—Aspirinas junto a la cama de Letitia Blacklock. El diabólico Patrick me dijo que miss Blacklock tiró media botella de jerez y abrió una nueva. No creo que se le hubiera ocurrido hacer eso con un tubo de aspirinas abierto. ¿Quién había estado en la casa esta vez durante los últimos dos días? Las tabletas no pueden haber estado mucho tiempo allí.
Rydesdale le miró.
—Todo el grupo estuvo allí ayer —comentó—. Una fiesta. Para celebrar el cumpleaños de miss Bunner. Cualquiera de ellos hubiera podido subir la escalera y hacer el cambio. O claro está, cualquiera de los que viven en la casa pudo haberlo hecho en cualquier momento.
De pie, junto a la verja de la vicaría, bien abrigada, miss Marple tomó la nota que le ofrecía Bunch.
—Dile a miss Blacklock —dijo Bunch— que Julian siente enormemente no poder ir. Uno de sus feligreses se está muriendo en Locke Hamlet. Irá después de comer si miss Blacklock quiere verle. La nota se refiere a los preparativos para el entierro. Propone el miércoles, si la encuesta se celebra el martes. ¡Pobre Bunny! ¡Es tan propio de ella tomarse la aspirina envenenada en lugar de otra persona, por equivocación! Adiós, querida. Espero que no te canse demasiado el paseo; pero no tengo más remedio que llevar a esa criatura al hospital en seguida.
Miss Marple dijo que el paseo no la cansaría y Bunch se marchó a toda prisa.
Mientras esperaba a miss Blacklock, miss Marple echó una ojeada a la sala y se preguntó qué habría querido decir exactamente Dora Bunner aquella mañana en
«El Pájaro Azul»
al asegurar que Patrick había «manipulado la lámpara» para conseguir que se apagaran las luces. ¿Qué lámpara? Y, ¿cómo la había «manipulado»?
Debía de referirse, decidió miss Marple, a la lamparita colocada sobre la mesa pequeña junto a la arcada. Había dicho algo de una pastora o un pastor, y aquella lámpara era una delicada pieza de porcelana de Dresde, un pastor con casaca azul y pantalón color rosa que sostenía lo que en otros tiempos fuera un candelabro y que ahora se había adaptado a la electricidad. La pantalla era de pergamino y un poco demasiado grande, de modo que casi ocultaba la figura. ¿Qué otra cosa había dicho Dora Bunner? «Recuerdo perfectamente que se trataba de la pastora. Y al día siguiente...» Desde luego, ahora era un pastor.
Miss Marple recordó que, cuando fueron ella y Bunch a tomar el té, Dora Bunner había dicho algo de que aquella lámpara formaba parte de una pareja. Naturalmente, un pastor y una pastora. Y el día del atraco estaba allí la pastora, y a la mañana siguiente estaba allí la otra lámpara, la que había ahora, el pastor. Alguien había cambiado las lámparas durante la noche. Y Dora Bunner había tenido motivos para creer —o había creído sin motivo— que era Patrick quién las había cambiado.
¿Por qué? Porque si se examinaba la primera lámpara se veía exactamente cómo había podido «hacer Patrick que se apagaran las luces». ¿Cómo se las había arreglado? Miss Marple contempló atentamente la lámpara que tenía delante. El cable pasaba por el borde de la mesa e iba enchufado a la pared. Había un interruptor pequeño en forma de pera, aproximadamente a la mitad del cable. Nada de aquello le sugirió nada a la anciana porque poco sabía de electricidad.
¿Dónde estaría la pastora? En la habitación vacía, si no la habían tirado, o... ¿dónde había sorprendido Dora Bunner a Patrick Simmons con una pluma y la taza de aceite? ¿Entre los arbustos? Miss Marple decidió comentar todo esto con el inspector Craddock.
Desde el principio, miss Blacklock había llegado a la conclusión de que su sobrino era el autor del anuncio. Las creencias instintivas a menudo estaban justificadas, o al menos así opinaba miss Marple. Porque, cuando se conoce bien a una persona, se suele tener una idea bastante acertada del tipo de cosas que podría hacer.
Patrick Simmons...
Un joven guapo. Un joven atractivo. Un joven que a las mujeres les resultaba simpático, tanto a las jóvenes como a las viejas. La clase de hombre, quizá, con quién se habría casado la hermana de Randall. ¿Podría Patrick Simmons ser Pip? Pero había estado en la Armada durante la guerra. La policía podría comprobarlo sin dificultad.
Sólo que a veces se daban las imposturas más asombrosas.
Se podía salir airoso de muchos y complicados trances, si se tenía suficiente audacia.
Se abrió la puerta y entró miss Blacklock. Daba la sensación, pensó miss Marple, de haber envejecido. Era como si hubiera perdido toda vida y energía.
—Lamento mucho turbarla en estos momentos —dijo miss Marple—, pero el vicario tenía un feligrés moribundo y Bunch tuvo que llevar a toda prisa a una criatura enferma al hospital. El vicario ha escrito una nota que me ha dado para usted.
Se la tendió y la otra la tomó y abrió.
—Tenga la bondad de sentarse, miss Marple. Le estoy muy agradecida por haber venido.
Leyó la nota.
—El vicario es un hombre muy comprensivo —anunció—. No le ofrece a una consuelos fatuos. Dígale que me parece perfectamente bien lo que propone. Su... su himno favorito era: «Guíame, bondadosa luz».
Se le quebró de pronto la voz.
—Sé que aquí soy una extraña —dijo miss Marple con dulzura—, pero lo siento mucho, mucho.
Brusca e irreprimiblemente, Letitia Blacklock se echó a llorar. Era un dolor lastimero, avasallador, no exento de cierta desesperación. Miss Marple permaneció completamente inmóvil en su asiento.
Finalmente miss Blacklock se dominó. Tenía el rostro hinchado y húmedo de lágrimas.
—Lo siento. No, no he podido remediarlo. El pensamiento de lo que he perdido. Ella... ella era el único vínculo con el pasado. La única que recordaba. Ahora que se ha ido, estoy completamente sola.
—Comprendo lo que quiere decir —contestó miss Marple—. Una está sola cuando la última persona que comparte nuestros recuerdos desaparece. Tengo sobrinos, sobrinas y buenas amistades, pero ninguno que me conociera de niña, nadie que pertenezca a mis tiempos. Ya llevo mucho tiempo sola.
Ambas mujeres guardaron silencio unos instantes.
—Comprende usted muy bien —dijo Letitia Blacklock. Se puso en pie y se acercó al escritorio—. Le escribiré unas líneas al vicario.
Tomó con cierta torpeza la pluma y escribió despacio.
—Artritis —explicó—. Hay veces que apenas puedo escribir.
Cerró el sobre y puso la dirección.
—Si a usted no le importara llevarlo, se lo agradecería mucho.
Al oír una voz masculina en el vestíbulo, añadió apresuradamente:
—Ése es el inspector Craddock.
Se acercó al espejo que había encima de la chimenea y se empolvó un poco la cara.
Craddock entró con el rostro sombrío. Miró a miss Marple con desaprobación.
—¡Ah, así que está usted aquí!
Miss Blacklock se apartó del espejo.
—Miss Marple ha tenido la bondad de traerme una nota del vicario.
—Me marcho en seguida, en seguida —manifestó miss Marple azorada—. No quiero estorbarle.
—¿Asistió usted a la fiesta celebrada aquí ayer tarde?
—No... no, no asistí —contestó la anciana nerviosa—. Bunch me llevo a visitar a unos amigos.
—Entonces, usted no puede decirme nada.
Craddock abrió la puerta con gesto elocuente, y miss Marple salió como alguien al que le acaban de dar una reprimenda.
—Estas viejas son unas entrometidas —afirmó el inspector Craddock.
—Creo que es usted injusto con ella —contestó miss Blacklock—. Vino con una nota del vicario.
—Seguro.
—No creo que viniera a curiosear.
—Quizá tenga usted razón, miss Blacklock; pero yo, por mi parte, diagnosticaría en este caso un ataque agudo de entrometiditis.
—Es una anciana muy inofensiva.
«Si usted supiera —pensó el inspector—, es más peligrosa que una serpiente de cascabel». Pero no tenía la menor intención de hacer confidencias innecesarias. Ahora que sabía definitivamente que andaba suelto por allí un asesino, cuanto menos dijera, mejor. No quería que la próxima víctima fuese Jane Marple.
Un asesino por allí... ¿dónde?
—No perderé el tiempo en condolencias, miss Blacklock. La verdad es que siento mucho la muerte de miss Bunner. Tendríamos que haberla evitado.
—No veo cómo.
—No, no hubiera sido fácil. Pero ahora tenemos que trabajar deprisa. ¿Quién está haciendo esto, miss Blacklock? ¿Quién ha intentado dos veces matarla y, si no nos damos prisa, lo intentará otra vez?
Letitia Blacklock se estremeció
—¡No lo sé, inspector! ¡No tengo la menor idea!
—He hablado con Mrs. Goedler. Me ha dado toda la ayuda que ha podido. No ha sido gran cosa. Hay unas cuantas personas que saldrían beneficiadas con su muerte. En primer lugar, Pip y Emma. Patrick y Julia Simmons tienen la edad precisa, pero sus antecedentes parecen claros. Sea como fuere, no podemos concentrarnos exclusivamente en ellos dos. Dígame, miss Blacklock, ¿reconocería usted a Sonia Goedler si la viese?
—¿Reconocer a Sonia? Claro que si...
Se interrumpió de pronto.
—No —dijo muy despacio—, no estoy muy segura de que pudiera. Ha transcurrido mucho tiempo, treinta años. Ahora será una mujer anciana.
—¿Cómo era?
—¿Sonia? —Miss Blacklock reflexionó unos instantes—. Era una mujer menuda, morena...
—¿Alguna característica especial? ¿Alguna peculiaridad?
—No... no, creo que no. Era alegre, muy alegre.
—Puede no ser tan alegre ahora. ¿Tiene alguna fotografía suya?
—¿De Sonia? Deje que piense... un retrato como es debido, no. Tengo algunas viejas instantáneas en un álbum no sé dónde... Creo que hay una de ella.
—¡Ah! ¿Podría verlo?
—Sí, claro. ¿Donde habré puesto yo ese álbum?
—Dígame, miss Blacklock. ¿Considera usted remotamente posible que Mrs. Swettenham sea Sonia Goedler?
—¿Mrs. Swettenham? —Miss Blacklock le miró con el más vivo asombro—. ¡Si su esposo fue funcionario del Estado... en la India, primero, si no me equivoco, y luego en Hong Kong!
—Lo que usted quiere decir es que ésa es la historia que ella le ha contado. No lo sabe usted, como decimos en los tribunales, por propio conocimiento.
—No —asintió lentamente miss Blacklock—. No como usted dice. Pero, ¿Mrs. Swettenham? ¡Oh, es absurdo!
—¿Trabajó Sonia Goedler alguna vez en el teatro? ¿Teatro de aficionados?
—Sí, y era buena actriz.
—Ahí tiene. Y otra cosa, Mrs. Swettenham lleva peluca. Por lo menos —enmendó el inspector—, Mrs. Harmon lo asegura.
—Sí, sí, supongo que podría ser una peluca. Todos esos ricitos grises. Pero insisto en que es absurdo. Es una persona muy agradable, y graciosísima, a veces.
—Luego están miss Hinchcliffe y miss Murgatroyd. ¿Podría ser cualquiera de ellas Sonia Goedler?
—Miss Hinchcliffe es demasiado alta. Es tan alta como un hombre.
—¿Miss Murgatroyd, entonces?
—¡Oh!, pero... ¡Oh, no! Estoy segura de que miss Murgatroyd no podría ser Sonia.
—No ve usted muy bien, ¿verdad, miss Blacklock?
—Soy miope, ¿Es eso lo que quiere decir?
—Sí. Lo que quisiera ver es una fotografía de Sonia Goedler, aun cuando sea muy antigua y no se le parezca demasiado. Estamos entrenados para distinguir detalles y parecidos mucho mejor que la mayoría de la gente.
—Procuraré encontrársela.
—¿Ahora?
—¿Cómo? ¿Inmediatamente?
—Lo preferiría.
—Está bien. Deje que piense... Vi ese álbum cuando estábamos poniendo en orden un montón de libros que sacamos del armario. Me estaba ayudando Julia. Recuerdo que se rió de la ropa que llevábamos en aquellos tiempos. Los libros los pusimos en el estante de la sala. ¿Dónde colocamos el álbum y los tomos grandes del
«Art Journal»
? ¡Qué mala memoria tengo! Quizá Julia lo recuerde. Hoy está en casa.
—La buscaré.
El inspector se marchó. No encontró a Julia en ninguna de las habitaciones de la planta baja. Al preguntar a Mitzi dónde estaba miss Simmons contestó, malhumorada, que eso no era asunto suyo.
—Yo, yo me quedo en mi cocina y me preocupo de la comida. Y no pruebo nada que no haya guisado yo misma. Nada, ¿me oye?
—¡Miss Simmons! —el inspector llamó escaleras arriba. Y, al no obtener respuesta, subió.
Se encontró cara a cara con Julia cuando dobló la esquina del descansillo. Acababa de salir de una puerta tras la cual se veía una escalera pequeña y retorcida.
—Estaba en el desván —dijo—. ¿Qué desea?
El inspector Craddock se lo explicó.
—¿Esos álbumes antiguos de fotografías? Sí, los recuerdo perfectamente. Creo que los metimos en el armario del estudio. Los buscaré.
Le condujo a la planta baja y abrió la puerta del estudio. Cerca de la ventana había un armario grande. Julia lo abrió, mostrando una heterogénea colección de objetos.
—Trastos —dijo—, nada más que trastos; pero las personas de edad se niegan a tirar nada.
El inspector se arrodilló y sacó un par de viejos álbumes del estante inferior.
—¿Son éstos?
—Sí.
Miss Blacklock entró y se reunió con ellos.
—¡Ah! Así que ahí es donde los pusimos. No lograba acordarme.
Craddock tenía los tomos encima de la mesa y estaba pasando las hojas.
Mujeres con sombreros grandes como ruedas de carro. Mujeres con vestidos que se iban haciendo más estrechos hasta el punto que casi les impedía caminar. Las fotografías llevaban letreritos debajo, pero la tinta se veía amarillenta.
—Sería éste —dijo miss Blacklock—. En la página segunda o tercera. El otro tomo es de después de marcharse Sonia y cuando ya se había casado.
Pasó una página.
—Debería estar aquí.
Calló bruscamente.
Había varios espacios vacíos en la página. Craddock se inclinó para leer las inscripciones: «Sonia. Yo. R.G.» Un poco más allá: «Sonia y Belle en la playa». Y en la página opuesta: «Merienda en Skeyne». Pasó otra página: «Charlotte, yo, Sonia, R.G.».
Craddock se irguió. Su rostro tenía una expresión dura.
—Alguien ha arrancado estas fotografías. En mi opinión, no hace mucho tiempo.
—No había ningún hueco cuando lo miramos el otro día, ¿verdad, Julia?
—No miré con mucha atención, sólo algunos vestidos. Pero, tienes razón, tía Letty, no había ningún espacio en blanco.