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Authors: David Brin

Tags: #Ciencia Ficción

Tiempos de gloria (44 page)

BOOK: Tiempos de gloria
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Esa visita podía esperar un día o dos. Por ahora se contentaría con recostarse con las demás en el largo porche del hotel, tomar un vaso de cerveza tibia, compartir un chiste o dos, y distraer su mente con cosas sencillas.

.Todo lo que realmente quiero de la vida ahora mismo es una ducha caliente y un lugar blando para dormir durante días.

Por consenso y galantería natural, todas estuvieron de acuerdo en que Renna fuera el primero en emplear el baño. El hombre empezó a protestar, luego se echó a reír y dijo algo misterioso sobre lo que uno hace cuando está en un lugar llamado «Rom».. Dos mujeres le acompañaron para montar guardia ante la puerta del cuarto de baño y proteger su intimidad.

Después de que Renna se marchara, varias vars empezaron a golpear la mesa, pidiendo alegremente más cerveza. A excepción de Thalla, Maia apenas conocía a ninguna de ellas. Kau, la amiga de Kiel, se pasaba el tiempo puliendo un garrote de madera con una punta y un filo de aspecto poco legales, y dando un respingo cada vez que tocaba torpemente el vendaje que Renna le había hecho sobre la oreja derecha. Una de las compañeras de Baltha, una mujer con fuerte acento de las islas del Sur, caminaba de un lado a otro, mirando hacia las montañas y luego hacia el mar, y murmurando impaciente.

Maia descubrió que era incapaz de dejar de rascarse. La sola idea de darse un baño había infectado su mente, haciendo que advirtiera la existencia de picores que, hasta ahora, había confinado a un rincón.

Afortunadamente, Renna no tardó mucho, para ser un hombre. Salió vistiendo una pequeña bata del hotel, transformado con la barba recortada, el pelo peinado que se rizaba al secarse con la brisa, y un tono sonrosado en su piel recién lavada. Hizo una reverencia ante los silbidos aprobadores de las sureñas, y aceptó una jarra de la aguada cerveza local que le ofreció Kau.

—Es una maravilla lo que un buen lavado puede hacer por un chico —comentó. Sujetándose el pelo con un mano, tomó un largo sorbo—. Bien, ¿quién es la siguiente? ¿Maia?

Ella empezó a protestar. Era la de estatus más bajo. Pero las otras estuvieron de acuerdo por aclamación.

—¡Después de todo, ha pasado tanto tiempo para ti como para él! —dijo Thalla amablemente—. Esa cárcel Perkie debió de ser horrible.

—¿Estáis seguras…?

—Claro que estamos seguras. No te preocupes por el agua caliente, encanto. Pronto podremos permitimos un lago lleno. Dúchate bien y permanece sentada en el baño todo el tiempo que quieras.

—Sí, nosotras estaremos ocupadas, de todas formas —añadió Kau, sentándose junto a Renna.

—Ocupadas emborrachándoos como cerdas-dic, querrás decir —bromeó Maia, y se sintió agradecida cuando todas se rieron en sana camaradería.

Renna le hizo un guiño.

—Ve, Maia. Yo me aseguraré de que todas se comporten.

Eso provocó más risas. Maia cedió con una sonrisa de gratitud. Antes de correr hacia el tentador olor del jabón y el vapor, se desabrochó el pequeño sextante de la muñeca y se lo entregó a Renna.

—Tal vez puedas lograr que el filtro solar deje de bailar. Así tendrás algo que hacer con las manos.

Thalla escupió en su cerveza y algunas de las otras se atragantaron.

—No debería ser demasiado difícil para un viajero estelar como tú —terminó Maia.

—¿Bromeas? —protestó él—. ¡Apenas puedo ir al servicio y volver sin un ordenador!

—¿Estaría aquí con nosotras, si no tuviera una habilidad especial para perderse? —reconoció Thalla, gritando para que Maia la oyera. Luego, aún más fuerte, añadió—: ¡Posadera! ¡Más cerveza!

El cuarto de baño se encontraba al final de un doble tramo de escaleras de madera. Al cerrar la puerta tras ella, Maia aún pudo oír a las mujeres de abajo, bromeando y riendo, y la voz más grave de Renna interviniendo de vez en cuando. Sus intervenciones parecían más que nada preguntas, aunque Maia no podía distinguir lo que decía. A menudo, sus dudas provocaban carcajadas, que parecía aceptar de buen humor.

Le resultó extraño desnudarse en el cuarto de baño lujosamente alicatado, equipado con comodidades cuyo uso tuvo que recordarse. Maia empujó su ropa sucia a un rincón y se metió primero en la ducha, ajustando los mandos hasta que el agua caliente fluyó con fuerza.
.Probablemente usan el carbón de Puerto Sanger
, pensó, sin venir a cuento. Tras meterse bajo el chorro, procedió a enjabonarse. El jabón era áspero y sin duda casero, que resultaba menos caro que el auténtico importado de algún clan especializado y lejano. De todas formas, fue todo un lujo. Cortando el agua entre enjuagues, Maia procedió a frotarse capa tras capa de mugre, hasta que la piel chirrió cuando se la frotaba. Entonces la emprendió con el pelo, frotándose el cuero cabelludo y soltando marañas.

.No sé por qué me molesto, se preguntó.
.En el estado en que lo tengo, probablemente tendré que cortármelo de todas formas.

Tras enjuagarse con cuidado una última vez, Maia cerró el grifo y se acercó de puntillas a la ancha bañera de madera, situada junto a una pequeña ventana que daba a los muelles de Grange Head. Abrió la tapa, revelando la humeante superficie. Para su alivio, el agua estaba prístina. Había historias sobre marineros varones que olvidaban (o nunca se les había enseñado) el procedimiento adecuado, y que usaban el
.baño
para lavarse, dejándolo lleno de jabón y suciedad para la siguiente persona. De los hombres una nunca sabía qué esperar, y como extranjero, Renna podría haberse sentido doblemente confundido.

Pero claro, tal vez sólo hubiera una forma civilizada. Por bárbaras que fueran sus pautas sexuales sin modificar, las gentes cultivadas de otros mundos probablemente se bañaban de la misma forma que en Stratos.

Por desgracia, no habría tiempo para preguntárselo, ni otras incontables dudas, antes de que las naves aéreas vinieran del oeste para llevarse a Renna. En momentos dispersos durante su huida, ella había imaginado que iba con él hasta Caria y veía las maravillas de la ciudad. Pero cuando reflexionaba con más lucidez Maia sabía que lo mismo daría si pidiera que se la llevara cuando se marchase a las estrellas.

.Me pregunto si me recordará cuando esté reunido con sabias y miembros del Consejo… o volando entre planetas mucho después de que yo sea comida para los gusanos. Era un pensamiento duro y amargo, apropiado para el tipo de persona dura y mundana que había decidido ser, dispuesta a todo, sorprendida por nada. Y, especialmente, vulnerable a nadie.

La ducha había sido templada, pero el baño estaba tan caliente que le picoteó en los innumerables cortes y magulladuras. Maia se metió en él poco a poco, hasta que el agua desbordó por los lados y se perdió en un desagüe.

¡Cielos! El calor pareció fundir cada parte que estuviera tensa o encallecida, relajándole músculos que tenía tensos sin que ella lo hubiera advertido. Aún tenía problemas y preocupaciones, pero por el momento los dejó languidecer, junto con su cuerpo. La sensualidad de yacer completamente inmóvil superaba cualquier placer activo que conociera.

Lánguidamente, Maia alzó un brazo para mirárselo desde todos los lados, lo dejó caer, e hizo lo mismo con el otro, observando dónde los últimos meses habían dejado sus marcas. A continuación examinó cada pierna. Una pequeña cicatriz en esta espinilla, un arañazo curado en ese tobillo, un par de zonas irritadas por haber cabalgado tanto tiempo… y una pequeña herida de batalla que recordó debía limpiar en los días venideros, para que no se infectara. Incluso aquí, en la «civilizació»., los cuidados médicos eran difíciles de conseguir, y apenas tenía los recursos para pagárselos.

Llamaron a la puerta, que empezó a abrirse. Thalla asomó la cabeza.

—¿Todo va bien? —preguntó la fornida mujer.

—¡Oh! Muy bien, magnífico… Ya salgo. —Con un suspiro, Maia se apoyó en el borde de la bañera para incorporarse.

—No seas tonta. ¡Acabas de meterte! —la reprendió Thalla—. Acabo de enterarme de que la posadera va a hacer una colada. Le vamos a dar nuestra ropa sucia. ¿Quieres que te laven también la tuya? —Señaló el sucio atuendo del suelo.

Maia dio un respingo ante la idea de tener que volver a ponerse aquella ropa otra vez, pero era todo lo que poseía.

—Sí, por favor. Eres muy amable.

Thalla recogió la ropa.

—No hay de qué. Disfruta del baño. Y que tengas toda la suerte del mundo.

Cerró la puerta y Maia volvió a hundirse en la bañera, saboreando cómo el calor la inundaba de nuevo. Había sido decepcionante pensar que se había acabado tan pronto. ¡Ahora se sentía más feliz que si no la hubieran interrumpido! Pero no todo se fundía en el agua caliente. El sonido de la locomotora, su eléctrico zumbido a lo largo de los raíles, aún perduraba en su cabeza. Tampoco, por mucho que lo intentara, podía Maia apartar todas sus preocupaciones.

Quedarse en tierra estaba fuera de toda duda. Tizbe y las Jopland sin duda la encontrarían. El mar era su única opción. Con lo que había aprendido sobre navegación (y sobre el Juego de la Vida) tal vez algún capitán se convenciera para ponerla a prueba en una tripulación, no sólo como pasajera de segunda clase. Lo ideal sería un empleo que le durara hasta finales de la primavera, cuando la estación del celo obligaba a las mujeres a desembarcar. A esas alturas, ya habría podido ahorrar un crédito o dos.

En justicia, le correspondía una pequeña porción de la recompensa que Kiel y Baltha habían ido a recoger.

Maia confiaba en que Renna la defendiera en eso, aunque por el tamaño del grupo de huida, su parte probablemente no sería muy grande.

También estaba el asunto de su cita con la investigadora de la SEP, retrasada por circunstancias ajenas a su voluntad. ¿Era demasiado tarde para que cumpliera su promesa? ¿Sería suficiente su declaración ante una magistrada local? Parte de su determinación era por una cuestión personal.
.Tizbe Beller me encerró para impedirme hablar. ¡Así que eso es exactamente lo que haré!
De todas las sensaciones que la acariciaban (libertad, limpieza, el lujo físico del baño), saboreó unos minutos la de venganza.
.Las Beller y las Jopland lamentarán haberme convertido en su enemiga
, juró, grandilocuente.

No fue un ruido lo que llamó la atención de Maia sino que, gradualmente, se fue sintiendo incómodamente consciente de la falta de él. Frunció el ceño, y recordó que hacía un rato que no oía el murmullo de la conversación en el porche. Ni los pasos de la var de guardia, ni el tintineo de las botellas, ni las insistentes e ingenuas preguntas de Renna.

De repente, el baño ya no le pareció lujoso, sino restringido.
.De todas formas, probablemente me estoy convirtiendo en una pasa
, pensó. Tuvo que obligar a sus relajados músculos a salir de la bañera. Mientras se secaba, no pudo reprimir una sensación creciente de sospecha. Algo iba mal.

Bajó la tapa de la bañera y se subió encima para asomarse a la ventana solitaria, tras frotar el vidrio empañado y acercar la nariz para contemplar el porche. Había filas de botellas vacías a lo largo de la balaustrada, pero donde las mujeres habían estado sentadas no quedaba nadie.

.Probablemente Kiel y Baltha han vuelto con noticias, se dijo. Pero tampoco había nadie visible cerca de la entrada principal
.¿Han ido a comer?
, se preguntó.

Maia empujó la ventana hacia arriba hasta que se abrió una rendija, deslizándose por sus guías de madera. El aire fresco y helado entró, poniéndole la carne de gallina cuando la humedad se evaporó de su piel. Asomó la cabeza y llamó:

—¡Eh! ¿Dónde está todo el mundo?

Unas cuantas parroquianas cargaban una carreta tirada por caballos cerca de un almacén. Cuando Maia se estiró un poco más y giró a la izquierda, vio a un grupo en el muelle, muy lejos, dirigiéndose hacia uno de los embarcaderos. El corazón le dio un vuelco cuando reconoció la fornida forma de Thalla y la maraña de pelo rubio de Baltha.

No. ¡No me harían eso!

Pero allí estaba Renna. Más alto que Baltha, caminando torpemente con los brazos alrededor de dos mujeres, meciéndose de un lado a otro.

—¡Lysos! —gritó Maia, saltando de nuevo al suelo. Se habían llevado su ropa… sin duda para dejarla allí. Con una maldición, recordó las palabras de despedida de Thalla, que habían parecido extrañas para tratarse de alguien a quien esperabas ver de nuevo.

Agarrando una toalla, Maia salió de la habitación y corrió escaleras abajo, sólo para ser bloqueada momentáneamente por la posadera, que sostenía una bolsa de tela y un sobre de papel.

—Oh, es usted, señorita. Sus amigas me dijeron que le diera…

Sus palabras se apagaron cuando Maia la empujó a un lado y salió por la puerta principal. Saltó los peldaños hasta el suelo de grava. Las dependientas de las tiendas cercanas se la quedaron mirando, y un trío de clónicas de tres años se rió, pero Maia siguió corriendo, clavándose guijarros en los pies mientras lo hacía, ignorando la mordedura del frío aire del mar. Al llegar al embarcadero, resbaló y cayó a cuatro patas, pero se puso de nuevo en pie al instante, sin molestarse en comprobar si se había hecho sangre ni en recoger la toalla caída. Maia corrió desnuda entre las grúas de carga y los barcos atracados, para sorpresa de marineros y mujeres de la ciudad por igual.

Dos botes habían zarpado ya del embarcadero, mientras las remeras lo manejaban con golpes rítmicos y fuertes. Cuando Maia llegó al final del muelle, le gritó a Kiel, que estaba sentada junto al timonel del segundo bote.

—¡Mentirosa! ¡Maldita seas! No puedes…

Tartamudeando, buscó las palabras adecuadas para expresar su furia. Kiel abrió la boca, sorprendida, mientras que algunas de las vars con las que Maia había luchado codo con codo se echaban a reír al verla allí, desnuda y temblando de furia.

La mujer oscura hizo bocina con sus manos y respondió:

—No podemos llevarte con nosotras, Maia. ¡Eres demasiado joven y es peligroso! La carta explica…

—¡Al diablo tu maldita carta! —gritó Maia, llena de ira y decepción—. ¿Qué tiene
.Renna
que decir…?

Entonces vio algo que no había advertido antes. El hombre del espacio tenía una expresión vidriosa e infeliz en el rostro, y no miraba nada o a nadie en particular.

—¡Lo estáis secuestrando! —gritó Maia, roncamente.

—No, Maia. No es lo que…

La voz de Kiel se interrumpió cuando Maia se zambulló de cabeza en las heladas aguas y emergió escupiendo.

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