Temerario I - El Dragón de Su Majestad (36 page)

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Authors: Naomi Novik

Tags: #Histórica, fantasía, épica

BOOK: Temerario I - El Dragón de Su Majestad
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No había nadie en el claro de Lily. Se oía a lo lejos un tenue murmullo que provenía de los barracones; Laurence alcanzó a vislumbrar entre los árboles la luz de sus ventanas. No había nadie junto a los edificios. La propia Lily estaba agazapada e inmóvil. Los ojos de la dragona, amarillos y rodeados por un borde rojo, permanecían abiertos mientras clavaba las garras silenciosamente en el suelo. Laurence oyó voces que cuchicheaban, y también el gemido de alguien que lloraba. Se preguntó si estaba violando la intimidad de alguien, pero la zozobra de Lily era tan evidente que se decidió a entrar en el claro, mientras llamaba en voz alta:

—¿Harcourt? ¿Está usted ahí?

—No siga —le llegó la voz de Choiseul, baja y áspera.

Laurence rodeó la cabeza de Lily y una terrible sorpresa le hizo quedarse clavado en el sitio. Choiseul tenía agarrada a Harcourt por el brazo, y en su rostro se leía un gesto de absoluta desesperación.

—No haga ruido, Laurence —le advirtió. Sostenía una espada en la mano. Detrás de él, Laurence pudo ver a un joven guardiadragón tendido en el suelo, con manchas de sangre oscura que empezaban a extenderse por la parte posterior de su chaqueta—. No haga el menor ruido.

—Dios santo, ¿se puede saber qué pretende? —dijo Laurence—. Harcourt, ¿está bien?

—Ha matado a Wilpoys —dijo ella con voz confusa, tambaleándose en el sitio. Cuando la luz de la antorcha le iluminó el rostro, Laurence vio que tenía una contusión que le cubría media frente y empezaba ya a amoratarse—. No se preocupe por mí, Laurence. Tiene que buscar ayuda: ¡quiere hacerle daño a Lily!

—No, nunca, nunca —dijo Choiseul—. No pretendo hacerle daño ni a ella ni a ti, Catherine, lo juro. Pero si usted se interpone, Laurence, no respondo de mis actos. No haga nada.

Choiseul levantó la espada. En su filo, no muy lejos del cuello de Harcourt, brillaba la sangre. Lily volvió a emitir aquel sonido tenue y fantasmal, un gemido agudo que rechinaba en los oídos. Choiseul estaba pálido, su rostro adquiría un tinte verdoso a la luz y parecía lo bastante desesperado para hacer cualquier cosa. Laurence se quedó donde estaba, esperando a que llegara su oportunidad.

Choiseul le miró en silencio durante un rato, hasta que se convenció de que Laurence no pretendía irse. Después dijo:

—Vamos a ir todos juntos hasta donde está Praecursoris. Lily, tú te quedarás aquí, y cuando veas que estamos en el aire nos seguirás. Te prometo que Catherine no sufrirá ningún daño mientras tú obedezcas.

—¡Tú, miserable! ¡Cobarde, perro traidor! —estalló Harcourt—. ¿Piensas que voy a ir a Francia contigo para lamerle las botas a Bonaparte? ¿Cuánto tiempo llevas planeando esto?

La joven luchó por apartarse del francés, aunque apenas se tenía en pie, pero Choiseul la sacudió y a punto estuvo de hacerle caer al suelo.

Lily soltó un gruñido, se incorporó a medias y desplegó las alas. Laurence pudo ver el ácido negro que brillaba en los bordes de sus espuelas de hueso.

—¡Catherine! —siseó con un silbido que sonó distorsionado a través de sus dientes.

—¡Silencio! ¡Ya basta! —dijo Choiseul, que tiró de Harcourt para acercarla a él y le inmovilizó los brazos. En la otra mano seguía aferrando la espada, mientras Laurence, que acechaba su oportunidad, no dejaba de vigilarla—. Tú nos seguirás, Lily. Vas a hacer lo que te he dicho. Ahora nos vamos. Usted diríjase hacia allí, monsieur.

Choiseul le señaló la dirección con la punta de la espada. Pero en vez de darse la vuelta, Laurence fue caminando de espaldas hasta que, al llegar bajo la sombra de los árboles, refrenó aún más su paso. De esa manera, sin saberlo, Choiseul se acercó a él más de lo que era su intención.

Hubo unos segundos de lucha salvaje, cuerpo a cuerpo. Después, los tres cayeron en un lío de brazos y piernas, la espada voló por los aires y Harcourt quedó apretujada entre los dos hombres. El golpe contra el suelo fue duro, pero Choiseul había quedado debajo y por un momento Laurence se vio en ventaja. Sin embargo, tuvo que sacrificarla y apartarse un poco para que Harcourt quedara libre y el francés no pudiera hacerle daño. En cuanto la joven se quitó de en medio, Choiseul descargó su puño en el rostro de Laurence y lo derribó.

Rodaron por el suelo, golpeándose como podían mientras, sin dejar de pelear, ambos trataban de llegar a la espada. Choiseul tenía una complexión fuerte y era más alto, y aunque Laurence poseía mucha más experiencia en el combate cuerpo a cuerpo, el peso del francés empezaba a inclinar la balanza. Lily bramaba con rugidos estridentes y a lo lejos ya se oían voces acercándose, lo que hizo que Choiseul sacara nuevas fuerzas de su propia desesperación. El francés hundió el puño en el estómago de Laurence y se abalanzó hacia la espada mientras su rival se acurrucaba jadeando de dolor.

Entonces un rugido ensordecedor se cernió sobre ellos. El suelo retembló, las ramas cayeron en medio de una lluvia de hojas secas y agujas de pino, y un árbol gigantesco y centenario fue arrancado de raíz ante sus ojos. Temerario estaba sobre ellos, apartando con sus terribles golpes los árboles que los cubrían. Luego sonó otro bramido, esta vez de Praecursoris, y Laurence entrevio las alas marmóreas del dragón francés acercándose en la oscuridad. Temerario se retorció sobre sí mismo y extendió las garras para enfrentarse a él. Laurence logró levantarse y se arrojó sobre el francés, al que consiguió derribar recurriendo a todo su peso. Aunque sentía náuseas tras el puñetazo, siguió peleando, espoleado por el peligro que corría su dragón.

Choiseul consiguió ponerse encima de él, apoyó el brazo contra la garganta de Laurence y apretó con fuerza. Laurence se estaba ahogando, pero captó de refilón un movimiento borroso, y de pronto Choiseul se desplomó, flácido. Harcourt había cogido una barra de hierro de entre los aparejos de Lily y había golpeado al francés en la nuca.

La capitana estaba a punto de desmayarse por el esfuerzo, mientras Lily trataba de abrirse paso entre los árboles para llegar hasta ella. Sin embargo, en el claro ya se había congregado una multitud, y no faltaron manos para ayudar a Laurence a incorporarse.

—Vigilen a ese hombre y traigan antorchas —ordenó Laurence—. Y busquen también una bocina y a alguien que tenga buenos pulmones. ¡Rápido, maldita sea! —exclamó, pues sobre sus cabezas Temerario y Praecursoris seguían volando en círculos el uno alrededor del otro, amenazándose mutuamente con las garras.

El primer teniente de Harcourt era un hombre de pecho amplio y una voz tan potente que no necesitaba bocina. En cuanto comprendió lo que estaba pasando, se llevó las manos a la boca a modo de altavoz y llamó a gritos a Praecursoris. El gran dragón francés se retiró de la pelea y durante unos instantes voló en círculos mientras veía con desesperación cómo amarraban a Choiseul. Después agachó la cabeza y volvió al suelo, mientras Temerario revoloteaba sobre él sin dejar de vigilarlo hasta que tomó tierra.

Maximus dormía no muy lejos de allí, y Berkley había acudido al claro al oír los ruidos. Tomando entonces el control de la situación, ordenó a un grupo de hombres que encadenaran a Praecursoris y a otros que llevaran a Harcourt y Choiseul al médico; por último, otros recibieron el encargo de llevarse al pobre Wilpoys para enterrarlo.

—No, gracias, puedo arreglármelas —respondió Laurence, apartando las manos voluntariosas que también querían llevárselo a él.

Mientras terminaba de recuperar el aliento, caminó lentamente hacia el claro donde Temerario había aterrizado junto a Lily, para reconfortar a ambos dragones y tratar de tranquilizarlos.

Choiseul siguió inconsciente la mayor parte del día, y cuando despertó tenía la lengua de trapo y no se entendía lo que decía. Pero a la mañana siguiente, nuevamente dueño de sus actos, se negó a contestar a ninguna pregunta.

Todos los demás dragones habían formado un círculo alrededor de Praecursoris y le habían ordenado que se quedara en el suelo, so pena de matar a Choiseul. Una amenaza a su cuidador era lo único que podía retener a un dragón contra su voluntad, y los mismos medios con los que Choiseul había intentado obligar a Lily a que desertara a Francia estaban siendo ahora empleados contra él. Praecursoris no hizo ningún intento de desobedecer la orden, sino que se acurrucó miserablemente bajo sus cadenas sin comer nada, limitándose a emitir de vez en cuando un débil gemido.

—Harcourt —dijo Lenton cuando entró por fin en el comedor, donde se habían congregado todos a la espera de noticias—. De veras que lo siento, pero he de pedirle que lo intente. Choiseul no quiere hablar con nadie, pero aunque no tenga más honor que una rata, debe pensar que le debe a usted una explicación. ¿Está dispuesta a interrogarle?

Ella asintió, y después apuró su vaso. Pero su cara seguía tan pálida que Laurence le preguntó en voz baja:

—¿Quiere que la acompañe?

—Sí, si no le molesta —se apresuró a responder ella, agradecida.

Laurence la siguió hasta la celda pequeña y oscura donde habían encarcelado a Choiseul. El francés era incapaz de sostenerle la mirada ni hablar con ella. Tan sólo meneó la cabeza y se estremeció, e incluso empezó a sollozar mientras la capitana le hacía preguntas con voz vacilante.

—¡Oh, maldita sea! —estalló Harcourt por fin, hirviendo de furia—. ¿Cómo… cómo has podido tener corazón para hacerme esto? Todo lo que me dijiste era mentira. Dime: ¿fuiste tú quien planeó esa emboscada cuando veníamos hacia aquí? ¡Dímelo!

Su voz estaba a punto de quebrarse. Choiseul, con la cara tapada con las manos, se levantó y gritó a Laurence:

—¡Por el amor de Dios, sáquela de aquí! Le diré todo lo que quiera, pero llévesela. —Después, volvió a desplomarse.

A Laurence no le apetecía en absoluto ser su interrogador, pero tampoco quería prolongar sin necesidad el sufrimiento de Harcourt. Cuando la tocó en el hombro, ella huyó de la celda al instante. Al capitán le resultó muy desagradable tener que hacerle preguntas a Choiseul, y aún más enterarse de que había sido un traidor desde que llegó de Austria.

—Ya veo lo que piensa de mí —añadió Choiseul, percibiendo el gesto de disgusto de Laurence—. Está en su derecho, pero debe saber que no tenía más alternativa.

Hasta entonces Laurence se había limitado estrictamente a hacer preguntas, pero aquel patético intento de excusarse hizo que la sangre le hirviera en las venas. Sin poder reprimir su desprecio, dijo:

—Podía elegir ser honrado. Podía elegir cumplir con su deber en el puesto que tanto nos suplicó.

Choiseul soltó una carcajada en la que no había rastro de alegría.

—Tiene razón. Pero ¿qué ocurrirá en navidades cuando Bonaparte entre en Londres? No hace falta que me mire de esa manera. Estoy convencido de que va a ocurrir como le digo, pero le aseguro que, si hubiese creído que alguno de mis actos podía evitarlo, habría obrado en consecuencia.

—En lugar de eso, se ha convertido usted en traidor por partida doble y ha ayudado a Bonaparte, mientras que su primera traición podría haber tenido excusa si se hubiese mantenido fiel a sus propios principios —dijo Laurence.

La certeza de Choiseul sobre lo que iba a ocurrir le había llenado de inquietud, aunque se guardó mucho de permitir que se le notara.

—Ah, los principios —dijo Choiseul. Su jactancia le había abandonado, y ahora sólo parecía resignado y exhausto—. Francia no está tan corta de bestias como ustedes, y Bonaparte ya ha ejecutado a varios dragones por traición. ¿Qué importan los principios cuando la sombra de la guillotina se cierne sobre Praecursoris? ¿Dónde podía llevarlo? ¿A Rusia? El me sobrevivirá dos siglos, y ya sabe usted cómo tratan allí a los dragones. En cuanto a volar con él a América, me resultaba prácticamente imposible sin un barco de transporte. Mi única esperanza era el perdón, y Bonaparte me lo ofreció, aunque a cambio de un precio.

—Se refiere a Lily —atajó Laurence, con voz fría.

Para su sorpresa, Choiseul negó con la cabeza.

—No, su precio no era el dragón de Catherine, sino el de usted. —Ante el gesto inexpresivo de Laurence, añadió—: El trono imperial mandó a Bonaparte aquel huevo chino como presente. Él me envió para que lo recuperara. No sabía que Temerario ya había eclosionado. —Choiseul se encogió de hombros y extendió las manos con las palmas abiertas—. Pensé que tal vez si lo mataba…

Laurence le golpeó de lleno en la cara, con tal fuerza que derribó al francés sobre el suelo de piedra de la celda y la silla se volcó con estrépito. Choiseul tosió y su labio se manchó de sangre. El guardián abrió la puerta y se asomó al interior.

—¿Va todo bien, señor? —preguntó, mirando directamente a Laurence y sin prestarle la menor atención a la herida de Choiseul.

—Sí. Puede irse —respondió Laurence con voz terminante, y cuando la puerta volvió a cerrarse se limpió la sangre de la mano con el pañuelo.

En circunstancias normales se sentiría avergonzado de haber pegado a un prisionero, pero en aquel momento no albergaba el menor remordimiento. El corazón aún le seguía latiendo como un tambor.

Choiseul enderezó su silla con parsimonia y volvió a sentarse. En voz más baja, dijo:

—Lo siento. Al final no tuve valor para hacerlo, y pensé que a cambio… —dijo, pero se interrumpió al ver que el rostro de Laurence recobraba el color.

La idea de que durante todos esos meses la traición hubiese acechado tan de cerca a Temerario y de que se había salvado tan sólo por el repentino remordimiento de conciencia de Choiseul bastaba para helarle la sangre en las venas. Laurence dijo con desprecio:

—A cambio intentó usted seducir y raptar a una chica que apenas acaba de dejar atrás sus años de escuela.

Choiseul no replicó. De hecho, Laurence era incapaz de imaginar qué podría haber alegado en su defensa. Tras una pausa momentánea, añadió:

—Ya no puede seguir fingiendo que tiene honor. Dígame qué planea Bonaparte, y tal vez Lenton ordene que envíen a Praecursoris a los campos de cría de Terranova. Eso, si es cierto que el motivo de sus actos ha sido salvarle la vida a su dragón, y no conservar su miserable pellejo.

Choiseul palideció, pero intentó defenderse:

—Apenas sé nada, pero se lo contaré todo si Lenton me da su palabra.

—No —repuso Laurence—. Lo único que puede hacer es confesar y esperar una clemencia que no se merece. No pienso negociar con usted.

Choiseul agachó la cabeza. Cuando habló, lo hizo con la voz rota, tan bajo que Laurence tuvo que aguzar el oído para escucharle.

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