Cuando se enteraron del motivo, era tal la fuerza de la superstición del gato que, negándose a conducir, para no atraer la mala suerte sobre ellos mismos, se sentaron en el coche y aguardaron a que el gato volviera a presentarse.
Aunque esas supersticiones aún sobreviven, el gato es una vez más el animal querido de la casa que ya era en el antiguo Egipto. Tal vez no sea sagrado, pero sí es grandemente reverenciado. La cruel persecución de la Iglesia duró hasta que el pueblo la rechazó y, durante el siglo XIX, se inició una nueva fase de promoción del gato en forma de concursos competitivos de felinos y en la crianza de gatos de pedigrí.
Como ya he mencionado, el gato no se cría en formas diferentes para distintas tareas, como el perro, pero sí hay cierto número de cambios locales con variantes en el color, en las pautas y en la longitud del pelaje, surgidas, casi accidentalmente, en diferentes países. Los viajeros del siglo XIX comenzaron a coleccionar gatos de extraño aspecto que encontraban en el extranjero para traérselos de vuelta a la Inglaterra victoriana. Luego realizaron una crianza cuidadosa para intensificar sus especiales características.
Los concursos de gatos se hicieron enormemente populares, y durante los últimos ciento cincuenta años se han estandarizado y registrado más de cien diferentes razas de pedigrí tanto en Europa como en Norteamérica.
Todas esas razas modernas, al parecer, pertenecen a una única especie, el Felis sylvestris, el gato montés, capaces de cruzarse entre sí, tanto unas con otras como con todas las razas salvajes. En el mismo momento de la domesticación de los felinos, los egipcios comenzaron a domesticar la raza norteafricana del Felis sylvestris. Hasta hace muy poco se creía que se trataba de una especie distinta y se la denominó Felis lybica. Pero ahora se sabe que no existe más que una raza, llamada Felis sylvestris lybica. Es menor y más esbelta que la raza europea del gato montés y, al parecer, fue bastante fácil de domesticar. Cuando los romanos conquistaron Europa, llevaron consigo sus gatos domésticos y algunos se aparearon con las razas norteñas del gato montés y tuvieron unas crías más pesadas y robustas. Los gatos modernos de hoy lo reflejan: algunos son grandes y fuertes, como muchos de los gatos atigrados, mientras que otros son más alargados y angulosos, como las distintas razas de siameses. Es probable que esos animales siameses y las otras razas más esbeltas se hallen más próximos al original egipcio, y sus antepasados domésticos se hayan dispersado por todo el mundo sin tener ningún contacto con los de forma más pesada del norte, los gatos monteses.
Aunque las opiniones difieren, en la actualidad parece poco probable que cualquier otra especie de gato salvaje se halle implicada en la historia del moderno gato doméstico.
Sabemos que un segundo gato, aunque mayor, el Felis chaus, el gato de la jungla, era popular entre los antiguos egipcios, pero quedó muy pronto apartado de la competición.
Sin embargo, podemos estar seguros que, originariamente, fue un serio competidor para la domesticación, porque el examen de los gatos momificados ha revelado que algunos de ellos poseían el cráneo mucho mayor gato de la jungla. Pero, aunque éste es uno de los más pacíficos en cautividad, es muy grande en comparación con el más pesado de los animales domésticos actuales y, por lo tanto, resulta improbable que desempeñase algún papel en la historia posterior de la domesticación.
Éste no es el lugar para dar detalles de las modernas razas de gatos, sino sólo una breve historia de su introducción para ayudar a tener una idea de la forma en que han llegado a establecerse los modernos gatos de «fantasía».
Las razas más antiguas son los diferentes gatos de pelo corto, descendientes de los animales que los romanos extendieron por toda Europa. Existe una amplia brecha hasta el siglo XVI, cuando unos barcos procedentes de Oriente llegaron a la isla de Man portadores de un extraño gato sin cola: el famoso Manx. Dada su apariencia por completo mutilada, esta raza nunca se ha hecho popular, aunque sigue teniendo sus partidarios. Más o menos por la misma época, se trajo a Europa el primero de los gatos de pelo largo, el bello angora, desde su lugar de origen, Turquía. A mediados del siglo XIX, se vio eclipsado por el persa, procedente de Asia Menor, mucho más espectacular, con su pelaje recio y exuberante.
Luego, a fines del siglo XIX, en completo contraste, llegó del Extremo Oriente el alargado y anguloso siamés. Con su personalidad única —mucho menos extrovertido que los demás gatos—, atrajo a un diferente tipo de propietario.
Como el persa era el perfecto sustituto infantil, redondo y peludo, con una cara plana y aniñada, el siamés constituía un compañero mucho más activo.
Aproximadamente por la misma época en que hizo su aparición el siamés, se importó de Rusia el elegante ruso azul, y el leonado y de aspecto salvaje abisinio de lo que en la actualidad es Etiopía.
En nuestro siglo, el oscuro birmano fue llevado a Estados Unidos en los años treinta, y de allí llegó a Europa. En la década de los sesenta aparecieron variedades desacostumbradas como súbitas mutaciones: el pintoresco esfinge, un gato desnudo de Canadá; el rizado y peludo devon rex y cornualles y el aplastado y espigado gato acordeón de Escocia. En los años setenta se importó a Estados Unidos el gato rabicorto japonés, con su curioso y pequeño trasero, que le hace parecer un gato semimanx; el rizoso gato de «pelos de alambre» se desarrolló en Estados Unidos a través de una mutación, y el diminuto gato de «tubo de desagüe» (así llamado porque los desagües son un buen lugar para esconderse en Singapur, donde tanto se desprecia a los gatos) apareció en la escena norteamericana, gozando del exótico nombre de singapura.
Finalmente se encuentra el extraordinario ragdoll o muñeca de trapo, con el temperamento más extraño de todos los felinos. Si se le coge se queda lacio como una muñeca de trapo. Es tan plácido que da la impresión de encontrarse permanentemente drogado. Nada parece inquietarle. Más parece un gato «hippy» que un gato de tejado, lo único exacto es decir que esta raza procede de California.
Esta lista no es en absoluto exhaustiva, pero da una idea del abanico disponible de gatos para un entusiasta del pedigrí. Con la mayoría de las razas que he mencionado existe un abanico completo de variedades y de tipos de color, que incrementan dramáticamente la lista de categorías de concurso. Cada vez que aparece un nuevo tipo de gato, se arma una buena gresca no por parte de los felinos luchadores, sino de las escaramuzas que entablan los superentusiastas criadores de la nueva línea y las injustamente aristocráticas autoridades que gobiernan las más importantes exposiciones de gatos. La raza más reciente inmersa en la controversia es el ya mencionado ragdoll o muñeca de trapo: ideal para los inválidos, afirman sus defensores; demasiado fácil de lastimar, contraatacan sus detractores.
Como colofón a todas estas complicaciones, existe un considerable desacuerdo entre las diferentes autoridades de los concursos, con el «Governing Council of the Cat Fancy», en Gran Bretaña, reconociendo diferentes razas de la «Cat Fanciers' Association», de Estados Unidos. Las dos organizaciones, a veces, adjudican de forma confusa nombres diferentes a la misma raza. No obstante, nada de esto causa demasiado daño. Simplemente, tiene el efecto de añadir la excitación de acaloradas discusiones y debates, mientras que los gatos de pedigrí en sí se benefician de todo el interés que se toman con ellos.
La seriedad con que son tratadas las exhibiciones competitivas de gatos, también ayuda a elevar el status de todos los felinos, por lo que el minino ordinario también se beneficia de todo ello. Y continúan siendo la inmensa mayoría de los gatos domésticos modernos porque, para la mayoría de las personas, como Gertrude Stein, podía haber dicho, un gato es un gato. Las diferencias, por fascinadoras que lleguen a ser, son muy superficiales. Cada uno de los gatos lleva consigo una antigua herencia de asombrosas capacidades sensoriales, maravillosas modulaciones de sonidos y lenguaje corporal, hábiles cazadores, elaboradas demostraciones territoriales y de rango, una conducta sexual extrañamente compleja y unos sacrificados cuidados paternales. Por lo tanto, es un animal lleno de sorpresas, como veremos en las páginas que siguen.
La respuesta parece bastante obvia. Un gato que ronronea es un gato contento. Esto debería ser verdad, pero no lo es. Repetidas observaciones revelan que los gatos aquejados de un dolor, heridos, de parto o incluso moribundos, ronronean a menudo en voz alta y durante mucho tiempo. Difícilmente cabe considerar contentos a estos gatos; naturalmente, es cierto que los gatos felices también ronronean, pero el encontrarse a gusto no es la única condición para ronronear. Una explicación más precisa, que se adecua a todos los casos, es que el ronroneo indica un estado de ánimo social amistoso: por parte de un gato herido por ejemplo, puede considerarse como señal para un veterinario de que necesita ayuda, o una señal a su dueño, dándole las gracias por su amistad.
El ronroneo aparece por primera vez cuando los gatitos tienen sólo una semana de vida y se produce antes cuando los amamanta su madre. Actúa entonces como señal de que todo va bien y que el alimento tomado está llegando satisfactoriamente a su destino. La gata está allí, escuchando los ronroneos de agradecimiento, y sabe sin tener que mirar que nada ha sido olvidado. Ella, a su vez, ronronea a sus mininos mientras se alimentan, dándoles a entender que ella también goza de un estado de ánimo relajado y complaciente. El ronroneo entre gatos adultos (y entre gatos adultos y los humanos) es ciertamente secundario: se deriva de este primer contexto padres-crías.
Una distinción importante entre los pequeños felinos, como nuestra especie doméstica, y los grandes felinos, como los leones y los tigres, consiste en que éstos propiamente no ronronean. El tigre te saluda amistosamente con «un ronroneo de una sola vía» —una especie de farfulleo—, pero no existe el ronroneo de dos vías del gato doméstico, que realiza su zumbido no sólo al expeler el aire (como el tigre), sino también al impeler. Sin embargo, el ritmo de la exhalación/inhalación del ronroneo del gato se lleva a cabo con la boca firmemente cerrada (incluso agarrando el pezón), y puede continuar sin el menor esfuerzo durante horas si las condiciones son adecuadas. A este respecto, los pequeños felinos superan a sus parientes gigantes, pero los grandes tienen otro rasgo que lo compensa: rugen, lo cual es algo que los gatos nunca hacen.
Porque el hombre, el ser humano, cumple el papel de «gata madre». Los gatitos son repetidamente lamidos por su madre durante sus primeros días y la acción de la caricia humana produce la misma sensación sobre el pelaje que los lametones felinos. Para los gatitos, la madre gata es la que les alimenta, les limpia y les protege. Puesto que el hombre sigue haciendo esto con sus animales de compañía mucho después de que hayan quedado atrás los días de crianza, los animales domesticados nunca crecen del todo. Pueden llegar a desarrollarse por completo y ser maduros sexualmente, pero en sus mentes siempre serán unos gatitos con relación a sus amos.
Por esta razón, los gatos —incluso los ya muy viejos— siguen pidiendo atención maternal a sus propietarios, arrimándose a ellos y alzando la mirada durante mucho tiempo, aguardando a que la mano seudomaternal comience a actuar, como si se tratase de nuevo de una lengua gigante, alisándoles y suavizándoles el pelo. Un hecho corporal muy característico que llevan a cabo cuando les acarician, mientras saludan a sus «madres», es la rígida erección de su cola. Esto es algo típico de los gatitos al recibir la atención de sus madres auténticas, y es asimismo una invitación para que les examine sus regiones anales.
La respuesta habitual es que el animal se afila las uñas.
Esto es verdad, pero no de la manera que la mayoría de personas se imagina. Les parece que afilan los puntos mellados, a la manera como nosotros afilamos los cuchillos desafilados. Lo que realmente ocurre es que se arrancan las vainas viejas y gastadas de las uñas, revelando unas brillantes uñas nuevas por debajo. Es algo que se parece más a como la serpiente muda de piel que a afilar un cuchillo de cocina. A veces, cuando la gente pasa la mano por el lugar en que el gato ha estado arañando el mueble, encuentra lo que cree una uña arrancada, y teme que el animal, accidentalmente, las haya metido en las fibras fuertes del tejido y se haya lastimado. Pero «la uña arrancada» no es otra cosa que la vieja capa exterior, preparada para que la eliminen.