Se anuncia un asesinato (17 page)

Read Se anuncia un asesinato Online

Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, #Policiaco

BOOK: Se anuncia un asesinato
7.3Mb size Format: txt, pdf, ePub

»No soy tan estúpida como parezco —continuó miss Bunner con sencillez—. Me doy cuenta, ¿sabe?, de cuando alguien se está aprovechando de Letty. Algunas personas, no diré nombres, abusan. La querida miss Blacklock es quizás un poco demasiado confiada.

Miss Marple sacudió la cabeza.

—Eso es un error —dijo.

—Sí que lo es. Usted y yo, miss Marple, conocemos el mundo. La querida miss Blacklock... —meneó la cabeza.

Miss Marple pensó que, como secretaria de un gran financiero, podía suponerse que miss Blacklock conocía el mundo también. Pero probablemente lo que Dora Bunner quería decir era que Letty Blacklock siempre se había encontrado en buena posición y que la gente que se encuentra en buena posición no conoce los abismos más profundos de la naturaleza humana.

—¡Patrick! —exclamó miss Bunner tan bruscamente y con tanta aspereza que miss Marple dio un salto—. Dos veces por lo menos, que yo sepa, le ha sacado dinero fingiendo que andaba apurado, que se había metido en deudas. Es demasiado generosa. Lo único que me dijo cuando lo comenté con ella fue: «El muchacho es joven, Dora, y en la juventud es cuando uno ha de divertirse».

—Eso no deja de ser cierto —dijo miss Marple—; y un joven tan guapo, además.

—La belleza no lo es todo —replicó Dora Bunner—. Es demasiado aficionado a reírse de la gente. Y supongo que tendrá muchas amistades femeninas. Yo no soy para él más que alguien de quien reírse. No parece darse cuenta de que la gente tiene sentimientos.

—Los jóvenes son bastante descuidados en ese sentido —señaló miss Marple.

Miss Bunner se inclinó hacia delante de pronto, con aire de misterio.

—No dirá usted una palabra, ¿verdad, querida? —exigió—. Pero tengo el presentimiento de que él ha tenido algo que ver en este asunto tan terrible. Yo creo que conocía a ese joven, o Julia, tal vez. No me atrevo ni a insinuarle semejante cosa a la querida miss Blacklock. Por lo menos, lo intenté y casi me pegó un mordisco. Y claro, es incómodo, Patrick es su sobrino, o su primo, y si ese joven suizo se pegó un tiro, podría considerarse que él es moralmente responsable, ¿verdad? Si le hubiese inducido, quiero decir. Me desconcierta enormemente todo esto, que todo el mundo le dé tanta importancia a la otra puerta que da a la sala. Ésa es otra de las cosas que me preocupan, que el detective dijera que la habían engrasado. Porque yo vi...

Se detuvo abruptamente.

Miss Marple hizo una pausa para seleccionar una frase.

—Es una situación muy difícil para usted —manifestó en tono comprensivo—. Naturalmente, usted no quiere que llegue a oídos de la policía.

—Ahí está, precisamente —exclamó Dora Bunner—. Me desvelo por la noche, pensando y me preocupo, porque el otro día me encontré a Patrick entre los arbustos. Yo andaba buscando huevos, hay una gallina que siempre los pone fuera del nidal, y le vi con una pluma de ave en la mano y una taza con aceite en la otra. Y se sobresaltó de una forma muy sospechosa al verme y dijo: «Me estaba preguntando qué haría esto aquí». Bueno, claro, sabe pensar con rapidez. Seguramente fue lo primero que se le ocurrió cuando le sorprendí. ¿Y cómo iba a encontrar una cosa así entre los arbustos a menos que la anduviera buscando y supiese exactamente dónde estaba? Ni que decir tiene que no dije nada.

—No, no, claro que no.

—Pero le eché una mirada, ¿comprende?

Dora Bunner alargó la mano y mordió distraída una pasta de color salmón.

—Y el otro día oí una curiosa conversación entre él y Julia. Parecían estar regañando o algo así. Él decía: «¡Si yo creyera que tú tenías algo que ver con una cosa así...!». Y Julia, que siempre está tranquila, ¿sabe?, le contestó: «¿Qué harías en ese caso, hermanito?». Y entonces tuve la desgracia de pisar esa tabla que siempre cruje y me vieron. Con que dije alegremente: «¿Están regañando los dos?». Y Patrick contestó: «Estoy advirtiéndole a Julia que no debe meterse en negocios de mercado negro». Oh, muy ingenioso, pero yo no creo que estuviesen hablando de nada que se le pareciera. Y si quiere que le dé mi opinión, yo creo que Patrick manipuló la lámpara de la sala para que las luces se apagaran, porque recuerdo perfectamente que era la pastora, no el pastor. Y al día siguiente...

Calló y se puso colorada. Miss Marple volvió la cabeza y vio a miss Blacklock detrás de ella. Probablemente acababa de entrar.

—¿Café y cotilleo, Bunny? —dijo miss Blacklock con un tono de reproche bastante marcado—. Buenos días, miss Marple. Hace frío, ¿verdad?

Las puertas se abrieron ruidosamente y Bunch Harmon irrumpió en
«El Pájaro Azul»
.

—¡Hola! —dijo—. ¿Llego demasiado tarde para el café?

—No, querida —le contestó miss Marple—. Siéntate y toma una taza.

—Hemos de volver a casa —dijo miss Blacklock—. ¿Has hecho ya tus compras, Bunny?

Su tono era indulgente de nuevo, pero en los ojos aún se leía un leve reproche.

—Sí, sí. Gracias, Letty. Sólo he de asomarme a la farmacia cuando pasemos para comprar aspirinas y un callicida.

En cuanto se cerraron tras ellas las puertas de
«El Pájaro Azul»
, Bunch preguntó:

—¿De qué estabais hablando?

Miss Marple no contestó inmediatamente. Aguardó mientras Bunch pedía y luego dijo:

—La solidaridad de familia es una cosa muy fuerte, mucho. Hubo un caso famoso, no recuerdo exactamente cuál. Decían que el marido había envenenado a su esposa. Con un vaso de vino. Luego, al celebrarse el juicio, la hija declaró que había bebido la mitad del vaso de su madre, de modo que se desmoronaron todas las pruebas contra el padre. Dijeron, pero quizá sólo fue un rumor, que la chica no volvió a dirigirle la palabra a su padre ni a vivir con él. Claro que un padre es una cosa, y un sobrino o un primo lejano es otra. Sea como fuere, ahí está. A nadie le gusta que ahorquen a alguien de su familia, ¿verdad?

—No —dijo Bunch pensándolo—, no creo que le guste a nadie.

Miss Marple se echó hacia atrás en su asiento. Murmuró entre dientes:

—La gente es realmente muy parecida en todas partes.

—¿A quién me parezco yo?

—Tú, querida, te pareces muchísimo a ti misma. No creo que me recuerdes a nadie en particular. Salvo, quizás...

—Ahora sale —dijo Bunch.

—Sólo estaba pensando en una doncella mía, querida.

—¿Una doncella? Yo no serviría para doncella.

—Sí, querida. Y ella tampoco. Era una calamidad para servir la mesa. Ponía todas las cosas torcidas, mezclaba los cuchillos de la cocina con los del comedor y nunca llevaba la toca derecha. De esto hace mucho tiempo, querida.

Bunch se enderezó automáticamente el sombrero.

—¿Alguna otra cosa? —preguntó con ansiedad.

—La conservé porque era tan agradable tenerla en casa, y porque solía hacerme reír. Me gustaba su manera de decir las cosas claras. Un día me dijo: «Claro que yo no lo sé, señora, pero Florrie se sienta como una mujer casada». Y, en efecto, la pobre Florrie estaba en estado... del ayudante de la peluquería. Afortunadamente, llegué a tiempo, mantuve una agradable charla con él y celebraron una boda muy bonita y fueron muy felices. Era una buena chica Florrie, pero se dejaba engañar fácilmente por un aspecto caballeresco.

—No cometió un asesinato, ¿verdad? —preguntó Bunch—. La doncella, quiero decir.

—No, claro que no. Se casó con un ministro bautista y tuvieron cinco hijos.

—Como yo —dijo Bunch—, aunque no he pasado de Edward y de Susan hasta la fecha.

Agregó al cabo de un par de minutos:

—¿En qué está pensando ahora, tía Jane?

—En mucha gente, querida, en mucha gente.

—¿De St. Mary Mead?

—Más que nada estaba pensando en la enfermera Ellerton, una mujer excelente y bondadosa. Cuidaba a una anciana y parecía quererla mucho. Luego la anciana falleció. Se ocupó de otra y murió también. Morfina. Salió todo a relucir. Todo hecho de la manera más bondadosa posible. Y lo horrible del caso fue que la propia enfermera estaba convencida de que no había hecho nada malo. No les quedaba mucho tiempo de vida, después de todo, y una de ellas tenía un cáncer y sufría terriblemente.

—¿Quiere decir que mató por compasión?

—No, no, le legaron su dinero. A ella le gustaba el dinero, ¿sabes? Y luego estaba aquel joven del trasatlántico. Mrs. Pusey de la tienda de periódicos, su sobrino. Llevaba a casa cosas que había robado para que ella las vendiera. Le decía que eran cosas que había traído del extranjero. La engañaba por completo. Y de pronto, cuando se presentó la policía y empezó a hacer preguntas, el joven intentó romperle la cabeza para que no le delatara. Ese joven no tenía nada de agradable, pero era muy bien parecido. Había dos chicas enamoradas de él. Se gastaba mucho dinero con una de ellas.

—Con la peor, seguramente.

—Sí, querida. Y luego Mrs. Cray, de la tienda de lanas, que adoraba a su hijo y lo echó a perder, claro está. El chico acabó formando parte de una pandilla muy rara. ¿Recuerdas a Joan Croft, Bunch?

—No, me parece que no.

—Creí que a lo mejor la habías visto en alguna de las visitas que me hiciste. Solía andar por ahí fumando un puro o en pipa. Hubo un atraco al banco una vez y Joan Croft se encontraba allí en aquel momento. Tumbó al ladrón de un puñetazo y le quitó el revólver. El tribunal la felicitó por su valor.

Bunch escuchó atentamente. Parecía estar aprendiéndolo todo de memoria.

—Y... —la instó.

—Esa muchacha de St. Jean des Collines aquel verano. Una muchacha tan reposada, más que reposada, silenciosa. A todo el mundo le gustaba, pero nadie consiguió nunca conocerla del todo. Nos enteramos más adelante de que su marido era un falsificador. Eso hacía que se aislara de la gente, cosa que la hacía un poco rara. Eso ocurre siempre cuando uno se encierra en sus pensamientos.

—¿Hay algún coronel angloindio en tus reminiscencias, querida tía?

—Naturalmente que sí. El comandante Vaughn, en The Larches, y el coronel Wright, de Simia Lodge; los dos personas muy honradas. Pero sí que recuerdo que Mr. Hodgson, gerente del banco, hizo un crucero y se casó con una mujer lo bastante joven para haber sido su hija. No tenía idea de dónde había salido, salvo lo que ella quiso decirle, claro.

—¿Y lo que le dijo no era verdad?

—No, querida, decididamente, no.

—No está mal —opinó Bunch mientras contaba con los dedos los nombres—. Tenemos a la devota Dora, al bien parecido Patrick, a Mrs. Swettenham y Edmund, y Phillipa Haymes, el coronel Easterbrook y Mrs. Easterbrook... y, si quieres que te dé mi opinión, te diré que creo que tiene muchísima razón en cuanto a ella se refiere. Pero no habría razón alguna para que matase a Letty Blacklock.

—Cabe la posibilidad de que miss Blacklock sepa algo de ella que no le interesa en absoluto que se sepa.

—¡Oh, tía! Esas cosas pasaban en otros tiempos; hoy no, ¿verdad?

—Quizá sí. Tú, claro, no eres de las que se preocupan por lo que la gente piensa de ti.

—Comprendo lo que quieres decir —señaló Bunch de pronto—. Si yo lo hubiese estado pasando muy mal y luego de pronto, igual que un gato sin casa y helado, encontrara hogar y leche y una cálida mano que me acariciara, y me llamaran gatito lindo, y alguien me pusiera en un pedestal, haría lo que fuera para no perder eso. Bueno, he de reconocer que me ha presentado una galería completa de gente.

—No acertaste con todas —comentó miss Marple con dulzura.

—¿No? ¿Dónde di el resbalón? ¿Julia? Julia, la bonita Julia es tan peculiar.

—Tres chelines y medio —dijo la hosca camarera, surgiendo de la penumbra y añadiendo, con el pecho agitándose bajo los bordados pájaros azules—. Lo que yo quisiera saber, Mrs. Harmon, es por qué me llama a mí peculiar. Tengo una tía que ingresó en la secta de la Gente Peculiar, pero yo siempre he sido buena anglicana, como puede decirle nuestro antiguo pastor, el reverendo Hopkinson.

—Lo siento muchísimo —se disculpó Bunch—. Estaba recitando una canción. No me refería a usted ni mucho menos. No sabía que se llamara usted Julia.

—Una simple coincidencia —dijo la hosca camarera animándose—. Ya veo que no tenía mala intención, pero al oír mi nombre... bueno, como es natural, si una cree que están hablando de ella, es muy humano pararse a escuchar. Gracias, de todos modos.

Se fue con su propina.

—Tía Jane —dijo Bunch—, no pongas esa cara de disgusto. ¿Qué sucede?

—Pero no es posible que sea eso —murmuró miss Marple—. No hay razón.

—¡Tía Jane!

Miss Marple exhaló un suspiro y luego sonrió animadamente.

—No es nada, querida.

—¿Crees saber quién cometió el asesinato? —preguntó Bunch—. ¿Quién fue?

—No lo sé, en realidad. Tuve una idea por un instante, pero se fue. Ojalá lo supiese. Apremia tanto el tiempo, ¡tanto!

—¿Qué quieres decir con eso?

—Que la anciana de Escocia puede morir de un momento a otro.

—Entonces crees de verdad en Pip y Emma —dijo Bunch mirándola fijamente—. ¿Crees que fueron ellos y que probarán suerte otra vez?

—Claro que probarán suerte otra vez —respondió miss Marple casi ausente—. Si lo intentaron una vez, lo intentarán otra. Si una persona decide asesinar a otra, no dejará de intentarlo porque haya fracasado la primera vez. Sobre todo si esa persona está casi segura de que nadie sospecha de ella.

—Pero si se trata de Pip y Emma —insistió Bunch—, no hay más que dos personas que puedan serlo. Tienen que ser Patrick y Julia. Son hermanos y son los únicos cuya edad encaja.

—No es tan sencillo, querida. Hay toda clase de ramificaciones y combinaciones posibles. Está la mujer de Pip, si es que se ha casado, o el marido de Emma. Luego, la madre. Ella es parte interesada, aunque no herede directamente. Si Letty Blacklock no la ha visto desde hace treinta años, no es probable que sea capaz de reconocerla ahora. A partir de cierta edad todas las mujeres se parecen. Recordarás que Mrs. Wotherspoon cobraba su pensión y la de Mrs. Barlett, aunque ésta llevaba muchos años muerta. Sea como fuere, miss Blacklock es corta de vista. ¿No te has fijado en cómo mira a la gente? Y luego hay que pensar en el padre. Al parecer es de cuidado.

—Sí, pero es extranjero.

—De nacimiento, pero eso no significa necesariamente que tenga que hablar inglés chapurreado y que gesticule con las manos. Me atrevo a asegurar que podría interpretar el papel de... de un coronel angloindio tan bien como el que más.

Other books

Ryan's Crossing by Carrie Daws
Stewart's Story by Ruth Madison
The Barefoot Bride by Paisley, Rebecca
The Game-Players of Titan by Philip K. Dick
Leaving Mother Lake by Yang Erche Namu, Christine Mathieu
Galileo's Middle Finger by Alice Dreger
Passion Blue by Strauss, Victoria
Chivalry by James Branch Cabell
1222 by Anne Holt