reacción tetánica» y «frustrado castañeteo de las fauces del gato en forma de "staccato" mecánico». ¿Qué significa todo esto?
Se trata de lo que se conoce como «actividad vacía». El gato lleva a cabo su especial mordisco mortal, como si el desgraciado pájaro estuviese ya atrapado en sus fauces.
Una observación atenta de la forma en que el gato mata a sus presas ha revelado que existe un movimiento peculiar de las mandíbulas, el que se emplea para conseguir la muerte casi instantánea. Esto es algo importante para un depredador felino, porque incluso la más tímida de las presas puede escaparse una vez se ha saltado sobre ella, y resulta vital para el gato reducir en lo posible cualquier riesgo de lastimarse con el afilado pico de un ave o con los poderosos dientes de un roedor. Por lo tanto, no hay tiempo que perder. Tras el salto inicial, en que la presa queda sujeta por las fuertes garras delanteras del cazador, el gato baja sus largos dientes caninos, apuntando a la nuca. Con un rápido movimiento de la mandíbula, inserta los caninos en el pescuezo, deslizándolos entre las vértebras para cortar la espina dorsal. Este mordisco mortal paraliza inmediatamente a la presa. Una derivación de este movimiento especial es lo que el gato frustrado, mirando por la ventana, lleva a cabo, incapaz de controlarse ante la tentadora visión del jugoso pajarillo que está afuera.
Digamos de pasada que al mordisco fatal le guía la muesca de los rasgos corporales de la presa, una muesca en el lugar en que el cuerpo se une a la cabeza, que existe tanto en los pajarillos como en los pequeños roedores.
Algunas presas han desarrollado una táctica defensiva encogiendo el cuerpo para ocultar esta muesca y consiguiendo que el gato yerre en su puntería. Si el truco funciona, el gato tal vez muerda a su víctima en una zona en que no produzca la muerte, y en no raras ocasiones la presa herida podrá escaparse a lugar seguro, si el gato la afloja momentáneamente, imaginando que ya ha asestado su golpe letal.
Cuando un gato se prepara para saltar sobre su presa, suele mover la cabeza rítmicamente de un lado a otro. Se trata de un mecanismo empleado por numerosos depredadores provistos de visión binocular. La oscilación de la cabeza constituye un método para comprobar la distancia exacta en que está localiza la presa. Si se mueve la cabeza de un lado a otro se comprueba que, cuanto más cerca se encuentra un objeto, más se desplaza gracias a los movimientos laterales. El gato lo hace para refinar más su valoración, porque, cuando dé el salto, debe ser de la mayor exactitud o acabará en un fracaso.
A muchos dueños les horroriza encontrar a sus gatos de compañía torturando, aparentemente, a un ratón o a un pajarillo. El cazador, en vez de propinar el mordisco mortífero en el que es tan hábil, se permite el juego cruel de golpear, soltar, atrapar y dejar ir a la aterrada víctima, la cual, como resultado del mismo, puede morir de la impresión antes de que se le aseste el golpe de gracia. ¿Por qué hace esto el gato, cuando es una máquina de matar tan eficiente?
En principio, no es la Conducta propia del gato salvaje. Es el acto de un animal doméstico bien alimentado, al que le han ahorrado el trabajo de la caza como consecuencia del medio ambiente «higiénico» en que vive: unos limpios suburbios, pueblos bien cuidados, donde hace tiempo que la infestación de roedores está regulada por los tratamientos de raticidas y las campañas de desratización. Para un gato así, atrapar ocasionalmente a un ratón de campo, o a un pajarillo, constituye un gran acontecimiento. No se atreve a terminar la caza y la prolonga tanto como le sea posible hasta que la presa muere. El impulso de cazar es independiente del impulso del hambre, como sabe todo dueño de un gato, cuyo animalito ha salido tras un pájaro en la hierba, inmediatamente después de llenarse la barriga con comida en lata. Del mismo modo que el hambre aumenta cuando se carece de comida, así la necesidad de cazar aumenta cuando no se tiene acceso a la presa.
Simplemente, el gato doméstico reacciona más de lo debido y como resultado la presa sufre una muerte lenta.