Read Temerario I - El Dragón de Su Majestad Online
Authors: Naomi Novik
Tags: #Histórica, fantasía, épica
—Pero ¿cómo es posible que sus divisiones aéreas hayan tardado tanto tiempo en alcanzarlos? —preguntó Harcourt—. Sólo había diez dragones, y por lo que ha dicho James, más de la mitad eran españoles. Eso no supone ni la décima parte del contingente que Bonaparte tenía en Austria. ¿Y si al final no llegó a desplazarlos del Rin?
—Tengo entendido que el paso sobre los Pirineos es muy difícil, aunque nunca lo he comprobado por mí mismo —apuntó Chenery—, pero lo más probable es que Bonaparte no haya llegado a enviarlos al creer que Villeneuve ya contaba con todas las fuerzas que necesitaba. Esos dragones deben de haber pasado todos estos meses en sus bases, cebándose y haraganeando. Sin duda, todo este tiempo ha estado convencido de que Villeneuve atravesaría las líneas de Nelson, perdiendo a lo sumo una o dos naves. Y mientras, nosotros esperándolos todos los días, preguntándonos dónde estaban y mordiéndonos las uñas sin ningún motivo.
—Y ahora su ejército no puede cruzar el canal —concluyó Harcourt.
—Citando a lord St. Vincent, «no digo que no puedan venir, pero al menos no podrán hacerlo por mar» —dijo Chenery con una sonrisa—. Si Bonaparte piensa tomar Inglaterra con cuarenta dragones y sus dotaciones, podemos invitarle a que lo intente y pruebe el sabor de los cañones que han instalado los chicos de la milicia. Sería una pena desperdiciar un trabajo tan duro.
—Confieso que no me importaría darle otro correctivo a ese bergante —dijo Lenton—, pero dudo que sea tan insensato. Nos contentaremos con haber cumplido con nuestro deber y les dejaremos a los austríacos la gloria de acabar con él. Sus esperanzas de invasión se han terminado. —Apuró el resto de su oporto y dijo de repente—: Me temo que no podemos aplazarlo más. Ya no necesitamos a Choiseul.
En el silencio que se hizo entre ellos, la respiración contenida de Harcourt era casi un sollozo. Pero la capitana no hizo ninguna objeción y preguntó con voz admirablemente firme:
—¿Ha decidido usted qué va a hacer con Praecursoris?
—Lo enviaremos a Terranova, si es que él quiere ir. Necesitan otro semental para completar su dotación, y no puede decirse que ese dragón se haya comportado de forma depravada —dijo Lenton—. La culpa ha sido de Choiseul, no suya —meneó la cabeza—. Es una lástima, desde luego. Todas nuestras bestias estarán deprimidas unos cuantos días, pero no podemos hacer otra cosa. Lo mejor es terminar cuanto antes. Mañana por la mañana.
Le concedieron a Choiseul unos momentos con Praecursoris. El gran dragón estaba prácticamente cubierto de cadenas y Maximus y Temerario le vigilaban de cerca, uno a cada lado. Laurence sentía cómo los escalofríos recorrían el cuerpo de Temerario mientras aguantaba en su desagradable misión de guardia, obligado a observar mientras Praecursoris movía la cabeza a uno y otro lado en señal de negativa y Choiseul hacía un intento desesperado de convencerle para que aceptara el refugio que le ofrecía Lenton. Al fin, el dragón agachó su enorme cabeza como si asintiera y Choiseul se acercó a él para apretar la mejilla contra la suave superficie de su nariz.
Después, los guardias se adelantaron. Praecursoris trató de arañarlos con sus garras, pero la maraña de cadenas le mantuvo a raya. Cuando se llevaron a Choiseul, el dragón chilló. Era un sonido espantoso. Temerario se encorvó, se apartó desplegando las alas y emitió un débil gemido. Laurence se acercó a él y se abrazó a su cuello, acariciándolo una y otra vez.
—No mires, amigo mío —dijo, luchando para pronunciar aquellas palabras pese al nudo que tenía en la garganta—. Todo habrá terminado dentro de un momento.
Praecursoris chilló una vez más, ya al final. Después se desplomó pesadamente, como si toda su fuerza vital hubiera abandonado su cuerpo. Lenton les hizo una señal para indicarles que podían irse, y Laurence tocó el costado de Temerario.
—Vámonos lejos de aquí —dijo, y el dragón voló lejos del patíbulo, batiendo las alas sobre el mar límpido y vacío.
—Laurence, ¿puedo traer a Maximus y a Lily? —preguntó Berkley con su habitual tosquedad, tras abordarle sin previo aviso—. Su claro es lo bastante grande para todos, creo yo.
Laurence levantó la cabeza y lo miró sin comprender. Temerario seguía acurrucado, con la cabeza escondida entre las alas, y no había forma de consolarle. Habían volado durante horas, sólo ellos dos y el océano bajo sus pies, hasta que Laurence le suplicó que regresaran a tierra, por miedo a que el vuelo dejara completamente exhausto al dragón. Él mismo se sentía enfermo y dolorido, como si tuviera fiebre. Había asistido antes a otras ejecuciones, una lúgubre realidad de la vida naval, y Choiseul se merecía aquel destino mucho más que otros hombres a los que Laurence había visto balancearse al extremo de una soga. Ni él mismo sabía decir por qué sentía tanta congoja.
—Como quieras —dijo sin entusiasmo, agachando la cabeza de nuevo.
Ni siquiera levantó la mirada cuando el batir de las alas y el juego de sombras le avisaron de que Maximus estaba sobre el claro, tapando el sol con su enorme masa hasta que aterrizó pesadamente junto a Temerario. Lily llegó después. Los dos se acurrucaron sobre el cuerpo de Temerario. Pasados unos momentos, éste se desenroscó lo suficiente como para entrelazarse en un abrazo más estrecho con los otros dos, y Lily desplegó sus grandes alas sobre los tres.
Berkley llevó a Harcourt junto a Laurence, que estaba apoyado en el costado de Temerario, y la empujó para que se sentara sin que ella opusiera resistencia. Después acomodó con torpeza su fornido corpachón frente a ellos y les pasó una botella oscura. Laurence la agarró y bebió sin curiosidad. Era ron fuerte y sin aguar. No había probado bocado en todo el día, así que el ron se le subió a la cabeza enseguida; Laurence agradeció que aquel licor embotara sus emociones.
Pasado un rato, Harcourt empezó a sollozar. Cuando estiró el brazo para agarrar su hombro, Laurence se horrorizó al descubrir que él también tenía la cara húmeda.
—Era un traidor, nada más que un embustero y un ladrón —dijo Harcourt, enjugándose las lágrimas con el dorso de la mano—. No lo siento en lo más mínimo. No, no lo siento en absoluto —insistió, aunque hablaba con esfuerzo, como si tratara de convencerse a sí misma.
Berkley le volvió a pasar la botella.
—No es por él. Esa maldita sabandija se lo merecía —dijo—. Usted lo siente por su dragón, lo mismo que ellos. Ya saben, los dragones no entienden demasiado de reyes ni naciones. Praecursoris no tenía ni puñetera idea de lo que pasaba, sólo iba adonde le decía Choiseul.
—Dígame —saltó de repente Laurence—. ¿De verdad Bonaparte habría sido capaz de ejecutar al dragón por alta traición?
—Es bastante probable. Los continentales lo hacen de cuando en cuando. Más por meter miedo a los jinetes que porque les echen la culpa a las bestias —respondió Berkley.
Laurence lamentó haberlo preguntado y enterarse de que Choiseul le había dicho la verdad al menos en eso.
—Seguramente la Fuerza Aérea le habría garantizado refugio en las colonias de haberlo pedido —dijo, enojado—. Seguía sin tener excusa. Él quería recuperar su posición en Francia. Para ello, estaba dispuesto a arriesgar la vida de Praecursoris, pues también nosotros podríamos haber condenado a muerte a su dragón.
Berkley sacudió la cabeza.
—Sabe que andamos demasiado cortos de sementales para hacer eso —dijo—. No es que disculpe a ese tipo. Es probable que tenga usted razón. Él creía que Bonaparte nos iba a aplastar, y no le apetecía irse a vivir a las colonias. —Berkley se encogió de hombros—. Aun así, ha sido muy duro para el dragón. Él no ha hecho nada malo.
—Eso no es cierto. Sí que lo ha hecho —dijo inesperadamente Temerario, y los tres levantaron la mirada hacia él. Maximus y Lily también irguieron sus cabezas para escucharle—. Choiseul no podía obligarle a huir de Francia ni a venir aquí para hacernos daño. Yo no creo que fuera menos culpable que él, en absoluto.
—Es probable que no entendiera lo que le pedía Choiseul —aventuró Harcourt para rebatir aquel argumento.
Temerario dijo:
—Entonces debería haberse negado hasta entenderlo. Praecursoris no es tan simple como Volly. Podría haber salvado la vida de su jinete, y también su propio honor. A mí me avergonzaría dejar que ejecutasen a mi cuidador y que a mí, siendo culpable de lo mismo, me dejaran con vida —y añadió en tono venenoso, azotando el aire con su cola—: En cualquier caso, no permitiría que nadie ejecutara a Laurence. Que alguien lo intente si quiere.
Maximus y Lily emitieron un grave gruñido de asentimiento.
—Yo nunca dejaré que Berkley cometa una traición. Nunca —dijo Maximus—. Pero si llega a hacerlo, pisotearé a quien intente ahorcarlo.
—Yo creo que me limitaría a coger a Catherine y llevármela lejos —intervino Lily—. Pero a lo mejor a Praecursoris le habría gustado hacer lo mismo. Supongo que no podía romper esas cadenas. Es más pequeño que vosotros dos y no puede escupir fuego. Además, sólo era uno, y estaba vigilado. Yo no sé lo que habría hecho en su lugar de no haber podido escapar.
Lily terminó de hablar con voz suave. Los tres volvieron a abatir sus cuellos con renovada tristeza y se acurrucaron juntos, hasta que Temerario se enderezó y dijo en un arrebato de decisión:
—Os diré lo que haremos. Si alguna vez necesitas rescatar a Catherine, o tú, Maximus, tienes que salvar a Berkley, yo os ayudaré, y vosotros haréis lo mismo por mí. Así no tendremos que preocuparnos. No creo que nadie sea capaz de detenernos a los tres juntos, al menos no antes de que consigamos escapar.
Los tres parecieron inmensamente contentos por tan magnífico plan. Laurence se arrepintió de haber bebido tanto ron, pues era incapaz de expresar de forma apropiada la protesta que creía que debía formular cuanto antes.
Por suerte, Berkley acudió en su ayuda:
—Dejad eso ya, malditos conspiradores. Sólo conseguiréis que nos ahorquen mucho antes. ¿No queréis comer algo? Nosotros no vamos a probar bocado hasta que vosotros lo hagáis, y ya que os preocupa tanto protegernos, podéis empezar por salvarnos de morir de hambre.
—No creo que estés en peligro de morir de inanición —repuso Maximus—. El médico te dijo hace sólo dos semanas que estás demasiado gordo.
—¡Maldito diablo! —dijo Berkley, enderezándose indignado.
Maximus bufó, divertido por haber logrado provocar a su cuidador, pero poco después los tres dragones se dejaron convencer para comer algo, y Maximus y Lily regresaron a sus propios claros para ser alimentados.
—Sigo sintiéndolo por Praecursoris, aunque haya actuado mal —comentó Temerario cuando terminó de comer—. No entiendo por qué no podían dejar que Choiseul se fuera a las colonias con él.
—Las acciones como ésas deben tener un precio. De lo contrario, los hombres las cometerían más a menudo. En cualquier caso, merecía ser castigado por lo que hizo —dijo Laurence, que se había despejado gracias a la comida y el café cargado—. Choiseul pretendía que Lily sufriera lo mismo que está sufriendo ahora Praecursoris. Imagínate que los franceses me hicieran prisionero y, para salvarme la vida, te obligaran a volar para ellos contra tus antiguos amigos y camaradas.
—Sí, ya lo veo —dijo Temerario, aunque en tono insatisfecho—. Aun así, me sigue pareciendo que podían haberlo castigado de otra forma. ¿No habría sido mejor tenerlo prisionero y obligar a Praecursoris a volar para nosotros?
—Veo que tienes un agudo sentido de la justicia —apuntó Laurence—, pero me temo que la traición no puede recibir un castigo más leve. Es un crimen tan despreciable que no se puede sancionar sólo encarcelando al culpable.
—Sin embargo, a Praecursoris no le van a castigar de la misma forma porque no resulta práctico, ya que se le necesita como semental, ¿no es así? —dijo Temerario.
Laurence pensó en ello, pero no encontró una respuesta.
—Supongo que, para ser sinceros, como nosotros mismos somos cuidadores no nos gusta la idea de condenar a muerte a un dragón, así que hemos encontrado una excusa para dejarlo con vida —dijo por fin—. Y como nuestras leyes están hechas para hombres, quizá no sea del todo justo aplicárselas a un dragón.
—Oh, en eso sí que estoy de acuerdo —reconoció Temerario—. Algunas leyes que conozco tienen muy poco sentido y, si no fuera por complacerte a ti, no sé si las obedecería. Me parece que si queréis aplicarnos vuestras leyes, lo más razonable sería consultarnos sobre ellas. Pero por lo que me has leído sobre el Parlamento, creo que nunca han invitado a acudir a ningún dragón.
—Lo próximo que harás será negarte a pagar impuestos si no te dejan votar y arrojar un cargamento de té a las aguas del puerto —bromeó Laurence—. Veo que tienes un alma jacobina, así que me temo que debo renunciar a cuidarte. Lo único que puedo hacer es lavarme las manos y negar mi responsabilidad.
A la mañana siguiente, Praecursoris ya se había ido. Lo enviaron a un transporte de dragones que zarpaba desde Portsmouth hacia la pequeña base de Nueva Escocia, desde donde lo llevarían a Terranova. Allí, por último, sería confinado en un criadero de reciente construcción. Laurence había procurado evitar ver de nuevo al afligido dragón, y la noche anterior había mantenido en vela a Temerario para asegurarse de que estuviese dormido cuando se produjera la partida.
Lenton había elegido el momento con sabiduría. El regocijo general por la victoria de Trafalgar aún duraba, y eso servía para contrarrestar de alguna manera las desdichas privadas. Ese mismo día los carteles anunciaron que en la desembocadura del Támesis se iba a celebrar un espectáculo de fuegos artificiales. Lily, Temerario y Maximus, los dragones más jóvenes de la base y, por tanto, los más afectados por lo ocurrido, fueron enviados como observadores por orden de Lenton.
Mientras presenciaba aquella brillante exhibición que alumbraba el cielo y escuchaba la música que llegaba desde las barcazas surcando el agua, Laurence se sintió muy agradecido a Lenton por lo acertado de su decisión. Los ojos de Temerario estaban dilatados de la emoción. Los brillantes estallidos de colores se reflejaban en sus pupilas y en sus escamas, y el dragón ladeaba la cabeza a uno y otro lado para oír con más claridad. Mientras volvían a la base sólo habló de la música, las explosiones y los fuegos.
—Entonces, ¿eso es un concierto como los de Dover? —preguntó—. Laurence, ¿no podemos volver otro día y ponernos un poco más cerca? Puedo sentarme muy callado para no molestar a nadie.