—Te conozco —manifestó la espadachina—. Eras la doncella de Dreena ten Valdane. Y hechicera, si no recuerdo mal. Pero no me acuerdo de que tuvieras los ojos azules.
—Lida Tenaka —susurró la mujer. Kit apenas oyó sus siguientes palabras—: He venido a buscarte, Kitiara Uth Matar.
El búho saltó en el aire, extendió las alas y aterrizó, con sorprendente suavidad para una criatura de su tamaño, entre las petrificadas figuras de Tanis y Caven. Luego extendió un ala, y Lida Tenaka se deslizó grácilmente por la suave superficie de plumas hasta el suelo. A pesar de su aparente fragilidad, parecía sentirse a gusto en el Bosque Oscuro de noche. Kitiara la estudió, pero sin envainar la espada. Esta Lida Tenaka podía ser una aparición, una manifestación de naturaleza maligna que se hubiera introducido en su subconsciente mientras dormía. No tenía prueba alguna de que esta mujer delgada, vestida con túnica, fuera la Lida Tenaka real. Kitiara la observó con cautela.
Echada al hombro llevaba una gran bolsa de cuerda tejida, muy pesada por las apariencias, y cerrada con unas tiras de cuero hechas un fuerte nudo. En la bolsa se marcaba la forma de un bulto grande y redondo, plano por un lado, y, cuando los movimientos de la mujer lo hacían variar de posición, convexo por el otro. El rostro de la hechicera estaba inexpresivo, y sus vivaces ojos eran el único signo de humanidad en su severo semblante; pero su voz sonaba afable.
—Xanthar y yo hemos volado largas horas buscándote, capitana Uth Matar. Me alegro de haberte encontrado por fin.
—¿Tienes poderes mágicos? ¿El búho tiene magia? —Kitiara hizo las preguntas con brusquedad.
—Xanthar controla ciertos poderes —repuso Lida Tenaka mientras señalaba con un gesto al ave, de manera que su cabello ondeó sobre la túnica—. Puede utilizar la telepatía hasta un cierto radio de distancia y con cierto tipo de criaturas… principalmente humanos y otros búhos gigantes. Y, como tú misma puedes atestiguar, es capaz de comunicar sus pensamientos a otras criaturas racionales.
—Criaturas racionales —repitió Kitiara. Sonaba casi como un insulto.
—Criaturas pensantes.
—¿Puede leer las mentes?
—Es capaz, hasta un punto muy limitado, de saber lo que otros piensan —contestó Lida con un encogimiento de hombros.
—Esa es una habilidad que se adquiere poco a poco y después de largos años de práctica —interrumpió el búho con aspereza.
—¿Podrá revivir a mis amigos? ¿Podrías hacerlo tú? —Kitiara les explicó en pocas palabras lo ocurrido con el wichtlin y la suerte corrida por sus compañeros.
El búho y la hechicera intercambiaron una mirada; la mercenaria notó que no estaban siendo del todo francos con ella.
—Bueno, ¿puedes hacerlo o no? —instó.
—Están soñando, creo —dijo Xanthar en un susurro apenas audible. Lida le lanzó una mirada perpleja, pero ni el uno ni el otro dieron más explicaciones.
—El que pueda o no ayudarlos depende de cómo se los sometió al hechizo y quién lo ejecutó. Es difícil para un mago contrarrestar los sortilegios de otro. —Lida habló lentamente.
—Pero al menos lo intentarás, ¿no?
—¿Me ayudarás tú a cambio? —preguntó la hechicera.
Kitiara apartó los ojos. Su mirada se detuvo en el embrujado Tanis, paralizado en mitad de un movimiento. La mágica luz verde de Lida lo hacía parecer casi vivo. Por un instante, creyó ver que los almendrados ojos del semielfo parpadeaban en su dirección. ¿Una advertencia?
—Consideraré la posibilidad de ayudarte —decidió por último Kitiara—. Es todo cuanto te puedo prometer.
Cuando, por fin, el búho habló en voz alta, su tono rebosaba sarcasmo:
—Una actitud interesante, capitana, sobre todo teniendo en cuenta que eres tú, no nosotros, quien está atrapada y sola en el Bosque Oscuro —dijo, arrastrando las palabras.
—Xanthar —lo reconvino Lida.
El ave resopló desdeñosa y les dio la espalda a las dos mujeres. Lida pasó junto al búho, al que acarició el hombro plumoso, y se acercó a Caven. Posó las esbeltas manos en la cruz de
Maléfico
y cerró los ojos. Pasado un tiempo, los abrió de nuevo.
—No puedo… —empezó.
—Sí, sí que puedes, Lida —la interrumpió Xanthar con tono brusco, acuciante—. Utiliza un conjuro anulador de embrujamientos.
—Un… Pero si no hay… —La mirada admonitoria de Xanthar hizo que Lida enmudeciera. La mujer frunció el entrecejo. El búho la miraba fijamente; el silencio se alargó y los ojos de Lida se abrieron de manera desmesurada por la impresión. Kitiara comprendió que el ave estaba hablando telepáticamente con la mujer de piel morena—. De acuerdo, Xanthar. Me alegro de que me hayas sugerido eso. Tal vez funcione.
—En cualquier caso, no los perjudicará —murmuró el búho, al tiempo que dirigía una mirada desagradable a Kitiara—. Después de todo, ahora están prácticamente muertos. ¿Qué puede ser peor? Aunque supongo que convertirse en
muertos vivientes…
—¡Espera! —exclamó la espadachina—. ¡No lo hagas!
Xanthar se interpuso entre ella y Lida. Kitiara sopesó la posibilidad de atravesarlo con la espada, pero, en cambio, se encontró con la mirada clavada en sus ojos.
Ni siquiera te lo plantees, humana.
Los bordes del enorme pico, advirtió la mujer, eran tan afilados como la punta de una espada. Kitiara retrocedió cautelosa, y miró por encima del hombro del ave.
Lida estaba de pie ante
Maléfico y
acariciaba el flanco del animal mientras murmuraba unas sílabas extrañas y esparcía pellizcos de polvo gris que sacaba de una bolsita. Después se acercó a Wode y a su montura, e hizo lo mismo. Por último, volvió su atención hacia el semielfo. Luego retrocedió y se quedó junto a Xanthar.
—Mantente alejada —le advirtió a Kitiara—. Para ellos tres es como si el tiempo no hubiese pasado. Creerán que todavía están luchando contra el wichtlin.
Levantó los brazos con un gesto dramático, echó la cabeza hacia atrás, y entonó una salmodia. Kitiara frunció el entrecejo.
—Barkanian softine, omalon tui. —
Lida repitió la frase tres veces, haciendo una breve pausa entre locución y locución. Con el primer canto, las figuras del claro perdieron el lustre de su apariencia de estatuas. Con el segundo, el tono rosáceo de la vida retornó a los rostros de los hombres. Y, con el tercero, entraron repentinamente en acción, finalizando el movimiento iniciado horas antes, mientras luchaban contra el wichtlin.
Tanis se zambulló en el suelo y rodó sobre sí mismo. Se frenó desconcertado, y al punto localizó a la mercenaria.
—¡Kit! ¿Estás bien?
—Siempre lo estoy —se mofó ella.
Entretanto, Caven se esforzaba por controlar a
Maléfico,
que cabrioleaba, coceaba y lanzaba mordiscos. Wode y su caballo se escabulleron a un lado para evitar los cascos del semental. El mercenario logró por fin contener al animal y lo frenó delante de Kitiara, Lida y Xanthar.
—¡Por los dioses! ¡Un búho gigante! Creía que sólo eran una leyenda —exclamó—. ¡Qué sueño he tenido! Mi madre se me apareció y me contó una historia fantástica sobre Vald… —Entonces reparó en Lida Tenaka, y las palabras murieron en sus labios—. Tú eres la doncella de Dreena —dijo con sorpresa.
—¿También soñaste con tu madre? —preguntó Tanis, que se había acercado al grupo. Wode gimió, y el semielfo se volvió a mirarlo—. ¿Tú también?
—Todos tuvisteis un sueño portentoso —dijo Lida, con tono tranquilizador. La hechicera empezó a recitar unos versos. A medida que pronunciaba cada palabra, los rostros de los cuatro viajeros se tornaban mas severos y tensos. Cuando llegó a las últimas estrofas, Caven la acompañaba, recitándolas al unísono:
Los tres amantes, la doncella hechicera,
el de alas, con un corazón leal,
los muertos vivientes del Bosque Oscuro,
la visión reflejada en una bola de cristal.
Con el robo del diamante, el mal desatado.
Venganza saboreada, el corazón de hielo
busca su imagen para entronizarla,
emparejado por espada y calor del fuego,
ascuas nacidas de pedernal y acero.
Con la luz de la joya, el mal proyectado.
Los tres amantes, la doncella hechicera,
el vínculo de amor filial envilecido,
infames legiones resurgidas, de sangre manan ríos,
muertes congeladas en nevadas tierras baldías.
Con el poder de la gema, el mal vencido.
Durante un instante ninguno dijo una palabra. Después todos empezaron a hablar a la vez.
—Era mi madre, te lo aseguro.
—Pero la mía murió al nacer yo.
—Igual que la mía.
—Pero la mía aún vive.
—¿Qué significa esto?
—Quiero volver a Kern —gimió Wode, en medio del barullo.
Kitiara trató en vano de persuadir a los otros tres que dejaran de preocuparse por el portento y reanudaran la caza del ettin.
—¡Al Abismo con el ettin! —chilló Caven, desde el lomo de
Maléfico—.
Esa bestia debe de estar lejos a estas alturas.
—¿Estabais buscando a un ettin? —preguntó de improviso Xanthar.
—Sí. ¿Lo has visto? ¿Dónde? ¡Dímelo! —instó Kitiara.
El búho retrocedió un paso mientras balanceaba su enorme cabeza de un lado a otro; el parche de plumas blancas brillaba sobre el ojo izquierdo del ave.
—No, no —respondió—. Simplemente me preguntaba por qué buscabais un ettin en estos bosques. No se los suele ver por esta parte del mundo.
—No. —Era la voz de Lida. La hechicera avanzó un paso y se colocó delante del búho—. Pero aquí hay un ettin, y no está lejos. Lo vi desde el aire mientras volábamos hacia aquí. Podríais alcanzarlo si os apresuráis.
Sus palabras tuvieron por respuesta sólo silencio. Después, Kitiara habló a sus amigos.
—No confiéis en ella. Os recuerdo que estamos en el Bosque Oscuro.
—Como si pudiésemos olvidarlo —rezongó Caven mientras echaba un vistazo a la oscuridad que los rodeaba, nervioso. Kitiara lo miró fijamente, en silencio.
—Este búho —continuó la espadachina al cabo de unos segundos—, que puede hacer cosas que nunca he oído que un búho gigante sea capaz de hacer, y esta mujer, que pretende ser Lida Tenaka, podrían ser apariciones del bosque o una ilusión obra del wichtlin. Y te recuerdo, Caven, que Janusz es muy capaz de hechizarnos a todos, incluso desde un lugar tan lejano como Kern.
—Janusz ya no está en Kern —la interrumpió Lida.
Los cuatro se volvieron hacia ella.
—¿Quién es Janusz? ¿Qué sabes de todo esto, Kitiara? —demandó Tanis.
La espadachina esbozó a grandes rasgos los detalles del final de la campaña entre kernitas y meiris, omitiendo cualquier mención a las joyas de hielo.
—Sin duda, el hechicero Janusz y Valdane me consideran responsable de la muerte de Dreena ten Valdane —concluyó—. Valdane se opuso a que el hechicero utilizara sus poderes mágicos hasta que estuvo seguro de que su hija se había marchado. Reinaba una gran confusión entre los campesinos tras la muerte de Meir; a Valdane, supongo, no le importaba que su hija muriese o no. —Lida gimió suavemente, pero Kitiara prosiguió—. Pero sabía que los súbditos de Meir apreciaban a Dreena y temía que su muerte indujera a los campesinos a rebelarse contra él en lugar de someterse pacíficamente al nuevo señor.
Los ojos de Kitiara fueron de Tanis a Caven, y de nuevo al semielfo, cuya expresión se tornaba más sombría por momentos.
—Fue mi informe lo que los decidió a atacar el castillo. Vi a Dreena abandonarlo, y le dije a Valdane que no había peligro en iniciar el asalto.
—De manera que ese tal Janusz tiene un esclavo ettin y tú ni siquiera lo mencionas cuando salimos a la caza de otro ettin que
aparece de repente
en las cercanías, ¿no? —Tanis hablaba despacio, controlando a duras penas la ira—. Por los dioses, Kitiara, ¿es que has perdido el juicio? ¡No tenías ningún derecho a exponernos a todos a semejante peligro! Mackid, ¿no te dio que pensar lo del ettin?
—Sí, pero lo único que me preocupaba era mi dinero —fue la respuesta impasible del mercenario.
Tanis retrocedió, asqueado. Recorrió el claro con la mirada y, por último, soltó una risa destemplada.
—Deduzco que nos hemos metido de cabeza en la trampa puesta por Janusz.
—Vosotros cuatro podríais detener a Janusz —intervino Lida—. Podríais detener a Valdane. Al principio le bastaba con apoderarse del feudo de Meir, pero ahora quiere adueñarse de todo Ansalon. Kitiara, tú lo conoces bien; trabajaste para él, dirigías sus tropas. Y tú, semielfo, eres un hombre sagaz y honorable. Y tú, Caven, eres un soldado experto y valiente. —Mackid esbozó una sonrisa. Lida no dijo nada acerca de Wode, pero lo incluyó en el amplio ademán que hizo mientras continuaba hablando—. Vosotros cuatro podéis detener a Valdane. Podríais convertiros en héroes. Nadie más está en condiciones de hacerle frente. En estos momentos, Valdane está reuniendo un ejército para cabalgar hacia el norte, desde el Muro de Hielo.
—¿El Muro de Hielo? —preguntaron al unísono Kitiara y Caven. Intercambiaron una mirada divertida, incrédula, y después la espadachina agregó—: Estaba en Kern cuando lo abandonamos, ochocientos kilómetros al noreste del Bosque Oscuro, ¿y ahora nos dices que se encuentra a quinientos kilómetros al sur de aquí? ¿Y que estamos en posición de detenerlo? ¿Tan estúpidos nos consideras, maga? ¿Qué es lo que buscas realmente?
—¿Y cómo sabes todo eso? —demandó Caven.
Lida guardó silencio un instante. Parecía nerviosa, aturdida.
—Por mi sueño —dijo finalmente.
Mackid dio una palmada en la silla de montar, haciendo que
Maléfico
se sobresaltara. Cuando consiguió dominar al semental, se volvió hacia la hechicera.
—El sueño podría ser también un truco, una creación de Janusz —argumentó.
—¿Puedes ayudarnos a salir del Bosque Oscuro? —le preguntó Tanis a Lida. La mujer sacudió la cabeza en un gesto de negación.
—Xanthar sólo puede transportarme a mí —explicó.
—¿Qué interés tienes en lo que hagan Janusz o Valdane, maga? Sin duda, estás a salvo aquí, tan lejos de ellos —dijo Kitiara.
Lida meditó unos segundos antes de responder.
—Dreena era mi amiga, y ellos son los responsables de su muerte —contestó por fin.
—Mientes. Mentís los dos, tú y el búho. Queréis algo de nosotros. Si deseas que hagamos algo, haznos una oferta. Dinero.