Naturalmente, el enterrar las heces no elimina por completo la señal de olor, pero la reduce sobremanera. De esta forma, el gato puede continuar anunciando su presencia a través de sus olores, pero no con tanta intensidad que llegue a suponer una seria amenaza.
La respuesta obvia es para mantenerse limpio, pero en esto hay mucho más que el simple acicalamiento. Además de quitarse el polvo y la suciedad, o los restos de la última comida, los repetidos lametones del pelaje ayudan a suavizarlo, para que actúe como una capa aisladora más eficiente. Un pelo erizado es un aislante muy pobre, lo cual puede constituir un serio riesgo para un gato en tiempo muy frío.
Pero el frío no es el único problema. Los gatos se acaloran con facilidad en la época veraniega y el humedecimiento del pelaje se incrementa por una razón especial. Los gatos no tienen glándulas sudoríparas por todo el cuerpo como nosotros, por lo que no pueden sudar como método rápido de enfriamiento. El jadear ayuda, pero no es suficiente. La solución consiste en lamerse repetidamente el pelo y depositar en el mismo tanta saliva como les sea posible. La evaporación de esta saliva obra de la misma manera que la evaporación del sudor en nuestra piel.
Si los gatos han estado expuestos a la luz solar aún incrementan más su acicalamiento. Como cabe imaginar, no se ponen al sol porque quieran estar más calientes, sino porque la acción de la luz solar sobre su pelo les proporciona la vitamina D esencial para su dieta y que adquieren a través de los lametones dados a su pelaje calentado, por el sol.
Los acicalamientos aumentan también cuando los gatos se alteran. A esto se le llama «acicalamiento de desplazamiento» y se cree que actúa para aliviar la tensión de unos violentos encuentros sociales. Cuando nosotros nos hallamos en un estado de nervios, a menudo nos «rascamos la cabeza». Bajo idénticas condiciones, un gato se lame.
Cualquier dueño de gatos que haya sostenido o acunado a su minino ya sabrá lo que hace el animal en cuanto queda libre del contacto humano. Se aleja, se sienta y luego, casi siempre, empieza a limpiarse. Esto ocurre, en parte, porque necesita alisarse su encrespado pelaje, pero también hay otra razón. Al tocar al gato le hemos contagiado nuestro olor y, en cierto modo, hemos enmascarado el suyo propio. El lamerse el pelaje vuelve a equilibrar las cosas, debilitando nuestro olor y reforzando el suyo. Nuestras vidas están dominadas por señales visuales, pero en el mundo del gato los olores y las fragancias son mucho más importantes, y una sobredosis de olor humano en su pelaje perturba y debe ser corregida con rapidez. Además, el lamerse el pelaje que hemos estado toqueteando significa que, en realidad, el gato disfruta «degustándonos» y leyendo las señales que capta del olor de nuestras glándulas sudoríparas. Nosotros no podemos oler la fragancia de nuestras manos, pero un gato sí.
Finalmente, el vigoroso movimiento de tracción del pelaje, que es tan típico en un gato que se está acicalando, desempeña un papel especial en la estimulación de las glándulas de la piel, en la base de cada pelo.
Las secreciones de esas glándulas son vitales para mantener el pelaje impermeable, y la tracción efectuada por la atareada lengua del gato prepara la impermeabilización del pelo como una protección contra la lluvia. Por lo tanto, el acicalarse es mucho más que una limpieza. Cuando un gato se lame el pelaje se está protegiendo, no sólo del polvo y de la enfermedad, sino también del frío y del sobrecalentamiento, de la deficiencia vitamínica, de la tensión social, de los olores extraños y de que no se le empape la piel. No es de extrañar que se autodedique tanto tiempo, en sus horas diarias de acecho.
Pero existe un peligro inherente a dicha insalivación de su pelo. Los gatos que hacen la muda y aquellos que tienen un pelaje largo, rápidamente acumulan muchos pelos en sus conductos alimenticios, y así se les forman unas bolas de pelo que les originan obstrucciones. Por lo general, estas bolas se vomitan de una forma natural sin causar ningún trastorno, pero si son demasiado grandes pueden convertirse en un serio riesgo. Los gatos con predisposición nerviosa, que realizan mucho acicalamiento de desplazamiento, también lo sufren. Para resolver su problema hay que averiguar qué les causa la agitación y hacerle frente. Para los gatos que mudan y los de pelo largo, la única prevención es un acicalado regular por parte del dueño, con peine y cepillo, para eliminar el exceso de pelaje.
El autoacicalamiento empieza cuando el gatito tiene unas tres semanas, pero su pelaje lo atiende la madre desde el mismo instante del nacimiento. El acicalado por parte de otro gato se llama aloacicalamiento, en contraste con el autoacicalamiento, así llamado técnicamente. El aloacicalamiento es común no sólo entre la madre y sus gatitos, sino también entre gatos adultos que han crecido juntos y entre ellos se ha desarrollado un fuerte lazo de amistad. Su función primaria no, consiste en la higiene mutua, sino más bien en la consolidación de la lealtad que existe entre ambos animales. Igualmente, el lamer en una región que le es difícil alcanzar al propio gato también tiene un atractivo único, y los gatos necesitan una atención especial detrás de las orejas. Por eso el rascarles y frotarles detrás de las orejas es una forma popular de contactar los dueños con sus gatos.
El autoacicalamiento sigue, a menudo, un tipo de secuencia, cuando un gato se dedica tranquilamente a «un lavado y cepillado total». La rutina típica se produce como sigue:
1) Lamerse los labios.
2) Lamerse el lateral de una garra hasta que queda húmeda.
3) Frotarse con las garras húmedas la cabeza, incluyendo orejas, ojos, mejillas y mentón.
4) Humedecer la otra garra de la misma manera.
5) Frotar con la garra humedecida un lado de la cabeza.
6) Lamer las patas delanteras y los hombros.
7) Lamer los flancos.
8) Lamer los genitales.
9) Lamer las patas traseras.
10) Lamer la cola desde la base al extremo.
Si en cualquier estadio de este proceso se encuentra algún estorbo —un mechón de pelo enmarañado, por ejemplo—, momentáneamente se suspenden los lametones en favor de un mordisqueo realizado con los dientes. Luego, cuando todo queda despejado, se reanuda la secuencia del acicalamiento. El mordisqueo de pies y garras es particularmente corriente, a fin de quitar el polvo y mejorar el estado de las uñas. Esta complicada limpieza difiere de la que se observa en muchos otros mamíferos. Por ejemplo, las ratas y los ratones emplean las dos garras delanteras para acicalarse la cabeza, mientras que el gato sólo emplea el lateral de la garra y parte del antebrazo. Asimismo, los roedores se sientan sobre sus patas posteriores y se acicalan con ambos pies delanteros al mismo tiempo, mientras que la técnica del felino es emplear cada pata delantera de modo alternativo, descansando el cuerpo en la pata que no usa. Quienes los ven raramente comentan tales diferencias, resaltando simplemente que un animal está atareado autolimpiándose. En realidad, una observación más atenta revela que cada especie sigue una secuencia característica, particular y compleja.
La mayoría de la gente se imagina que si un gato menea la cola es porque está enfadado, pero esto sólo es verdad en parte. La auténtica respuesta es que el gato se encuentra en un estado de conflicto. Quiere hacer dos cosas a la vez, pero cada impulso bloquea al otro. Por ejemplo, si un gato maúlla porque quiere salir de noche, y le abren la puerta y ve que llueve a cántaros, la cola del animal empezará a moverse. Si se precipita hacia la noche y se detiene desafiante por un momento, quedando empapado, su cola se meneará aún más furiosamente. Luego toma una decisión, y o bien vuelve atrás, al confortable abrigo de la casa, o, valientemente, saldrá a patrullar su territorio, a pesar de las condiciones climatológicas. En cuanto resuelve su conflicto, de uno u otro modo, su cola cesa inmediatamente de moverse.
En un caso así es inapropiado describir el estado de ánimo como colérico. La cólera implica un ansia frustrada de atacar, pero el gato anterior a la tormenta no es agresivo.
Lo que se frustra aquí son las ganas de explorar que, a su vez, están frustrando el poderoso deseo felino de mantenerse cómodo y seco. Cuando las dos urgencias se equilibran, el gato no obedece a ninguna de las dos.
Impulsado, a la vez, en dos direcciones diferentes, se queda inmóvil y menea la cola. Cualquiera de las dos opuestas urgencias produciría la misma reacción, y sólo cuando una de las mismas sea el ansia de atacar —frustrada por el miedo o por cualquier otro estado de ánimo en competencia—, podríamos decir que el gato está meneando la cola por encontrarse enfurecido.
Si el meneo de la cola en los gatos representa un estado de conflicto agudo, ¿cómo se origina dicho movimiento?
Para comprenderlo, obsérvese a un gato tratando de buscar el equilibrio en un reborde estrecho. Si nota que va a caer, su cola rápidamente se moverá hacia un lado, actuando como contrapeso. Si se sostiene un gato en el regazo y se le mueve levemente hacia la izquierda y luego hacia la derecha, alternando estos movimientos, puede observarse que su cola se mueve de una manera rítmica de un lado a otro, como a cámara lenta. Así comienza el meneo de la cola cuando su estado de ánimo es conflictivo. Mientras las dos ansias en competencia impulsan al gato en direcciones opuestas, la cola responde como si el cuerpo del animal fuese impulsado primero en una dirección y luego en la otra.
Durante la evolución este azotar de la cola de un lado a otro se convirtió en una útil señal en el lenguaje corporal de los gatos y fue en extremo acelerado en una forma que la hizo más conspicua e instantáneamente reconocible. Hoy es este movimiento mucho más rápido y rítmico que cualquier otro ordinario de balanceo lo que nos hace decir, a primera vista, que el conflicto que el animal se halla experimentando es emocional en vez de puramente físico.
Los gatos macho marcan sus territorios lanzando un chorro potente de orina hacia atrás en rasgos verticales en su medio ambiente. Apuntan a las paredes, arbustos, tocones de árboles, postes de vallas o cualquier mojón de tipo permanente. Les atraen en particular los lugares donde ellos u otros gatos los han rociado en el pasado, añadiendo su propio nuevo olor a todas las marcas de los antiguos que ya se habían depositado allí.
La orina de los machos tiene un olor notablemente fuerte, tanto que hasta las atrofiadas narices humanas pueden detectarlo con mucha claridad. Para nosotros desprenden un hedor particularmente desagradable y muchas personas han castrado a sus gatos en un intento de acabar con este cuidado. Otros olores de los gatos son casi imperceptibles para los humanos. Las glándulas que tienen en la cabeza, y que se frotan contra los objetos para depositar en ellos su olor, otra forma felina de su marcado, producen un aroma que es de gran significación para los gatos, pero que pasa completamente inadvertido por sus dueños.
Algunas autoridades han alegado que la orina esparcida actúa como una señal amenazadora para los gatos rivales.
Sin embargo, faltan pruebas de peso, y muchas horas de pacientes investigaciones de campo nunca han revelado ninguna reacción que apoye ese punto de vista. Si el olor dejado en los mojones fuese verdaderamente amenazador para otros gatos, debería intimidarlos cuando lo oliesen.
Deberían retroceder muertos de miedo y de pánico, y luego alejarse. Pero su respuesta es exactamente la contraria. En vez de retirarse, se sienten atraídos por las marcas, y las olisquean con el mayor interés.
Así, pues, si no son amenazadoras, ¿qué significan las marcas territoriales? ¿Qué señales conllevan? La respuesta es que funcionan como los periódicos respecto de nosotros.
Cada mañana leemos el diario y nos mantenemos informados de cómo van las cosas en el mundo de los humanos. Los gatos deambulan por sus territorios y, al olisquear las marcas de olor, se enteran de todas las novedades acerca de las idas y venidas de la población felina. Comprueban cuánto tiempo ha pasado desde su última visita (por el grado de debilitamiento de su última micción) y «leen» por el olor quién más ha pasado por allí y ha efectuado su rociadura, y cuánto tiempo hace de ello.
Cada rociado lleva también consigo una considerable información del estado emocional y la identidad del individuo. Cuando un gato decide dejar otra rociada realiza el equivalente felino de escribir una carta al
The Times
, publicar un poema o dejar una tarjeta de visita, compendiado en un chorro de orina.
Puede argüirse que el concepto de señalización de olor es inverosímil y que el rociado hecho por los gatos es, simplemente, el método de desembarazarse de sus orines y que, por lo tanto, carece de otra significación. Si un gato tiene la vejiga llena la vaciará; si la vejiga está vacía no habrá el menor rociado. Pero los hechos contradicen esto.
Cuidadosas observaciones han mostrado que los gatos llevan a cabo acciones regulares de vaciado, de modo rutinario y sin tener en cuenta el estado de sus vejigas. Si se da el caso de que están llenas, entonces cada chorro será grande. Si está casi vacía, entonces se racionará la orina. El número de chorritos y las áreas territoriales en las que marcará su olor seguirán siendo las mismas, sin importar el mucho o poco líquido que el gato haya bebido. Asimismo, si el gato carece por completo de orines, continuará su rutina de las marcaciones odoríferas, visitando laboriosamente cada sitio marcado volviendo la espalda hacia él, esforzándose y moviendo la cola, alejándose a continuación.