¿Por qué es divertido el sexo? (21 page)

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Authors: Jared Diamond

Tags: #Divulgación Científica, Sexualidad

BOOK: ¿Por qué es divertido el sexo?
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El candidato restante para una señal veraz es la grasa corporal de las mujeres. La lactancia y el cuidado infantil suponen un gran consumo de energía para una madre; y la lactancia tiende a fracasar en una madre infraalimentada. En las sociedades tradicionales, antes de la aparición de los alimentos infantiles y con anterioridad a la domesticación de animales ungulados productores de leche, el fracaso en la lactancia de una madre habría sido fatal para su bebé. Así pues, la grasa corporal de una mujer habría sido para un hombre una señal veraz de que ella era capaz de criar a su hijo. Naturalmente, los hombres deberían preferir la cantidad correcta de grasa: demasiado poca podría ser un presagio de fracaso en la lactancia, pero demasiada podría señalar dificultades para caminar, pobre capacidad de obtención de alimentos o muerte prematura por diabetes.

Quizá debido a que la grasa sería difícil de distinguir si estuviera extendida uniformemente sobre el cuerpo, los cuerpos femeninos han evolucionado con grasa concentrada en ciertas partes que son fácilmente visibles y evaluables, aunque la situación anatómica de esos depósitos de grasa varía en cierta forma entre las poblaciones humanas. Las mujeres de todas las poblaciones tienden a acumular grasa en los pechos y las caderas, hasta un grado que varía geográficamente. Las mujeres de la población san, nativa de África del Sur (los así llamados hombres arbusto y hotentotes), y las mujeres de las islas Andamán, en la bahía de Bengala, acumulan grasa en las nalgas, produciendo la condición conocida como esteatopigia. Los hombres de todo el mundo tienden a estar interesados en los pechos de las mujeres, las caderas y las nalgas, dando lugar en las sociedades modernas a otro método quirúrgico de señales fingidas, el aumento de pecho. Por supuesto, uno puede objetar que algunos hombres en concreto están menos interesados que otros hombres en estas señales de estatus nutricional femenino, y que la popularidad relativa de las modelos delgadas y rellenitas fluctúa de un año a otro como moda pasajera. Sin embargo, la tendencia general en el interés masculino es clara.

Supongamos que uno estuviera de nuevo jugando a ser Dios o Darwin y decidiendo dónde concentrar la grasa corporal del cuerpo de una mujer como señal visible. Los brazos y las piernas quedarían excluidos debido al peso extra resultante sobre ellos al caminar, o para el uso de los brazos. Esto todavía deja muchas partes del torso donde la grasa podría estar concentrada seguramente sin impedir el movimiento, y de hecho acabo de mencionar que las mujeres de varias poblaciones han evolucionado tres áreas de señalización diferentes en el torso. Sin embargo, uno se tiene que preguntar si la elección evolutiva de un área de señalización es completamente arbitraria y por qué no hay poblaciones de mujeres con otras localizaciones señalizadoras, tales como el vientre o la mitad de la espalda. Depósitos simétricos de grasa en el vientre no parece que crearan más dificultades para la locomoción de lo que lo hacen nuestros depósitos reales en los pechos y las nalgas. Es curioso, sin embargo, que las mujeres de todas las poblaciones hayan desarrollado acumulación de grasa en los pechos, los órganos cuya actuación lactativa podrían estar tratando de evaluar los hombres mediante señales de depósito de grasa. De ahí que algunos científicos hayan sugerido que los pechos grandes y llenos de grasa no sólo son una señal honesta de buena nutrición general sino, también, una señal engañosa específica de gran capacidad de producción de leche (engañosa porque la leche es realmente secretada por el tejido glandular de la mama y no por la grasa del pecho). De forma similar, se ha sugerido que la acumulación de grasa en las caderas de las mujeres de todo el mundo es también una señal honesta de buena salud, así como una señal engañosa específica que sugiere un ancho canal de parto (engañosa porque un canal de parto realmente ancho minimizaría el riesgo de lesiones de nacimiento, pero unas meras caderas con grasa no lo harían).

A estas alturas, tengo que prever varias objeciones a mi suposición de que la ornamentación sexual de los cuerpos de las mujeres podría tener alguna significación evolutiva. Cualquiera que sea su interpretación, es por supuesto un hecho que los cuerpos de las mujeres poseen estructuras que funcionan como señales sexuales y que los hombres tienden a estar especialmente interesados por esas partes del cuerpo de las mujeres en particular. En este aspecto, las mujeres se parecen a las hembras de otras especies de primates que viven en grupos que incluyen muchos machos y hembras adultos. Al igual que los humanos, los chimpancés, los babuinos y los macacos viven en grupos y tienen hembras ornamentadas sexualmente (y también machos). Por el contrario, las hembras de gibón y las hembras de otras especies de primates que viven en parejas solitarias macho-hembra muestran poca o ninguna ornamentación sexual. Esta correlación sugiere que si y sólo si las hembras compiten intensivamente con otras por la atención de los machos —por ejemplo, debido a que múltiples machos y hembras se encuentran unos con otros diariamente en el mismo grupo—, entonces las hembras tienden a evolucionar ornamentación sexual en un concurso evolutivo en progreso para ser más atractivas. Las hembras que no tienen que competir de manera tan habitual tienen menos necesidad de una cara ornamentación corporal.

En la mayoría de las especies animales (incluyendo la humana) la importancia evolutiva de la ornamentación sexual del macho es indiscutible, porque con seguridad los machos compiten por las hembras. Sin embargo, los científicos han planteado tres objeciones a la interpretación de que las mujeres compiten por los hombres y que han evolucionado ornamentos corporales con ese propósito. Primera: en las sociedades tradicionales, un 95 por 100 como mínimo de las mujeres se casa. Esta estadística parece sugerir que virtualmente cualquier mujer puede conseguir un marido y que una mujer no tiene la necesidad de competir. Como me lo expresó una bióloga: «Siempre hay un roto para un descosido, y normalmente hay un hombre feo para cada mujer fea.»

Pero esa interpretación queda oculta por todo el esfuerzo que conscientemente hacen las mujeres en la decoración y modificación quirúrgica de sus cuerpos para estar atractivas. De hecho, los hombres varían ampliamente en sus genes, en los recursos que controlan, en las cualidades como progenitores y en su dedicación a sus mujeres. Aunque virtualmente cualquier mujer puede conseguir que un hombre se case con ella, sólo unas pocas consiguen con éxito uno de los escasos hombres de alta calidad, por los que las mujeres deben competir intensamente. Todas las mujeres saben eso, aunque incluso algunos científicos masculinos evidentemente lo ignoren.

Una segunda objeción destaca que los hombres en las sociedades tradicionales no tenían la oportunidad de elegir a sus esposas, ya fuera en base a su ornamentación sexual o a cualquier otra cualidad. En lugar de ello, los matrimonios eran dispuestos por los parientes del clan, que hacían la elección frecuentemente con la motivación de cimentar alianzas políticas. En la realidad, sin embargo, los precios de las novias en las sociedades tradicionales, como las de Nueva Guinea en las que trabajo, varían de acuerdo con lo deseable que sea una mujer, su salud y las probables cualidades de madre como consideraciones importantes. Es decir, aunque el punto de vista del novio sobre el atractivo sexual de su esposa pueda ser ignorado, los parientes que realmente seleccionan a la novia no ignoran sus propios puntos de vista. Además, los hombres ciertamente consideran el atractivo sexual de una mujer en la selección de compañeras para el sexo extramatrimonial, que es muy probable que sea responsable de una proporción mayor de bebés en las sociedades tradicionales (donde los maridos no tienen la posibilidad de seguir sus preferencias sexuales en la selección de sus mujeres) que en las sociedades modernas. Es más, volver a casarse después de un divorcio o la muerte de la primera esposa es muy común en las sociedades tradicionales, y los hombres en esas sociedades tienen más libertad en la selección de su segunda esposa.

La objeción que queda apunta a, que los cánones de belleza culturalmente influidos varían con el tiempo, y que los hombres considerados a título individual dentro de la misma sociedad difieren en sus gustos. Las mujeres delgadas podrían estar pasadas de moda este año, pero de moda el año que viene, y algunos hombres prefieren mujeres delgadas todos los años. Sin embargo, este hecho no es más que ruido que complica ligeramente pero no invalida la conclusión principal: que los hombres en todas partes y épocas han preferido como media a mujeres bien nutridas con rostros bonitos.

Hemos visto que varias clases de señales sexuales humanas —los músculos de los hombres, la belleza facial y la grasa corporal femenina concentrada en ciertos lugares— se ajustan aparentemente al modelo de verdad en el anuncio. Sin embargo, como mencioné mientras discutía las señales animales, diferentes señales pueden ajustarse a diferentes modelos. Esto también es cierto para los humanos. Por ejemplo, el vello púbico y axilar, que tanto hombres como mujeres hemos evolucionado para que crezca en la adolescencia, es una señal fiable pero completamente arbitraria de adquisición de la madurez reproductiva. El pelo en esos lugares difiere de los músculos, los rostros bellos y la grasa corporal en que no lleva mensaje alguno más profundo. Cuesta poco que crezca y no contribuye directamente en nada a la supervivencia o a la lactancia de los bebés. Una nutrición pobre podría dejarte con el cuerpo enclenque y el rostro desfigurado, pero raramente te causaría la caída del vello púbico. Incluso los hombres débiles y feos, y las mujeres en los huesos y feas, exhiben pelo en las axilas. Las barbas de los hombres, el vello corporal y las voces graves como señales de adolescencia, y el encanecimiento del pelo de hombres y mujeres como señal de envejecimiento, parecen igualmente carentes de significado interno. Al igual que el punto rojo en el pico de una gaviota y muchas otras señales animales, estas señales humanas son baratas y completamente arbitrarias; se podrían imaginar muchas otras señales que sirvieran igualmente bien al efecto.

¿Hay alguna señal humana que ejemplifique el funcionamiento del modelo de selección desenfrenada de Fisher o el principio del hándicap de Zahavi? En principio, parecemos carentes de estructuras exageradas de señalización comparables con la cola de cuarenta centímetros de un tejedor. Al reflexionar, sin embargo, me pregunto si realmente no exhibiremos una de tales estructuras: el pene de un hombre. Uno podría objetar que no cumple función alguna de señalización y que no es nada más que maquinaria reproductiva bien diseñada. Sin embargo, esta no es una objeción seria a mi especulación: hemos visto ya que los pechos de las mujeres constituyen simultáneamente señales y maquinaria reproductiva. Las comparaciones con nuestros parientes simios insinúan que el tamaño del pene humano excede de forma similar a los meros requerimientos funcionales, y que ese tamaño excesivo podría servir como una señal. La longitud del pene en erección es de sólo unos tres centímetros en gorilas y de casi cuatro en los orangutanes, pero es de quince centímetros y medio en los humanos, aun cuando los machos de aquellas dos especies poseen cuerpos mucho más grandes que los hombres.

¿Son esos once o doce centímetros extra del pene humano un lujo funcionalmente innecesario? Una contra interpretación es que un pene grande podría ser útil de alguna manera en la amplia variedad de nuestras posiciones copulatorias comparadas con las de muchos otros mamíferos. Sin embargo, el pene de casi cuatro centímetros del macho de orangután le permite actuar en una variedad de posiciones que rivalizan con las nuestras y sobrepasar nuestra actuación ejecutando todas esas posiciones mientras cuelga de un árbol. En cuanto a la posible utilidad de un pene grande en el mantenimiento de coitos prolongados, los orangutanes nos superan también al respecto (duración media de quince minutos, frente a los simples cuatro minutos del hombre medio estadounidense).

La insinuación de que el gran pene humano sirve como alguna clase de señal podría ser percibida observando lo que sucede cuando los hombres tienen la oportunidad de diseñar sus propios penes más que quedarse satisfechos con su legado evolutivo. Los hombres de las tierras altas de Nueva Guinea lo hacen metiendo el pene en una funda decorativa llamada falocarpo. La funda tiene hasta sesenta centímetros de largo y diez de diámetro; frecuentemente es amarilla o rojo brillante y está variadamente decorada en la punta con piel, hojas o un ornamento bifurcado. Cuando encontré por vez primera a hombres de Nueva Guinea con falocarpos, entre la tribu de los ketengban, en las montañas Star, ya había oído hablar mucho de ellos y tenía curiosidad por ver cómo los utilizaban y cómo los explicaba la gente. Resultó que los hombres llevaban los falocarpos constantemente, por lo menos siempre que me encontraba con ellos. Cada hombre posee varios modelos, que varían en tamaño, ornamentación y ángulo de la erección, y cada día elige un modelo de acuerdo con su estado de ánimo, de forma muy parecida a como nosotros seleccionamos todas las mañanas una camisa que ponernos. En respuesta a mi pregunta de por qué llevaban falocarpos, los ketengban replicaban que se sentían desnudos e indecentes sin ellos. Esta respuesta me sorprendió, con mi perspectiva occidental, porque los ketengban estaban por lo demás completamente desnudos e incluso dejaban sus testículos al descubierto.

El falocarpo es en efecto un llamativo seudopene erecto que representa aquello con lo que a un hombre le gustaría estar dotado. El tamaño del pene que nosotros evolucionamos está desafortunadamente limitado por1a longitud de la vagina de una mujer. Un falocarpo nos muestra el aspecto que tendría un pene humano si no estuviera sujeto a restricciones prácticas. Es una señal incluso más patente que la cola de un tejedor. El verdadero pene, aunque es más modesto que un falocarpo, es indecentemente largo según los cánones de nuestros ancestros simios, aunque el pene del chimpancé también ha sido agrandado por encima del estado ancestral que se ha deducido y rivaliza en tamaño con el pene humano. La evolución de los penes ilustra evidentemente el funcionamiento de la selección desenfrenada tal como Fisherlla postuló. Empezando desde un pene de simio ancestral de cuatro centímetros, parecido al pene de un gorila u orangután moderno, el órgano humano aumentó en tamaño por un proceso desenfrenado, transmitiendo una ventaja a su propietario como señal cada vez más llamativa de virilidad, hasta que su longitud fue limitada por contraselecciones a medida que se hicieron inminentes las dificultades de encajarlo dentro de la vagina de una mujer.

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