Read ¿Por qué es divertido el sexo? Online
Authors: Jared Diamond
Tags: #Divulgación Científica, Sexualidad
Cuando insistí ante mis informantes nativos de mediana edad con preguntas sobre la comestibilidad de los frutos, me llevaron a una cabaña. Allí, en el fondo, una vez que mis ojos se hubieron acostumbrado a la débil luz, estaba la inevitable frágil mujer de muy avanzada edad, incapaz de andar sin apoyo. Ella era la última persona viva con experiencia directa de las plantas consideradas nutritivas y seguras de comer después del hungi kengi, hasta que los huertos comenzaron a producir de nuevo. La anciana me explicó que en la época del hungi kengi ella era todavía una niña que no estaba plenamente en edad de casarse. Puesto que mi visita a Rennell fue en 1976, y dado que el ciclón había azotado la zona hacía sesenta y siete años, cerca de 1910, la mujer estaba probablemente a principios de los ochenta años. Su supervivencia después del ciclón de 1910 había dependido de información recordada por los viejos supervivientes del último gran ciclón anterior al hungi kengi. Ahora, la capacidad de su pueblo para sobrevivir a otro ciclón dependería de sus propios recuerdos, que afortunadamente eran muy detallados.
Tales anécdotas podrían ser multiplicadas indefinidamente. Las sociedades tradicionales humanas se enfrentan con frecuencia a riesgos menores, que amenazan a unos pocos individuos, y también se enfrentan a algunas catástrofes naturales o guerras entre tribus que amenazan la vida de todos en la sociedad. Pero virtualmente todos en una sociedad tradicional pequeña están: emparentados unos con otros. Luego, no es sólo el caso de que la gente mayor en las sociedades tradicionales sea esencial para la supervivencia de sus propios hijos y nietos; también es esencial para la supervivencia de los cientos de personas con las que comparten sus genes.
Cualquier sociedad humana que incluyera individuos suficientemente viejos como para recordar el último acontecimiento del tipo de un hungi kengi tendría mayores posibilidades de sobrevivir que otras sociedades sin esas personas mayores. Los hombres viejos no tenían riesgo de parto o de las agotadoras responsabilidades de la lactancia y el cuidado infantil, así que no evolucionaron la protección mediante la menopausia. Pero las mujeres viejas que no experimentaban menopausia tendieron a ser eliminadas del fondo gen ético humano debido a que permanecían expuestas al riesgo del parto y a la carga del cuidado infantil. En momentos de crisis, tales como un hungi kengi, la muerte anterior de una anciana como ésa tendía también a eliminar del fondo genético a todos sus parientes supervivientes, un enorme precio genético que pagar por el dudoso privilegio de continuar produciendo otro bebé o dos contra probabilidades disminuidas. Esa importancia de los recuerdos de las mujeres mayores para la sociedad es lo que veo como la fuerza impulsora principal situada detrás de la evolución de la menopausia femenina humana.
Por supuesto, los humanos no son la única especie que vive en grupos de animales genéticamente emparentados y cuya supervivencia depende de la sabiduría adquirida transmitida culturalmente (es decir, no genéticamente) de un individuo a otro. Por ejemplo, estamos llegando a apreciar que las ballenas son animales inteligentes con relaciones sociales y tradiciones culturales complejas, tales como los cantos de las ballenas jorobadas. Los calderones, la otra especie de animal en la que la menopausia femenina está bien documentada, son un ejemplo fundamental. Al igual que las sociedades tradicionales humanas de cazadores-recolectores, los calderones viven en «tribus» (llamadas escuelas) de 50 a 250 individuos. Los estudios genéticos han mostrado que una escuela de calderones constituye una enorme familia, en la cual todos los individuos están emparentados unos con otros, puesto que ni los machos ni las hembras se trasladan de una escuela a otra. Un porcentaje sustancial de las hembras adultas de calderón en una escuela es posmenopáusico. Mientras que es poco probable que el parto entrañe tanto riesgo para los calderones como para las mujeres, la menopausia femenina podría haber evolucionado en esa especie debido a que las hembras viejas no menopáusicas tendían a sucumbir bajo las cargas de la lactancia y el cuidado de los hijos.
Hay también otras especies de animales sociales para las que queda por establecerse con mayor precisión el porcentaje de hembras que alcanzan la edad posmenopáusica bajo condiciones naturales. Esas especies candidatas incluyen chimpancés, bonobos, elefantes africanos, elefantes asiáticos y ballenas asesinas. La mayoría de estás especies están ahora perdiendo tantos individuos por depredación humana que podríamos haber eliminado ya la posibilidad de descubrir si la menopausia femenina es biológicamente significativa para ellas en la naturaleza. Sin embargo, los científicos han comenzado a reunir ya los datos pertinentes para las ballenas asesinas. Parte de la razón de nuestra fascinación por las ballenas asesinas y esas otras grandes especies de mamíferos sociales es que podemos identificarnos con ellas y con sus relaciones sociales, similares a las nuestras. Sólo por esa razón no me sorprendería que en algunas de estas especies resultara también que hacen más haciendo menos.
Dos amigos míos, marido y mujer, a quienes llamaré Art y Judy Smith para preservar su anonimato, pasaron por un momento difícil en su matrimonio. Después de que ambos tuvieran una serie de asuntos extramatrimoniales, se separaron. Recientemente han vuelto a vivir juntos, en parte porque la separación había sido dura para sus hijos. Ahora Art y Judy están trabajando para reparar su dañada relación, habiendo prometido ambos no continuar con sus infidelidades, pero el legado de la sospecha y la amargura permanece.
Fue en ese estado de ánimo cuando Art llamó a su casa una mañana mientras estaba fuera de la ciudad en un viaje de negocios de unos cuantos días. La voz grave de un hombre respondió al teléfono. La garganta de Art se ahogó instantáneamente mientras su cabeza daba vueltas tratando de encontrar una explicación (¿
Habré marcado un número equivocado? ¿Qué está haciendo ese hombre allí?
). Sin saber qué decir, Art soltó:
—¿Está la señora Smith?
El hombre respondió con total naturalidad:
—Está arriba en el dormitorio, vistiéndose.
Como un relámpago, la rabia inundó a Art; y gritó para sí mismo: «¡Ya está otra vez con sus amantes!, ¡ahora tiene a un bastardo pasando la noche en mi cama!, ¡incluso contesta el teléfono!» Art tuvo la súbita visión de llegar a casa corriendo, matar al amante de su esposa y abrirle la cabeza a Judy contra la pared. Todavía incapaz de creer lo que oía, balbuceó por el teléfono:
—¿Quién… es… usted?
La voz al otro extremo se cascó, elevándose del registro de barítono al de una soprano y replicó:
—Papá, ¿no me reconoces?
Era el hijo de Art y Judy de catorce años cuya voz estaba cambiando. Art dio un grito ahogado, una mezcla de alivio, risa histérica y sollozo.
El relato de esa llamada telefónica me trajo a colación hasta qué punto nosotros los humanos, la única especie racional, nos movemos todavía en la irracional esclavitud de los programas de comportamiento de tipo animal. Un mero cambio de una octava en el tono de una voz que pronunciaba media docena de sílabas banales causó que la imagen evocada por el hablante cambiara de un amenazante rival a un inofensivo niño, y el estado de ánimo de Art, de rabia asesina a amor paternal. Otras pistas igualmente triviales marcan la diferencia entre nuestras imágenes de joven y viejo, feo y atractivo, intimidatorio y débil. La historia de Art ilustra el poder de lo que los zoólogos denominan una señal: una pista que puede ser reconocida rápidamente y ser insignificante en sí misma, pero que ha llegado a denotar un conjunto importante y complejo de atributos biológicos, tales como el sexo, la edad, la agresión o la relación. Las señales son esenciales para la comunicación animal, es decir, el proceso mediante el cual un animal altera la probabilidad de que otro animal se comporte de una manera que puede ser adaptativa para uno o para los dos individuos. Las pequeñas señales (tales como pronunciar unas cuantas sílabas en un tono grave), que en sí mismas requieren poca energía, pueden liberar comportamientos que requieren mucha energía (tales como arriesgar la vida de uno intentando matar a otro individuo).
Las señales de los humanos y otros animales han evolucionado a través de selección natural. Por ejemplo, consideremos dos individuos animales de la misma especie que difieren ligeramente en tamaño y fuerza enfrentándose el uno al otro por algún recurso que beneficiaría a ambos. Sería ventajoso para ambos individuos cambiar señales que indicaran con precisión su fuerza relativa, y, de esta manera, el resultado más probable de una lucha. Evitando esa lucha, el individuo más débil se ha ahorrado la posibilidad de daños o muerte, mientras que el individuo más fuerte ahorra energía y riesgo.
¿Cómo evolucionan las señales animales? ¿Qué es lo que expresan realmente? Es decir, ¿son completamente arbitrarias, o poseen algún significado más profundo? ¿Qué es útil para asegurar la confianza y para minimizar el engaño? Exploraremos ahora estas cuestiones acerca de las señales corporales de los humanos, especialmente nuestras señales relacionadas con el sexo. Sin embargo, es útil empezar con un repaso de las señales en otras especies animales a partir de las que podamos hacemos una idea más clara mediante la elaboración de experimentos controlados imposibles de realizar en humanos. Como veremos, los zoólogos han sido capaces de hacerse idea de tas señales animales por medio de modificaciones quirúrgicas estandarizadas en los cuerpos de los animales. Algunos humanos les piden a los cirujanos plásticos que les modifiquen su cuerpo, pero el resultado no constituye un experimento bien controlado.
Los animales se hacen señales los unos a los otros a través de muchos canales de comunicación. Entre los más familiares para nosotros están las señales auditivas, tales como los cantos territoriales mediante los cuales las aves atraen a compañeros/as y anuncian posesión a los rivales, o las llamadas de alarma mediante las que las aves se alertan unas a otras de depredadores peligrosos en la cercanía. Igualmente familiares para nosotros son las señales de comportamiento: los conocedores de los perros saben que un perro con las orejas, la cola y el pelo del cuello levantados es agresivo, y que un perro con las orejas y la cola caídas y el pelo del cuello aplastado está sumiso o conciliatorio. Las señales olfativas son utilizadas por muchos mamíferos para marcar un territorio (como cuando un perro marca una boca de riego con los efluvios de su orina), y por las hormigas para marcar la senda hacia una fuente de alimento. Aun así, otras modalidades, como las señales eléctricas intercambiadas por peces eléctricos, son poco familiares e imperceptibles para nosotros.
Mientras que esas señales que acabo de mencionar pueden ser rápidamente activadas y desactivadas, otras señales en la anatomía de un animal están conectadas tanto permanentemente como durante períodos prolongados para transmitir varios tipos de mensajes. El sexo de un animal es indicado por las diferencias del macho y la hembra en el plumaje de muchas especies de aves, o por las diferencias en la forma de la cabeza entre machos y hembras de gorila u orangután. Tal como discutimos en el capítulo 4, las hembras de muchas especies de primates anuncian el momento de la ovulación mediante la piel hinchada y brillantemente coloreada en las nalgas o alrededor de la vagina. Los jóvenes sexualmente inmaduros de la mayoría de las especies de aves difieren de los adultos en el plumaje; los gorilas macho sexualmente maduros adquieren una capa de pelo plateado en la espalda. La edad es señalizada más finamente en las gaviotas argénteas, que tienen distinto plumaje siendo crías y, luego, con uno, dos, tres y cuatro o más años de edad.
Las señales animales pueden ser estudiadas experimentalmente creando un animal modificado o una réplica con señales alteradas. Por ejemplo, entre individuos del mismo sexo, el atractivo hacia el sexo opuesto puede depender de partes específicas del cuerpo, como es bien sabido de los humanos. En un experimento que demostraba este punto, las colas de los tejedores de cola larga —machos una especie africana en la cual se sospechaba que la cola de cuarenta centímetros del macho jugaba un papel en atraer a las hembras— fueron acortadas o alargadas. Resulta que un macho cuya cola es cortada experimentalmente hasta quince centímetros atrae pocas compañeras, mientras que un macho con una cola alargada a sesenta y cinco centímetros, adjuntando una pieza extra con pegamento, atrae compañeras extra. Un pollo de gaviota argéntea recién empollado picotea la mancha roja del pico inferior de su progenitor, induciendo así a éste a regurgitar el contenido estomacal a medio digerir para alimentar al polluelo. Ser picoteado en el pico estimula al progenitor a vomitar, pero ver un punto rojo contra un fondo pálido sobre un objeto alargado estimula al polluelo a picotear. Un pico artificial con un punto rojo recibe cuatro veces más picotazos que un pico que carezca del punto, mientras que un pico artificial de cualquier otro color recibe sólo la mitad de picotazos que un pico rojo. Como ejemplo final, una especie de aves europeas llamada carbonero común tiene una banda negra en el pecho que sirve como señal de estatus social. Los experimentos con modelos de carboneros a motor y manejados por control remoto, situados en comederos de aves, muestran que los carboneros vivos que vuelan hacia el comedero retroceden si y sólo si la banda del modelo es más ancha que la del intruso.
Uno tiene que preguntarse cómo es posible que los animales evolucionaran de manera que algo tan aparentemente arbitrario como la longitud de una cola, el color de una mancha en un pico o la anchura de una banda negra produzcan respuestas de comportamiento tan grandes. ¿Por qué debería un carbonero común perfectamente normal retirarse de su posible alimento sólo porque ve a otro pájaro con una banda ligeramente más ancha? ¿Qué tiene una banda negra ancha que implica fuerza intimidatoria? Uno pensaría que un carbonero con un gen para una banda ancha, pero inferior por otras razones, podría obtener así un estatus social inmerecido. ¿Por qué tal engaño no se hace flagrante y destruye el significado de la señal?
Estas cuestiones no están todavía resueltas y son muy debatidas por los zoólogos, en parte porque las respuestas varían para diferentes señales y diferentes especies animales. Consideremos estas cuestiones para señales sexuales corporales, es decir, estructuras que se encuentran en el cuerpo de un sexo pero no en el del sexo opuesto de la misma especie, y que son utilizadas como señal para atraer a parejas potenciales del sexo opuesto o para impresionar a rivales del mismo sexo. Tres teorías que compiten entre sí intentan explicar señales sexuales como éstas.