Read Temerario I - El Dragón de Su Majestad Online
Authors: Naomi Novik
Tags: #Histórica, fantasía, épica
Laurence le clavó los ojos. La nota de incertidumbre en la voz de Temerario era totalmente nueva.
—Tan verdadero como cualquier otro dragón de este mundo. ¿Qué diablos te hace preguntarme eso? ¿Alguien te ha soltado alguna inconveniencia al respecto?
Le invadió una ola de cólera sólo con pensarlo. Los aviadores podrían mirarle con recelo y decirle lo que les apeteciera, pero no iba a tolerar que nadie hiciera comentarios sobre Temerario.
—Oh, no —contestó Temerario, pero habló de tal forma que le hizo dudar—. Nadie ha sido cruel conmigo, pero no han podido evitar darse cuenta todos, mientras estábamos comiendo, de que no me parezco mucho al resto. Los demás tienen una piel de colores más brillantes que los míos, y sus alas no tienen tantas nervaduras. Además, todos tienen esa especie de caballón a lo largo de sus espaldas mientras que la mía es plana, y tengo más garras en las patas. —Se volvió y se examinó mientras enumeraba las diferencias—. Por eso, me miran de forma un poco rara, pero todos se han mostrado correctos. Supongo que eso es porque soy un dragón chino, ¿no?
—Sí, cierto. Recuerda siempre que los chinos se cuentan entre los criadores más reputados del mundo —contestó Laurence con firmeza—. En todo caso, los demás deberían mirarte como su ideal, y no al revés. Te ruego que no dudes de ti ni por un momento. Limítate a tener en cuenta lo bien que Celeritas habló de tu vuelo esta mañana.
—Pero no arrojo fuego ni escupo ácido —repuso Temerario, tumbándose otra vez, aún con cierto aire de decepción—, y no soy tan grande como Maximus. —Permaneció en silencio durante un momento y luego agregó—: Él y Lily comieron primero, los demás tuvimos que esperar a que terminaran y entonces se nos permitió cazar en grupo.
Laurence torció el gesto. No se le había ocurrido que hubiera una jerarquía entre los propios dragones.
—Amigo, jamás ha habido un dragón de tu especie en Inglaterra, por lo que aún no se ha establecido tu valía —contestó en un intento de hallar una explicación que consolara al dragón—. Además, tal vez guarde alguna relación con el rango de los capitanes: debes recordar que tengo menos antigüedad que el resto.
—Eso es una estupidez. Eres mayor que ellos y cuentas con mucha experiencia —replicó Temerario, cuyo descontento quedó ahogado por la idea de que fuera un desaire hacia Laurence—. Tú has ganado batallas y la mayoría de ellos siguen entrenando.
—Sí, pero eso era en alta mar; las cosas son muy diferentes en el aire —le atajó Laurence—, aunque es muy cierto que la antigüedad y el rango no garantizan ni la sabiduría ni la educación. Te ruego que no lo tomes como algo personal. Estoy seguro de que recibirás el reconocimiento que mereces cuando llevemos uno o dos años de servicio, pero por el momento, ¿has comido bastante? De lo contrario, podemos regresar a la zona de alimentación.
—No, la comida no escaseaba —contestó el dragón—. Logré atrapar a todos los animales que me apetecieron, y los demás no se interpusieron en mi camino en modo alguno.
Se sumió en silencio, aún con el ánimo sombrío. Laurence le dijo:
—Venga, vamos a darte un baño.
El dragón se entusiasmó ante la perspectiva, y su ánimo mejoró de manera notable después de pasar casi una hora jugando con Levitas en el lago y dejar que los cadetes le frotaran. Después, se acurrucó felizmente junto a Laurence en el cálido patio donde se sentaron juntos a leer. En apariencia, el dragón estaba mucho más alegre, pero Laurence aún veía que el animal observaba la cadena de oro y joyas y la tocaba con la punta de la lengua, un gesto que empezaba a reconocer como un signo de querer obtener respuestas. Intentó introducir afecto en su voz al leer y le acarició la pata delantera sobre la que estaba cómodamente sentado.
Mantuvo el gesto preocupado cuando aquella misma noche, más tarde, entró en el club de oficiales, lo cual fue en parte una ayuda, ya que el momentáneo silencio reinante en la habitación al entrar le molestó bastante menos de lo que lo hubiera hecho de otro modo. Granby permanecía en pie junto al pianoforte cercano a la puerta. Se llevó la mano a la frente de forma harto elocuente al saludarle y dijo «señor» cuando Laurence entró.
Había en su voz una peculiar nota de insolencia a duras penas contenida. Laurence eligió responder como si el saludo hubiera sido sincero y contestó «señor Granby» de buenos modos, con un asentimiento que hizo extensivo a toda la sala, y continuó caminando todo lo rápido que la prisa podía justificar. Rankin leía un periódico sentado junto a una mesita en un rincón de la estancia, al fondo. Laurence se reunió con él y poco después ambos habían preparado el tablero de ajedrez que Rankin bajó de una balda.
El zumbido de la conversación ya se había reanudado. Laurence observó la habitación entre movimiento y movimiento de piezas hasta donde le era posible sin llamar la atención. Ahora que prestaba más interés, también aquí vio a unas cuantas mujeres oficiales diseminadas entre el gentío. Su presencia no parecía imponer compostura a la mayoría de los asistentes. La conversación, aunque de tono afable, no era del todo refinada, y las interrupciones hacían que fuese ruidosa y confusa.
No obstante, había un claro sentido de compañerismo por doquier y no pudo evitar sentir un poco el deseo de pertenecer al grupo, cuya exclusión se debía en parte a ellos y en parte a él mismo al considerar que no encajaba allí, lo que le produjo una sensación de soledad, pero la superó fácilmente casi de inmediato; un capitán de la Armada debía estar acostumbrado a una existencia solitaria y a menudo sin la camaradería que él tenía con Temerario. Ahora, también podía buscar la compañía de Rankin. Volvió a concentrar su atención en el tablero sin mirar de nuevo a los demás.
Tal vez Rankin estuviera algo desentrenado, pero no le faltaba habilidad, y estaban bastante parejos, porque aquel juego no era uno de los pasatiempos favoritos de Laurence. Mientras jugaban, Laurence mencionó a su compañero que le preocupaba Temerario. Rankin le escuchó con pena y dijo:
—Es realmente vergonzoso que no le hayan dado preferencia a él. Es como se comportan en estado salvaje. Las especies más letales exigen los primeros frutos de la caza y las más débiles ceden. Lo más probable es que deba hacerse valer ante los otros para que le muestren más respeto.
—¿Se refiere a que realice algún tipo de desafío? Seguramente, eso no sea una buena política —respondió Laurence, alarmado por la idea misma; había oído las viejas historias de dragones salvajes luchando entre ellos y matándose unos a otros en tales duelos—. ¿Dejar que peleen con desesperación animales de tanto valor por tal nimiedad?
—Casi nunca degenera en una pelea de verdad. Conocen las posibilidades del otro. Le prometo que en cuanto se sienta seguro de su fortaleza, ni lo tolerará ni encontrará gran resistencia —sentenció Rankin.
Laurence no podía confiar mucho en aquello. Estaba seguro de que no era la falta de valor lo que impedía a Temerario imponerse a los demás, sino una sensibilidad más delicada, la misma que, por desgracia, le permitía sentir la falta de aprobación de los demás dragones.
—Me gustaría encontrar algún otro medio para tranquilizarle —repuso Laurence con tristeza.
Veía que en lo sucesivo cada comida iba a ser fuente de nuevo descontento para Temerario; no se podía evitar, a menos que le alimentara a horarios diferentes, y esto sólo le haría sentirse más aislado de los demás.
—Bueno, regálele alguna chuchería y se calmará —dijo Rankin—. Resulta sorprendente cómo les devuelve el ánimo; siempre que mi animal se enfurruña, le entrego una bagatela e inmediatamente todo vuelve a ser dicha, igual que una amante temperamental.
Laurence no logró reprimir una sonrisa ante lo absurdo de la jocosa comparación; luego, ya hablando en serio, dijo:
—Da la casualidad de que me proponía traerle un collar como el de Celeritas, creo que le haría muy feliz; pero supongo que no hay sitio alguno por los alrededores donde se pueda encargar esa clase de artículos.
—En todo caso, le puedo ofrecer un remedio para eso. Voy a Edimburgo con regularidad debido a mis obligaciones como correo; allí hay varios joyeros excelentes, algunos de los cuales incluso disponen de objetos ya preparados para dragones, debido a la abundancia en el norte de bases que se hallan a un vuelo de distancia. Estaré encantado de llevarle allí si desea acompañarme —dijo Rankin—. Mi próximo vuelo será este sábado, y le puedo traer de vuelta perfectamente a la hora de la cena si partimos por la mañana.
—Gracias, se lo agradezco mucho —contestó Laurence, sorprendido y agradecido a un tiempo—. Presentaré una petición de permiso a Celeritas.
El dragón instructor torció el gesto ante la petición que le formuló a la mañana siguiente y se aproximó a mirarle de cerca.
—¿Desea ir con el capitán Rankin? Bueno, éste va a ser el último día libre que tenga en mucho tiempo, porque ha de estar presente, y lo estará, cada segundo de los vuelos de entrenamiento de Temerario.
Se había mostrado casi violento en su reacción. Su vehemencia sorprendió a Laurence.
—Le aseguro que no tengo ninguna objeción —dijo mientras se preguntaba con asombro si el director de prácticas creía que pretendía eludir sus deberes—. Sin duda, no lo imaginaba de otra forma. Soy perfectamente consciente de la urgencia del entrenamiento. Si mi ausencia va a causar alguna dificultad, le ruego que no vacile en rechazar la petición.
Cualquiera que fuera el origen de su inicial desaprobación, aquella afirmación aplacó a Celeritas.
—Da la casualidad de que el personal de tierra va a necesitar un día para ajustar el nuevo equipo a Temerario y estará listo aproximadamente para esa fecha —comentó con tono menos severo—. Supongo que podemos prescindir de usted siempre y cuando Temerario no se ponga muy melindroso en cuanto a que le enjaecen sin estar usted presente; entonces, podrá ir a esa última excursión.
Temerario le aseguró a Laurence que no le importaba, por lo que el plan se hizo firme y, a partir de ese momento, el aviador pasó la mayor parte de las pocas tardes que quedaban tomándole medidas del cuello y también al de Maximus, al suponer que las dimensiones actuales del Cobre Regio podrían ser una buena referencia para las que Temerario podría alcanzar en el futuro. Fingió ante éste que todo aquello era para el arnés, porque quería que el regalo fuera una sorpresa y que al verlo se le pasara parte de aquella callada aflicción que aún perduraba, apagando el buen humor que solía tener.
Rankin miraba divertido los apuntes y dibujos de Laurence. Los dos tenían por costumbre jugar juntos al ajedrez por las noches y sentarse juntos durante las comidas. Por ahora, Laurence mantenía poca conversación con los demás aviadores. Lo lamentaba, pero veía poco sentido a intentarlo, ya que se sentía cómodo con su situación actual y, por otro lado, carecía de cualquier tipo de invitación. Le resultaba claro que Rankin estaba tan excluido de la vida social de los aviadores como él, quizás a causa de la elegancia de sus modales, y si ambos eran igual que dos parias por el mismo motivo, al menos podrían tener el placer de la compañía mutua como compensación.
Él y Berkley se encontraban durante el desayuno y en los entrenamientos todos los días. Siguió considerando al otro capitán un aviador astuto y un estratega del aire, pero permanecía en silencio tanto en la comida como en presencia de compañía. Laurence tampoco estaba seguro de desear alcanzar cierta intimidad con aquel hombre o de si un gesto en esa dirección sería bienvenido, por lo que se contentaba con ser educado y discutir de asuntos técnicos. Por ahora, se conocían de unos pocos días, sobraría el tiempo para tomarle mejor la medida al carácter de ese hombre.
Se había armado de valor para reaccionar debidamente ante su próximo encuentro con la capitana Harcourt, pero ella se mostraba tímida en su compañía, por lo que la veía casi siempre a distancia, aunque Temerario pronto estuvo volando en compañía de su dragón, Lily. Sin embargo, una mañana ella se encontraba sentada a la mesa cuando Laurence llegó a desayunar y, deseando mantener una conversación normal, le preguntó por qué había llamado Lily a su dragón, creyendo que podría ser un apodo, como el de Volly. Se sonrojó intensamente y contestó con frialdad:
—Me gusta el nombre. ¿Y cómo se le ocurrió el nombre de Temerario, si se puede saber?
—Para ser totalmente sincero, no tenía ni idea de cómo dar un nombre adecuado a un dragón ni había forma de poder averiguarlo en aquel momento —respondió Laurence, que tenía la impresión de haber cometido una equivocación; nadie había mencionado el nombre poco corriente del dragón hasta ese momento, y sólo ahora que ella le había empujado a hacer lo mismo supuso que tal vez había tocado alguna fibra sensible de la joven—. Lo llamé así en honor a un barco, el primer Téméraire capturado a los franceses. El único actualmente en servicio es una nave de noventa y ocho cañones y tres cubiertas, uno de nuestros mejores barcos de combate.
Pareció más relajada después de que él hubo hecho aquella confesión y dijo con más franqueza:
—Como ha revelado tanto, no me importa admitir que sucedió algo parecido en mi caso. No se esperaba que Lily eclosionara como pronto hasta al cabo de cinco años, y no sabía nada de nombres. Me despertaron en mitad de la noche en la base de Edimburgo y me hicieron volar en cuanto el huevo endureció. Apenas había conseguido llegar a las termas antes de que rompiera el cascarón. Me quedé boquiabierta cuando se me invitó a darle un nombre y, simplemente, no se me ocurrió ningún otro.
—Es un nombre precioso y le cuadra a la perfección, Catherine —intervino Rankin mientras se sentaba con ellos a la mesa—. Buenos días, Laurence. ¿Ha leído el periódico? Lord Pugh finalmente ha conseguido casar a su hija. Ferrold debe de estar pelado.
Aquel pequeño cotilleo se refería a personas que Harcourt no conocía de nada y la dejó fuera de la conversación. Sin embargo, antes de que Laurence pudiera cambiar de tema, ella se disculpó y se escabulló de la mesa. Perdía así la oportunidad de propiciar la relación entre ellos.
Los pocos días restantes de la semana previa a la excursión transcurrieron rápidamente. El entrenamiento consistió en todavía más pruebas sobre las habilidades voladoras de Temerario y probar de qué modo él y Maximus podían volar en la formación, que giraba en torno a Lily. Celeritas les había hecho dar incontables vueltas alrededor del valle de adiestramiento, otras intentando reducir el número de aleteos, otras intentando aumentar la velocidad, y siempre manteniéndolos alineados unos a otros. Pasaron una mañana memorable en vuelo invertido, cabeza abajo, al final de la cual Laurence se encontró mareado y colorado. El corpulento Berkley echaba chispas cuando bajó tambaleándose de lomos de Maximus después de la última vuelta, y Laurence se adelantó de un salto para facilitarle bajar al suelo cuando le fallaron las piernas.