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Authors: Connie Willis

Tags: #Ciencia ficción

Oveja mansa (11 page)

BOOK: Oveja mansa
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Miré la carta. Tenían exprés, capuchino y café con leche, también muy populares en los días de la pradera. No había té helado.

—Té helado es la bebida del estado de Kansas —le dije al camarero—. ¿Cómo es que no tienen?

Al parecer, él había estado tomando lecciones de Flip. Puso los ojos en blanco, suspiró expertamente y dijo:

—El té helado está
outré
.

«Una palabra nunca oída en la pradera», pensé, pero Billy Ray estaba ya pidiendo una chuleta, puré de patatas y capuchino para ambos.

—Bien, cuéntame algo de esa investigación en la que llevas trabajando semanas.

Lo hice.

—El problema es que tengo causas de sobra —dije, después de explicar lo que había estado haciendo—. Igualdad femenina, bicicletas, un diseñador francés llamado Poiret, la Primera Guerra Mundial, y Coco Chanel, que se chamuscó el pelo cuando estalló una estufa. Por desgracia, nada de eso parece ser la fuente principal.

Nuestra cena llegó, en platos marrones de arcilla decorados con girasoles. La ensalada de coles estaba sazonada con albahaca fresca, cosa que no recordaba como propia de la pradera, y la carne con rodajas de limón.

Billy Ray me habló de las ventajas de criar ovejas mientras comíamos. Las ovejas eran sanas, daban beneficios, no causaban problemas, y las podías llevar a pastar a cualquier parte. Me habría sentido más inclinada a creer todo aquello si no me hubiera dicho lo mismo sobre las vacas cuernilargas seis meses atrás.

—¿Postre? —dijo el camarero, y nos trajo el carrito con las tartas.

Yo suponía que un postre de la pradera sería tarta de grosella o tal vez melocotón en lata, pero eran los sospechosos habituales:
créme brûlée, tiramisú
, «y nuestro nuevo postre, pudín de pan».

Bueno, eso parecía un postre de Kansas, desde luego, el tipo de cosa que te ves obligada a comer después de que la vaca se te muere y los saltamontes devoran tu cosecha.

—Tomaré
tiramisú
—dije.

—Yo también —añadió Billy Ray—. Siempre he odiado el pudín de pan. Es como comer sobras.

—Todo el mundo se pirra por nuestro pudín de pan —nos reprochó el camarero—. Es nuestro postre de más éxito.

Lo malo que tiene estudiar tendencias es que nunca consigues desconectar. Estás en una cita, sentada frente a alguien, comiendo
tiramisú
, y en vez de pensar lo guapa que es tu pareja, te encuentras pensando en postres de moda y, como siempre, son empalagosos y su aporte de calorías es directamente proporcional a la obsesión por hacer dieta.

Miren si no el
tiramisú
, que tiene chocolate y nata montada y dos tipos de queso. Y el pastel de caramelo, que estuvo muy de moda en los años cuarenta a pesar de los racionamientos de la guerra.

El pastel con fondo de pina fue una moda en los veinte, un postre que espero que no vuelva pronto; el pastel de huevo se puso de moda en los cincuenta; la
fondue
de chocolate en los sesenta.

Me pregunté si Bennett era también inmune a las modas culinarias, y cuáles eran sus ideas sobre el pudín de pan y el pastel de queso y chocolate.

—¿Vuelves a pensar en el pelo corto? —preguntó Billy Ray—. Tal vez estás prestando atención a demasiadas cosas. En el cursillo al que asisto dicen que hay que ref.

—¿Ref?

—REF. Recortar El Enfoque. Eliminar todos los enfoques y periféricos de las variables núcleo. Esto del pelo corto sólo puede tener una causa, ¿no? Tienes que estrechar tu enfoque hasta reducirlo a las posibilidades más probables y concentrarte en ellas. Además, funciona. Lo probé en un caso de sarna en las ovejas. ¿Seguro que no quieres acompañarme a mi taller?

—Tengo que ir a la biblioteca.

—Deberías pillar el libro
Cinco pasos para enfocar el éxito
.

Después de la cena, Billy Ray se fue a ref, y yo a la biblioteca a buscar el Browning. Lorraine no estaba allí, sino una chica con cinta adhesiva, hilos en el pelo y expresión hosca.

—Lleva tres semanas de retraso —dijo.

—Eso es imposible. Lo saqué la semana pasada. Y lo devolví. El lunes.

Después de haber probado Pippa con Flip y decidir que Browning no sabía de qué estaba hablando. Había devuelto el Browning y sacado
Otelo
, esa otra historia sobre malas influencias.

Ella suspiró.

—Nuestro ordenador indica que todavía está fuera. ¿Ha mirado en casa?

—¿Está por aquí Lorraine? —pregunté.

Ella puso los ojos en blanco.

—No-o-o-o.

Decidí que era mejor esperar a que lo estuviera y fui a los estantes a buscar el Browning yo misma.

Las
Obras completas
no estaba allí, y no pude recordar el nombre del libro que me había sugerido Billy Ray. Saqué dos libros de Willa Cather, que sabía cómo era de verdad la cocina de la pradera, y
Lejos del mundanal ruido
, en el que, según recordé, había ovejas; luego me puse a dar vueltas por la biblioteca tratando de recordar el nombre del libro de Billy Ray y esperando inspiración.

Las bibliotecas han sido responsables de un montón de logros científicos significativos. Darwin leía a Malthus por diversión (lo que debería decirnos algo respecto a Darwin), y Alfred Wegener paseaba por la biblioteca de la Universidad de Marburg, dando vueltas al globo terráqueo y rebuscando en papeles científicos, cuando se le ocurrió la idea de la deriva continental. Pero a mí no se me ocurrió nada, ni siquiera el nombre del libro de Billy Ray. Pasé a la sección de negocios para ver si recordaba el nombre cuando lo viera.

Algo sobre estrechar el enfoque, eliminar todo lo periférico. «Sólo puede tener una causa, ¿no?», había dicho Billy.

No. En un sistema lineal tal vez, pero el pelo corto no era igual que la sarna de las ovejas. Era como uno de los sistemas caóticos de Bennett. En él confluían docenas de variables, y todas ellas eran importantes. Se alimentaban unas a otras, iterando y reiterando, cruzándose y colisionando, afectándose unas a otras de formas que nadie esperaba. Tal vez el problema no era que tuviera demasiadas causas, sino que no tenía suficientes. Pasé al siglo XX y cogí
Los locos veinte
, y también
Flappers, sufragistas y huelguistas
, y
Los años veinte: un estudio sociológico
, y tantos libros sobre la época como pude cargar, y me los llevé todos al mostrador.

—Aquí aparece que debe usted un libro —dijo la chica—. Desde hace cuatro semanas.

Me fui a casa, emocionada por primera vez y convencida de que estaba sobre la pista adecuada, y empecé a trabajar en las nuevas variables.

Los años veinte habían estado repletos de modas: jazz, petacas, calcetines bajados, bailes locos, abrigos de mapache, carreras de maratón, maratones de baile, maratones de besos, coches Stutz, sentadas, puzzles. Y en medio de todas aquellas rodillas coloradas y derbies de sillas mecedoras
y
paraguas estaba la causa de que se impusiera el pelo corto. Trabajé hasta muy tarde y me fui a la cama con
Lejos del mundanal ruido
. Tenía razón. Trataba de las ovejas. Y las modas. En el capítulo cinco una de las ovejas se caía por un barranco, y las otras la seguían, lanzándose una tras otra a las rocas del fondo.

3
AFLUENTES

Por favor, señorías —dijo él—. ¡Soy capaz,
por medio de un secreto encantamiento, de atraer
a todas las criaturas vivientes bajo el sol,
que se arrastran, corren o vuelan,
para que me sigan como nunca se ha visto!

ROBERT BROWNING

Pelucas monumentales
(1750-1760)

Moda capilar de la corte de Luis XVI inspirada por madame de Pompadour, que era aficionada a decorar su cabello de formas inusitadas. El pelo rodeaba un armazón relleno de algodón o paja y cementado con una pasta que se endurecía, y luego se cubría de polvos de talco y se decoraba con perlas y flores. La moda se salió rápidamente de madre. Los armazones llegaron a medir más de noventa centímetros, y los motivos se hicieron más elaborados y barrocos. Los peinados reproducían cascadas, cupidos, escenas de novelas. Batallas navales completas, con barcos y humo, se desarrollaban en lo alto de las cabezas de las mujeres, y una viuda, abrumada por el dolor tras la muerte de su esposo, hizo que le pusieran una lápida en el peinado. La moda pasó con la llegada de la Revolución francesa y la consiguiente escasez de cabezas donde poner pelucas.

Los ríos no son sólo anchas corrienes. Tienen acuíferos a docenas, a veces cientos de afluentes. El río Lena de Siberia, por ejemplo, se nutre de una zona de más de un millón de kilómetros cuadrados por donde corren los ríos Karenga, Olekma, Vitim y Aldan, y miles de corrientes más pequeñas y arroyos, algunos de los cuales siguen cursos tan distantes y convulsos que a nadie se le ocurriría asociarlos con el Lena, situado a miles de kilómetros de distancia.

Los acontecimientos que conducen a un logro científico frecuentemente son no sólo aleatorios, sino que poco tienen que ver con la ciencia. Pongamos por caso las paperas. Einstein las sufrió a los cuatro años y su padre intentaba distraer a un niñito enfermo cuando le dio su brújula de bolsillo para que jugara. Y las llaves del universo.

La vida de Fleming es un completo cúmulo de coincidencias, empezando por su padre, que era jardinero en la mansión de los Churchill. Cuando Winston, a los diez años, se cayó al lago, el padre de Fleming se lanzó de cabeza al agua y lo rescató. La agradecida familia lo recompensó enviando a su hijo Alexander a la facultad de medicina.

Vean a Penzias y Wilson. Robert Dicke, de la Universidad de Princeton, convenció a P. J. E. Peebles para que calculara la temperatura del Big Bang. Este lo hizo, advirtió que era lo bastante caliente para ser detectable como residuo de radiación, y le dijo a Peter G. Roll y David T. Wilkinson que deberían buscar microondas.

Peebles (¿se han perdido ya?) dio una conferencia en el John Hopkins donde mencionó el proyecto de Roll y Wilkinson. Ken Turner, del Instituto Carnegie, asistió a la conferencia y se lo mencionó a Bernard Burke del Instituto Tecnológico de Massachusets, que era amigo de Penzias. (¿Todavía me siguen?)

Cuando Penzias llamó a Burke para hablar de otra cosa (probablemente la fiesta de cumpleaños de su hija), le comentó su persistente ruido de fondo. Y Burke le dijo que llamara a Wilkinson y Roll.

Durante la semana siguiente pasaron varias cosas: Suministré datos al ordenador sobre las sentadas y el juego chino del mahjong, Dirección declaró HiTek edificio libre de humo, la hija de Gina, Brittany, cumplió cuatro años, y la doctora Turnbull, nada menos, vino a verme.

Llevaba una camisa de campamento de seda rosa pomo y vaqueros rosa y sonreía amistosa. Los vaqueros y la camisa indicaban que cumplía el edicto de HiTek para vestir de modo informal. No tenía ni idea de lo que significaba la sonrisa.

—Doctora Foster —dijo, acercándose a mí a toda máquina—, justo la persona que quería ver.

—Si está buscando un paquete, doctora Turnbull —dije, cansina—. Flip todavía no ha pasado por aquí.

Ella soltó una risita alegre y cantarina de la que no la había considerado capaz.

—Llámame Alicia —dijo—. Nada de paquetes. Simplemente, se me ocurrió pasar por aquí y charlar un rato. Verás, deberíamos conocernos mejor. La verdad es que sólo hemos hablado un par de veces.

«Una vez —pensé—, y me gritaste. ¿Qué pretendes en realidad?»

—Bien —dijo ella, sentándose en una de las mesas del laboratorio y cruzando las piernas—. ¿A qué universidad fuiste?

En HiTek, «conocerte mejor» significa preguntar «Oye, ¿sales con alguien?», o, en el caso de Elaine, «¿Te interesa el aerobic de alto impacto?»; pero tal vez éste era el concepto que tenía Alicia de una charla informal.

—Me doctoré en Baylor.

Ella sonrió aún más animosamente.

—Fue en sociología, ¿verdad?

—Y estadística.

—Un doctorado doble —aprobó ella—. ¿Fue allí donde hiciste tu trabajo de pregraduada?

No podía ser una espía industrial. Trabajábamos para la misma empresa. Y, en cualquier caso, los datos estaban en los registros de Personal.

—No —dije—. ¿Dónde hiciste tu trabajo de graduación?

Fin de la conversación.

—Indiana —dijo ella, como si hubiera preguntado algo que no era asunto mío, y levantó su culo rosado del asiento, pero no se marchó. Se quedó mirando la mesa llena de montañas de datos.

—Tienes mucho material aquí —dijo, examinando uno de los desórdenes.

Tal vez Dirección la había enviado a espiar nuestra organización de trabajo.

—Tengo previsto ordenar las cosas en cuanto termine con mis impresos de solicitud de fondos —dije.

Ella se acercó a mirar los montones dedicados a las sentadas.

—Yo ya he entregado el mío. Por supuesto.

—Y el desorden es bueno. Los laboratorios de Susan Holyrood y Dan Twofeathers estaban desordenados. R. C. Méndez dice que es un indicador de creatividad.

Yo no tenía ni idea de quiénes eran esos tipos ni de lo que estaba pasando allí. Algo, obviamente. Tal vez Dirección la había enviado a buscar rastros de fumadores. Alicia había olvidado su sonrisa amistosa y daba vueltas por el laboratorio como un tiburón.

—Bennett me dijo que estás trabajando analizando las fuentes de las modas. ¿Por qué decidiste trabajar en eso?

—Todo el mundo lo hacía.

—¿De veras? —dijo ansiosamente—. ¿Quiénes son los otros científicos?

—Ha sido un chiste —contesté mansamente, y me dispuse a explicarlo sin demasiada convicción—. Ya sabes, las modas, algo que la gente hace porque todo el mundo lo está haciendo.

—Oh, ya lo entiendo —dijo ella, lo que quería decir que no lo entendía, pero parecía más divertida que ofendida—. Ser ocurrente es también una señal de creatividad, ¿no? ¿Cuál crees que es la cualidad más importante en un científico?

—La suerte.

Ahora sí que pareció ofendida.

—¿La suerte?

—Y buenos ayudantes —dije—. Mira a Roy Plunkett.

El hecho de que su ayudante utilizara un relleno de plata en el tanque de carbonos clorofluorados fue lo que le llevó al descubrimiento del teflón. O Becquerel. Tuvo la buena suerte de contratar a una joven polaca para que le ayudara con su terapia de radiación. Se llamaba Marie Curie.

—Eso es muy interesante. ¿Dónde dijiste que hiciste tu trabajo de pregraduación?

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