De manera imprevista, Tanis se agachó y cogió una piedra del tamaño de su puño.
—¡Quédate aquí y cúbreme! —siseó.
—¿Qué? ¿Cómo? ¡Semielfo, apenas puedo ver! —protestó Kitiara. Tendió la mano para agarrarlo por el brazo—. ¿Qué vas a…?
Su pregunta no obtuvo respuesta; Tanis arrojó la piedra al ettin. Las cabezas de la criatura se echaron hacia atrás por la sorpresa, y el desconcierto se reflejó en sus legañosos ojos. Al mismo tiempo, Caven espoleó al caballo.
Tanis cargó una flecha en el arco y la disparó. El proyectil voló hacia el ettin mientras Caven e
Intrépido
llegaban a toda carrera junto a la criatura. La flecha abrió un surco en la dura piel del hombro del ettin. La cabeza izquierda de la bestia se volvió, con una expresión más sorprendida que dolorida, en tanto que el brazo derecho arremetía contra
Intrépido.
Caven salió despedido de la silla y, de repente, el caballo quedó colgando por el cuello, en la garra de la bestia de cuatro metros de altura. El pobre animal pateó el aire inútilmente. El ettin sacudió el cuello de
Intrépido.
—¡Comida! —rugió la cabeza derecha. Lacua, la cabeza izquierda, hizo eco de Res, y el ettin estrelló al caballo contra un árbol.
Tanis gritó al oír el crujido de las patas delanteras del animal al romperse. Res-Lacua aflojó la garra, e
Intrépido
cayó al suelo.
Kitiara atacó al monstruo. La mano izquierda del ettin soltó el garrote y propinó un revés a la espadachina. Luego la agarró y la sacudió con rabia, haciendo que la espada saliera volando por el aire. Caven, ahora a pie y blandiendo su arma, se esforzaba por acercarse a la bestia. Tanis se unió a él, pero no se atrevía a disparar una flecha por temor a herir a Kitiara. El ettin sacudió a la mercenaria una vez más y se la echó, inconsciente, sobre el hombro.
Entonces, Res-Lacua hizo una pausa y miró a su alrededor.
—¡Dama maga! —vociferó. Cruzó como un vendaval el claro, en dirección a Kai-lid.
Tanis vio que Lida estaba aterrada, hurgando con dedos temblorosos los saquillos colgados del cinturón, en los que guardaba los componentes de hechizos.
—¡Xanthar! —gritó la maga—. ¡Mi magia! No puedo…
El búho gigante se lanzó en picado sobre el ettin, pero la punta de un ala tocó una rama y el ave se precipitó al suelo dando bandazos.
—¡Xanthar! —gritó de nuevo Kai-lid. El búho yacía inmóvil, en el sitio donde había caído.
Acto seguido, el ettin abandonó el claro a grandes zancadas, llevando cargada sobre un hombro a Kitiara y arrastrando a Lida por un brazo. Res-Lacua pasó frente a Tanis y Caven y los apartó de un empellón, como si fueran débiles cañas. Justo cuando el ettin salía del claro, una nueva figura apareció frente al monstruo.
Aunque pareciese inaudito, era Wode.
Resultaba evidente que el joven escudero estaba aterrorizado, pero recogió del suelo la espada de Kitiara.
—¡Alto! —gritó Wode con voz quebrada y estridente mientras apuntaba con el arma al ettin, valientemente.
La bestia frenó un poco la marcha, brevemente. Como si Kitiara pesara menos que un saco de cebollas, el monstruo la cambió de posición y la encajó en el hueco entre las dos cabezas. Esto le dejó libre una mano; una mano que sostenía un garrote de púas.
Wode gritó el nombre de Caven. El mercenario miró desesperadamente en derredor, vio una piedra enorme y, con los músculos hinchados por el esfuerzo, la alzó sobre su cabeza. Cruzó a toda carrera el claro, con Tanis pisándole los talones.
Wode gritó otra vez; después, el garrote del ettin lo alcanzó. El joven se desplomó en el suelo, y la bestia pasó sobre él y se perdió en la espesura.
La persecución
Caven se arrodilló al lado de Wode, su escudero y sobrino. Tanis permaneció junto al apenado mercenario, indeciso, hasta que el lastimero relincho del caballo castaño atrajo su atención y lo llevó al borde del claro.
Intrépido
hacía vanos esfuerzos por levantarse; sus ojos estaban vidriosos. El leal caballo se fue calmando mientras el semielfo le acariciaba el cuello con suavidad.
—No necesito la telepatía para saber lo que me estás pidiendo, viejo amigo —susurró Tanis.
Sacó la espada, elevó una plegaria silenciosa y cortó el cuello del animal. La sangre de
Intrépido
se derramó en la tierra del Bosque Oscuro. Tanis se quedó con el caballo hasta que éste dejó de respirar, en tanto Caven se valía de la espada de Kitiara para abrir una tumba, pero apenas hacía progresos en el duro suelo.
—Te llevará horas, a este paso —dijo Tanis con voz queda—. Debemos apresurarnos e ir tras Kitiara y Lida.
—No me iré sin enterrarlo. —La voz de Caven tenía un tono inexpresivo.
—Podemos apilar piedras sobre el muchacho. Es el método habitual cuando alguien muere en un lugar donde es difícil cavar una tumba. Y es más rápido.
—Era el hijo de mi hermana. Lo enterraré como lo habría hecho ella, en Kernen.
—Pero Kitiara…
—Ella misma se buscó problemas; puede esperar. —Había un dejo de determinación en la voz del mercenario—. Enterraré a Wode. Puedes ayudarme o no, lo dejo a tu elección. No me debes nada, semielfo.
Tanis sabía que necesitaría a Mackid en las horas y días siguientes, de manera que dejó a un lado su espada y empezó a cavar con las manos desnudas. Sonó un crujido a sus espaldas y Tanis se volvió con rapidez, esperando un nuevo ataque. Pero era Xanthar, que se incorporaba con dificultad.
—Kai-lid —dijo débilmente—. Tenemos que encontrar…
—¿Quién has dicho? —preguntó el semielfo. El búho gigante lo miró a los ojos.
—Lida —rectificó Xanthar—. Debemos encontrar a Lida y a Kitiara. Hay que salvarlas.
Tanis señaló con un ademán a Caven, que ni siquiera se había molestado en alzar la vista. El mercenario trabajaba a un ritmo constante, arañando el suelo con la espada y sacando piedras del agujero que abría. Había envuelto el cadáver de Wode en su capa escarlata. El búho asintió en silencio.
—¿Quiere enterrarlo? —preguntó. Tanis asintió con un cabeceo. El búho vaciló mientras miraba hacia el norte. Después hizo un gesto muy semejante al encogimiento de hombros de un humano.
—Caven Mackid tiene razón —admitió Xanthar—. En el Bosque Oscuro es mejor no pasar por alto cualquier, rito funerario. No nos gustaría encontrar a Wode entre las filas de los muertos vivientes. —El búho observó un instante a Caven; luego añadió con tono enérgico—: Sin embargo, no hay tiempo que perder, y apenas haces progresos, humano. —Acto seguido se acercó al mercenario—. Permíteme —susurró.
El ave abrió su poderoso pico y empezó a cavar. Poco después el agujero se había convertido en una zanja oblonga y poco profunda. Xanthar se apartó.
—Es suficiente —dijo. Escupió y se limpió el pico de tierra frotándolo contra las plumas de las alas.
Caven empezó a protestar por la escasa profundidad de la tumba, pero enseguida se dio por vencido. —De acuerdo— aceptó con tono cansado. Entre los dos hombres metieron el cuerpo de Wode en la zanja, lo cubrieron con hojas y ramas, tierra y piedras.
—Los ritos kernitas se llevan a cabo en silencio —informó el mercenario, y el semielfo y el búho obedecieron sus deseos mientras él permanecía varios minutos junto a la tumba, con la cabeza agachada. Cuando por fin alzó la cabeza, sus ojos estaban húmedos, pero en su semblante había una expresión determinada. Llamó a
Maléfico
con un silbido, que se mostró inquieto mientras Caven y Tanis cargaban en su grupa el petate de Kitiara y otras pertenencias necesarias. Tras revisar el equipaje de Wode y no encontrar nada de importancia salvo un pequeño amuleto del día de su bautismo, colgaron el paquete de una rama, sobre la tumba del adolescente, como recuerdo. Los dos hombres montaron a
Maléfico.
—No estoy acostumbrado a tener a nadie tan pegado a mí salvo una mujer, semielfo —protestó Mackid.
Tanis resopló desdeñoso y se colocó detrás del kernita, sobre la amplia grupa del semental. Con Xanthar volando en círculos en lo alto, emprendieron la marcha en pos de Kitiara y Kai-lid.
El sendero parecía dirigirse hacia terreno montañoso, pero en esta ocasión era casi imposible rastrear las huellas del ettin. Una y otra vez, Tanis tenía que bajarse de
Maléfico
para buscar debajo de las plantas y desechos del bosque alguna marca de las enormes pisadas de la bestia.
—Ahora actúa con mucha más cautela —comentó el semielfo.
El amanecer parecía inminente, y Tanis cayó en la cuenta de que hacía mucho tiempo que había perdido el hilo de la hora del día que era fuera del Bosque Oscuro. La fronda se iba aclarando y perdiendo parte de su carácter atemorizante. Unos tras otros, los ojos de los muertos vivientes parpadearon y desaparecieron.
—Esto es culpa
tuya,
semielfo —declaró Caven casi con amargura mientras Tanis se montaba de nuevo tras él y daba un respingo de sorpresa. El mercenario continuó—: Es decir, de
tu
caballo. De tu inútil jamelgo, que me falló en un momento decisivo.
—Pues tu semental no lo hizo mucho mejor. Ni siquiera te permitió que lo montaras.
—El tuyo era un cobarde.
—Intrépido
me sacó indemne de muchos peligros, Mackid. Causaste su muerte con aquel melodramático intento de rescate.
—No fue una gran pérdida. —Caven guardó silencio un rato. Tanis hacía grandes esfuerzos por controlar el genio—. En cualquier caso, fuiste tú, semielfo, quien le llevó a Kitiara la noticia de la recompensa por el ettin.
—Y tú sabías que podía haber una conexión entre el ettin y Valdane y Janusz, ¡pero no dijiste nada!
Continuaron en esta línea, con creciente acaloramiento y mordacidad, hasta que Xanthar bajó en picado y aterrizó ante ellos, posándose en una rama que colgaba sobre el camino.
Maléfico
relinchó y se frenó.
Me estáis hartando los dos.
—¡Lo mismo te digo, búho! —explotó Caven mientras se giraba en la silla para mirar al ave—. ¿Por qué no te limitas a guiarnos hasta Kitiara y la maga, y dejas de dar la lata con tu parloteo?
—Podrías ponerte en contacto telepático con Lida —observó Tanis—. De ese modo, al menos, nos ahorraríamos buscar las huellas del condenado ettin.
He intentado ponerme en contacto con ella, pero está demasiado lejos. Mi habilidad tiene sus límites.
—Entonces ¿para qué vales? ¡Eres tan inútil como el semielfo! —Caven espoleó a
Maléfico
para ponerlo al trote.
Kitiara está embarazada, ¿sabéis?
Xanthar lo dijo con tono indiferente, pero sus ojos brillantes calibraron las emociones de los dos hombres. Se frenaron en seco.
—¿Embarazada? —exclamaron al unísono—. ¿Voy a ser padre?
Intercambiaron una mirada de espanto. La expresión de Caven era de simple fastidio, pero Tanis estaba mudo de asombro. El búho soltó una risita socarrona.
Así que es de los dos, ¿no? Ya tenéis otro tema sobre el que discutir. Me niego a escucharos.
Con un aleteo poderoso y un giro de cola, Xanthar remontó el vuelo.
Maléfico
inició un trote sin que Caven le hubiese hecho señal alguna. El soldado de barba negra se dirigió a Tanis con un tono cortante.
—Sabes que el padre soy yo, semielfo. —Tanis resopló desdeñoso—. Me conoce hace más tiempo que a ti.
—Como si eso tuviera importancia, Mackid.
En cualquier caso, aquello explicaba el mal humor y la indisposición de Kitiara.
—Tengo que ser yo —insistió, colérico, Caven—. Es a mí a quien ama. Te mintió aquella noche en Haven. Estuvimos juntos. Oh, Kitiara puede robarme y largarse, ¡pero no puede resistirse cuando me ve! —El mercenario se echó a reír.
Furioso, Tanis propinó un puñetazo a Mackid. Los dos cayeron del semental y rodaron por el suelo sin soltarse, enzarzados en la pelea. Polvo y tallos de plantas volaron por el aire mientras los hombres se aporreaban enardecidos. Xanthar descendió de nuevo y aterrizó cerca, desde donde contempló divertido la reyerta.
El corpulento humano era mucho más pesado que Tanis, y no pasó mucho tiempo antes de que el semielfo, más esbelto, estuviera tumbado boca abajo en el suelo, aplastado por el corpachón de Caven y resollando. Escupió la tierra que le había entrado en la boca, echando humo por la humillación. Tanis se debatió ineficazmente, ya que con Mackid sentado en su espalda era poco lo que podía hacer. Por fin consiguió tomar aire suficiente para hablar con un susurro apenas audible. Caven no le entendió y se inclinó sobre él.
—¿Qué dices, semielfo?
—Digo que sería interesante ser el marido de Kitiara Uth Matar. Imagínate casado con tu oficial al mando. ¡Qué gran matrimonio!
Caven se incorporó con premura, desconcertado, lo que permitió a Tanis girar sobre sí mismo y levantarse.
—¿Matrimonio? —preguntó Mackid—. ¿Quién ha hablado de matrimonio? Conoces a Kitiara. Probablemente hay media docena de hombres, de aquí a Kernen, a quienes podría acreditarse la paternidad del hijo ilegítimo de Kitiara.
—Además de un semielfo…, no lo olvides.
—Supongo que el honrado Tanis Semielfo se casaría con la dama, la instalaría en una casita limpia y acogedora, y vivirían felices y comerían perdices. —El sarcasmo rebosaba en las palabras del mercenario. Tanis se sintió enrojecer; la suposición de Caven era turbadoramente cercana a lo que había estado pensando hacer. Mackid estalló en carcajadas mientras le daba una palmada en la espalda—. ¡Vamos, semielfo, esto es la vida real, no un cuento de hadas! Te sería imposible retener a Kitiara en otro lugar que no fuera la celda de una prisión.
—¿Estás diciendo que no eres el padre?
Caven, que se dirigía hacia
Maléfico,
se frenó en seco.
—Lo que digo es que soy la probabilidad más obvia —se pavoneo—. Pero con la capitana Uth Matar nunca puede uno estar seguro.
Una rama inmensa se precipitó desde el cielo y faltó poco para que alcanzara a los dos hombres, que se apartaron de un salto al tiempo que mascullaban maldiciones y desenfundaban las armas. Xanthar estaba cernido sobre ellos, preparado para dejar caer una segunda rama.
Me asqueáis. Ambos queréis atribuiros el mérito, pero no la responsabilidad.
—Yo me casaría con ella —insistió Tanis tercamente mientras miraba de soslayo a Caven, que puso los ojos en blanco y envainó la espada.