Cuando Maia echó mano a su bolsa, la vieja susurró:
—¡Aquí no, tonta! ¿No tienes vergüenza?
Maia parpadeó, confundida. ¿Había alguna costumbre Perkinita local que impedía manejar dinero delante de los hombres?
—Perdóname, Madre. —Volvió a hacer una reverencia.
—Mmm. Sígueme. ¡Y tú! —La anciana chasqueó los dedos a una de las criadas var—. ¡El vaso de ese caballero está vacío!
Con una mueca de desdén, se dio la vuelta y precedió a Maia por un estrecho pasillo.
El corredor pasaba frente a una sala en la que Maia vio a varias mujeres jóvenes haciendo preparativos. Las hembras Jopland eran criaturas hermosas en su juventud, concedió Maia, entre los seis y los doce años de edad.
Sobre todo si te gustaban las mandíbulas fuertes y las cejas marcadas. Pero claro, no había manera de explicar los gustos de los hombres, que se volvían cada vez más remilgados a medida que la Estrella Wengel retrocedía y morían las auroras.
Las jóvenes Jopland compartían espejo con una pareja y un trío de clónicas de otras familias; las primeras de pelo rizado, y las otras anchas de hombros y caderas, con pechos lo bastante grandes como para amamantar cuatrillizas. Al parecer, Jopland compartía los gastos de alojamiento con un par de clanes aliados. Por el entusiasmo que Maia había visto en el salón principal, probablemente tenían que celebrar varias veladas como aquélla sólo para conseguir unos cuantos embarazos de invierno.
Dado el tamaño de la casa, Maia esperaba haber visto a Jopland más fecundas, hasta que se dio cuenta.
.Se habla de una caída de la población del valle, justo cuando aumenta en todas partes. Naturalmente. El aumento demográfico de la costa se debe sobre todo al «exces». de nacimientos del verano. Pero estas mujeres son Perkinitas. ¡Mantienen a los hombres apartados en verano para evitar ese tipo de embarazo!
Eso explicaba por qué no había visto a hijas-var, mujeres que se parecieran a medias a sus madres Jopland.
Maia quiso retrasarse, curiosa por ver cómo aquellas mujeres de la frontera conseguían algo que incluso para las atractivas Lamatia resultaba difícil en ocasiones.
—Por aquí —susurró la Jopland anciana, interrumpiendo sus pensamientos.
—Uh, lo siento, señora. —Inclinando la cabeza, Maia corrió tras su reluctante anfitriona.
La cámara de comunicaciones era poca cosa, apenas una habitacioncita. La consola estándar se hallaba sobre una vieja mesa, y un manojo de cables salía por un agujero en la pared.
Sólo las sillas parecían cómodas, para que las madres las utilizaran durante las llamadas de negocios de largo alcance, pero estaban retiradas y delante de la mesa sólo había un taburete pelado. Con un dedo retorcido, la vieja Jopland accionó un interruptor que hizo que la pantallita cobrara vida con un brillo perlado.
—Llamada de invitada. Cuenta al terminar —le dijo a la máquina, luego se volvió hacia Maia—. Si no puedes cubrir los gastos, trabajarás para cancelar la deuda. Un mes por centenar. ¿De acuerdo?
Maia sintió un ramalazo de furia. La oferta era vergonzosa.
.La veraniega más burda de Puerto Sanger es más educada que tú, «Madr».
. Pero claro, educación y estilo no eran lo que hacía falta para conseguir crear un nicho en la pradera. Una vez más, Maia recordó:
.una var no es quién para juzgar.
—De acuerdo —rezongó. La Jopland sonrió.
¡Será mejor que esto no cueste mucho! Trabajar para clones como éstas debe de ser un infierno.
Maia se sentó ante la consola modelo estándar. En alguna parte había oído que era uno de los nueve modelos fotónicos que aún se producían en cadena en viejas fábricas del Continente del Aterrizaje. Otros incluían los motores multiuso empleados en el ferrocarril solar, y en el Juego de la Vida que había visto minutos antes, en el salón principal. Maia nunca había utilizado una consola. Intentó recordar las lecciones de la Sabia Judeth, allá en Lamatia.
.Déjame ver… funciona en modo voz, así que si formulo mi petición…
Maia advirtió de pronto que no había oído cerrarse la puerta. Al girarse, vio a la matriarca Jopland apoyada contra el marco, cruzada de brazos.
—Apelo al derecho-cortesía de la intimidad —dijo Maia, odiando a la otra mujer por hacerlo necesario.
La anciana sonrió.
—El reloj ya está contando, virgie. Que te diviertas.
Con un chasquido, la puerta se cerró tras ella. .
.¡Maldición! Maia vio ahora el cronómetro en la esquina superior izquierda de la pantalla, contando rápidamente. ¡Ya indicaba un gasto de once créditos! Nerviosa, habló con la máquina.
—Uh, necesito hablar con alguien… ¿Una sabia? ¿O alguien de la Guardia?
Aquello no iba bien.
—¡Oh, sí! ¡De Caria City!
La pantalla, que hasta el momento había permanecido en blanco, mostró por fin una pauta de cajas
.Una disposición lógica
, recordó de las lecciones. En la parte superior, apareció:
DIRECCIÓN ZONA DE PETICIÓN: CARIA CITY
Referencia-tipo genérica buscada
Claves parciales imprecisas: «sabi». y/o «guardi».
Aclaración sugerida: ¿TEMA?_____________________________
Maia advirtió que sería un error intentar formular su pregunta de la manera adecuada. Lo que ahorrara en costes de procedimiento lo perdería en tiempo de conexión. Tal vez, si sólo le
.hablaba
, la máquina extraería lo que necesitaba.
—No estoy segura. He visto cosas extrañas, en Lanargh y en Ciudad Barro. Hombres actuando como si fuera verano, pero no lo es, ¿sabes? Creo que deben de haber comido o esnifado algo. Algo que la gente quiere mantener en secreto. Una especie de polvillo azul… En botellas de cristal…
La pantalla fluctuó varias veces, con las cajas, cada una conteniendo una o más de sus palabras, reagrupándose. Una fila de flechas entrelazadas mantenía las conexiones entre las cajas mientras hablaba. Maia trató de concentrarse para no quedar hipnotizada por el deslumbrante rompecabezas.
—… había una muchacha de uno de los clanes de placer, creo que utilizan un emblema con un toro y una campana. Llevaba las botellas como si fuera una especie de correo…
De repente las cajas parecieron desmoronarse, como si sus pensamientos hubieran formado de pronto cubos perfectos que se unían en una configuración de prístina claridad, un todo lógicamente consistente. La imagen duró sólo un instante, demasiado breve para ser leída conscientemente. Maia sintió una punzada de pérdida cuando se desvaneció.
Un rostro humano sustituyó la pauta: una mujer cuyo pelo castaño, ligeramente ondulado, le caía de lado sujeto por un elegante pasador de oro. Era de mediana edad, atractiva; la mujer observó a Maia un buen rato, luego habló con autoridad.
—Has conectado con Seguridad de Equilibrio Planetario. Declara tu nombre y filiación de nacimiento.
Maia nunca había oído hablar de tal organización. Nerviosa, se identificó. Para propósitos oficiales, las vars usaban el apellido de su clan materno, aunque le pareció extraño pronunciar las palabras.
—Maia por Lamai.
—Muy bien, vuelve a contar tu historia. Desde el principio esta vez, si no te importa.
Maia era dolorosamente consciente de que el coste se había comido ya la mitad de sus exiguos ahorros. .
—Todo comenzó cuando mi hermana y yo empezamos nuestro primer trabajo de viaje, en los cargueros
.Wotan
y
.Zeus
. Cuando llegamos a Lanargh vi a un hombre vestido con ropa llamativa, que no era un marinero, bajar a los muelles y reunirse con nuestros marineros, que luego se comportaron de un modo extraño, pellizcándome y diciendo cosas del verano aunque era otoño y yo iba sucia y, bueno, podrían haber olido a cualquiera, verá, sabe, yo sólo soy una…
—Una virgen. Comprendo —dijo la agente—. Continúa.
—De hecho, mi hermana y yo… —Maia deglutió con dificultad, obligándose a concentrarse en los hechos desnudos. ¡El maldito reloj parecía acelerar!—. ¡Vimos actuar a los hombres de esa forma por toda la ciudad! Y luego en Grange Head empecé a trabajar en el ferrocarril y vi que sucedía lo mismo delante de una casa en Holly Lock, una casa dirigida por el mismo clan de placer y Tizbe…
—¡Espera… espera! —La mujer de la pantalla sacudió la cabeza, aturdida—. ¿Por qué hablas tan rápido?
Llena de agonía, Maia vio cómo el contador consumía sus últimos ahorros. Ya estaba condenada a trabajar durante un mes para las Jopland.
—Yo… no puedo permitirme seguir hablando con usted. No sabía que sería tan caro. Lo siento.
Abatida, extendió la mano para cortar la conexión.
—¡Alto! ¿Qué estás haciendo? —La mujer alzó una mano—. Espera… espera un segundo.
Se volvió hacia la izquierda, saliendo del campo de visión de Maia. La var miró la esquina de la pantalla donde el contador siguió corriendo un momento y luego… ¡se paró! Se quedó boquiabierta. Un segundo después, los dígitos se invirtieron, convirtiéndose en una fila de ceros.
—¿Así está mejor? —preguntó la mujer, que volvió a aparecer en la pantalla—. ¿Puedes hablar más tranquila ahora?
—Yo… no sabía que podía hacer eso.
—¿Tus madres nunca te mencionaron el cobro revertido para hacer llamadas importantes a las autoridades?
Maia sacudió la cabeza.
—Supongo… que pensaron que eso nos volvería derrochadoras, o perezosas.
La mujer policía hizo una mueca.
—Bueno, ahora ya lo sabes. Bien. ¿Estamos más tranquilas? Volvamos atrás, pues. ¿Cuándo dices que viste por primera vez esa botella de polvo azul?
Al final, Maia advirtió que no tenía gran cosa que ofrecer.
Sus fantasías habían oscilado entre el desastre (que su historia resultara trivial o estúpida) y lo milagroso.
¿Podría ser de esto de lo que hablaba la sabia en la tele, cuando ofreció grandes recompensas a cambio de
.información
?
La verdad parecía encontrarse a medio camino. La agente, que se identificó como la agente investigadora Foster, prometió a Maia una pequeña pero digna recompensa que llegaría a Grange Head al cabo de catorce días, y le dijo que contara su historia con detalle a una magistrada que estaría allí para entonces. Sus gastos también serían cubiertos, siempre que fueran modestos. La agente Foster no ofreció ninguna explicación a los hechos que Maia había presenciado, pero por su conducta, atenta pero no demasiado interesada, Maia tuvo la impresión de que ésta era una de muchas pistas en un caso que ya estaba en marcha desde hacía tiempo.
.Parecen terriblemente tranquilas al respecto, pensó Maia. Sobre todo si alguien estaba modificando el ciclo sexual de las estaciones. Ya había causado un accidente, ¿y quién sabía qué caos podría producirse si escapaba al control?
La agente le dio su número para que lo utilizara si alguna vez tenía que volver a llamar, y se despidió, dejando en la pantalla algo que Maia no conocía, una petición al Clan Jopland para que proporcionara a su invitada una noche de albergue y una comida, a expensas de la colonia.
Cuando se acercó a la puerta, Maia encontró a la matriarca allí de pie, con una sonrisa de oreja a oreja.
—¿Has terminado tu consulta, hija? —preguntó ansiosamente.
—Sí. Ya he terminado.
—Bien. Haré que una de las criadas te muestre un jergón en el cobertizo. Por la mañana discutiremos cómo cancelarás tu deuda.
Por primera vez en semanas Maia experimentó una sensación de deleite, de expectación. A Leie le habría encantado esto.
—Perdona, Reverenda Madre, pero el granero no servirá. Por la mañana, después de un buen desayuno, me alegrará discutir contigo, um, mi transporte de regreso a la ciudad.
La anciana Jopland palideció, luego se sonrojó por la sorpresa. Empujó a Maia a un lado y leyó rápidamente la pantalla, boquiabierta de furia.
—¿Cómo has hecho esto? Te lo advierto, si es algún truco…
—Lysos, no lo creo. Puedes llamar a la Seguridad de Equilibrio Planetario, si quieres verificarlo.
Maia ni siquiera sabía lo que significaban las palabras, pero tuvieron un efecto dramático. La anciana se tambaleó como si la hubieran golpeado.
Sólo con visibles esfuerzos consiguió hablar en un ronco susurro.
—Te llevaré a tu habitación.
En el pasillo, Maia oyó distantes sonidos de música y risas. Al parecer, después de todo, habían conseguido celebrar una fiesta decente. Como var estaba acostumbrada a no ser invitada a tales actos, y no se sorprendió cuando la anciana la condujo en dirección opuesta. Pero resultó un poco preocupante cuando bajaron las escaleras hacia el patio. Dos perros vinieron a ladrar brevemente a Maia antes de perderse tras una brusca orden de su anfitriona.
—No te preocupes, no te llevo al granero. Pero vamos a rodear la casa. No quiero que molestes a nuestros invitados.
A través de las ventanas del frente, Maia oyó risas masculinas. Más lejos, pasaron ante varias habitaciones tenuemente iluminadas de donde surgían roncos y acompasados sonidos que anunciaban inconfundiblemente un momento de pasión.
.Bueno
, pensó, sintiendo que se le caldeaban las orejas,
.las Jopland estarán contentas. Parece que esta noche van a recuperar su inversión
. Con suerte, al menos una clon de invierno sería potenciada por el esfuerzo de aquellos trabajadores.
En el extremo del ala sur había varios apartamentos pequeños, cada uno con su propia puerta y su porche de madera. No tenían llave ni cerrojo. La matriarca entró en el último y se alzó de puntillas para enroscar una bombilla desnuda. La iluminación resultante era muy apagada, lo que explicaba por qué no había interruptor. La bombilla nunca se pondría demasiado caliente al contacto. En un rincón, un par de mantas plegadas descansaban sobre un colchón relleno de paja. Maia se encogió de hombros. Había dormido en sitios peores.
—Cuervo para desayunar, o nada —dijo su reacia anfitriona, marchándose sin añadir otra palabra. Maia cerró la puerta y se dispuso a preparar la cama. Encontró una jarra de agua en una mesa y se lavó la cara, tomó un largo sorbo, y extendió la mano para apagar la luz.
Por todas partes, en el extenso complejo, la gente estaba muy ocupada emitiendo fuertes armonías átonas. «La música de la alegrí»., lo llamaban a veces las poetas. A Maia le parecía mucho más seria.
Naturalmente, había ritmos distintos en cada época del año. En verano eran los hombres quienes buscaban ansiosamente, mientras que las mujeres, escépticas, se dejaban convencer a veces. Eran las pautas de conducta que Maia había conocido toda la vida. El modo de obrar de la naturaleza.