Read ¿Por qué es divertido el sexo? Online
Authors: Jared Diamond
Tags: #Divulgación Científica, Sexualidad
La primera teoría propuesta por el genetista británico Ronald Fisher se denomina modelo de selección desenfrenada de Fisher. Las hembras humanas y las hembras de todas las demás especies animales, se enfrentan al dilema de seleccionar un macho con el que aparearse, preferiblemente uno que lleve buenos genes que serán transmitidos a la prole de la hembra. Ésta es una tarea difícil porque, como toda mujer sabe perfectamente, las hembras no tienen ningún método directo para evaluar la calidad de los genes de un macho. Supongamos que, de alguna manera, una hembra estuviera genéticamente: programada para ser atraída sexualmente por machos que llevaran cierta estructura que les diera alguna ligera ventaja en la supervivencia comparados con otros machos. Aquellos machos con la estructura preferida obtendrían así una ventaja adicional: atraerían más hembras como compañeras, y por lo tanto transmitirían sus genes a más prole. Las hembras que prefiriesen a los machos con tal estructura obtendrían también una ventaja: transmitirían el gen de la estructura a sus hijos, que a su vez serían preferidos por otras hembras.
Un proceso desenfrenado de selección continuaría después, favoreciendo a aquellos machos con genes en favor de la estructura con un tamaño exagerado, y favoreciendo a aquellas hembras con genes en favor de una exagerada preferencia por la estructura. De generación en generación, la estructura crecería en tamaño o en vistosidad hasta que perdiera su ligero efecto beneficioso original para la supervivencia. Por ejemplo, una cola ligeramente más larga podría ser útil para volar, pero la gigantesca cola de un pavo real no es con seguridad muy útil en el vuelo. El proceso evolutivo desenfrenado sólo se detendría cuando una exageración ulterior del rasgo se convirtiera en perjudicial para la supervivencia.
Una segunda teoría, propuesta por el zoólogo israelí Amotz Zahavi, apunta que muchas estructuras que funcionan como señales corporales sexuales son tan grandes o llamativas que deben resultar de hecho perjudiciales para la supervivencia de su propietario. Por ejemplo, la cola de un pavo real o de un tejedor no sólo no ayuda al ave a sobrevivir sino que le hace la vida más difícil. Tener una cola pesada, larga y ancha dificulta el desplazamiento a través de vegetación densa, tanto como levantar vuelo, mantenerse volando y escapar así de los depredadores. Muchas señales sexuales, como la cresta dorada de un tilonorrinco (o pájaro jardinero), son estructuras grandes, llamativas y brillantes que tienden a atraer la atención de un depredador. Además, que crezca una gran cola o cresta es costoso porque consume mucha energía biosintética del animal. En consecuencia, argumenta Zahavi, cualquier macho que se las apaña para sobrevivir a pesar de un hándicap tan costoso como ése, está en efecto anunciando a las hembras que debe tener magníficos genes en otros aspectos. Cuando una hembra ve un macho con ese hándicap tiene la garantía de que no la está engañando al portar el gen para una cola larga y que, a la vez, es inferior en lo demás. Él no habría sido capaz de permitirse elaborar esa estructura y no estaría todavía vivo a menos que fuese realmente superior
A uno se le ocurren inmediatamente muchos comportamientos humanos que seguramente se ajustan a la teoría del hándicap de Zahavi de las señales honestas. Mientras que cualquier hombre puede fanfarronear ante una mujer de que es rico, y de que por lo tanto ella debería irse a la cama con él con la esperanza de atraerle al matrimonio, podría estar mintiendo. Ella sólo se lo cree cuando le ve despilfarrando el dinero en joyería cara e inútil y en coches deportivos. También algunos estudiantes universitarios alardean de participar en fiestas la noche anterior a un examen importante; realmente están diciendo: «Cualquier idiota puede sacar un sobresaliente estudiando, pero yo soy tan inteligente que puedo sacar un sobresaliente a pesar del hándicap de no estudiar.»
La teoría restante de señales sexuales, tal como la formularon los zoólogos estadounidenses Astrid Kodric-Brown y James Brown, se denomina verdad en el anuncio. Como Zahavi ya diferencia de Fisher, los Brown hacen énfasis en que las estructuras corporales costosas representan necesariamente anuncios honestos de calidad, debido a que un animal inferior no podría permitirse los costes. A diferencia de Zahavi, que ve las estructuras costosas como un hándicap para la supervivencia, los Brown las ven como favorecedoras para la supervivencia, o bien ligadas de cerca a características que favorecen la supervivencia. La estructura costosa es de esta manera un anuncio doblemente honesto: sólo un animal superior puede permitirse su coste, y hace al animal incluso más superior.
Por ejemplo, la cornamenta de los ciervos macho representa una gran inversión en calcio, fósforo y calorías; y aun así crece y es desechada todos los años. Sólo los machos mejor nutridos —los que sean maduros, socialmente dominantes y estén libres de parásitos— pueden permitirse esa inversión, De esta manera, una cierva puede considerar la cornamenta grande un anuncio honesto de la calidad del macho, al igual que una mujer cuyo novio compra y desecha coches deportivos Porsche cada año puede creer su afirmación de que es rico. Pero las cornamentas llevan un segundo mensaje que no comparten los Porsche. Mientras que un Porsche no genera más riqueza, las cornamentas grandes proporcionan a sus propietarios el acceso a los mejores pastos, puesto que les permiten vencer a machos rivales y combatir a los depredadores.
Examinemos ahora si alguna de estas tres teorías, concebidas para explicar la evolución de las señales animales, puede explicar también rasgos del cuerpo humano. Para esto necesitamos ante todo preguntar si nuestros cuerpos poseen cualquiera de esos rasgos que requieren explicación. Nuestra primera inclinación podría ser asumir que sólo los estúpidos animales requieren insignias codificadas genéticamente, como un punto rojo aquí y una banda negra allí, de modo que se den cuenta entre ellos de la edad, estatus, calidad genética y valía como pareja potencial. Nosotros, por el contrario, tenemos cerebros mucho más grandes y muchísima más capacidad de raciocinio que ningún otro animal. Es más, únicamente nosotros somos capaces de hablar y podemos por ello almacenar y transmitir información mucho más detallada de lo que puede hacerlo cualquier otro animal. ¿Qué necesidad tenemos nosotros de tener puntos rojos o bandas negras cuando determinamos de manera rutinaria y precisa la edad y estatus de otros humanos con sólo hablar con ellos? ¿Qué animal puede decirle a otro que tiene veintisiete años, recibe un salario anual de 125.000 dólares y es el segundo asistente del vicepresidente en el tercer banco más importante del país? En la selección de nuestras parejas y compañeros sexuales, ¡,no pasamos por una fase de datos que es en efecto una larga serie de pruebas mediante las cuales evaluamos las habilidades parentales, las habilidades de relación y los genes de una pareja en perspectiva?
La respuesta es sencilla: ¡tonterías! También nosotros nos basamos en señales tan arbitrarias como la cola de un tejedor y la cresta de un pájaro jardinero. Nuestras señales incluyen, caras, olores, color de pelo, barba en los hombres y pechos en las mujeres. ¿Qué es lo que hace a estas estructuras menos absurdas que una 1arga cola como base para seleccionar esposa o esposo, la persona más importante en tu vida adulta; nuestro compañero económico y social y el coprogenitor de nuestros hijos? Si pensamos que tenemos un sistema de señalización inmune al engaño, ¿por qué tanta gente recurre al maquillaje, los tintes de pelo y el aumento de pecho? En cuanto a nuestro supuestamente inteligente y cuidadoso proceso de selección, todos sabemos que cuando entramos en una habitación llena de gente desconocida, rápidamente sentimos quién nos atrae físicamente y quién no lo hace. Esta rápida sensación está basada en el «atractivo sexual»
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, que significa exactamente la suma de las señales corporales a las cuales respondemos, en gran medida inconscientemente. Nuestra tasa de divorcios, ahora alrededor de un 50 por 100 en Estados Unidos, muestra que reconocemos el fracaso en la mitad de nuestros esfuerzos al seleccionar compañero. Los albatros y muchas otras especies de animales ligados en parejas tienen tasas de «divorcio» mucho más bajas.¡ Y eso que nosotros somos sabios y ellos estúpidos!
De hecho, al igual que otras especies animales, hemos evolucionado características corporales que señalan la edad, el sexo, el estatus reproductivo y la calidad individual, así como respuestas programadas a esas y otras características. La adquisición de la madurez reproductiva está señalada en ambos sexos por el crecimiento del vello púbico y axilar. En los machos humanos está señalizada además por el crecimiento de la barba y el vello corporal y por una caída en el tono de la voz. El episodio con el que inicié este capítulo ilustra que nuestras respuestas a esas señales pueden ser tan específicas y dramáticas como la respuesta del polluelo de gaviota al punto rojo en el pico de su progenitor. Las hembras humanas indican además la madurez reproductiva por el desarrollo de sus pechos. Más tarde en la vida señalamos nuestra decadente fertilidad y (en las sociedades tradicionales) la adquisición del estatus de sabio anciano por el encanecimiento de nuestro pelo. Tendemos a responder a la vista de los músculos humanos (en cantidades y lugares apropiados) como una señal de condición física masculina, y a la vista de grasa corporal (también en cantidades y lugares apropiados) como una señal de condición física femenina. En cuanto a las señales corporales mediante las cuales seleccionamos a nuestras parejas y compañeros sexuales, incluyen todas estas mismas señales de madurez reproductiva y condición física, con variaciones entre las poblaciones humanas en lo referente a las señales que un sexo posee y las que el otro sexo prefiere. Por ejemplo, los hombres varían por todo el mundo en relación con la abundancia de su barba y vello corporal, mientras que las mujeres varían geográficamente en el tamaño y forma de sus pechos y pezones, y en el color de estos últimos. Todas estas estructuras nos sirven a nosotros los humanos como señales análogas a los puntos rojos y las bandas negras de las aves. Además, al igual que los pechos de las mujeres cumplen simultáneamente una función fisiológica y sirven como señales, más tarde en este capítulo consideraré si lo mismo podría ser cierto del pene de los hombres.
Los científicos que tratan de entender las señales correspondientes de los animales pueden llevar a cabo experimentos que impliquen modificaciones mecánicas del cuerpo de un animal, tales como acortar la cola de un tejedor o pintar sobre la mancha roja de una gaviota. Obstáculos legales, reparos morales y consideraciones éticas nos impiden realizar tales experimentos controlados en humanos. Lo que también nos impide entender las señales humanas son nuestros fuertes sentimientos que nublan nuestra objetividad a su respecto, así como el fuerte grado de variación cultural y variación individualmente aprendida, tanto en nuestras preferencias como en las automodificaciones de nuestros cuerpos. Sin embargo, tal variación y tal automodificación también pueden ayudarnos a comprender mejor sirviendo como experimentos naturales, aunque sean experimentos que carezcan de controles experimentales. Hay por lo menos tres conjuntos de señales humanas que me parece que se ajustan al modelo de verdad en el anuncio de Kodric-Brown y Brown: los músculos corporales de los hombres, la «belleza» facial en ambos sexos y la grasa corporal de las mujeres.
Los músculos corporales de los hombres tienden a impresionar a las mujeres además de a otros hombres. Mientras que el desarrollo muscular extremo de los culturistas profesionales choca a mucha gente como grotesco, muchas mujeres (¿la mayoría de ellas?) consideran a un hombre musculoso bien proporcionado más atractivo que un hombre escuálido. Los hombres también utilizan el desarrollo muscular de otros hombres como una señal; por ejemplo, como una forma rápida de evaluar si meterse en una pelea o retirarse. Un ejemplo típico tiene como protagonista a un magníficamente musculoso instructor llamado Andy, del gimnasio en el que mi mujer y yo hacemos ejercicio. Siempre que Andy levanta pesas, las miradas de todas las mujeres y los hombres del gimnasio se dirigen a él. Cuando Andy explica a un cliente cómo utilizar una de las máquinas de ejercicios del gimnasio, comienza por demostrar el funcionamiento de la máquina sobre él mismo, mientras pide al cliente que ponga una mano en el músculo relevante de su cuerpo de modo que el cliente pueda entender el movimiento correcto. Indudablemente, este método de explicación es pedagógicamente útil, pero estoy seguro de que Andy también disfruta de la sobrecogedora impresión que deja.
Por lo menos en las sociedades tradicionales, basadas en la potencia muscular humana más que en la potencia de la máquina, los músculos son una señal veraz de calidad del macho, como las cornamentas de un ciervo. Por un lado, los músculos permiten a los hombres conseguir recursos tales como alimento, o construir recursos tales como casas y vencer a los hombres rivales. De hecho, los músculos juegan un papel mucho más grande en la vida de un hombre tradicional que la cornamenta en la vida de un ciervo, que sólo la utiliza para la lucha. Por otro lado, los hombres con otras buenas cualidades son más capaces de adquirir todas las proteínas requeridas para crecer y mantener músculos grandes. Uno puede disimular la edad tiñéndose el pelo, pero no puede fingir que tiene grandes músculos. Naturalmente, los hombres no evolucionaron los músculos únicamente para impresionar a otros hombres y mujeres, del mismo modo en que los pájaros jardineros evolucionaron una cresta dorada únicamente como señal para impresionar a otros congéneres. En vez de ello, los músculos evolucionaron para llevar a cabo funciones, y los hombres y las mujeres evolucionaron o aprendieron entonces a responder ante los músculos como una señal veraz.
Un rostro bello sería otra señal veraz, aunque la razón subyacente no sea tan transparente como en el caso de los músculos. Si te paras a pensar en ello, podría parecer absurdo que nuestro atractivo social y sexual dependa de la belleza facial en un grado tan sumamente desproporcionado. Uno podría razonar que la belleza no dice nada sobre buenos genes, cualidades como progenitor o habilidad para la obtención de alimento. Sin embargo, el rostro es la parte del cuerpo más sensible a los estragos de la edad, la enfermedad y las lesiones. Especialmente en las sociedades tradicionales, los individuos con rostros cicatrizados o deformados podrían estar anunciando con ello su propensión a infecciones desfigurantes, la incapacidad para cuidar de sí mismos o la carga de gusanos parásitos. Un rostro bonito era así una señal veraz de buena salud que no podía ser fingida hasta las perfectas remodelaciones faciales de los cirujanos plásticos del siglo XX.