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Authors: Jared Diamond
Tags: #Divulgación Científica, Sexualidad
De hecho, la mayoría de las especies vivientes de primates tienen ligeras señales de ovulación. Por tanto el eslabón perdido podría haber conservado esa condición, y los gorilas podrían haberlo heredado a su vez del eslabón perdido (véase figura 4.1). Durante los últimos nueve millones de años, sin embargo los humanos deben haber evolucionado la ovulación oculta, y los chimpancés deben haber evolucionado el anuncio descarado. Nuestras señales y las de los chimpancés divergen así en direcciones opuestas a partir del modelo que nos dejaron nuestros ancestros moderadamente señalizadores. Para nosotros los humanos los hinchados traseros de los chimpancés ovulantes se asemejan a los de los babuinos. Sin embargo. los ancestros de los chimpancés y los babuinos deben haber evolucionado sus llamativos traseros de forma bastante independiente puesto que los ancestros de los babuinos y los del eslabón perdido se separaron hace cerca de treinta millones de años.
Mediante un razonamiento similar se pueden inferir otros puntos en el árbol familiar de los primates, en los que las señales ovulatorias deben haber cambiado. Resulta que los cambios de señales han evolucionado por lo menos veinte veces. Ha habido, por lo menos, tres orígenes independientes del anuncio descarado (incluyendo el ejemplo de los chimpancés); por lo menos ocho orígenes independientes de la ovulación oculta (incluyendo sus orígenes en nosotros, en los orangutanes y por lo menos en seis grupos separados de monos); y varias reapariciones de las señales sutiles de ovulación, partiendo tanto de la ovulación escondida (como en varios monos aulladores) o del anuncio descarado (como en muchos macacos).
De la misma manera que acabamos de ver para las señales ovulatorias, se puede también identificar puntos en el árbol familiar de los primates en los que los sistemas de apareamiento deben haber cambiado. El sistema original para el ancestro común de todos los monos y simios era probablemente el apareamiento promiscuo. Pero si atendemos ahora a los humanos y a nuestros parientes más próximos, los chimpancés y los gorilas, encontramos representados los tres sistemas de apareamiento: harenes en los gorilas, promiscuidad en los chimpancés, y tanto monogamia como harenes en los humanos (véase figura 4.2). Así pues, entre los tres descendientes del eslabón perdido de hace nueve millones de años, por lo menos dos deben haber cambiado su sistema de apareamiento. Otra evidencia sugiere que el eslabón perdido vivía en harenes, así que los gorilas y algunas sociedades humanas simplemente deben haber retenido ese sistema de apareamiento. Pero los chimpancés deben haber reinventado la promiscuidad, mientras que muchas sociedades humanas inventaron la monogamia. De nuevo vemos que los humanos y los chimpancés han evolucionado en direcciones opuestas en sistemas de apareamiento y señales ovulatorias.
Parece, sobre todo, que la monogamia ha evolucionado independientemente por lo menos siete veces en primates superiores: en nosotros, en los gibones y por los menos en cinco grupos separados de monos. Los harenes deben haber evolucionado por lo menos ocho veces, incluyendo el eslabón perdido. Los chimpancés y dos monos por lo menos deben haber reinventado la promiscuidad después de que sus ancestros recientes la hubieran abandonado en favor de los harenes.
Así pues, hemos reconstruido tanto los tipos de sistemas de apareamiento como la clase de señales ovulatorias que probablemente existían en los primates del pasado remoto, a lo largo del árbol familiar de los primates. Podemos ahora, finalmente, reunir ambos tipos de información y preguntarnos: ¿qué sistema de apareamiento prevalecía en cada punto de nuestro árbol familiar cuando evolucionó la ovulación oculta?
Esto es lo que extraemos. Consideremos aquellas especies ancestrales que daban señales de ovulación y después fueron perdiendo esas señales evolucionando hacia la ovulación oculta. Sólo una de esas especies ancestrales era monógama. Por el contrario, ocho, quizá hasta once, eran promiscuas o especies formadoras de harenes, siendo una de ellas el ancestro de los humanos que surgió a partir del eslabón perdido formador de harenes concluimos así en que la promiscuidad o los harenes, y no la monogamia, es el sistema de apareamiento que conduce a la ovulación oculta (véase figura 4.3), Esta es la conclusión predicha por la teoría muchos-padres. No concuerda con la teoría papá-en-casa.
Combinando hechos acerca de especies modernas observadas con deducciones sobre especies ancestrales, se puede deducir el sistema de apareamiento que prevalecía cuando las señales ovulatorias experimentaron un cambio evolutivo. Deducimos que la especie 3 desarrolló ovulación oculta partiendo de un ancestro formador de harenes con señales sutiles de ovulación, mientras que las especies 1 y 2 conservaron el sistema de apareamiento ancestral (harenes) y señales ovulatorias sutiles.
A la inversa también podemos preguntar: ¿cuáles eran las señales ovulatorias que prevalecían en cada punto de nuestro árbol familiar cuando evolucionó la monogamia? Encontramos que la monogamia nunca evolucionó en especies con señales llamativas de ovulación. En su lugar surgía habitualmente en especies que mostraban ya ovulación oculta, y a veces en especies que tenían ya sutiles señales ovulatorias (véase figura 4.4). Esta conclusión está de acuerdo con las predicciones de la teoría papá-en-casa.
¿Cómo se pueden reconciliar estas dos teorías aparentemente opuestas? Recordemos que Sillén-Tullberg y Moller encontraron, en el paso 3 de su análisis, que casi todos los primates monógamos tienen ovulación oculta. Ahora vemos que ese resultado debe haber aparecido en dos pasos.
Primero,
la ovulación oculta surgió en una especie promiscua o mantenedora de harenes. Después con la ovulación oculta ya presente, la especie cambió a la monogamia (véase figura 4.4).
Quizá a estas alturas estés considerando confusa nuestra historia sexual. Empezamos con una pregunta aparentemente sencilla que merecía una respuesta sencilla: ¿por qué escondemos nuestra ovulación y tenemos relaciones sexuales recreativas cualquier día del mes? En vez de una respuesta sencilla, se te ha dicho que la respuesta es más compleja y que implica dos pasos.
En resumidas cuentas, todo se reduce a que la ovulación oculta ha cambiado repetidamente y de hecho ha invertido su función durante la historia evolutiva de los primates. Apareció en un momento en el que nuestros ancestros eran todavía promiscuos o vivían en harenes. En aquellos momentos, la ovulación oculta permitió que la mujer-simio ancestral distribuyese sus favores sexuales a muchos machos, ninguno de los cuales podía jurar que era el padre de su hijo, aun cuando cada uno de ellos sabía que podría serlo. En consecuencia, ninguno de esos machos potencialmente asesinos querían hacer daño al bebé de la mujer-simio, y algunos de hecho lo habrían protegido o habrían ayudado a alimentarle. Una vez que la mujer-simio hubo desarrollado la ovulación oculta para ese propósito, la utilizó para elegir a un buen hombre de las cavernas, atraerle o forzarle a quedarse en el hogar con ella y conseguir que proporcionara protección o ayuda para su bebé, Con la seguridad de que también era suyo.
Si reflexionamos, no deberíamos sorprendernos de este cambio de función para la ovulación oculta. Tales cambios son muy comunes en la biología evolutiva. Ello se debe a que la selección natural no procede de forma consciente y en línea recta hacia una meta clara en la distancia, al modo en que un ingeniero diseña conscientemente un nuevo producto. En vez de ello, una característica que sirve para una función en un animal comienza también a servir para otra función; como consecuencia de ello, resulta modificada y puede incluso perder la función original. La consecuencia son frecuentes reinvenciones de adaptaciones similares y frecuentes pérdidas, cambios o incluso reversiones de función a medida que los seres vivos evolucionan.
Uno de los ejemplos más familiares concierne a los miembros de los vertebrados. Las aletas de los peces ancestrales, utilizadas para nadar, evolucionaron dando lugar a las patas de los reptiles ancestrales, las aves y los mamíferos, que las utilizaban para correr o saltar por tierra. Las patas delanteras de ciertos mamíferos ancestral es y las de las aves-reptiles evolucionaron hasta generar las alas utilizadas para volar de los murciélagos y las aves modernas, respectivamente. Las alas de las aves y las patas de los mamíferos evolucionaron después independientemente, acabando en las aletas de los pingüinos y las ballenas, respectivamente, revirtiendo así a una función natatoria y reinventando las aletas de los peces. Por lo menos tres grupos de descendientes de los peces perdieron sus miembros independientemente para convertirse en serpientes, eslizones (lagartos sin patas) y los anfibios sin patas conocidos como cecilias. Esencialmente de la misma manera, las características de la biología reproductiva —tales como la ovulación oculta, la ovulación llamativamente anunciada la monogamia, los harenes y la promiscuidad— han cambiado repetidamente de función y han sido transmutadas unas en otras, reinventadas o perdidas.
Las implicaciones de estos giros evolutivos pueden proporcionar brío a nuestras vidas amorosas. Por ejemplo, en la última novela del gran escritor alemán Thomas Mann,
Confesiones del estafador Félix Krull,
Félix comparte vagón, en un viaje de tren, con un paleontólogo que le entretiene con un relato sobre la evolución de los miembros de los vertebrados. Félix, un consumado e imaginativo mujeriego, se deleita con las implicaciones. «¡Los brazos y piernas humanos contienen los huesos de los animales terrestres más primitivos!… ¡Es emocionante!… El brazo bien formado de una mujer, que nos abraza si conseguimos sus favores… no es diferente del ala con garras de un pájaro primordial, y de las aletas pectorales de un pez… Pensaré en ello la próxima vez… Soñare con ese brazo torneado, con su antigua carcasa de huesos.»
Ahora que Sillén-Tullberg y Moller han desentrañado la evolución de la ovulación oculta puedes nutrir tus propias fantasías, con sus implicaciones, de la misma manera que Félix Krull alimentó sus fantasías con las implicaciones de la evolución de los miembros de los vertebrados. Espera hasta la próxima vez que estés practicando el sexo por placer, en un momento infértil del ciclo ovulatorio, mientras disfrutas de la seguridad de una relación monógama duradera. En ese momento reflexiona sobre cómo, paradójicamente, tu dicha es posible debido precisamente a aquellos rasgos de tu fisiología que hacían diferentes a tus remotos ancestros mientras languidecían en harenes o mientras rotaban entre parejas sexuales compartidas promiscuamente. Irónicamente, esos desdichados ancestros tenían relaciones sexuales en los escasos días de la ovulación, cuando cumplían mecánicamente con el imperativo biológico de fertilizar, privados de nuestro ocioso placer por su desesperada necesidad de rápidos resultados.