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Authors: David Brin

Tags: #Ciencia Ficción

Tiempos de gloria (45 page)

BOOK: Tiempos de gloria
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Inhaló dolorosamente y nadó hacia el bote con todas sus fuerzas.

Cuaderno de Bitácora del Peripatético

Misión Stratos

Llegada + 41.057 Ms

Como medio alternativo a la reproducción, la clonación se empleó ya mucho antes de la emigración del mundo Florentina. Una célula huevo, cuidadosamente preparada con el material genético del donante, es implantada dentro de una voluntaria químicamente estimulada, o en el vientre artificial perfeccionado hace poco en Nueva Terra. Sea como fuere, el caro y delicado proceso se reserva generalmente para los individuos más creativos, o reverenciados, o ricos de un mundo, dependiendo de las costumbres locales. No conozco ningún planeta donde los clones constituyan una parte importante de la población… excepto Stratos.

¡Aquí, son más del ochenta por ciento! En Stratos, la reproducción partenogenética es tan fácil o difícil, tan barata o tan cara como tener bebés de la forma normal. Los resultados de esta innovación impregnan toda la cultura. En mis viajes, nunca he sido testigo de un experimento tan osado para reconducir el destino humano.

Esta fue la esencia de mi discurso ante el Consejo Reinante de Caria. (Ver transcripción en apéndice). Hubo un elemento de adulación diplomática, ya que dejé todas mis preocupadas preguntas para otra ocasión. El tiempo y la observación revelarán sin duda grietas en este nirvana feminista, pero eso no es en sí mismo ninguna acusación. ¿Cuándo ha sido perfecta ninguna cultura humana? La perfección es tan sólo otro sinónimo de muerte.

Algunas miembros del público parecieron ansiosas por mi reconocimiento de los logros de sus Fundadoras. Otras sonrieron, como indulgentemente divertidas porque un hombre pudiera hablar de un tema más allá de su conocimiento natural. Muchas simplemente siguieron mirando, incapaces de decidir.

Y estaba también el silencioso y educado rencor que no pude dejar de advertir en los rostros de una gran mayoría. Su hostilidad me recordó que Lysos, a pesar de todo su genio científico, también fue la líder de una banda revolucionaria militante. Siglos más tarde, todavía queda una profunda corriente de fervor ideológico aquí en Stratos.

La estación del año tampoco me es de ninguna ayuda. ¿Puede ser coincidencia que el permiso para aterrizar se concediera por fin durante el verano, cuando el recelo hacia los varones se encuentra en su punto álgido? ¿Esperaban las que se oponen al contacto que no supiera comportarme, para así sabotear mi misión?

Tal vez cuentan con la ayuda de la Estrella Wengel. O de las auroras titilantes de la estación del calor.

Si es así, las Perkinitas se sentirán decepcionadas. No me afectan los colores brillantes de su cielo.

De todas formas, debo tener cuidado. Los hombres de este mundo están acostumbrados a ser pocos, rodeados de mujeres, mientras que yo me formé en una sociedad diferente, y acabo de pasar dos años solitarios de mi propio lapso subjetivo en total aislamiento entre las estrellas.

16

Figuras talladas en una pared de granito… formas geométricas… pautas entrelazadas, retorcidas… un acertijo, tallado en antigua roca…

.¡Ya te he dicho que no podemos quedarnos aquí mucho más tiempo! ¡Tu código no vale más que un escupitajo Lamai!

Foco en una imagen… una mano infantil… extendiéndose hacia un nudo de piedra en forma de estrella…

.Cállate, Leie. Déjame pensar. ¿Era éste? Mm… No puedo recordarlo.

—… Sí, éste. El pomo en forma de estrella. Hay que tocar la piedra. Dale un cuarto de vuelta. Un cuarto de vuelta a la derecha.

Sin embargo, era difícil hacerlo. Algo se lo impedía. Hizo falta toda su fuerza de voluntad para extender el brazo, y moverlo fue como abrirse paso a través de una jarra de miel de bec. El aire apestoso del sótano era húmedo, asfixiante. El saliente de piedra retrocedía, incluso mientras ella intentaba alcanzarlo.

—… una piedra en forma de estrella… clave de la secuencia de apertura.

La imagen osciló. Su propia mano se retorció, haciéndose más grande entre remolinos de mareante distorsión.

Los grabados en piedra empezaron a deslizarse, retorciéndose y agitándose como serpientes que despiertan.

.Demasiado tarde
—murmuró la voz de Leie desde algún lugar fuera de la vista, mezlando tristeza con recriminación. Un sonido chirriante anunció que las paredes se cerraban, convergiendo para aplastarlas, para sepultarlas en granito, sin dejar ninguna posibilidad de huida.

.Siempre llegas tan tarde a todo…

Lo que le dolía era la vaga sensación de traición. No por parte de su hermana, sino de las pautas en la pared.

Estaba tan segura de ellas. Las figuras en la pared. Había depositado su fe en ellas, y ahora no querían jugar.

Pautas borrosas. Formas ondulantes, talladas en piedra viva y móvil…

.… ¿va… algo… mejor?

Era la distante voz de tenor de una mujer que subía y bajaba, como si cada palabra surgiera flotando de una niebla, envuelta en su propia burbuja temblequeante. .

La respuesta, cuando se produjo, fue mucho más grave, como un dios del mar que entonara desde las profundidades.

—… eso creo… médico dijo… hace una hora… debería… pronto.

Al principio las voces fueron intrusiones agradecidas que sacudían y disipaban los terroríficos filamentos de un mal sueño. Sin embargo, pronto las palabras se volvieron molestias que la atraían con atisbos de significado, sólo para perder todo sentido, burlarse de ella, imposibilitando una rápida zambullida hacia el descanso.

La voz de tenor regresó, ondulando menos a cada momento.

—Buena cosa… o esas… cabezas serías… como… asesinas.

Una pausa. El dios del mar entonó:

—Yo… nunca me lo perdonaré.

—… nada que ver! Malditas idiotas, intentar… dejarla atrás, como a una niña. Podría haberles dicho que ella… vale lo suyo. Pequeña var testaruda.

Al menos, advirtió, eran voces amistosas. Tranquilizadoras. Carentes de amenaza. Era bueno saber que estaban cuidando de ella. No había necesidad de preocuparse del cómo, ni del porqué. La sabiduda natural le aconsejaba que lo dejara por ahora. Estaba bien como estaba.

Sabiduría. No podía compararse con la problemática curiosidad.

.¿Dónde estoy?, se preguntó a su pesar.
.¿Quién es esta gente?

A partir de ese momento, cada palabra le llegó de forma definida. Cargada de significado, en un contexto.

—Ahora me lo dices —continuó la voz más grave—. Tuvimos oportunidad de intercambiar historias personales en prisión, pero nunca mencionó los detalles que me has contado. Pobre chica. No tenía ni idea de lo que había pasado.

La voz de hombre… era la de Renna. Un pequeño nudo de preocupación se soltó.
.No lo he perdido todavía
.

—Sí, bueno, si yo hubiera mantenido los ojos y oídos abiertos la habría relacionado con esos rumores que circulan por ahí, y habría desembarcado para comprobarlo por mí misma en vez de quedarme sentada en el barco como una dorit.

La voz más aguda era también familiar; forzó a Maia a recordar algo que parecía situado años atrás, en una vida diferente.

—¿Y qué hay de mí? ¿Tragarme un Mickey Finn y dejar que esas mujeres me llevaran como una perdiz en un palo?

—¿Tragar un Mick…? Ah, quieres decir un Suavizador de Verano.

Maia contuvo la respiración, sorprendida.
.¡Naroin! ¿Qué está haciendo aquí?

¿Dónde es aquí?

—Sí. Bastante idiota, cierto. Creía que los hombres del espacio eran más listos.

Renna se echó a reír tristemente.

—¿Listos? No especialmente. No en comparación con los niveles aumentados de algunos lugares que he visitado. La principal característica que parecen buscar en los peripatéticos es la paciencia. Nosotros… ¿Has oído eso? Creo que se está moviendo.

Maia notó una mano pequeña y fría en su mejilla.

—¿Hola, Maia? ¿Puedes oírme, muchacha? Soy yo, tu vieja maestra de armas del
.Wotan
. ¡Eia! ¡Arriba y a por ellas!

La mano era callosa, no suave. De todas formas, le pareció bien que alguien volviera a tocarla. Alguien que quería su bien. Maia casi fingió dormir, para prolongar la sensación.

—Yo… —Su primera palabra fue más un croar que un mensaje inteligible—. N-no puedo… abrir los ojos…

Sentía los párpados cerrados por una costra seca. Un paño húmedo pasó suavemente sobre su frente, humedeciéndoselos. Cuando fue retirado, el mundo entró en ella en forma de brillo. Maia parpadeó y no pudo dejar de hacerlo. Sin que fuera consciente, sus manos se alzaron para frotar torpemente sus ojos.

Dos rostros familiares aparecieron ante ella, enmarcados por unas paredes de madera y la portilla de un barco.

—¿Dónde…? —Maia se lamió los labios y descubrió que tenía la boca demasiado seca para salivar—. ¿Adónde vamos?

Tanto Naroin como Renna sonrieron, expresando su alivio.

—Nos diste un susto —respondió Renna—. Pero ahora estás bien. Nos dirigimos al oeste cruzando la Madre Océano, así que nuestro destino parece probablemente el Continente del Aterrizaje. Una de las grandes ciudades portuarias, calculo. Mejor para sus planes que donde nos encontraron, allá en los muelles.

—¿Quiénes? —El agotamiento seguía interponiéndose, haciendo que el hombre pálido y la mujer de pelo oscuro se dividieran en cuatro figuras superpuestas—. ¿Te refieres a Kiel? ¿Y a Thalla y Baltha?

Naroin sacudió la cabeza.

—Baltha es sólo un arma contratada, igual que yo. No formamos parte del Gran Plan. Las otras dos son las que pagan. Parece que una liga secreta de rads tiene planes para tu hombre de las estrellas.

—La excitación no tiene fin en la hermosa Stratos —añadió Renna sardónicamente.

—Tal vez… podrías escribir una guía de viajes —sugirió Maia, concentrándose por controlar su mareo.

Renna se echó a reír, sobre todo cuando Naroin los miró a ambos sin comprender y preguntó qué era, en nombre de Lysos, una «guía de viaje»..

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Maia a la marinera—. Esto no puede ser el
.Wotan
.

Eso estaba clarísimo. No había ninguna superficie cubierta de una película de negro polvo de antracita. Naroin hizo una mueca.

—No. El
.Wotan
chocó con una gabarra en la bahía de Artemisa. El capitán Pegyul y yo tuvimos unas palabritas al respecto, así que cogí mis cosas y mis papeles y me busqué otro barco. Mi suerte hizo que acabara transportando el contrabando más extrañamente atip que he visto jamás… no te ofendas, Hombre de las Estrellas.

—No me ofendo. —Renna parecía tan tranquilo—. ¿Crees que tendremos alguna posibilidad de cambiar de barco por el camino?

—Yo no apostaría por ello, Hombros. Eso que te escolta es un mogollón de testarudas vars. Además, si yo fuera tú, no estaría muy segura de no dejar correr las cosas. Hay gente mucho peor que la que te tiene ahora buscando tu cabeza extranjera, si entiendes a lo que me refiero. Incluso peor que esas locas granjeras Perkies.

La expresión de Renna fue precavida.

—¿Qué quieres decir?

—¿No lo sabes? —Naroin se encogió de hombros y cambió de tema—. Iré a decirles a las clientas que nuestro ratón de muelle ahogado ha vuelto en sí. Recordad los dos la primera regla para sobrevivir en verano —se dio un par de golpecitos en la sien—. Boca pequeña. Orejas grandes.

Naroin dedicó a Maia un guiño de despedida y se marchó, cerrando la puerta del camarote. Renna la contempló partir, sacudió lentamente la cabeza, y luego se volvió hacia Maia.

—¿Quieres un poco de agua?

Ella asintió.

—Gracias.

Él le sostuvo la cabeza mientras le acercaba un cazo de barro a la boca. Las manos de Renna parecían mucho más grandes que las de Naroin, aunque no mucho más fuertes. Volvió a apoyar la cabeza de Maia en la manta doblada que le habían dado como almohada.

O más bien, prestado.
.No poseo nada en el mundo
, pensó Maia, recordando la traición de Thalla y Kiel, la carrera desnuda por las calles de Grange Head, y su zambullida en las aguas heladas.
.Y mi mejor, tal vez mi único amigo en toda Stratos es un extranjero que sabe aún menos que yo.

El pensamiento la habría hecho reírse amargamente si hubiera tenido energías que gastar. Maia libraba una batalla cuesta arriba sólo por mantener los ojos abiertos.

—Muy bien —comentó Renna—. Duerme. Estaré aquí mismo.

Ella sacudió la cabeza.

—¿Cuánto…?

—Has estado inconsciente casi tres días. Tuvimos que sacarte medio litro de agua de dentro cuando te subieron a bordo.

.Vaya con las lecciones de natación que pagaron las madres, pensó ella. Los largos en la piscina municipal de Puerto Sanger la habían preparado para las pruebas de la vida real casi tan bien como el resto de la reputada educación que Lamatia impartía a sus veraniegas.

—¿Has estado aquí todo el tiempo? —preguntó a través de un sopor envolvente. Él hizo un gesto con la mano, restándole importancia al asunto.

—Tuve que ir un par de veces al lavabo, y… ¡oh! Te he guardado algo. Pensé que podrías quererlo cuando despertaras.

Maia apenas pudo fijar la mirada en el destello de metal cuando él deslizó un pequeño objeto, frío y redondo, entre su mano y la colcha.
.¡Mi sextante!
, advirtió con alegría. Era sólo una herramienta tonta, medio rota, de poca utilidad. Sin embargo, significaba mucho para ella tener algo familiar. Algo aliado a sus recuerdos. Algo que era suyo. Las lágrimas asomaron a sus ojos.

—Vamos, vamos —la tranquilizó Renna—. Ahora descansa un poco. Estaré aquí.

Maia quiso protestar que nadie tenía por qué cuidarla, pero carecía de voluntad para hablar. Parte de ella sentía que no era verdad.

Renna colocó amablemente su mano sobre la que sostenía el sextante. Su contacto fue cálido, sus callos extendidos de forma más igualada que los rudos costurones de Naroin. Debían de haber sido producidos por trabajos más sutiles, o quizá por ejercicios deliberados, aunque, mientras se quedaba dormida, Maia se preguntó por qué nadie querría alzar un dedo si no era estrictamente necesario. Parecía mejor yacer simplemente en la cama, para siempre.

—¿Qué van a hacer, mantenerme en cama para siempre?

Maia golpeó las mantas con ambos puños, haciendo que el doctor retirara el estetoscopio. .

—Vamos, no te enfades. Sólo he dicho que te lo tomes con calma durante un tiempo. Pero eres joven y fuerte.

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