Temerario I - El Dragón de Su Majestad (22 page)

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Authors: Naomi Novik

Tags: #Histórica, fantasía, épica

BOOK: Temerario I - El Dragón de Su Majestad
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Esa era una de las razones por las que se había ganado las miradas despectivas de los demás oficiales. De nada servía decir que no lo sabía: debía haberlo sabido. En lugar de molestarse en aprender los métodos de sus nuevos compañeros de armas, se había arrojado felizmente a la compañía del único al que esquivaban y miraban con desaprobación. Resultaba difícil excusarse diciendo que no había tenido en cuenta una opinión unánime.

Se calmó con dificultad. No podía deshacer con facilidad el daño ocasionado durante unos días de irreflexión, pero podía y debía cambiar de comportamiento en lo sucesivo. Demostraría que no aprobaba ni practicaba aquella clase de negligencia si dejaba patente en cada momento su dedicación y esfuerzo a las necesidades de Temerario. Por cortesía y deferencia a aquellos aviadores con los que entrenaba, como Berkley y los demás capitanes de la formación, dejaría claro que ya no frecuentaba a Rankin. Poner en práctica esas medidas exigiría mucho tiempo hasta que lograra reparar su reputación, pero era todo cuanto podía hacer. Lo mejor era que las aplicara de inmediato y se preparara para mantenerlas durante mucho tiempo una vez tomadas.

Después de haberse dejado abrumar por sus recriminaciones, recobró la compostura y se apresuró hacia las oficinas del Royal Bank. Sus banqueros habituales en Londres eran los Drummonds, pero había escrito al agente que le gestionaba el cobro de las primas por los barcos capturados para que le remitieran su parte del Amitié a Edimburgo en cuanto supo que lo iban a destinar a Loch Laggan. Comprobó que habían recibido sus instrucciones y las habían obedecido, ya que lo condujeron a un despacho privado en cuanto se identificó y le saludaron con especial calidez.

El señor Donnellson, el banquero, respondió encantado a sus preguntas. Su parte del Amitié incluía una prima por Temerario del mismo importe que si se hubiera capturado un huevo sin eclosionar de la misma raza.

—La cifra exacta resultaba difícil de determinar, ya que ignoramos cuánto pagaron por el huevo los franceses, pero al menos se ha equiparado al valor de un huevo de Cobre Regio y me alegra informarle de que su veinticinco por ciento asciende a casi catorce mil libras —concluyó, dejando mudo a Laurence.

Después de haberse tomado un vaso de excelente brandy, Laurence vio detrás de aquella extraordinaria cifra el interesado esfuerzo del almirante Croft, pero difícilmente podía objetar algo. Después de una breve deliberación, firmó una autorización para que el banco invirtiera la mitad del dinero en fondos públicos y estrechó la mano del señor Donnellson con entusiasmo. Se llevó un buen puñado de billetes de banco y oro, así como una carta de crédito generosamente ofrecida para demostrar ante los comerciantes cuál era su capital. Aquellas buenas nuevas le devolvieron el ánimo en cierta medida y le permitieron comprar una gran cantidad de libros y examinar varias alhajas de gran valor, mientras imaginaba la felicidad de Temerario al recibir ambas cosas.

Al fin, se decidió por un amplio colgante de platino parecido a un peto, tachonado de zafiros alrededor de una única y enorme perla. La pieza estaba diseñada para abrocharla alrededor del cuello del dragón con una cadena que se podía alargar cuando creciera Temerario. El precio era exorbitante, pero aunque suponía un derroche de dinero, firmó el cheque impávido y luego esperó a que un muchacho certificara el importe en el banco para poderse llevar de inmediato la pieza envuelta, no sin ciertas dificultades debido al peso.

Dirigió sus pasos directamente al puesto aéreo, a pesar de que faltaba una hora para el momento concertado del encuentro. Levitas continuaba desatendido en la misma polvorienta pista de aterrizaje con la cola enroscada a su alrededor. Parecía cansado y solitario. Había un rebaño de ovejas encerradas en un redil contiguo al puesto. Laurence ordenó que mataran una y se la llevaran al dragón, con quien se sentó y habló en voz baja hasta la vuelta de Rankin.

El viaje de regreso fue algo más lento que el de la ida. Rankin habló con frialdad al dragón cuando tomaron tierra. Laurence colmó de elogios y palmadas a Levitas, sin importarle ya que pudiera parecer maleducado al hacerlo. No sirvió de mucho, y se sintió abatido al ver al pequeño Winchester acurrucarse silencioso en un rincón del patio después de que su cuidador hubiera entrado en el edificio. El Mando Aéreo había entregado Levitas a Rankin y Laurence carecía de autoridad para corregir al aviador, que tenía más rango que él.

El nuevo arnés de Temerario estaba cuidadosamente colocado sobre un par de bancos junto a un lateral del patio. La amplia abrazadera del cuello lucía su nombre con remaches de plata. El dragón volvía a estar sentado fuera, mirando el tranquilo valle del lago, que gradualmente se sumía en sombras conforme el sol vespertino se hundía en el oeste. Tenía ojos pensativos y un poco tristes. Laurence acudió a su lado de inmediato con los pesados paquetes.

El júbilo de Temerario al ver el colgante fue tan grande que sólo verlo le levantó también los ánimos al propio Laurence. El platino relucía deslumbrante sobre su piel oscura. Una vez que lo tuvo puesto, lo ladeó con un golpe de la pata derecha para contemplar la gran perla con enorme satisfacción. Sus pupilas se ensancharon enormemente para poder examinarla mejor.

—Me encantan las perlas, Laurence —dijo, acariciándole con agradecimiento—. Son preciosas, pero ¿no son demasiado caras?

—Cada penique invertido merece la pena por verte tan guapo —le aseguró Laurence; lo que realmente quería decir es que cada penique merecía la pena por verle feliz—. Me han entregado mi parte por la captura del Amitié, por lo que voy bien de dinero. La verdad es que todo esto es por ti, ya sabes, la mayor parte procede de la prima por haber arrebatado tu huevo a los franceses.

—Bueno, no tuve nada que ver, aunque me alegra mucho que fuera así —contestó Temerario—. Estoy seguro de que ningún capitán francés me hubiera gustado la mitad que tú. Laurence, qué contento estoy; ninguno de los dragones tiene nada que sea tan bonito.

Se abrazó a Laurence con un hondo suspiro de satisfacción.

Laurence se subió al pliegue del codo de una pata y se sentó a darle unas palmaditas y disfrutar de cómo Temerario se regodeaba con su pendiente. Por supuesto, algún aviador francés tendría ahora a Temerario si la fragata no se hubiera retrasado y la hubieran apresado. Laurence no se había detenido a pensar hasta entonces en lo que podría haber sucedido. Lo más probable es que aquel piloto estuviera maldiciendo la buena suerte que él había tenido. Sin duda, los franceses ya se habían enterado de la captura del huevo aun cuando ignorasen que del mismo había salido un Imperial y que lo habían enjaezado con éxito.

Alzó la vista para contemplar al dragón, que no dejaba de pavonearse, y sintió cómo se aliviaba el pesar y la ansiedad. En comparación con aquel infeliz aviador, no se podía quejar de lo que le había deparado aquel giro del destino.

—También te he traído algunos libros —anunció—. ¿Empiezo a leerte algo de Newton? He encontrado una traducción de su libro sobre principios matemáticos, aunque ya te aviso de que lo más probable es que sea incapaz de encontrar sentido alguno a lo que lea. Nunca se me dieron bien las matemáticas más allá de lo que mis profesores consiguieron hacerme comprender para la navegación.

—Por favor, lee —le animó Temerario, que apartó la vista de su nuevo tesoro durante un instante—. Estoy seguro de que juntos podremos desentrañar las dificultades, sean las que sean.

Capítulo 7

A la mañana siguiente, Laurence se levantó temprano y desayunó solo para disponer de un poco de tiempo antes del comienzo de los entrenamientos. La noche anterior había examinado con detenimiento el nuevo arnés, estudiando cada puntada, comprobando si estaba bien hecha o no, y revisando cada una de las sólidas anillas. Temerario le había asegurado también que el nuevo equipo era muy cómodo y que los operarios habían atendido con sumo celo sus deseos. Se sentía obligado a tener un detalle, por lo que había hecho algunos cálculos y ahora se dirigía hacia los talleres.

Hollin ya se había levantado y estaba trabajando en su compartimiento. Salió en cuanto atisbo a Laurence.

—Buenos días, señor. Espero que no haya ningún problema con el arnés —dijo el joven.

—No, al contrario. He de felicitarles encarecidamente a usted y sus colegas —respondió Laurence—. Tiene un aspecto espléndido y Temerario me ha dicho que se siente muy a gusto con él. Gracias. Haga el favor de decirles a todos de mi parte que he añadido a sus pagas media corona de mi peculio para cada uno.

—¡Caray! Es muy amable de su parte, señor —contestó Hollin, que parecía sorprendido y feliz de oírlo.

Esa reacción complació a Laurence. Una ración extra de ron o de grog no era una recompensa deseable para unos hombres que podían comprar bebidas en la villa a pie del valle, y se pagaba mejor a los aviadores y soldados que a los marineros, por lo que le había dado vueltas a la cantidad adecuada de la gratificación. Deseaba recompensar su diligencia sin dar la impresión de que compraba la lealtad de sus hombres.

—También quería felicitarle a usted personalmente —añadió Laurence, ahora más relajado—. El arnés de Levitas tiene ahora un aspecto mucho mejor y el dragón parece más cómodo. Estoy en deuda con usted, sé que no era su obligación.

—No importa —dijo Hollin, que sonreía de oreja a oreja—. El animalito se sintió tan feliz que me alegré de haberlo hecho. Le echaré un ojo de vez en cuando para asegurarme de que sigue en buen estado. Me parece que está un poco solo —agregó.

Laurence nunca iba a ir tan lejos como para criticar a un oficial delante de un operario. Se contentó con limitarse a decir:

—Creo que está verdaderamente agradecido por la atención y me alegraría que os encargarais cuando tuvierais tiempo.

Aquél fue el último momento que tuvo para preocuparse de Levitas o de cualquier otra cosa que no fueran las tareas que debían realizar de inmediato. Celeritas había quedado satisfecho al comprobar la capacidad voladora de Temerario y el entrenamiento en serio comenzó ahora que el dragón disponía de su estupendo arnés nuevo. Desde el primer día, Laurence se marchaba a la cama tambaleándose nada más cenar y los criados le despertaban con la primera luz del alba. Apenas disfrutaba de una conversación en la mesa durante las comidas y pasaba todos los momentos libres sesteando al sol junto al dragón o sudando con el calor de las termas.

Celeritas era inmisericorde e incansable. Repitieron un sinnúmero de veces los movimientos de giro o la pauta de los descensos abruptos y las caídas en picado; luego realizaban vuelos cortos a toda velocidad durante los cuales los ventreros hacían prácticas de tiro sobre objetivos colocados en el suelo del valle. Se sucedieron largas horas de prácticas de artillería hasta que Temerario fue capaz de oír una descarga cerrada de ocho rifles detrás de los oídos sin parpadear; ya no se movía con brusquedad cuando la tripulación o los fusileros maniobraban y se encaramaban a él o el arnés se movía, y terminaba el día de trabajo con otra larga sesión para aumentar su resistencia, que le obligaba a dar más y más vueltas hasta que casi llegó a duplicar el tiempo que podía pasar en el aire a máxima velocidad.

Incluso cuando Temerario se desplomaba jadeante en el patio de entrenamiento para recuperar el aliento, el director de prácticas obligaba a Laurence a realizar movimientos en el arnés, a lomos del dragón, y en las anillas que había en la pared del risco para aumentar su habilidad en una tarea que otros aviadores llevaban haciendo desde sus primeros años en el servicio. No difería tanto de moverse en las cofas durante un temporal si uno se imaginaba que estaba a bordo de una nave que se desplazaba a una velocidad de cincuenta kilómetros por hora y que podía volverse de costado o bocabajo en cualquier momento. Las manos se le resbalaban constantemente durante la primera semana, y hubiera caído a plomo y se hubiera matado una docena de veces sin la ayuda de un par de mocetones.

El viejo capitán Joulson los tomaba a su cargo para instruirles en la señalización aérea en cuanto salían del entrenamiento diario de vuelo. Había muchas señales generales de comunicación con banderas y bengalas comunes con las de la Armada, por lo que Laurence no tuvo dificultad alguna con las más básicas, pero la necesidad de una rápida coordinación entre dragones en vuelo hacía impracticable la técnica habitual de deletrear los mensajes. Como resultado, existía una lista infinita de señales más grandes, algunas de las cuales requerían hasta seis banderas, y debía memorizarlas todas, ya que un capitán no podía confiar exclusivamente en su alférez de banderas: una señal vista y ejecutada una centésima antes podía significar la diferencia entre la victoria y la derrota. El oficial de señales era una simple salvaguarda, su deber consistía más en enviar las señales a Laurence y llamar su atención sobre otras nuevas en el fragor del combate, que en ser la única fuente de traducción.

Para vergüenza de Laurence, Temerario demostró ser más rápido que él a la hora de aprender las señales. Incluso Joulson estaba más que desconcertado ante el rendimiento del dragón.

—Y eso que ya es mayor para aprenderlas —le dijo a Laurence—. Por lo general, solemos empezar con las banderas el mismo día que rompen el cascarón. No me pareció oportuno revelarlo antes para no desalentarle, pero esperaba tener un montón de problemas. Lamentablemente, un dragón pequeño pasa muchos apuros con las últimas señales si es un poco lento y no se las ha aprendido todas al final de la quinta o sexta semana. Pero Temerario ya tiene más edad y las ha aprendido con la misma facilidad que si acabara de eclosionar.

Pero aunque el dragón no pasara apuros, el esfuerzo de memorización y repetición era aún más agotador que las restantes actividades físicas. De esta guisa transcurrieron cinco semanas de riguroso trabajo sin ni siquiera descansar los domingos. Hicieron progresos junto a Maximus y Berkley en maniobras más complejas que las que habían aprendido antes de poder unirse a la formación. Los dragones siguieron creciendo muchísimo durante todo ese tiempo. Al final de ese período, Maximus casi había alcanzado su tamaño adulto. Temerario apenas llegaba a la altura de un hombre, salvo en la cruz, aunque era mucho más enjuto, y concentraba su crecimiento en la corpulencia y el desarrollo de las alas más que en la altura.

No obstante, estaba bellamente proporcionado. Su cola era larga y grácil; las alas hacían juego con el cuerpo y parecían tener el tamaño idóneo cuando las desplegaba; sus colores se habían intensificado, la negra piel se había endurecido, salvo en el hocico, y era más lustrosa, y el azul y gris claro de los bordes de las alas se había extendido y había adquirido un toque opalino. A juicio de Laurence —parcial, por supuesto—, era el dragón más agraciado de toda la base, incluso sin la gran perla reluciente que lucía sobre el pecho.

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